Lygia Fagundes Telles
Pedro Sevylla de Juana
Contenido: Lygia Fagundes Telles. Mi poema traduzido. Dos cuentos de Lygia traducidos. Carta de Carlos Drummond. Informe de Antonio Maura. Ensaio de Fabiana Rodrigues Carrijo. Biografia. Obras. Videos
Cuando el tiempo otoñal llega aquí, hemisferio norte, centro de España, y el frío avanza resuelto hacia el invierno que va a sustituirlo, es hora de hacer la maleta y, como hago siempre, regresar al sur. Esta vez pasaré previamente por el amado México, días de dolor allí, días de trabajos urgentes, ejemplar solidaridad estos días en ese pueblo tan solidario.
Las dudas sobre el próximo trabajo se resuelven por razones circunstanciales. Hay tantas posibilidades, tantos autores, hombres y mujeres, que deben ser destacados, difundidos; tantos en las riquísimas literaturas de las lenguas castellana y portuguesa, que el peso de un grano de trigo inclina la balanza.
Brasil. Una amiga en la equidistancia me indicó a Lygia Fagundes Telles, a modo de enlace del pasado inmediato con el inmediato futuro; pasado, presente y futuro, ella, ya centenaria casi. Conocía yo su nombre y alguna circunstancia vital. Nació en São Paulo de madre pianista, y eso ya anuncia influencias. Su padre era abogado. Ella ingresó en la Facultad de Derecho del Largo de San Francisco, Universidade de São Paulo. Espacio masculino de reminiscencias literarias y, dentro de lo literario, modernistas. Por allí pasaba Pagú para ir a las clases da Escola Normal. Joaquín Nabuco, Mario de Andrade, Ruy Barbosa, Oswald de Andrade, Castro Alves, José de Alencar y Ulises Guimarães estudiaron en la facultad conocida como la San Francisco: Estado de Derecho, Humanismo, Derechos Humanos. Mito de Libertad y Progreso.
Faculdade de Direito SP 1940
En 1941 acaba Lygia Educación Física, inicia el curso de Derecho y frecuenta las tertulias literarias que se celebran en restaurantes, cafés y librerías próximas a la Facultad. Es entonces cuando conoce a Mario de Andrade, a Oswald, a Paulo Emílio Salles y otros intelectuales más. Forma parte de la Academia de Letras de la Facultad y colabora en los periódicos académicos A Arcadia y A Balança. Modernismo. Es tan amplio el Modernismo en Brasil, nacido antes ya de la célebre Semana de 1922; y tan acogedor, que la propia Lygia Fagundes es considerada modernista, tercera generación, generación de 45, año en que se finiquita O Estado Novo, última fase del modernismo que se va estirando y aún sigue.
Escritora vocacional, plena de ilusión, entusiasmo y coraje; y excelente comunicadora oral. Un cuento de Lygia Fagundes Teles, leído con interés creciente hasta un final que rompe el encanto cerrando la intriga, nos descubre en su escritura un arroyo que va a dar a un río, y a otro, y a otro que ya llega al mar. El manantial originario, pronto arroyo inicial, es lo que empuja a los ríos sucesivos hasta esa agua grande, enorme, origen de la vida y su reguladora. Resulta imprescindible en el proceso, la lluvia copiosa o ausente según las temporadas y las condiciones creadas por la actuación humana, evaporación y pequeños diluvios. El cuento As formigas, me gustó lo suficiente como para traducirlo. Traducir, en cierto modo, es interpretar; y Lygia deja la puerta abierta a la interpretación, tan frondoso es el árbol de sus cuentos. Traduje y avancé, fui adelante. Lo mismo hice con Herbarium, cuento más complejo a pesar de la aparente simplicidad de la trama. Escritura reinventada, sintaxis que tiene algo de pintura impresionista. Con frecuencia la forma se convierte en fondo: suma y sigue. El amor, punto de arranque y aceleración.
Leí otros textos, As Meninas, pensionado de chicas, tres amigas islas que van formando archipiélago. La dictadura como presencia dique. Ciranda de Pedra, considerada punto de anclaje de la madurez de la autora, umbral de sus trabajos importantes. En ellos se da una grata complementariedad entre recuerdos e ilusión. Lo onírico cobra una importancia inusual: los sueños a veces imponen su irrealidad en el argumento. Lo fantástico es un obelisco en la plaza que se alza apuntando a lo más elevado. Y hay realismo, y preciosas metáforas y, todo ello, de una gran verosimilitud. La mujer tiene en su obra una importancia muy destacada, defensora ella, sin etiqueta, del mundo femenino. La mujer niña, tan llena y aún llenándose, aceptación y rechazo en su obra, visión nítida de su propio interior adulto. El parentesco, la familia, completando la personalidad propia. Dominio del diálogo y las frases cortas. Y un mundo animal tan humano, tan humanizado, que solo el habla nos diferencia de él y, en ocasiones, ni el habla siquiera.
Antonio Cándido dijo que la posición de Lygia Fagundes Telles en la literatura brasileña es de las más singulares. Su obra es fuerte sin ser contundente, y moderna sin vanguardismo, original sin subversión del discurso. Innovadora anclada en la tradición. Capaz de alcanzar los niveles más elevados de expresión sin salir de un lenguaje marcado por la más comunicativa naturalidad.
Miembro de la Academia Brasileira de Letras, muy traducida, ha recibido los premios más importantes -propuesta para el Nobel- y los más destacados honores y reconocimientos.
Cuando me siento a escribir -dice de sí misma- sola y en silencio, todo cuanto es fórmula, cálculo, modelos estructuralistas; todo queda apartado. Extiendo mis antenas y como un insecto que sube por la corteza áspera de un árbol hago mi selección y sigo mi camino.
Lygia com o irmão e os pais
Nosotros
Poema de Pedro Sevylla de Juana
Vienes: calle arriba, vienes.
Rompiste el sentimiento que te ataba
a la casa paterna
a la esquina del farol y a la puerta entreabierta,
promesa de escapadas
hacia esa libertad cortada al bies
que tanto amamos.
Te veo; calle abajo, te veo.
Sonrisa en signo único de interrogación
ojos, de par en par abiertos, ciegos de posibilidades,
cientos de miradas incompletas
que no llegan a ser complementarias.
Boca en grito soltando admiraciones,
llegas aquí donde querías:
tiempo y espacio, aglomeración humana,
ribera del río turbio, los peces arrancados
del anzuelo y arrojados al agua,
nuevamente,
orilla del pescador agitado de pensamientos
contradictorios: el bien y el mal equilibrándose,
desintegrándose.
Ya eres libre, veinte años
de color azul
y blanco, libre
en el amanecer de la truncada primavera.
Te veo perdida en el laberinto
que del aguamanil llega el espejo, los vestidos
que se va poniendo y quitando tu cuerpo
cada vez más preciso
para sentirse bien
contigo y consigo mismo.
Ese perfume que deseabas tanto…
Y el corte de pelo en la ciudad
carne sobrante de la cazuela, fruta
que en la alacena se ha ido marchitando,
desciendes desde el séptimo cielo
del inicio de la noche
llegando al fondo del pozo
que abre en el portal su hondura
de polea chirriante y veinte metros
de soga hecha de esparto
colgando de una viga del techo
sueño a sueño
algunos terribles:
el niño que no viene a mamar
del pecho henchido
lavandera en el río el día entero
ida y vuelta cargando el peso de la ropa
sucia y limpia
con el mismo trasiego,
despertando en el dormitorio de un sexto piso.
Pero la felicidad no es esto
me dices unificando, equiparando
libertad y felicidad como si fueran
los dos extremos del mismo panecillo:
leche, miel, harina, conservantes,
potenciadores del sabor
y estimulantes.
No, no y no; repetías angustiada
no es solo desazón, intranquilidad o zozobra
lo que nos cerca hasta en sueños,
o las promesas que se van desdibujando
hasta desaparecer en los carteles de las agencias de viajes
y los premios millonarios de juegos sencillísimos,
ni el agradable sabor artificial de los besos a deshora
intríngulis azucarado de eslóganes políticos y publicitarios
que prometen el paraíso, individualismo, Arcadia
de Justicia Distributiva,
a cambio de la libertad-felicidad
que tanto deseamos.
Te entiendo, y comparto contigo el sentimiento:
no es esto la libertad
y la felicidad tampoco,
un día tras otro ahondando el camino hondo de pisadas
que vuelven al punto de partida
cuando ya no es aquel que abandonamos.
Lo que ocurre, te digo,
es simple y llanamente que el tiempo
y la desilusión que el tiempo
trae en su paso raudo hacia la nada,
con el tiempo, ese día a día
que a tantos embrutece,
a nosotros
nos fue haciendo pensadores.
PSdeJ escrito en El Escorial 16 de septiembre de 2017
Nós
Poema e tradução de Pedro Sevylla de Juana
Vens: rua acima, vens.
Rompeste o sentimento que te atava
à casa paterna
ao canto do farol e à porta entreaberta,
promessa de escapadas
para essa liberdade cortada ao viés
que em tão grau amamos.
Te vejo; rua abaixo, vejo-te.
Sorriso em signo de interrogação
olhos, de par em par abertos, cegos de possibilidades,
centos de miradas incompletas
que não chegam a ser complementares.
Boca em grito soltando admirações,
chegas aqui onde querias:
tempo e espaço, aglomeração humana
margem do rio turvo, os peixes arrancados
do anzol e arrojados à água,
novamente,
orla do pescador agitado de pensamentos
contraditórios: o bem e o mau se equilibrando,
desintegrando-se.
Já és livre, vinte anos
de cor azul
e alvo, livre
no amanhecer da truncada primavera.
Te vejo perdida no labirinto
que do alguidar chega ao espelho, os vestidos
que se vai pondo e tirando teu corpo
a cada vez mais preciso
para se sentir bem
contigo e consigo mesmo.
Esse perfume que desejavas tanto…
E o corte de cabelo na cidade
carne sobrante da panela, fruta
que na despensa se foi murchando,
desces desde o sétimo céu
do início da
noite chegando ao fundo do poço
que abre no portal sua profundeza
de polia chilreante e vinte metros
de soga feita de esparto
pendurando duma viga do teto
sonho a sonho
alguns terríveis:
o menino que não vem a mamar
do peito enchido
lavandeira no rio no dia inteiro
ida e volta carregando o peso da roupa
suja e limpa
com a mesma labuta,
acordando no dormitório dum sexto andar.
Mas a felicidade não é isto
me dizes unificando, equiparando
liberdade e felicidade como se fossem
os dois extremos dum mesmo pãozinho:
leite, mel, farinha, conservantes,
impulsores do sabor
e estimulantes.
