Portada: Encinas de Esgueva (Valladolid) en la época del nacimiento de la protagonista, señorita Salus. Foto de la Fundación Joaquín Díaz, Diputación de Valladolid
Vida, muerte y resurrección de la señorita Salus
Prólogo de Cesáreo Gutiérrez Cortés
La novela
Escribió Séneca: «Erramos pensando en la muerte como obstáculo. No tenemos en cuenta que la muerte es el definitivo puerto de arribada. Morir más pronto o más tarde carece de importancia. Lo único que de verdad interesa, es morir bien». Y ese bien no es otro que el deseado por cada uno. A este pensamiento me atengo desde que el final de mis días aparece diluido en el horizonte cercano.
El Destino y la señorita Salus, tomado como libro único, me plantea diversas incógnitas de las que quisiera abordar alguna. En primer lugar, la consideración como libro religioso de la novela protagonizada por una mujer piadosa. ¿Es este un libro religioso, stricto sensu? Trata en profundidad aspectos cardinales de la religión y, en ese sentido, es un libro religioso.
Sin embargo, no es un análisis crítico cuyo objeto sea la religión en sí misma. Al menos, no lo es del todo. Entiendo que el estudio global sobre el fenómeno religioso, causa y consecuencia de las civilizaciones que se sucedieron, por inabarcable no se ha escrito ni se escribirá nunca; ya que sería la historia completa de la humanidad. Partiendo del concepto religioso tal como lo entendemos, siguiendo por la persona y su necesidad de guía y trascendencia en cada sociedad, avanzando por las religiones nacidas y extendidas a través de los tiempos en las grandes aglomeraciones humanas, el trabajo llegaría al estudio de las coincidencias y divergencias de las religiones monoteístas, mayoritarias en la actualidad. Desde ahí, trataría de conocer en qué medida satisface cada una de ellas la necesidad religiosa, poca o mucha, de las personas. Seguiría por la función social desarrollada tanto en lo concerniente al grueso de las poblaciones como a sus dirigentes, teniendo en cuenta que todo ello podría estar integrado en una fórmula matemática, quizá la ecuación de la relatividad general para el movimiento del universo. Demasiado, pues, el todo; vayamos a las partes. Aunque hemos de reconocer que, si recopiláramos todos los escritos donde, parcialmente, se ha desarrollado la cuestión, encontraríamos multitud de lagunas o desiertos. Y, en ese sentido, El Destino y la señorita Salus disminuye el tamaño de lo ignorado, al menos en una bocanada de agua o en un puñado de arena. Veo en ella una novela original y provocativa que analiza hasta el mínimo detalle los pensamientos y los actos de una mujer singular, dándonos a conocer el efecto de la religión en una persona como muchas otras.
La segunda de las incógnitas que me plantea el libro es la razón que tuvo el autor, poco o nada practicante por lo que sé, para escribir un argumento de estas características concretas. Parto de una base sólida. Sé que, por su formación y educación, Pedro Sevylla de Juana posee sustento religioso suficiente, tanto en la parte teórica como en la práctica. Interno en un colegio religioso dirigido por una congregación de frailes de origen francés, pasó en el internado siete años de su vida.
No fue un periodo de tantos, pues ocurrió de los nueve a los diecisiete años: niñez, adolescencia y primera juventud. Y no se trataba de una época cualquiera, pues sucedió de 1955 a 1962, lapso que, en el país, fue el tiempo de una dictadura; una autocracia —raíz, tallo y ramas— dotada de fortaleza. Tiempo de dirigismo global, cuyo efecto se incrementa progresivamente desde la cúpula de partida hasta llegar al pie. Es ahí, en el tramo inferior, espacio y tiempo propicios, donde actúa con mayor exigencia.
Encaminar la educación de la infancia y de la adolescencia representa, además de dominar el presente, asegurar el dominio del futuro. En aquel transcurso, la diferencia entre la educación de un colegio de frailes y la de un seminario sacerdotal era de extensión exclusivamente, no de intensidad. Tentación, pecado y castigo tenían en ambos la misma consideración. La dirección espiritual alcanzaba los más estrechos rincones de la intimidad: Dios lo ve todo, de día y de noche, en cualquier espacio. Y conoce, incluso, nuestros más ocultos pensamientos. Los frailes también contaban con una red de acusicas envidiosos y confidentes premiados. A los diecisiete años, menor de edad, por tanto, llegó Pedro Sevylla de Juana a Madrid para seguir su formación. Fueron solamente unas horas de tren, un tiempo que no se le hizo pesado ni aburrido.
