La pintura y yo
Mi vocación pictórica goza de una larga trayectoria. Comenzó en la escuela de párvulos de Valdepero. Allí trazaba rayas sobre el encerrado con bellos clariones. Pretendía formar imágenes figurativas, pero salían una y otra vez abstractas. No culpo a las rayas del resultado. Eran las manos las responsables. La derecha; porque a la izquierda no podía exigirle precisión: lo suyo es la fuerza; ah, y la ayuda a la derecha.
Desde los momentos iniciales me decidí por el arte abstracto. La imaginación, fantástica ella, ponía nombres adecuados a los dibujos. Eso me salvó del fracaso y del descrédito completos. Copiar de la naturaleza más o menos bien, argumentaba yo, puede hacerlo cualquiera que se empeñe; lo difícil es copiar las creaciones de figuras inexistentes que la imaginación inventa. Dudaba de mi argumento; pero siempre hubo amigos que me defendieron, esperando obtener justificación tiempo adelante. Tizas, lapiceros de grafito y plumillas; no utilicé lápices de colores hasta llegar al colegio. Dibujar es una cosa, pintar otra. Ensayé todo pero no tuve paciencia suficiente para insistir y aprender a dibujar. No me importó, porque lo que en verdad quería era pintar.
En Madrid comencé. Me decidí por el óleo: lo extendía y lo mezclaba con espátula o con los dedos; los detalles eran cosa de pinceles. Un puesto de El Rastro me proveía de lienzos preparados en su marco de listón; y de tubos de todos los colores, primando el blanco. El blanco era esencial para dar con el tono justo unido a los otros. El siena tostado me gustaba mucho; los ocres, los grises. La Tierra de Campos y El Cerrato me dieron sus colores básicos. También el rojo de las tejas y de las amapolas; y el azul del cielo pervertido por el blanco. Lo intentaba en la terraza, a la vista del antiguo Arroyo Abroñigal: obras de la vía de circunvalación que iba a llamarse Avenida de la Paz y acabó siendo la M-30. Copié los tejados de mi pueblo, de una foto antigua hecha desde la buhardilla de la casa de los abuelos. En primer plano salía la parte superior del Arco de la muralla, distinta a la actual; y al fondo, el campanario de la iglesia y lo más elevado del castillo. Quedó bien. Tanto, que presidió durante un tiempo el salón familiar. Luego vinieron bodegones: naturalezas vivas y muertas, que regalé. El carácter impaciente me llevó a la fotografía; revelado incluido. La creatividad era muy trabajosa, pero quedaba a salvo. Miles de fotos y diapositivas. Dominio de la técnica.
Desde la fotografía llegué al dibujo. Un paso atrás que resultó ser un paso adelante. El soporte era entonces celuloide y la cámara una Nikon FM. Tenía una sensibilidad especial para elegir los motivos y los encuadres. Revelaba los carretes y después con la ampliadora, la luz y varios baños, llegué a tener copias en papel de muy distintos tamaños. También diapositivas. Incluso hice copias artísticas, partiendo de negativos en blanco y negro, con el cabezal en color, solarizando en distintas partes del proceso. Me encantaba. El dibujo llegó a partir de las copias en blanco y negro. Con una plumilla y tinta china, sobre la fotografía trazaba las líneas que me interesaban para el dibujo. Cuando la tinta estaba seca, ya era cosa de un baño llevarse la foto dejando las líneas en tinta china, es decir mi dibujo.
En aquellos tiempos aprendí diseño gráfico. Luego llegó la informática. Estuve en los inicios: Centro de Proceso de datos del Ministerio de Hacienda. Más tarde vino el ordenador personal; y el ordenador me descubrió Photoshop. Ahí me encuentro. Autodidacta como siempre, ensayando y equivocándome, algún acierto consigo.
DIBUJO

Barcos pesqueros
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Pueblo con perro
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Praça do Comercio
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Sueño
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El Grito
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Objetos esperando
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Pozo y puerta de corral
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La última esperanza
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Lavabo junto al portal
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Vertavillo
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Siete años de internado
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Autocaricatura
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Autoretrato a los treinta
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Barcos pesqueros
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Tierra de Campos
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Ectoplasma
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Firma y lema
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El Cristo del Otero
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Petercan
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Muchacho en marcha
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Desconocida
DISEÑO GRÁFICO

Trazos y huellas