Não, não e não; repetias angustiada
não é só incerteza, desassossego, intranquilidade ou soçobra
o que nos cerca até em sonhos,
ou as promessas que se vão apagando
até desaparecer nos cartazes das agências de viagens
e os prêmios milionários de jogos simplicíssimos,
nem o agradável sabor artificial dos beijos a destempo
mare magnum açucarado de slogans políticos e publicitários
que prometem o paraíso, individualismo, Arcádia
de justiça Distributiva
a mudança da liberdade-felicidade
que tanto desejamos.
Entendo-te, e compartilho contigo o sentimento:
não é isto a liberdade
e a felicidade também não,
um dia depois de outro afundando o caminho fundo de calcadas
que voltam no ponto de partida
quando já não é aquele que abandonamos.
O que ocorre, te digo,
é simples e claramente que o tempo
e a desilusão que o tempo
traz em seu passo rápido para a nada,
com o tempo, esse dia a dia
que a tantos embrutece,
a nós
nos foi fazendo pensadores.
PSdeJ Traduzido em El Escorial 16 setembro 2017
Dois contos de Lygia Fagundes Telles: As Formigas e Herbarium
Traducidos por Pedro Sevylla de Juana
As formigas
Conto de Ligia Fagundes Telles
Quando minha prima e eu descemos do táxi, já era quase noite. Ficamos imóveis diante do velho sobrado de janelas ovaladas, iguais a dois olhos tristes, um deles vazado por uma pedrada. Descansei a mala no chão e apertei o braço da prima.
– É sinistro.
Ela me impeliu na direção da porta. Tínhamos outra escolha? Nenhuma pensão nas redondezas oferecia um preço melhor a duas pobres estudantes com liberdade de usar o fogareiro no quarto, a dona nos avisara por telefone que podíamos fazer refeições ligeiras com a condição de não provocar incêndio. Subimos a escada velhíssima, cheirando a creolina.
– Pelo menos não vi sinal de barata – disse minha prima.
A dona era uma velha balofa, de peruca mais negra do que a asa da graúna. Vestia um desbotado pijama de seda japonesa e tinha as unhas aduncas recobertas por uma crosta de esmalte vermelho-escuro, descascado nas pontas encardidas. Acendeu um charutinho.
– É você que estuda medicina? – perguntou soprando a fumaça na minha direção.
– Estudo direito. Medicina é ela.
A mulher nos examinou com indiferença. Devia estar pensando em outra coisa quando soltou uma baforada tão densa que precisei desviar a cara. A saleta era escura, atulhada de móveis velhos, desparelhados. No sofá de palhinha furada no assento, duas almofadas que pareciam ter sido feitas com os restos de um antigo vestido, os bordados salpicados de vidrilho.
Vou mostrar o quarto, fica no sótão – disse ela em meio a um acesso de tosse. Fez um sinal para que a seguíssemos. – O inquilino antes de vocês também estudava medicina, tinha um caixotinho de ossos que esqueceu aqui, estava sempre mexendo neles.
Minha prima voltou-se:
– Um caixote de ossos?
A mulher não respondeu, concentrada no esforço de subir a estreita escada de caracol que ia dar no quarto. Acendeu a luz. O quarto não podia ser menor, com o teto em declive tão acentuado que nesse trecho teríamos que entrar de gatinhas. Duas camas, dois armários e uma cadeira de palhinha pintada de dourado. No ângulo onde o teto quase se encontrava com o assoalho, estava um caixotinho coberto com um pedaço de plástico. Minha prima largou a mala e, pondo-se de joelhos, puxou o caixotinho pela alça de corda. Levantou o plástico. Parecia fascinada.
– Mas que ossos tão miudinhos! São de criança?
– Ele disse que eram de adulto. De um anão.
– De um anão? é mesmo, a gente vê que já estão formados… Mas que maravilha, é raro a beça esqueleto de anão. E tão limpo, olha aí – admirou-se ela. Trouxe na ponta dos dedos um pequeno crânio de uma brancura de cal. – Tão perfeito, todos os dentinhos!
– Eu ia jogar tudo no lixo, mas se você se interessa pode ficar com ele. O banheiro é aqui ao lado, só vocês é que vão usar, tenho o meu lá embaixo. Banho quente extra. Telefone também. Café das sete às nove, deixo a mesa posta na cozinha com a garrafa térmica, fechem bem a garrafa recomendou coçando a cabeça. A peruca se deslocou ligeiramente. Soltou uma baforada final: – Não deixem a porta aberta senão meu gato foge.
Ficamos nos olhando e rindo enquanto ouvíamos o barulho dos seus chinelos de salto na escada. E a tosse encatarrada.
Esvaziei a mala, dependurei a blusa amarrotada num cabide que enfiei num vão da veneziana, prendi na parede, com durex, uma gravura de Grassman e sentei meu urso de pelúcia em cima do travesseiro. Fiquei vendo minha prima subir na cadeira, desatarraxar a lâmpada fraquíssima que pendia de um fio solitário no meio do teto e no lugar atarraxar uma lâmpada de duzentas velas que tirou da sacola. O quarto ficou mais alegre. Em compensação, agora a gente podia ver que a roupa de cama não era tão alva assim, alva era a pequena tíbia que ela tirou de dentro do caixotinho. Examinou- a. Tirou uma vértebra e olhou pelo buraco tão reduzido como o aro de um anel. Guardou-as com a delicadeza com que se amontoam ovos numa caixa.
– Um anão. Raríssimo, entende? E acho que não falta nenhum ossinho, vou trazer as ligaduras, quero ver se no fim da semana começo a montar ele.
Abrimos uma lata de sardinha que comemos com pão, minha prima tinha sempre alguma lata escondida, costumava estudar até de madrugada e depois fazia sua ceia. Quando acabou o pão, abriu um pacote de bolacha Maria.
– De onde vem esse cheiro? – perguntei farejando. Fui até o caixotinho, voltei, cheirei o assoalho. – Você não está sentindo um cheiro meio ardido?
– É de bolor. A casa inteira cheira assim – ela disse. E puxou o caixotinho para debaixo da cama.
No sonho, um anão louro de colete xadrez e cabelo repartido no meio entrou no quarto fumando charuto. Sentou-se na cama da minha prima, cruzou as perninhas e ali ficou muito sério, vendo-a dormir. Eu quis gritar, tem um anão no quarto! mas acordei antes. A luz estava acesa. Ajoelhada no chão, ainda vestida, minha prima olhava fixamente algum ponto do assoalho.
– Que é que você está fazendo aí? – perguntei.
– Essas formigas. Apareceram de repente, já enturmadas. Tão decididas, está vendo?
Levantei e dei com as formigas pequenas e ruivas que entravam em trilha espessa pela fresta debaixo da porta, atravessavam o quarto, subiam pela parede do caixotinho de ossos e desembocavam lá dentro, disciplinadas como um exército em marcha exemplar.
– São milhares, nunca vi tanta formiga assim. E não tem trilha de volta, só de ida – estranhei.
– Só de ida.
Contei-lhe meu pesadelo com o anão sentado em sua cama.
– Está debaixo dela – disse minha prima e puxou para fora o caixotinho. Levantou o plástico. – Preto de formiga. Me dá o vidro de álcool.
– Deve ter sobrado alguma coisa aí nesses ossos e elas descobriram, formiga descobre tudo. Se eu fosse você, levava isso lá pra fora.
– Mas os ossos estão completamente limpos, eu já disse. Não ficou nem um fiapo de cartilagem, limpíssimos. Queria saber o que essas bandidas vem fuçar aqui.
Respingou fartamente o álcool em todo o caixote. Em seguida, calçou os sapatos e como uma equilibrista andando no fio de arame, foi pisando firme, um pé diante do outro na trilha de formigas. Foi e voltou duas vezes. Apagou o cigarro. Puxou a cadeira. E ficou olhando dentro do caixotinho.
– Esquisito. Muito esquisito.
– O quê?
– Me lembro que botei o crânio em cima da pilha, me lembro que até calcei ele com as omoplatas para não rolar. E agora ele está aí no chão do caixote, com uma omoplata de cada lado. Por acaso você mexeu aqui?
– Deus me livre, tenho nojo de osso. Ainda mais de anão.
Ela cobriu o caixotinho com o plástico, empurrou-o com o pé e levou o fogareiro para a mesa, era a hora do seu chá. No chão, a trilha de formigas mortas era agora uma fita escura que encolheu. Uma formiguinha que escapou da matança passou perto do meu pé, já ia esmagá-la quando vi que levava as mãos a cabeça, como uma pessoa desesperada. Deixei-a sumir numa fresta do assoalho.
Voltei a sonhar aflitivamente mas dessa vez foi o antigo pesadelo em torno dos exames, o professor fazendo uma pergunta atrás da outra e eu muda diante do único ponto que não tinha estudado. Às seis horas o despertador disparou veementemente. Travei a campainha. Minha prima dormia com a cabeça coberta. No banheiro, olhei com atenção para as paredes, para o chão de cimento, a procura delas
. Não vi nenhuma. Voltei pisando na ponta dos pés e então entreabri as folhas da veneziana. O cheiro suspeito da noite tinha desaparecido. Olhei para o chão: desaparecera também a trilha do exército massacrado. Espiei debaixo da cama e não vi o menor movimento de formigas no caixotinho coberto.
Quando cheguei por volta das sete da noite, minha prima já estava no quarto. Achei-a tão abatida que carreguei no sal da omelete, tinha a pressão baixa. Comemos num silêncio voraz. Então me lembrei:
– E as formigas?
– Até agora, nenhuma.
– Você varreu as mortas?
Ela ficou me olhando.
– Não varri nada, estava exausta. Não foi você que varreu?
– Eu?! Quando acordei, não tinha nem sinal de formiga nesse chão, estava certa que antes de deitar você juntou tudo… Mas então quem?!
Ela apertou os olhos estrábicos, ficava estrábica quando se preocupava.
– Muito esquisito mesmo. Esquisitíssimo.
Fui buscar o tablete de chocolate e perto da porta senti de novo o cheiro, mas seria bolor? Não me parecia um cheiro assim inocente, quis chamar a atenção da minha prima para esse aspecto mas estava tão deprimida que achei melhor ficar quieta. Espargi água-de-colônia flor de maçã por todo o quarto (e se ele cheirasse como um pomar?) e fui deitar cedo. Tive o segundo tipo de sonho que competia nas repetições com o sonho da prova oral: nele, eu marcava encontro com dois namorados ao mesmo tempo. E no mesmo lugar. Chegava o primeiro e minha aflição era levá-lo embora dali antes que chegasse o segundo. O segundo, desta vez, era o anão. Quando só restou o oco de silêncio e sombra, a voz da minha prima me fisgou e me trouxe para a superfície. Abri os olhos com esforço. Ela estava sentada na beira da minha cama, de pijama e completamente estrábica.
– Elas voltaram.
– Quem?
– As formigas. Só atacam de noite, antes da madrugada. Estão todas aí de novo.
