
Pablo Neruda vida y obra
Dice de sí el lector Neruda, que tanto nos dio a leer: “Para mí los libros fueron como la misma selva en que me perdía, en que continuaba perdiéndome. Eran otras flores deslumbradoras, otros altos follajes sombríos, misteriosos silencios, sonidos celestiales, pero también, la vida de los hombres más allá de los cerros, más allá de los helechos, más allá de la lluvia.” Neruda se va haciendo a sí mismo en lo cotidiano, pero al escritor y al poeta los hicieron los otros, escritores o no, aquellos cuyos nombres veneraba. Y los libros le hicieron: las lecturas, muchas, deslumbradoras hasta la sedimentación.
Durante unos años de mi vida joven, alrededores de los sesenta del siglo pasado, fui Neruda. El era solo un poeta avanzando hacia la poesía. Solo un poeta avanzando, que decía en sus odas elementales: Editorial Losada, impreso en Tucumán 353 de Buenos Aires, cosas elementales que acababan como la Oda al alambre de púa: “En otras partes pan, arroz, manzanas…En Chile, alambre, alambre…” Oda a la crítica: “Con la luz de otras vidas/ vivirán otras vidas en mi canto”. Oda a don Jorge Manrique: “Y volví a mi deber de pueblo y canto”. Filósofo también a la hora de resumir y concretar el mensaje. Yo era Neruda, y escribía mis versos en el interior de las cubiertas de sus libros, en los espacios blancos. Versos nacidos en el instante de la lectura, versos que imitaban a los suyos y a los míos, versos míos que habían sido de Juan Ramón Jiménez y de Darío antes de escribirlos para enamorar a una muchacha enamorada. Y todo porque nadie es dueño de nada, ya que entre todos, conocidos o desconocidos, valorados o denostados, escribimos el largo poema de la Humanidad. Panera de entregas y recogidas constantes.
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