Pedro Sevylla
Obra para leer
Otros escribieron para que yo leyera, y pudiera escribir para que leyeran otros. PSdeJ
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Universalismo
Reflexiones de un optimista
El tiempo y mi poesía no siempre avanzaron juntos. Quizá porque, con demasiada frecuencia, puse mi intención en el espacio. La mitología griega me mostró diosas en las muchachas con las que me cruzaba a diario. Niño imaginativo, joven imaginativo, adulto imaginativo; lo imaginado sustituyó en el recuerdo a la realidad vivida. Las labores del campo, y el ciclo anual de las cosechas, me enseñaron a trabajar para el futuro, permitiéndome absolver al granizo que golpeaba las espigas desgranándolas. El río Nubis me desveló muchos de los misterios que los estudios de geografía no habían resuelto. Cruzar andando El Río Viejo, ancho cuérnago pantanoso intransitable, destinado a recibir el excedente de las inundaciones; unión de Valdepero con Husillos, constituyó el mayor reto de mi niñez. A los doce años, las culebras escondidas entre el agua y las mimbreras, se apartaron al paso veloz de mis fuertes botas de cuero. Mi época de monaguillo no aportó luz al milagro de la transustanciación, producido ante mí dos veces cada domingo. Cuerpo y mente crecían a la par. Razón y emoción caminaban juntas.
“Tus ojos ya no me ven como antes”: tenía yo catorce años cuando se lo escribí a Ana María Inmaculada, mi primer amor. “Quizá, porque ya no te miran como antes”: me escribió ella a sus quince. Habitar el infierno eternamente, iba a ser mi castigo: aseguraba mi confesor; y yo no me arrepentía de casi nada. ¡Oh el Demiurgo!, ¡cuántas cuentas tiene que saldar sobre sus actos fallidos, sobre sus errores descomunales! Huevo, larva, crisálida y mariposa: esa es la metamorfosis que la humanidad no siguió. Y a todo eso quiso hincarle el diente mi escritura. Hubiera compuesto un millón de versos, de no haberme conformado con el que alcanzó el número treinta mil: “Amar para vivir o vivir para amar: me desgaja la duda”.
Mis libros de ensayo, de relatos y novelas, no son meros comparsas de la obra poética; son coprotagonistas y representan un papel complementario. Expansión y contracción, yendo de la prosa al verso y del verso a la prosa, en busca del punto de fusión definitivo, trata de ser mi escritura imagen y expresión del Universo íntegro.
El yo poético, sincero como premisa única, persigue expandirse en plena libertad. Sinceridad y Libertad me trajeron donde estoy. Entre mis convencimientos y yo, elijo a mis convencimientos. Filósofo antes y después de todo, el lector ha de ser cómplice de mis inquietudes, por eso se encontrará disperso: aquí, allá y acullá.
Los poemarios primeros, manuscritos, nacían del compromiso social del hombre con los números, tratando de ampliarlo hasta llegar al hombre con las letras. Las letras, las palabras, explicando y ampliando la concreción estricta de los números. Luego, llegué al hombre como especie; y en el hombre, a su inevitable deriva. Descubrí temprano a la mujer en su complejo universo místico. Más aún, a la hembra de todas las especies en su prodigiosa lucha –fondo y forma- por la supervivencia. Finalmente, espacio y tiempo se hicieron tablero de ajedrez; deslizándome de la circunferencia a la elipse, en él estoy, subido a mi universalismo escritor, tratando de llegar a los inabordables confines.
IMAGO UNIVERSI MEI, sería el título de un libro suma de todos mis libros, de todos mis escritos publicados en revistas. Ese libro compendio estaría abrochado por mi encuentro con Brasil, procedente yo de Portugal. Brasil y su complejo entronque de diversidades, la enorme fuerza de la Cultura resultante, el arrebato mestizo logrado por el azar y la necesidad; me llevan a una escritura rica, fuerte, amplia, sólida, líquida, etérea; argamasa de lo puro y lo impuro entrelazados.
Llamo Universalista a esa conjunción de prosa y verso, de los distintos idiomas, de lo próximo y lo remoto, del pasado inicial y el futuro inalcanzable. En la cultura brasileña me siento pintor, escultor, arquitecto renacentista que, pieza a pieza, fuera construyendo un edificio enorme, de muros coincidentes con el Universo al finalizar su eterna fase expansiva: empeño a todas luces imposible de alcanzar. IMAGO UNIVERSI MEI, sería mi palabra final, suma de las palabras todas, intuidas, pensadas, olvidadas, dichas y escritas. PSdeJ El Escorial, a 3 de octubre de 2016