A trilha da véspera, intensa, fechada, seguia o antigo percurso da porta até o caixotinho de ossos por onde subia na mesma formação até desformigar lá dentro. Sem caminho de volta.
– E os ossos?
Ela se enrolou no cobertor, estava tremendo.
Aí é que está o mistério. Aconteceu uma coisa, não entendo mais nada! Acordei pra fazer pipi, devia ser umas três horas. Na volta senti que no quarto tinha algo mais, está me entendendo? Olhei pro chão e vi a fila dura de formiga, você lembra? não tinha nenhuma quando chegamos. Fui ver o caixotinho, todas trançando lá dentro, lógico, mas não foi isso o que quase me fez cair pra trás, tem uma coisa mais grave: é que os ossos estão mesmo mudando de posição, eu já desconfiava mas agora estou certa, pouco a pouco eles estão… estão se organizando.
– Como, organizando?
Ela ficou pensativa. Comecei a tremer de frio, peguei uma ponta do seu cobertor. Cobri meu urso com o lençol.
– Você lembra, o crânio entre as omoplatas, não deixei ele assim. Agora é a coluna vertebral que já está quase formada, uma vértebra atrás da outra, cada ossinho tomando seu lugar, alguém do ramo está montando o esqueleto, mais um pouco e… Venha ver!
– Credo, não quero ver nada. Estão colando o anão, é isso?
Ficamos olhando a trilha rapidíssima, tão apertada que nela não caberia sequer um grão de poeira. Pulei-a com o maior cuidado quando fui esquentar o chá. Uma formiguinha desgarrada (a mesma daquela noite?) sacudia a cabeça entre as mãos. Comecei a rir e tanto que se o chão não estivesse ocupado, rolaria por ali de tanto rir. Dormimos juntas na minha cama. Ela dormia ainda quando saí para a primeira aula. No chão, nem sombra de formiga, mortas e vivas, desapareciam com a luz do dia.
Voltei tarde essa noite, um colega tinha se casado e teve festa. Vim animada, com vontade de cantar, passei da conta. Só na escada é que me lembrei: o anão. Minha prima arrastara a mesa para a porta e estudava com o bule fumegando no fogareiro.
– Hoje não vou dormir, quero ficar de vigia – ela avisou.
O assoalho ainda estava limpo. Me abracei ao urso.
– Estou com medo.
Ela foi buscar uma pílula para atenuar minha ressaca, me fez engolir a pílula com um gole de chá e ajudou a me despir.
– Fico vigiando, pode dormir sossegada. Por enquanto não apareceu nenhuma, não está na hora delas, é daqui a pouco que começa. Examinei com a lupa debaixo da porta, sabe que não consigo descobrir de onde brotam?
Tombei na cama, acho que nem respondi. No topo da escada o anão me agarrou pelos pulsos e rodopiou comigo até o quarto, acorda, acorda! Demorei para reconhecer minha prima que me segurava pelos cotovelos. Estava lívida. E vesga.
– Voltaram – ela disse.
Apertei entre as mãos a cabeça dolorida.
– Estão aí?
Ela falava num tom miúdo como se uma formiguinha falasse com sua voz.
– Acabei dormindo em cima da mesa, estava exausta. Quando acordei, a trilha já estava em plena. Então fui ver o caixotinho, aconteceu o que eu esperava…
– Que foi? Fala depressa, o que foi?
Ela firmou o olhar oblíquo no caixotinho debaixo da cama.
– Estão mesmo montando ele. E rapidamente, entende? O esqueleto está inteiro, só falta o fêmur. E os ossinhos da mão esquerda, fazem isso num instante. Vamos embora daqui.
– Você está falando sério?
– Vamos embora, já arrumei as malas.
A mesa estava limpa e vazios os armários escancarados.
– Mas sair assim, de madrugada? Podemos sair assim?
– Imediatamente, melhor não esperar que a bruxa acorde. Vamos, levanta.
– E para onde a gente vai?
– Não interessa, depois a gente vê. Vamos, vista isto, temos que sair antes que o anão fique pronto.
Olhei de longe a trilha: nunca elas me pareceram tão rápidas. Calcei os sapatos, descolei a gravura da parede, enfiei o urso no bolso da japona e fomos arrastando as malas pelas escadas, mais intenso o cheiro que vinha do quarto, deixamos a porta aberta. Foi o gato que miou comprido ou foi um grito?
No céu, as últimas estrelas já empalideciam. Quando encarei a casa, só a janela vazada nos via, o outro olho era penumbra.
As Formigas
Las hormigas
Cuento de Lygia Fagundes Telles
Traducción de Pedro Sevylla de Juana
Cuando mi prima y yo bajamos del taxi, ya era casi de noche. Nos quedamos quietas frente al viejo piso de ventanas ovaladas, como dos ojos tristes, uno de ellos vaciado de una pedrada. Bajé la maleta al suelo y apreté el brazo de mi prima.
-Es siniestro.
Ella me empujó hacia la puerta. ¿Teníamos otra posibilidad? Ninguna pensión de las cercanías ofrecía un precio mejor a dos pobres estudiantes, con permiso, además, para usar el hornillo en la habitación: la dueña nos dijo por teléfono que podíamos guisar comidas ligeras a condición de no provocar un incendio. Subimos la añosa escalera, oliendo a ese antiséptico de alquitrán de la marca creolina.
– Al menos no muestra indicios de ser barata – dijo mi prima.
La dueña era una vieja rechoncha, con peluca más negra que ala de cuervo. Vestía un descolorido pijama de seda japonesa y tenía las uñas en garra recubiertas por una corteza de esmalte rojo oscuro, descascarillado en las puntas sucias. Encendió un canutillo.
– ¿Es usted quien estudia medicina? – preguntó soplando el humo en mi dirección.
– Estudio derecho. La de medicina es ella.
La mujer nos examinó con indiferencia. Debía de estar pensando en otra cosa cuando soltó una humarada tan densa que debí apartar la cara. La salita estaba oscura, atestada de muebles viejos, desiguales. En el sofá de paja perforada en el asiento, había dos cojines que parecían hechos con los restos de un antiguo vestido, bordados con cristalitos de azabache.
Les voy a enseñar la habitación, queda en el ático – dijo ella en medio de un acceso de tos. Hizo una señal para que la siguiésemos.
-El inquilino anterior también estudiaba medicina, tenía un cajoncito de huesos que olvidó aquí, estaba siempre revolviendo en ellos. Mi prima se volvió:
– ¿Un cajón de huesos?
La mujer no respondió, concentrada en el esfuerzo de subir la estrecha escalera de caracol que llegaba a la habitación. Encendió la luz. La habitación era mínima, abuhardillada con el techo en declive, tan acentuado, que en ese trecho tendríamos que entrar a gatas. Dos camas, dos armarios y una silla de paja dorada. En el ángulo donde el techo casi tocaba el suelo, había un cajón tapado con plástico. Mi prima soltó la maleta y, poniéndose de rodillas, sacó el cajón tirando del asa de cuerda. Levantó el plástico. Parecía fascinada.
– ¡Pero qué huesos tan pequeños! ¿Son de niño?
– Él dijo que eran de adulto. De un enano.
– ¿De un enano? Es más, cualquiera puede ver que ya están formados… Pero qué maravilla, es raro por demás un esqueleto de enano. Y tan limpio, míralo – se admiró ella. Tomó en la punta de los dedos un pequeño cráneo de una blancura de cal.
– ¡Tan perfecto, todos los dientecitos!
– Yo iba a arrojar todo a la basura, pero si a usted le interesa puede quedarse con él. El baño está aquí al lado, sólo para ustedes, tengo el mío abajo. El baño caliente es extra. El teléfono también. El desayuno de siete a nueve; dejo la mesa puesta en la cocina con la botella térmica, cierren bien el termo, recomendó rascándose la cabeza. La peluca se desplazó ligeramente. Soltó un resoplido final:
– Si dejan la puerta abierta mi gato se escapa.
Nos quedamos mirando y riendo mientras oíamos el golpeteo de sus zapatos de tacón en la escalera. Y la tos de acatarrada.
Vacié la maleta, colgué la blusa en una percha que introduje en un hueco de la veneciana, sujeté en la pared, con cinta adhesiva durex, un grabado de Grassman y senté mi osito de peluche sobre la almohada. Me quedé viendo a mi prima subir sobre la silla, desatornillar la lámpara pobrísima que colgaba de un hilo solitario en medio del techo, y en su lugar atornillar una lámpara de doscientas velas que sacó de la bolsa. La habitación estaba más alegre. Un inconveniente: se podía apreciar que la ropa de cama no era tan blanca; blanquísima era la pequeña tibia que sacó del cajón. La examinó. Quitó una vértebra y miró por el agujero, tan reducido como un anillo. Guardó las demás con la delicadeza de colocar huevos en una caja.
– Un enano. Rarísimo, ¿entiendes? Y creo que no falta ningún huesito, voy a traer los enlaces, quiero ver si este fin de semana empiezo a montarlo.
Abrimos una lata de sardinas y la comemos con pan, mi prima guarda siempre alguna lata escondida, suele estudiar hasta la madrugada y después cena. Al acabar el pan, abrió un paquete de galletas María.
– ¿De dónde viene ese olor? – pregunté olisqueando. Fui hasta el cajón, volví, olfateé el suelo.
– ¿No percibes un olor a quemado?
– Es de moho. La casa entera huele así – dijo. Y dejó el cajón debajo de la cama.
En el sueño, un enano rubio con chaleco de rombos y raya en medio del cabello, entró en la habitación fumando un puro. Se sentó en la cama de mi prima, cruzó las piernecitas y allí se puso muy serio observándola dormir. ¡Quise gritar, hay un enano en el cuarto! pero desperté antes. La luz estaba encendida. Arrodillada en el suelo, aún vestida, mi prima miraba fijamente algún punto del piso.
– ¿Qué estás haciendo ahí? – pregunté.
– Estas hormigas. Aparecieron de repente, ya agrupadas. ¿Así, tan decididas, lo ves?
Me puse en pie y di con unas hormigas pequeñas y rojizas que entraban formando una cinta densa por debajo de la puerta, atravesaban la habitación, subían por la pared del cajón de huesos y se deslizaban dentro, disciplinadas como un ejército en marcha ordenada.
– Son miles, nunca he visto tantas hormigas así. Y no tiene camino de vuelta, solo de ida – dije extrañada.
– Sólo de ida.
Le conté mi pesadilla con el enano sentado en su cama.
– Está debajo de ella – dijo mi prima y sacó el cajón. Levantó el plástico. – Negro de hormigas. Dame el frasco de alcohol.
– Debe de haber sobrado algo en esos huesos, y ellas lo descubrieron; las hormigas descubren todo. Yo que tú llevaba eso allá fuera.