Con la nariz pegada al cristal estuvo esas horas viendo pasar, pueblo tras pueblo, los pequeños núcleos de población y las tierras de labor de cultivos cambiantes. Todo ello bajo un cielo azul que perdía intensidad al cubrir las montañas. Fueron unas horas bañadas de incertidumbre porque intuía que su vida iba a dar un vuelco vital. Al despedirse de sus padres y quedarse solo en la gran urbe mientras descubría lo nuevo subido a lomos de lo viejo, comprendió que su vida estaba siendo ya muy diferente; todo lo diferente que él estaba dispuesto a admitir y soportar.
Asfalto y edificios salpicados de árboles y arbustos cautivos y un enorme trajín de vehículos y personas circulando en forma de caos ordenado: eso vio en la primera mirada. Cruzó de un salto la valla existente entre los estudios de ciencias y los de letras y, además del latín que ya conocía, penetró en el griego y, como consecuencia, en los autores clásicos y en la filosofía.
Poco después, a los dieciocho años, comienza a trabajar en el Centro de Proceso de Datos del Ministerio de Hacienda, con sede en la calle Montalbán, junto al Parque de El Retiro. Lo que le lleva por proximidad a alojarse en una pensión de la calle del Prado, situada frente al número 21.
En ese número y en esa calle concreta abre sus puertas el Ateneo científico, literario y artístico. La institución, de carácter privado, fue fundada en 1835 por personalidades imbuidas del más puro espíritu romántico liberal. Teniendo a Larra como primer socio y a Azaña como prototipo de ateneísta, del Ateneo saldrían hasta dieciséis presidentes de Gobierno. En su biblioteca, una de las mejores dotadas de España, Pedro Sevylla pasa algunas horas de lectura casi a diario.
Como vemos, del pueblo de nacimiento, pasando por la pequeña capital de provincia, llega a la aglomeración ingente de la capital del país. Experiencia y aprendizaje logrados en un recorrido que, en cierto modo, recuerda al de la señorita Salus.
Por otro lado, inició mi amigo la escritura de esta obra al llegar a los cincuenta años, cuando ya contaba con once libros publicados, un aspecto que suma o potencia. De modo que, para cerrar mi incógnita, concluyo: pudo escribir la novela, quiso hacerlo y lo hizo. Aunque es necesario añadir que ese «lo hizo» tardó veinte años en completarse.
Si la evolución es desarrollo y el desarrollo completa proyectos, El Destino y la señorita Salus alcanza el culmen de la novela que, con el título de El dulce calvario de la señorita Salus, proporcionó a Pedro Sevylla de Juana durante el año 2000 el Premio Internacional Vargas Llosa de novela. Es de destacar que fueron trescientos sesenta y ocho originales, de muy diversos países, los que optaban al preciado galardón. El jurado anunció que el premio fue concedido por unanimidad de sus miembros.
Publicadas por la prensa, guardo las fotos hechas en la entrega de la distinción, efectuada en la sede de la propia promotora, la Universidad de Murcia. En ellas, el aún no premio Nobel de Literatura, tiende el reconocimiento documental y un ejemplar del libro con la tinta ya seca a mi amigo Pedro, el autor. También aparece Vargas Llosa aplaudiendo al premiado junto a las autoridades académicas y al patrocinador económico.
Muy próxima, en el quiosco de ese mismo día podía leerse la noticia de la renuncia de Álvaro Vargas Llosa como asesor de la campaña de Alejandro Toledo, candidato en las elecciones generales de Perú de 2001. En los actos posteriores a la entrega pudo verse a Mario Vargas Llosa muy afectado. Álvaro aseguró haber perdido por primera vez el apoyo de su padre, quien, habiendo sido candidato a presidente en las generales de 1990, de las que salió derrotado, decidió seguir apoyando en esos días a Alejandro Toledo, triunfador dos meses después.
