
Francisco Quevedo
Conocí a Francisco de Quevedo y Villegas, en una clase de Literatura española, cuando contaba yo trece o catorce años. El efecto fue deslumbrante porque el fraile profesor bendijo previamente los versos que iba a leer: Bendice señor estos versos que vamos a leer, para que la lengua viperina del autor no nos inocule su veneno. Sorprendida la entera clase, y por ello muy atenta a los tercetos de la Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita a don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, en su valimiento, acabó diciendo hacia sí, que no era para tanto. Este terceto dio pie a más de uno, para pensar, incluso decir, que la lengua viperina había sido la del fraile, incapaz de apreciar la realidad de aquella época, y de casi todas, a más de la enorme belleza.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
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