– Pero los huesos están completamente limpios, ya te lo he dicho. No quedó ni una fibra de cartílago, limpísimos. Me gustaría saber lo que esas bandidas vienen a hozar aquí.
Sopló con fuerza el alcohol por todo el cajón. A continuación, se calzó los zapatos y, como un equilibrista caminando en el hilo de alambre, fue pisando firme, un pie delante del otro en la senda de hormigas. Fue y volvió dos veces. Apagó el cigarro. Acercó la silla. Y se quedó mirando dentro del cajoncito.
– Raro. Muy raro.
– ¿Qué es lo raro?
– Recuerdo que tiré el cráneo sobre el montón, recuerdo que hasta lo calcé con los omoplatos para que no rodara. Y ahora él está ahí en el fondo del cajón, con un omoplato a cada lado. ¿Acaso lo has movido?
– Dios me libre, me da asco de los huesos. Y aún más si son de enano.
Cubrió ella el cajoncito con el plástico, lo empujó con el pie y llevó el hornillo a la mesa, era la hora de su té. En el suelo, la senda de hormigas muertas era ahora una cinta oscura encogida. Una hormiguita que escapó de la matanza pasó cerca de mi pie, ya iba a aplastarla cuando vi que se llevaba las manos a la cabeza, como una persona desesperada. La dejé desaparecer en una ranura del piso.
Volví a soñar de manera aflictiva, pero esta vez se trataba de la vieja pesadilla en torno a los exámenes, el profesor haciendo una pregunta detrás de otra, y yo muda ante el único punto que no había estudiado. A las seis el despertador sonó vehemente. Cerré el timbre. Mi prima dormía con la cabeza cubierta. En el baño, miré cuidadosamente las paredes, el suelo de cemento, en busca de hormigas.
No vi ninguna. Volví de puntillas y entonces entreabrí las hojas de la veneciana. El olor sospechoso de anoche había desaparecido. Miré al suelo: desapareció también la senda del ejército masacrado. Espié debajo de la cama y no vi el menor movimiento de hormigas en el cajón cubierto.
Cuando llegué, alrededor de las siete de la tarde, mi prima ya estaba en la habitación. La encontré tan abatida que cargué de sal la tortilla, tenía la presión baja. Comimos en un silencio voraz. Entonces me acordé:
– ¿Y las hormigas?
– Hasta ahora, ninguna.
– ¿Has barrido las muertas?
Ella me miró.
– No barrí nada, estaba exhausta. ¿No barriste tú?
– ¿Yo? Cuando me desperté, no había ni rastro de hormiga en el suelo. Estaba segura de que antes de acostarte dejaste todo limpio … Pero entonces, ¿quién fue?!
Ella apretó los ojos estrábicos, se quedaba estrábica cuando se preocupaba
– Muy extraño. Incluso extrañísimo.
Fui a buscar la tableta de chocolate, y cerca de la puerta sentí de nuevo el olor, ¿sería moho? No me parecía un olor tan inocente; quise llamar la atención de mi prima en ese aspecto, pero estaba tan deprimida que me pareció mejor quedarme quieta. Rocié de agua de colonia flor de manzana toda la habitación (¿y si oliese como un huerto?) Y me acosté temprano. Tuve el segundo tipo de sueño que competía en las repeticiones con el sueño de la prueba oral: en él, yo quedaba con dos novios al mismo tiempo. Y en el mismo lugar. Llegaba el primero y mi preocupación era despedirlo antes de que llegase el segundo. El segundo, esta vez, era el enano. Cuando estaba sumida en silencio y oscuridad, la voz de mi prima me sacó a la superficie. Abrí los ojos con esfuerzo. Ella estaba sentada al borde de mi cama, en pijama y estrábica.
– Volvieron.
– ¿Quienes?
– Las hormigas. Sólo atacan de noche, antes de la madrugada. Están todas ahí de nuevo.
La senda de la víspera, intensa, cerrada, seguía el antiguo recorrido de la puerta al cajón de huesos, por donde subía en la misma formación hasta descomponerse allí. No hay camino de vuelta.
– ¿Y los huesos?
Ella se resguardó en la colcha, estaba temblando.
-Ahí está el misterio. ¡Sucedió algo, no sé nada más! Me desperté para hacer pipí, debían de ser las tres. Al volver al cuarto sentí que había algo más, ¿me estás entendiendo? Miré al suelo y vi la fila compacta de hormigas, ¿recuerdas que no había ninguna cuando llegamos? Fui a ver el cajoncito, todas entrelazadas dentro, lógico; pero no fue eso lo que casi me hace caer de espaldas. Ocurre algo más grave: los huesos están cambiando de posición, yo ya desconfiaba, pero ahora estoy segura, poco a poco ellas están … se están organizando.
– ¿Cómo, organizando?
Mi prima quedó pensativa. Empecé a temblar de frío, cogí un extremo de su colcha. Cubrí mi osito de peluche con la sábana.
– ¿Recuerdas el cráneo entre los omoplatos?, no quedó así. Ahora es la columna vertebral la que ya está casi formada, una vértebra detrás de la otra, cada hueso ocupando su lugar, alguien del oficio está montando el esqueleto, un poco más y … ¡Ven a verlo!
– Te creo, no quiero ver nada. ¿Están formando al enano, es eso?
Nos quedamos mirando el reguero rapidísimo, tan apretado que no cabría siquiera un átomo de polvo. La puse con el mayor cuidado cuando fui a calentar el té. Una hormiguita extraviada (¿la misma de la otra noche?) sacudía la cabeza entre las manos. Empecé a reír, y reí tanto que, si el suelo no hubiera estado ocupado, rodaría por allí de tanta risa. Dormimos las dos mujeres en mi cama. Mi prima dormía aún cuando salí hacia la primera clase. En el suelo, ni sombra de hormigas: muertas y vivas, desaparecían con la luz del día.
Volví tarde esa noche, un colega se había casado y tuve fiesta. Llegué animada, con ganas de cantar, me pasé de la raya. Hasta llegar a la escalera no me acordé: el enano. Mi prima arrastró la mesa hacia la puerta y estudiaba con la tetera humeando en el hornillo.
– Hoy no voy a dormir, quiero quedarme de vigía – me avisó.
El piso todavía estaba limpio. Me abracé al osito.
– Tengo miedo.
Ella fue a buscar una píldora para mitigar mi resaca, me hizo tragar la píldora con un trago de té y me ayudó a desvestirme.
– Me quedo vigilando, puedes dormir tranquila. Hasta el momento no ha aparecido ninguna, llegarán pronto. Examiné con lupa la rendija que deja la puerta por debajo. ¿sabes que no he podido averiguar de dónde surgen?
Me acosté en la cama, creo que ya no respondí. En la parte superior de la escalera el enano me agarró por las muñecas y giró conmigo hasta la habitación, despierta, despierta. Tardé en reconocer a mi prima que me sostenía por los codos. Estaba lívida. Y estrábica.
– Regresaron – dijo.
Apreté entre las manos la cabeza dolorida.
– ¿Están ahí?
Su tono era como el de una hormiguita que hablara con su voz.
– Acabé durmiendo sobre la mesa, estaba exhausta. Cuando me desperté, el reguero ya había alcanzado su plenitud. Entonces fui a ver el cajón: sucedió lo que yo esperaba …
– ¿Que pasó? Habla rápidamente, ¿qué fue?
Ella dirigió la mirada oblicua al cajón debajo de la cama.
– Lo están montando. Y rápidamente, ¿entiendes? El esqueleto está casi acabado, sólo falta el fémur. Y los huesitos de la mano izquierda lo colocarán en un instante. Vámonos ahora de aquí.
– ¿Hablas en serio?
– Vamos sin tardanza, ya dispuse las maletas.
La mesa estaba limpia y vacíos los armarios abiertos.
– ¿Pero salir así, de madrugada? ¿Podemos marchar de esta manera?
– Inmediatamente, es mejor no esperar a que la bruja despierte. Vamos, levántate.
– ¿Y a dónde vamos?
– No importa, después lo decidimos. Vamos, compréndelo, tenemos que salir antes de que el enano quede terminado.
Miré de lejos el camino de hormigas: nunca me parecieron tan rápidas. Me puse los zapatos, despegué el grabado de la pared, introduje el oso en el bolsillo de la japonesa y fuimos arrastrando las maletas escaleras abajo, mas debido al intenso olor que venía de la habitación, dejamos la puerta abierta. ¿Fue un mayido prolongado del gato, o fue un grito?
En el cielo, las últimas estrellas ya palidecían. Cuando fijé la vista en la casa, sólo la ventana sin cristal nos veía, el otro ojo estaba en penumbra.
PSdeJ Traducido en el Escorial durante los días 17 y 18 de septiembre de 2017
Herbarium
Cuento de Lygia Fagundes Telles
Todas as manhãs eu pegava o cesto e me embrenhava no bosque, tremendo inteira de paixão quando descobria alguma folha rara. Era medrosa mas arriscava pés e mãos por entre espinhos, formigueiros e buracos de bichos (tatu? cobra?) procurando a folha mais difícil, aquela que ele examinaria demoradamente: a escolhida ia para o álbum de capa preta. Mais tarde, faria parte do herbário, tinha em casa um herbário com quase duas mil espécies de plantas. «Você já viu um herbário» – ele quis saber.
Herbarium, ensinou-me logo no primeiro dia em que chegou ao sítio. Fiquei repetindo a palavra, herbarium. Herbarium. Disse ainda que gostar de botânica era gostar de latim, quase todo o reino vegetal tinha denominação latina. Eu detestava latim mas fui correndo desencavar a gramática cor de tijolo escondida na última prateleira da estante, decorei a frase que achei mais fácil e na primeira oportunidade apontei para a formiga saúva subindo na parede: formica bestiola est. Ele ficou me olhando. A formiga é um inseto, apressei-me em traduzir. Então ele riu a risada mais gostosa de toda a temporada. Fiquei rindo também, confundida mas contente: ao menos achava alguma graça em mim.
Um vago primo botânico convalescendo de uma vaga doença. Que doença era essa que o fazia cambalear, esverdeado e úmido quando subia rapidamente a escada ou quando andava mais tempo pela casa?
Deixei de roer as unhas, para espanto da minha mãe que já tinha feito ameaças de cortes de mesada ou proibição de festinhas no grêmio da cidade. Sem resultado. «Seu eu contar, ninguém acredita» – disse ela quando viu que eu esfregava para valer a pimenta vermelha nas pontas dos dedos. Fiz minha cara inocente: na véspera, ele me advertira que eu podia ser uma moça de mãos feias, «ainda não pensou nisso?» Nunca tinha pensado antes, nunca me importei com as mãos mas no instante em que ele fez a pergunta comecei a me importar. E se um dia elas fossem rejeitadas como as folhas defeituosas? Ou banais. Deixei de roer unhas e deixei de mentir. Ou mentir menos, mais de uma vez me falou no horror que tinha por tudo quanto cheirava falsidade, escamoteação. Estávamos sentados na varanda. Ele selecionava as folhas ainda pesadas de orvalho quando me perguntou se já tinha ouvido falar em folha persistente. Não?