En sus inicios, trataba la novela de una historia completa si nos atenemos al proceso natural de las personas: un siglo entero de peripecia vital por la España cambiante. Aunque, recibiendo más aportaciones argumentales y poniendo el énfasis en la vida de sacrificio, titulada La pasión de la señorita Salus, en 2010 volvió a publicarse. Se editó de nuevo dos años después con el énfasis de la escritura puesto en la muerte, esa perra rabiosa que muerde a los débiles. El título de entonces fue Pasión y muerte de la señorita Salus.
Tras la muerte, poco más podría añadirse. Frase que sería cierta si la señorita Salus no fuera quien fue, pues, en ella, la resurrección y la subida a los cielos superaban a la muerte y la vencían, dando fin al proceso de pasión religiosa iniciada a imitación del Maestro.
Veinte años de trabajo intermitente han dado, en opinión del autor, la contundencia, la belleza y la enseñanza que ahora se encuentran en la obra.
Pensé, al leerla por primera vez, que Pedro Sevylla de Juana había creado el arquetipo de mujer piadosa. Y pensé algo más, pues la persona desarrollada en la novela, a fuerza de leer libros religiosos parecía haber acabado con la sesera un tanto reblandecida.
Recordemos que eso es lo que ocurrió a don Quijote con los libros de caballería. Pero no, no era así. Si bien se trataba de un arquetipo, no era una simple recreación gráfica o literaria. Se trataba de una mujer de carne y hueso. Sí, de una anciana a quien el lector toma cariño al verla caminar despacio, respirando de manera forzada y con gesto fruncido en las cuestas; y sonriente en el cómodo camino de regreso. Pálpito y emoción, volitiva hasta más no poder, su voluntad remaba a favor y remaba en contra de la corriente. Satisfacción y desasosiego por igual aprovechables: una, en lo inmediato; el otro, en lo lejano.
Acababa el siglo XX y comenzaba el XXI en los días de la publicación. Saudade, nostalgia, añoranza de su persona y de la conversación sin bordes ni techo; hice lo imposible por ver a Pedro, tratando de conciliar mis viajes con su lugar de estancia temporal. Fue en Barcelona donde nos encontramos. Mi guía, él, en una ciudad que conoce, vive y ama. En ese mismo espacio debía yo indagar sobre Gaudí para una serie de artículos que vieron la luz en revistas internacionales destinadas a viajeros.
El argumento esencial y primitivo de la novela llegó al autor desde la realidad cercana: calles frecuentadas de una misma ciudad, configurando la mujer a una señora verdadera, en cuyo interior vio a Salus como Miguel Ángel vio la Pietá dentro del bloque de mármol. No sé si fue una labor de escultor la que realizó Pedro Sevylla quitando trozos sobrantes cada vez más pequeños, pero, si sucedió así, su labor escultórica continuó una vez publicada la andadura vital con la que este libro acaba.
Aquí está, por tanto, la señorita Salus, pulcra y definitivamente esculpida. Y aquí está, lector, el proceso que el tiempo llevó a cabo en la mente del escritor en su viaje tras las sucesivas reencarnaciones de la protagonista. Al fin dio con la Salus que sufre en sus carnes, en sus intenciones y deseos la pasión, la muerte y la resurrección, a imitación de Cristo; y la subida a los cielos, a imitación de la Madre.
Proceso que entendió prometido en los libros, en las enseñanzas maternas y en los testimonios de los grandes maestros y profetas.
Esta redacción última y definitiva, titulada El Destino y la señorita Salus, expande, en cierto modo, el sentido de la novela, llevándolo a extremos poco habituales por extraordinarios. Ciertamente, al principio, la señorita Salus se muestra beligerante con las incongruencias de la religión. No obstante, a medida que van pasando las horas de meditación en la soledad de la bañera, se percibe en ella un paulatino intento de suavizar el modo de ver los desacuerdos. Cada día supera la supuesta contradicción existente entre el examen de conciencia que va haciendo a intervalos, muy crítico con su propia conducta, y la esperanza de salvación que lleva al goce de la vida eterna.
Sabe que es una mujer como las otras en cuanto a las caídas confesadas, pero se esfuerza día tras día por mejorar su conducta, incluso, su forma de ser. Las lecturas de los textos sagrados, principalmente: san Agustín, san Francisco de Sales, las epístolas, los salmos y los evangelios, que inicia y repite Salus con una satisfacción parecida a la hallada por los místicos, producen en ella un efecto desigual.