Alisava o tenro veludo de uma malva-maçã. A fisionomia ficou branda quando amassou a folha nos dedos e sentiu seu perfume. As folhas persistentes duravam até mesmo três anos mas as cadentes amareleciam e se despregavam ao sopro do primeiro vento. Assim a mentira, folha cadente que podia parecer tão brilhante mas de vida breve. Quando o mentiroso olhasse para trás, veria no final de tudo uma árvore nua. Seca. Mas os verdadeiros, esses teriam uma árvore farfalhante, cheia de passarinhos – e abriu as mãos para imitar o bater das folhas e asas. Fechei as minhas. Fechei a boca em brasa agora que os tocos das unhas (já crescidas) eram tentação e punição maior. Podia dizer-lhe que justamente por me achar assim apagada é que precisava de me cobrir de mentira como se cobre com um manto fulgurante. Dizer-lhe que diante dele, mais do que diante dos outros, tinha de inventar e fantasiar para obrigá-lo a se demorar em mim como se demorava agora na verbena – será que não percebia essa coisa tão simples?
Chegou ao sítio com suas largas calças de flanela cinza e grosso suéter de lã tecida em trança, era inverno. E era noite. Minha mãe tinha queimado incenso (era sexta-feira) e preparou o Quarto do Corcunda, corria na família a história de um corcunda que se perdeu no bosque e minha bisavó instalou-o naquele quarto que era o mais quente da casa, não podia haver melhor lugar para um corcunda perdido ou para um primo convalescente.
Convalescente do quê? Qual doença tinha ele? Tia Marita, que era alegrinha e gostava de se pintar, respondeu rindo (falava rindo) que nossos chazinhos e bons ares faziam milagres. Tia Clotilde, embutida, reticente, deu aquela sua resposta que servia a qualquer tipo de pergunta: tudo na vida podia se alterar menos o destino traçado na mão, ela sabia ler as mãos. «Vai dormir feito uma pedra» – cochichou tia Marita quando me pediu que lhe levasse o chá de tília. Encontrei-o recostado na poltrona, a manta de xadrez cobrindo-lhe as pernas. Aspirou o chá. E me olhou: «Quer ser minha assistente? perguntou soprando a fumaça. – A insônia me pegou pelo pé, ando tão fora de forma, preciso que me ajude. A tarefa é colher folhas para minha coleção, vai juntando o que bem entender que depois seleciono. Por enquanto, não posso mexer muito, terá que ir sozinha» – disse e desviou o olhar úmido para a folha que boiava na xícara. Suas mãos tremiam tanto que a xícara transbordou no pires. É o frio, pensei. Mas continuaram tremendo no dia seguinte que fez sol, amareladas como os esqueletos de ervas que eu catava no bosque e queimava na chama da vela. Mas o que ele tem? perguntei e minha mãe respondeu que mesmo que soubesse, não diria, fazia parte de um tempo em que doença era assunto íntimo.
Eu mentia sempre, com ou sem motivo. Mentia principalmente à tia Marita que era bastante tonta. Menos à minha mãe porque tinha medo de Deus e menos ainda à tia Clotilde que era meio feiticeira e sabia ver o avesso das pessoas. Aparecendo a ocasião, eu enveredava por caminhos os mais imprevistos, sem o menor cálculo de volta. Tudo ao acaso. Mas aos poucos, diante dele, minha mentira começou a ser dirigida, com um objetivo certo. Seria mais simples, por exemplo, dizer que colhi a bétula perto do córrego, onde estava o espinheiro. Mas era preciso fazer render o instante em que se detinha em mim, ocupá-lo antes de ser posta de lado como as folha sem interesse, amontoadas no cesto. Então ramificava perigos; exagerava dificuldades, inventava histórias que encompridavam a mentira. Até ser decepada com um rápido golpe de olhar, não com palavras, mas com o olhar ele fazia a hidra verde rolar emudecida enquanto minha cara se tingia de vermelho o sangue da hidra.
«Agora você vai me contar direito como foi: – ele pedia tranqüilamente, tocando na minha cabeça. Seu olhar transparente. Reto. Queria a verdade. E a verdade era tão sem atrativos como a folha da roseira, expliquei-lhe isso mesmo, acho a verdade tão banal como esta folha. Ele me deu a lupa e abriu a folha na palma da mão: «Veja então de perto.» Não olhei a folha, que me importava a folha? mas sua pele ligeiramente úmida, branca como papel com seu misterioso emaranhado de linhas, estourando aqui e ali em estrelas. Fui percorrendo as cristas e depressões, onde era o começo? Ou o fim? Demorei a lupa num terreno de linhas tão disciplinadas que por elas devia passar o arado, ih! vontade de deitar minha cabeça nesse chão. Afastei a folha, queria ver apenas os caminhos. O que significa este cruzamento, perguntei e ele me puxou o cabelo: «Também você, menina?!»
Nas cartas do baralho, tia Clotilde já lhe desvendara o passado e o presente. «E mais desvendaria» – acrescentou ele guardando a lupa no bolso do avental banco, às vezes vestia o avental. O que ela previu? Ora, tanta coisa. De mais importante, só isso, que no fim da semana viria uma amiga buscá-lo, uma moça muito bonita, podia ver até a cor do seu vestido de corte antiquado, verde-musgo. Os cabelos eram compridos, com reflexos de cobre, tão forte o reflexo na palma da mão!
Uma formiga vermelha entrou na greta do lajedo e lá se foi com seu pedaço de folha, veleiro desarvorado soprado pelo vento. Soprei eu também, a formiga é um inseto! gritei, as pernas flexionadas, pendentes os braços para diante e para trás no movimento do macaco, hi hi ! hu hu! é um inseto! um inseto! repeti rolando no chão. Ele ria e procurava me levantar, você se machuca, menina, cuidado! Fugi para o campo, os olhos desvairados de pimenta e sal, sal na boca, não, não vinha ninguém, tudo loucura, uma louca varrida essa tia, invenção dela, invenção pura, como podia? Até a cor do vestido, verde-musgo? E os cabelos, uma louca, tão louca como a irmã de cara pintada feito uma palhaça, rindo e tecendo seus tapetinhos, centenas de tapetinhos pela casa, na cozinha, na privada, duas loucas! Lavei os olhos cegos de dor, lavei a boca pesada de lágrimas, os últimos fiapos de unha me queimando a língua, não! Não. Não existia ninguém de cabelo de cobre que no fim da semana ia aparecer para buscá-lo, ele não ia embora nunca mais, NUNCA MAIS! repeti e minha mãe que viera me chamar para o almoço acabou se divertindo com a cara de demônio que fiz, disfarçava o medo fazendo caras de medo. E as pessoas se distraíam com essas caras e não pensavam mais em mim.
Quando lhe entreguei a folha de hera com formato de coração (um coração de nervuras trementes se abrindo em leque até as bordas verde-azuladas) ele beijou a folha e levou-a ao peito. Espetou-a na malha do suéter: «Esta vai ser guardada aqui.» Mas não me olhou nem mesmo quando eu saí tropeçando no cesto. Corri até a figueira, posto de observação onde podia ver sem ser vista. Através do rendilhada de ferro do corrimão da escada, ele me pareceu menos pálido. A pele mais seca e mais firme a mão que segurava a lupa sobre a lâmina do espinho-do-brejo. Estava se recuperando, não estava? Abracei o tronco da figueira e pela primeira vez senti que abraçava Deus.
No sábado, levantei mais cedo. O sol forcejava a névoa, o dia seria azul quando ele conseguisse rompê-la. «Aonde você vai com esse vestido de maria-mijona? – perguntou minha mãe me dando a xícara de café com leite. Por que desmanchou a barra?» Desviei sua atenção para a cobra que disse ter visto no terreiro, toda preta com listras vermelhas, seria um coral? Quando ela correu com a tia para ver, peguei o cesto e entrei no bosque, como explicar-lhe? Que descera todas as barras das saias para esconder minhas pernas finas, cheias de marcas de picadas de mosquitos. Numa alegria desatinada fui colhendo as folhas, mordi goiabas verdes, atirei pedras nas árvores, espantando os passarinhos que cochichavam seus sonhos, me machucando de contente por entre a galharia. Corria até o córrego. Alcancei uma borboleta e, prendendo-a pelas pontas das asas, deixei-a na corola de uma flor, te solto no meio do mel! gritei-lhe. O que vou receber em troca? Quando perdi o fôlego, tombei de costas nas ervas do chão. Fiquei rindo para o céu de névoa atrás da malha apertada dos ramos. Virei de bruços e esmigalhei nos dedos os cogumelos tão macios que minha boca começou a se encher d’água. Fui avançando de rastros até o pequeno vale de sombra debaixo da pedra. Ali era mais frio e maiores os cogumelos pingando um líquido viscoso dos seus chapéus inchados. Salvei uma abelinha das mandíbulas de uma aranha, permiti que saúva-gigante arrebatasse a aranha e a levasse na cabeça como uma trouxa de roupa esperneando mas recuei quando apareceu o besouro de lábio leporino. Por um instante me vi refletida em seus olhos facetados. Fez meia-volta e se escondeu no fundo da fresta. Levantei a pedra: o besouro tinha desaparecido mas no tufo raso vi uma folha que nunca encontrara antes, única. Solitária. Mas que folha era aquela? Tinha a forma aguda de uma foice, o verde do dorso com pintas vermelhas irregulares como pingos de sangue. Uma pequena foice ensangüentada foi no que se transformou o besouro? Escondi a folha no bolso, peça principal de um jogo confuso. Essa eu não juntaria às outras folhas, essa tinha que ficar comigo, segredo que não podia ser visto. Nem tocado. Tia Clotilde previa os destinos mas eu podia modificá-los, assim, assim! e desfiz na sola do sapato o cupim que se armava debaixo da amendoeira. Fui andando solene porque no bolso onde levara o amor levava agora a morte.
Tia Marita veio ao meu encontro, mais aflita e gaguejante do que de costume. Antes de falar começou a rir: «Acho que vamos perder nosso botânico, sabe quem chegou? A amiga, a mesma moça que Clotilde viu na mão dele, lembra? Os dois vão embora no trem da tarde, ela e linda como os amores, bem que Clotilde viu uma moça igualzinha, estou toda arrepiada, olha aí, me perguntou como a mana adivinha uma coisa dessas!»
Deixei na escada os sapatos pesados de barro. Larguei o cesto. Tia Marita me enlaçou pela cintura enquanto se esforçava para lembrar o nome da recém-chegada, um nome de flor, como era mesmo? Fez uma pausa para estranhar minha cara branca, e esse branco de repente? Respondi que voltara correndo, a boca estava seca e o coração fazia um tuntum tão alto, ela não estava ouvindo? Encostou o ouvido no meu peito e riu sacudindo inteira, quando tinha minha idade pensa que também não vivia assim aos pulos?
Fui me aproximando da janela. Através do vidro (poderoso como a lupa) vi os dois. Ela sentada com o álbum provisório de folhas no colo. Ele, de pé e um pouco atrás da cadeira, acariciando-lhe o pescoço e seu olhar era o mesmo que tinha para as folhas escolhidas, a mesma leveza de dedos indo e vindo no veludo da malva-maçã. O vestido não era verde mas os cabelos soltos tinham o reflexo de cobre que transparecera na mão. Quando me viu, veio até a varanda no seu andar calmo. Mas vacilou quando disse que esse era nosso último cesto, por acaso não tinham me avisado? O chamado era urgente, teriam que voltar nessa tarde. Sentia perder tão devotada ajudadora mas um dia, quem sabe?… Precisaria perguntar à tia Clotilde em que linha do destino aconteciam os reencontros.
Estendi-lhe o cesto mas ao invés de segurar o cesto, segurou meu pulso: eu estava escondendo alguma coisa, não estava? O que estava escondendo, o quê? Tentei me livrar fugindo para os lados, aos arrancos, não estou escondendo nada, me larga! Ele me soltou mas continuou ali, de pé, sem tirar os olhos de mim. Encolhi quando me tocou no braço: «E o nosso trato de só dizer a verdade? Hem? Esqueceu nosso trato?» – perguntou baixinho.
Enfiei a mão no bolso e apertei a folha, intacta a umidade pegajosa da ponta aguda, onde se concentravam as nódoas. Ele esperava. Eu quis então arrancar a toalha de crochê da mesinha, cobrir com ela a cabeça e fazer micagens, hi hi! hu hu! até vê-lo rir pelos buracos da malha, quis pular da escada e sair correndo em ziguezague até o córrego, me vi atirando a foice na água, que sumisse na correnteza! Fui levantando a cabeça. Ele continuava esperando, e então? No fundo da sala, a moça também esperava numa névoa de ouro, tinha rompido o sol. Encarei-o pela última vez, sem remorso, quer mesmo? Entreguei-lhe a folha.
(Os melhores contos de Lygia Fagundes Telles, 1984.)
Hoja Roja
Herbario
Cuento de Lygia Fagundes Telles
Traducido por Pedro Sevylla de Juana
Todas las mañanas agarraba yo la cesta y me adentraba en el bosque, temblando por completo de pasión cuando descubría alguna hoja rara. Era miedosa, pero arriesgaba pies y manos al pasar por entre espinas, hormigueros y agujeros de animales (¿armadillo? ¿serpiente?), buscando la hoja más difícil, aquella que él examinaría largamente: la escogida iba al álbum de portada negra. Más tarde, formaría parte del herbario, tenía en su casa un herbario con casi dos mil especies de plantas. «Usted ha visto un herbario» – él lo quiso saber.
Herbarium, me lo enseñó el primer día en que llegó al sitio. Me quedé repitiendo la palabra, herbarium. Herbario. También dijo que apreciar la botánica era apreciar el latín, casi todo el reino vegetal tenía denominación latina. Yo detestaba el latín, pero fui corriendo a liberar la gramática color de ladrillo escondida en el último estante de la estantería, memoricé la frase que encontré más sencilla y en la primera ocasión me referí a la hormiga saúva que subía por la pared: formica bestiola est. Él me miró. La hormiga es un insecto, me apresuré a traducir. Entonces se rio con la risa más agradable de toda la temporada. Me quedé riendo también, confundida pero contenta: al menos hallaba alguna gracia en mí.
Un vago primo botánico convaleciente de una vaga enfermedad. ¿Qué enfermedad era aquella que lo hacía tambalearse, ponerse verde y húmedo cuando subía rápidamente la escalera o cuando se movía mucho tiempo por la casa? Dejé de morderme las uñas, para desconcierto de mi madre que ya había amenazado con rebajas en la paga o prohibición de fiestecitas en la asociación recreativa de la ciudad. Sin resultado práctico. «Si yo contara, nadie lo creería», dijo ella cuando vio que me frotaba para imitar la presencia de la pimienta roja en las puntas de los dedos. Dibujé mi cara más inocente: la víspera, él me señaló que yo podía ser una muchacha de manos feas, «¿aún no pensó en eso?» Nunca había pensado antes, nunca me importaron las manos, pero en el instante en que él hizo la pregunta empecé a preocuparme. ¿Y si un día se las rechazan como hojas defectuosas? O insignificantes. Dejé de roer las uñas y dejé de mentir. O mentir menos, más de una vez se refirió al horror que tenía por todo lo que olía a falsedad, escamoteo. Estábamos sentados en el balcón. Él seleccionaba las hojas aún húmedas de rocío cuando me preguntó si ya había oído hablar de las hojas perennes. ¿No?
Alisaba el tierno terciopelo de una hoja de malva manzana. La apariencia apareció blanda al amasar la hoja en los dedos y sintió su perfume. Las hojas persistentes vivían incluso hasta tres años, pero las caedizas amarilleaban y se soltaban con el soplo del primer viento. Así era la mentira, hoja caediza que podía parecer muy brillante pero su vida era breve. Cuando el mentiroso mirase hacia atrás, vería al final de todo un árbol desnudo. Sequía. Pero los sinceros, esos tendrían un árbol de intenso follaje agitado por el viento lleno de pajaritos, y abrió las manos para imitar el revoloteo de las hojas y las alas. Cerré las mías. Cerré la boca incandescente ahora que los tocones de las uñas (ya crecidas) suponían más tentación y un castigo mayor. Podía decirle que justamente por encontrarme así disminuida, necesitaba cubrirme con la mentira como cubre un manto fulgurante. Decirle que delante de él, más que ante los demás, tenía que inventar y fantasear para obligarle a demorarse conmigo como se demoraba ahora con la hoja de verbena – ¿Es que no percibía esa razón tan simple?
Llegó al sitio con sus largos pantalones de franela gris y el grueso suéter de lana tejida en trenza, era invierno. Y era de noche. Mi madre había quemado incienso (era viernes) y preparó el Cuarto del Jorobado, corría en la familia la historia de un jorobado que se perdió en el bosque y mi bisabuela lo instaló en aquel cuarto que era el más caliente de la casa, no podía haber otro lugar mejor para un jorobado perdido o para un primo convaleciente.
¿Convaleciente de qué? ¿Qué enfermedad tenía él? Tía Marita, que era divertidilla y le gustaba pintarse, respondió riendo (hablaba riendo) que nuestros tés y los buenos aires hacían milagros. Tía Clotilde, oprimida, reticente, dio aquella respuesta que servía para cualquier tipo de pregunta: todo en la vida podía cambiar menos el destino rayado en la mano, ella sabía leer las líneas de las manos. «Va a dormir como un tronco» – cuchicheó tía Marita cuando me pidió que le llevara el té de tila. Lo encontré recostado en el sillón, la manta de rombos cubriendo las piernas. Aspiró el té. Y me miró: «¿Quieres ser mi asistente?» Preguntó expeliendo una fumada. «El insomnio me tomó por el pie, ando tan bajo de forma, necesito que me ayudes. La tarea es recoger hojas para mi colección, las vas juntando según tu buen entender y después las selecciono. Y como no me puedo mover mucho, tendrás que ir solita”, dijo y desvió la mirada líquida hacia la hoja que flotaba en la jícara. Sus manos temblaban tanto que la jícara se desbordó hasta el platillo. Es el frío, pensé- Mas siguieron temblando al día siguiente que hizo sol, amarillentas como los esqueletos de yerbas que yo buscaba en el bosque y quemaba con la llama de la vela. Pero, ¿qué mal sufre?, pregunté, y mi madre respondió que aunque lo supiese no lo diría, formaba ella parte de un tiempo en que la enfermedad era asunto íntimo.
Yo siempre mentía, con o sin motivo. Mentía principalmente a la tía Marita que era bastante tonta. Menos a mi madre porque tenía miedo de Dios, y menos aún a la tía Clotilde que era medio hechicera y sabía ver el interior de las personas. Cuando se daba la ocasión, me dirigía por caminos más imprevistos, sin el menor cálculo de vuelta. Todo al azar. Pero poco a poco, ante él, mi mentira comenzó a ser dirigida, con un objetivo correcto. Sería más simple, por ejemplo, decir que recogí la hoja de abedul cerca del arroyo, donde estaba la acacia. Pero era necesario aprovechar el instante en que se detenía en mí, ocuparlo antes de ser puesta yo a un lado como las hojas sin interés, amontonadas en la cesta. Entonces ramificaba peligros; exageraba dificultades, inventaba historias que agrandaban la mentira. Hasta quedar yo cortada a cercén con un rápido golpe de ojos, sin palabras, pues con la mirada hacía él rodar enmudecida a la hidra verde, mientras en mi cara se teñía de rojo la sangre de la hidra.
Ahora me vas a contar de verdad como sucedió: me pedía suavemente, poniendo la mano en mi cabeza. Su mirada era transparente. Directo. Quería la verdad. Y la verdad era tan poco atractiva como la hoja del rosal, le expliqué eso mismo, esa verdad tan trivial como esa hoja. Me entregó la lupa y abrió la hoja en la palma de la mano: «Mira entonces de cerca.» No miré la hoja, no me importaba la hoja; pero su piel ligeramente húmeda, blanca como papel con su misterioso enmarañado de líneas, estallaba aquí y allá en estrellas. Fui recorriendo las cimas y las depresiones, ¿dónde estaban el comienzo o el fin?, Mantuve la lupa en un espacio de líneas, tan disciplinadas, que por ellas podía pasar el arado, ¡uf! Sentí ganas de acostar mi cabeza en el suelo. Separé la hoja, quería ver sólo los caminos. Lo que significaba ese cruce, pregunté y él me tiró del pelo: «¡También tú, niña?»
Con las cartas de la baraja, tía Clotilde ya le había desvelado el pasado y el presente. «Y más desvelaría» – agregó guardando la lupa en el bolsillo del delantal blanco, en ocasiones se ponía el delantal. ¿Qué vio en ellas? Al momento, tantas cosas… Entre lo más importante, sólo eso, que en el fin de semana vendría una amiga a buscarlo, una muchacha muy bonita, podía ver hasta el color de su vestido de corte anticuado, verde musgo. Los cabellos largos, con reflejos cobrizos, ¡muy fuerte el reflejo en la palma de la mano!