Sin embargo, su postura ante la pasión y la muerte de Cristo está avalada por las lecturas, pudiendo hacerse común a todos los cristianos, católicos o no. Extensión que no resta un ápice a su particular circunstancia.
Existe un tramo final dedicado a la resurrección y la asunción a los cielos que no corresponde ya a la meditación de la anciana porque ha muerto, pero sí a su intención. Lo escribe el nieto de la amiga Agripina basándose en la trayectoria de Salus y en las expresiones que él mismo la oyó pronunciar, unidas a las encontradas en las cartas que su abuela fue recibiendo a lo largo del tiempo de separación. Haciéndose eco, además, de lo que Cristo expresa en los evangelios acerca de la resurrección de todos los que crean en Él.
Hay una diferencia que no es poca cosa: ella sube al cielo por asunción y son los ángeles quienes la elevan, lo mismo que a la Virgen María; Jesucristo, según sabemos, subió por sus propios medios. Es la llamada ascensión.
La señorita Salus se hace piadosa por influjo de su madre, apoyándose a diario en el ejemplo materno. Lee los textos sagrados persiguiendo al mismo tiempo la conversión del padre. Es la figura paterna, la de un descreído que conduce a la familia como a una tropa militar o a un rebaño de ovejas: reparte humillaciones, sopapos u otros castigos si lo considera necesario.
La hermana mayor pretende ser la encarnación del mal. Incluso llega a presumir de prender la mecha en la casa de los abuelos cuando, en el incendio que la alcanza, muere la envidiada hermana pequeña. El recorrido completo de los recuerdos, desde el nacimiento en el área campesina hasta la muerte, muy mayor, en Madrid, pasando en esa ciudad la guerra civil, dura casi un siglo.
Personajes hechos a vivir a mordiscos, que no intervienen más que en la demanda ante el juzgado, ladrones de la voluntad y del patrimonio de sus hermanas, son los que fuerzan el carácter de Salus hasta el rencor extremo, excepción residual de su permanente enmienda. Esta sería mi apreciación comparativa. Hay más referencias a los textos sagrados en la nueva versión, además de la añadidura de los capítulos finales y las modificaciones del lenguaje en todo el texto.
La idea principal que engloba el argumento y la peripecia desarrollada recoge la realidad del pasado, del presente y las expectativas de progreso. También la forma de concebir lo venidero, partiendo de un pasado que va mejorando el presente para alargarlo hasta coincidir con la eternidad.
El Destino y la señorita Salus es una carretera bien afirmada: piedra y arcilla mezcladas y compactadas, donde cada página tiene su justificación. Causa y consecuencia forman unidad, siendo, con reiteración, intercambiables.
Al leer la novela, los creyentes no hallarán contrasentido entre el recuento que de la naturaleza de sus actos hace la señorita Salus, y el convencimiento adquirido de salvación eterna.
Y ello es así porque, arrepentida de todo corazón en los últimos instantes, será perdonada como cualquiera de los fieles. Está convencida de ser una persona como muchas otras, pero cree haber sido designada para repetir la pasión de Cristo, resurrección añadida, porque eso es lo que asegura el Maestro a todos los que le amen y sigan. Algo tan sencillo o dificultoso como lo que ella intenta cada día.
Los lectores, incrédulos, pensarán que las lecturas de los textos sagrados, iniciadas y repetidas por Salus con una complacencia semejante a la hallada por don Quijote en los libros de caballería, producen en ella un efecto de confusión parejo, por lo que se preguntarán: «¿Hasta qué extremos puede llevar la lectura literal de los textos sagrados a una persona carente de reflexión y afianzada por entero en la fe?». Hay, pues, en el libro, materia de interés para cualquier lector, sea cual sea su manera de pensar.
Complemento importantísimo es el profundo análisis que la doctora y profesora Ester Abreu Vieira de Oliveira hace de esta novela, conocedora ella, no solo del texto en sus diversos estadios, sino también del conjunto de la obra de Pedro Sevylla de Juana.
Para saber más de Cesáreo Gutiérrez Cortés:
Para ver la novela completa de Pedro Sevylla de Juana:
https://pedrosevlla.com/el-destino-y-la-señorita-salus-integra/
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