Una hormiga roja entró por la grieta del empedrado y se llevó su pedazo de hoja, velero desarbolado impulsado por el viento. Soplé yo también, ¡la hormiga es un insecto!, grité, las piernas flexionadas, los brazos sueltos hacia delante y hacia atrás, con el gesto del mono, ¡hi hi! ¡hu hu! es un insecto! un insecto! repetí rodando por el suelo. Él se reía y trataba de levantarme, te vas a lastimar, niña, ¡ten cuidado! Hui al campo, con los ojos desvariados de pimienta y sal, sal en la boca, no, no venía nadie, simple locura, una loca barrida esa tía, invención de ella, invención pura, ¿cómo podía? ¿Hasta el color del vestido, verde musgo? Y los cabellos, una loca, tan loca como la hermana de cara pintada hecha un payaso, riendo y tejiendo sus alfombritas, centenares de alfombritas por la casa, en la cocina, en el cuarto de baño, ¡dos locas!
Me lavé los ojos ciegos de dolor, me lavé la boca grávida de lágrimas, las últimas hebras de uña quemándome la lengua, ¡no! No. No existía nadie de pelo cobrizo que fuera a aparecer el fin de semana para recogerlo, él no se iba a ir nunca más, ¡NUNCA MÁS! Repetí y mi madre que me venía a llamar para el almuerzo terminó riéndose con la cara de demonio que puse, disfrazaba el miedo poniendo cara de miedo. Y la gente se distraía con esas muecas y no pensaban más en mí.
Cuando le entregué la hoja de hiedra con forma de corazón (un corazón de nervaduras temblorosas que se abría en abanico hasta los bordes verde azulados) él besó la hoja y se la llevó al pecho. La colocó en el tejido del suéter: «Esta va a estar guardada aquí.» Pero no me miró ni siquiera cuando salí tropezando en la cesta. Corrí hasta la higuera, puesto de observación donde podía ver sin ser vista. A través de la malla de hierro del pasamanos de la escalera, me pareció menos pálido. La piel más seca y más firme, la mano que sostenía la lupa sobre la lámina de las espinas del brezo. ¿Se estaba recuperando, no se recuperaba? Abracé el tronco de la higuera y por primera vez sentí que abrazaba a Dios.
El sábado, me levanté más temprano. El sol expulsaba a la niebla, el día sería azul cuando consiguiera romperla. «¿Dónde vas con ese vestido de desaliñada maria-mijona, ?», Preguntó mi madre dándome la taza de café con leche. ¿Por qué se descompuso la barra? Desvié su atención hacia la serpiente que dijo haber visto en la terraza, toda negra con rayas rojas, ¿sería un coral? Cuando ella corrió con la tía para verla, cogí la cesta y entré en el bosque, ¿cómo explicarle? Que descolgara todas las barras de las faldas para ocultar mis piernas finas, llenas de marcas de picaduras de mosquitos. Con una alegría incoherente fui recogiendo las hojas, mordí guayabas verdes, arrojé piedras a los árboles, espantando a los pajaritos que cuchicheaban sus sueños, lastimándome de contento por entre la enramada. Corría hasta el arroyo. Alcancé una mariposa y, sosteniéndola por las puntas de las alas, la dejé en la corola de una flor, ¡te suelto en medio de la miel! la grité. ¿Qué voy a recibir a cambio? Cuando perdí el aliento, me tumbé de espaldas sobre las hierbas del suelo. Me quedé riendo hacia el cielo neblinoso detrás de la red tupida de las ramas. Me volví de bruces y desmigué entre los dedos hongos tan blandos que mi boca comenzó a llenarse de agua. Fui avanzando a rastras hasta el pequeño valle de sombra debajo de la piedra.
Allí hacía más frío y eran más grandes los champiñones, que goteaban un líquido viscoso de sus sombreros hinchados. Salvé a una abejita de las mandíbulas de una araña, permitiendo que la hormiga saúva gigante arrebatara a la araña y la llevara en la cabeza como un fardo de ropa pataleando, pero retrocedí cuando apareció el escarabajo de labio leporino. Por un instante me vi reflejada en sus ojos facetados. Dio media vuelta y se escondió en el fondo de la grieta. Levanté la piedra: el escarabajo había desaparecido, pero en la lava cortada vi una hoja que no había encontrado antes, única. Solitaria. ¿Pero qué hoja era ésa? Tenía la forma aguda de una hoz, el verde del dorso con pintas rojas irregulares como gotas de sangre. ¿En una pequeña hoz ensangrentada se convirtió el escarabajo? Escondí la hoja en el bolsillo, pieza principal de un juego confuso. A esa hoja no la pondría con las otras hojas, esa tenía que quedarse conmigo, secreto que no podía ser visto. Ni tocado. Tia Clotilde adivinaba los destinos pero yo podía modificarlos, ¡así, así! y aplastar con la suela del zapato la termita que se armaba debajo del almendro. Me fui caminando pomposa porque en el bolsillo donde llevaba el amor llevaba ahora la muerte.
Tía Marita vino a mi encuentro, más afligida y tartamuda que de costumbre. Antes de hablar comenzó a reír: «Creo que vamos a perder a nuestro botánico, ¿sabes quién llegó? La amiga, la misma muchacha que Clotilde vio de su mano, recuerda. Los dos se van en el tren de la tarde, ella es linda como los amores, claro que Clotilde vio a una muchacha igualita, estoy toda horrorizada, mira ahí, me preguntó cómo la hermana adivina una cosa así.
Dejé en la escalera los zapatos pesados de barro. Solté la cesta. Tía Marita me enlazó por la cintura mientras se esforzaba en recordar el nombre de la recién llegada, un nombre de flor, ¿como era? Hizo una pausa para admirar mi cara blanca, ¿y ese blanco de repente? Yo respondí que volvía corriendo, mi boca estaba seca y el corazón hacía tantán muy alto, ¿ella no lo oía? Puso el oído en mi pecho y se rio agitándose por completo, cuando tenía mi edad ¿cree que no vivía a trompicones?
Me fui acercando a la ventana. A través del cristal (poderoso como lupa) vi a los dos. Ella sentada con el álbum de fotos en el regazo. Él, de pie y un poco separado de la silla, acariciándole el cuello y con la mirada de mirar las hojas escogidas, la misma suavidad de dedos yendo y viniendo en el terciopelo de la malva manzana. El vestido no era verde, pero los cabellos sueltos tenían el reflejo cobrizo que había aparecido en la mano. Cuando me vio, vino hasta la balconada con su andar tranquilo. Pero vaciló cuando dijo que esa era nuestra última cesta, ¿por casualidad no me habían avisado? El llamamiento era urgente, tendrían que volver esa tarde. Sentía perder tan devota ayudante pero un día, ¿quién sabe? … Necesitaba preguntar a tía Clotilde en qué línea del destino aparecían los reencuentros.
Le tendí la cesta, pero en vez de agarrar la cesta, comprobó mi pulso: yo estaba escondiendo algo, ¿no era así? ¿Qué estaba escondiendo, qué? Traté de librarme huyendo por los lados, a impulsos, no estoy escondiendo nada, ¡me suelta! Él me soltó, pero continuó allí, de pie, sin quitarme los ojos de encima. Encogí cuando me tocó el brazo: «¿Y nuestro trato de decir solo la verdad? ¿He? ¿Olvidaste nuestro trato?» – preguntó bajito.
Introduje la mano en el bolsillo y apreté la hoja, intacta la humedad pegajosa de la punta aguda, donde se concentraban las manchas. Él esperaba. Entonces quise arrancar la pieza de ganchillo de la mesita, cubrirme con ella la cabeza y hacer monadas, ¡hi hi! ¡hu hu! hasta verlo reír por los agujeros de la malla, quise saltar de la escalera y salir corriendo en zigzag hasta el arroyo, me vi arrojando la hoz al agua, ¡deseando que desapareciera en la corriente! Fui levantando la cabeza. Él seguía esperando, y ¿entonces? En el fondo de la habitación, su muchacha también esperaba una niebla de oro, había roto el sol. Lo miré por última vez, sin remordimiento, ¿quieres esto? Le entregué la hoja.
PSdeJ Traducido en El Escorial el dia 19 de septiembre de 2017
Carta de Carlos Drummond de Andrade a Lygia
Lygia:
Ciranda de Pedra é um grande livro, e V. é uma romancista de verdade — eis, em resumo, o que tenho a dizer-lhe depois de ler seus originais com um interesse que não excluía o espírito crítico e se foi convertendo em emoção de leitor fascinado pelo texto. Contando com grande fôlego, dispondo cenas e episódios com uma segurança de quem sabe o que está fazendo, criando realmente pessoas vivas e não simples personagens, V. compôs um livro perturbador, que nos prende e nos assusta, que nos faz sofrer e ao mesmo tempo nos oferece o remédio compensador da própria arte, pois a força da criação resolve num plano mágico os conflitos que ela mesma suscita. Admirei particularmente o instinto sutil de ficcionista, que evitou as cenas fáceis ou de mau gosto, abrindo caminho sempre através do difícil mas não deixando transparecer o esforço da construção. É um livro duro, mas sem nenhuma passagem escabrosa. As notações psicológicas são as mais finas, e a evolução da trama vai oferecendo quadros de costumes que dão à obra importância como documento social, sem entretanto lhe tirar qualquer de suas qualidades como obra puramente literária, isto é, obra de arte, válida por si mesma.
A cena da noite de Natal é um dos episódios de romance mais completos que já li, e bastaria, sozinha, para consagrar um autor. Lygia, V. correspondeu cem por cento à confiança que os amigos depositavam na sua capacidade criadora. Seu livro ganha longe da nossa ficção raquítica de hoje, e se coloca num plano de dignidade literária que lhe assegura permanência. V. deve sentir-se bem paga de toda a canseira que isto lhe custou, do sofrimento que sem dúvida foi seu companheiro durante dias e dias em que os problemas da criação se acumulavam, desafiando-a. Imagino sua alegria justa, e a do Goffredo também. Demorei a escrever porque, logo depois de ter recebido os originais, tive de ir a Minas, lá me demorando algum tempo. E aqui a vida me pegou na sua engrenagem de coisinhas chatas. Agora vou tratar de levar seu livro ao editor, e o que desejo é que os avaliadores da obra estejam em condições de sentir a sua alta qualidade. A telefonista de Araras esforçou-se há dias para fazer a ligação que V. pedira. Ouvi uma voz no éter: “a fazenda… porque a fazenda…” depois mais nada. E foi pena. Lygia, estou contente e orgulhoso de ser seu amigo (sempre estive, mas agora mais, depois de Ciranda de Pedra).
Abraços e saudades do velho CarlosFoto
Carlos Drummond e Lygia Fagundes
Como ibérico, heredero de dos lenguas complementarias, de dos culturas que suman, de dos literaturas amplias y diversas; por mi amor a todo lo que en Europa y América, África y Asia, han creado y difundido, sumando lo que la inmigración ha llevado a múltiples lugares; creo conveniente dar a conocer a los lectores de ambos lados este informe magnífico de Antonio Maura, gran estudioso de la Literatura Brasileña y Académico Correspondiente da Academia Brasileira de Letras, que a continuación pongo.
INFORME ACERCA DE LA DIFUSIÓN DE LA CULTURA BRASILEÑA
Antonio Maura / Universidad Complutense de Madrid
Aproximación a una historia del brasileñismo español
Dicen que el espíritu ibérico queda definido por la individualidad. Por lo que se refiere a la difusión de la cultura brasileña en nuestro país, esta parece ser la verdad. Tal vez las cosas estén cambiando y los Centros de Estudios Brasileños y Departamentos de Estudios Brasileños en diferentes universidades españolas, así como la labor, nunca lo suficientemente encomiada, de la Fundación Cultural Hispano-Brasileña hagan que esa etapa individualista pase a la historia. Pero las cosas no fueron así hasta ahora y, en gran medida, aún no lo son. Por ello, si quiero hacer el relato de una historia de la difusión de la cultura brasileña, no puedo hablar de grupos, sino de individualidades solitarias que actuaron como francotiradores del ámbito intelectual. La primera figura de la que tengamos noticia que escribió acerca de la literatura brasileña fue el novelista cordobés, Juan Valera, quien, tras una estancia de dos años en misión diplomática en Río de Janeiro, escribió una colección de artículos para la Revista Española de Ambos Mundos que, más tarde, reunió en forma de ensayo breve bajo el título De la poesía del Brasil y se publicó en Madrid en 1855.
En este pequeño tratado comenta la diferencia existente entre el paisaje brasileño y el portugués, su naturaleza imponente y bella, así como las distintas razas y poblaciones que las habitan. Brasil cuenta con el hecho diferencial del indígena y del negro, esclavo o manumitido, que tiene excelentes dotes musicales. Todo ello, en opinión de Valera, contribuye a «acalorar la imaginación de los brasileños y a predisponerlos notablemente para la poesía». Son cuatro los poetas a los que se refiere principalmente en su escrito el novelista cordobés: dos del siglo XVIII y dos del XIX. De todos ellos destaca su temática indigenista y la grandeza de sus descripciones paisajísticas acordes con la exuberante naturaleza brasileña. El primero es José Basilio da Gama, autor de Uraguai, poema publicado en 1769, que Valera describe y del que reproduce unas cuantas estrofas en su idioma original. El segundo es José de Santa Rita Durão, autor del poema Caramurú, publicado en 1781, del que también se describe su contenido y se reproducen algunos versos. Por lo que se refiere al poeta del XIX, Antonio Gonçalves Dias, el autor menciona algunas de sus composiciones, como el poema I-Juca-Pirama, donde «pinta maravillosamente las fieras costumbres de las tribus salvajes». Finalmente, se compromete a hablar con más detenimiento de la nueva poesía que está surgiendo en el país americano y, especialmente, de Manuel Araujo Porto-Alegre. Sin embargo, Juan Valera nunca cumplió su promesa ni tampoco ninguno de los escritores de su generación se ocupó de la literatura brasileña.
Hubo que esperar a comienzos de la década del veinte del pasado siglo, cuando Rafael Cansinos-Assens tradujo para la Editorial-América, de Madrid, una selección de relatos breves de Machado de Assis que se publicaron con el título de Sus mejores cuentos. Por otra parte, el poeta modernista Francisco Villaespesa inició en 1930 sus traducciones de la poesía en lengua portuguesa de América. El gran proyecto de Villaespesa era –por encargo del gobierno brasileño– crear una «Biblioteca brasileña» de ochenta volúmenes, que recogiera las obras más importantes de sus más significativos autores. Sin embargo, por desgracia, una súbita enfermedad hizo que abandonase su trabajo y regresase a España, donde murió en 1936. Este hecho y la pérdida de un baúl en el que transportaba sus documentos provocó que sólo vieran la luz los tres primeros títulos: Sonetos y poemas de Olavo Bilac, El navío negrero y otros poemas de Castro Alves y Toda la América de Ronald de Carvalho. En el número de la Revista de Cultura Brasileña, correspondiente a junio de 1978, se recogieron algunas de aquellas versiones que no llegaron a ver la luz en forma de libro. La extraordinaria capacidad versificadora de Villaespesa, que fue uno de los más destacados representantes del modernismo español, permite suponer que la «Biblioteca brasileña» hubiese sido fundamental para la historia de la traducción y la difusión de la literatura brasileña en España.
Cerca de veinte años más tarde de aquel proyecto truncado, Oswaldo Rico publicó en 1948 (M., Instituto M. de Cervantes) una antología con el título Poetas del Brasil, bastante incompleta, entre otras razones, por ignorar la poesía escrita en la primera mitad del siglo XX. Poco después, Alfonso Pintó tradujo una Antología de poetas brasileños de ahora, dentro de la colección «O Livro Inconsútil», que editó en una pequeña imprenta artesanal el poeta João Cabral de Melo Neto, destinado como diplomático en Barcelona entre 1947 y 1950. La antología de Pintó completa, en parte, la selección de Rico al recoger poemas de algunos autores que no habían sido incluidos en la antología de 1948. Por su parte, João Cabral, que tuvo la oportunidad de contactar en Barcelona con intelectuales y artistas españoles, reunió en la mencionada colección, de escasa tirada, aunque de gran calidad tipográfica y estética, a poetas catalanes como Joan Brossa o Juan Eduardo Cirlot con los brasileños Manuel Bandeira, Vinicius de Moraes o él mismo.
REVISTA DE CULTURA BRASILEÑA
Hablar de João Cabral es también hablar de la Revista de Cultura Brasileña que fundó, en 1962, con el poeta español Ángel Crespo. Esta publicación nació para divulgar la cultura y la literatura brasileñas. En su primera etapa, desde junio de 1962 a marzo de 1970, bajo la dirección de Ángel Crespo, se difundió fundamentalmente la poesía brasileña: Murilo Mendes, João Cabral, Drummond de Andrade, Oswald y Mário de Andrade, Cecilia Meireles, Lêdo Ivo, Jorge de Lima, Vinicius de Morais, Augusto Frederico Schimdt, Raul Bopp, entre otros, vieron sus poemas traducidos por la pluma maestra de Ángel Crespo y del también poeta y académico Dámaso Alonso. A estos poetas se sumaron también las figuras de Gonçalves Dias, Casimiro de Abreu, Sousândrade, Castro Alves, Cruz e Sousa, Alphonsus de Guimaraens y Raul de Leoni. Algunos estudios literarios firmados por el director de la revista, Ángel Crespo, y por su secretaria de redacción, Pilar Gómez Bedate, versaron sobre la obra de João Cabral y sobre los poetas que se agruparon alrededor del grupo Tendência, de Praxis, así como sobre la Poesía Concreta brasileña.
Todo ello con el fin de dar un entorno histórico y estético a los poemas traducidos que, en aquel momento, eran completamente desconocidos en España. Pero no sólo a la poesía se dedicó la Revista de Cultura Brasileña, sino también a la prosa. Autores como João Guimarães Rosa, Clarice Lispector, Jorge Amado, Nélida Piñón, Otto Lara Resende fueron divulgados por medio de las traducciones de algunos de sus relatos breves o de números especiales que trataron sobre sus trayectorias y personalidad literarias. En este sentido hay que destacar los números especiales dedicados a las figuras de João Guimarães Rosa (junio de 1964) y a Nélida Piñón (marzo de 1968). A partir de mayo de 1971 la Revista de Cultura Brasileña fue dirigida por Manuel Augusto García Viñolas, cineasta, periodista, diplomático y vividor, amigo en su juventud de Lorca, Dalí, Marañón, Alberti o Cela, entre otros. Bajo su dirección en la RCB primaron los aspectos sociológicos, antropológicos, plásticos y musicales sobre los estrictamente literarios. Esto no quiere decir que no siguieran apareciendo estudios sobre la novela y el cuento brasileños de las décadas del cincuenta y sesenta o ensayos sobre las obras de Guimarães Rosa, Clarice Lispector o Nélida Piñón, entre otros. La Revista de Cultura Brasileña siguió publicándose hasta noviembre de 1981 y fue, sin duda, uno de los vehículos más importantes de la divulgación la cultura brasileña en España.
Al final de la década del 90, la Embajada de Brasil en España se propuso recuperar la Revista de Cultura Brasileña y de hecho ha publicado, hasta el momento, ocho números especiales numerados del 0 al 7. El último de estos números se ha publicado este mismo año y es un homenaje a la figura de Machado de Assis. Los anteriores se han ocupado de arte, arquitectura, sociología o se han dedicado en exclusiva a una de las figuras más significativas, en el siglo, XX, de la literatura brasileña: João Guimarães Rosa.
GUIA DE LIBROS BRASILEÑOS
Paralelamente a la labor de dirección de la Revista de Cultura Brasileña, Ángel Crespo, en la década del 60, tradujo algunas colecciones de poesía como Poemas de Gonçalves Dias, Ocho poetas brasileños y una extraordinaria Antología de la Poesía Brasileña, ya en 1973. Pero, sin duda, su trabajo de mayor importancia fue la versión española de Grande Sertão: Veredas, que publicó la Editorial Seix-Barral en 1967 y que fue especialmente valorada por el propio Guimarães Rosa tan exigente, como es sabido, en cuanto a las traducciones de su obra. Un año más tarde la misma editorial publicaría la traducción, esta vez de Virginia Fagnani, de Primeiras Estórias y, posteriormente, Pilar Gómez Bedate tradujo Manuelzão e Miguilim. Ángel Crespo tradujo también Tebas do meu Coração, de Nélida Piñón. Por otra parte, hay que destacar la versión española de una selección de poemas de Carlos Drummond de Andrade, realizada por Rafael Santos Torroella en 1951. También debemos mencionar la versión que la editorial barcelonesa Luis de Caralt publicó, en 1957, de la novela Cangaceiros, de José Lins do Rego o, en 1964, Encontro Marcado, de Fernando Sabino.
En la década del 70 hay que destacar la labor de otro de los grandes brasileñistas españoles. Me refiero a Basilio Losada quien, a partir de 1970, comenzó a traducir sistemáticamente literatura brasileña. Os Velhos Marinheiros, Os Pastores da Noite, Jubiabá, Seara Vermelha, Os Subterrâneos da Liberdade y, más tarde, Navegação de Cabotagem y O Descubrimento da América pelos Turcos, de Jorge Amado, vieron la luz en España en el castellano siempre ágil, siempre elegante del profesor Losada quien, paralelamente, desarrollaría una importante labor en la Universidad de Barcelona con la creación del Departamento de Literatura Galaico-Portuguesa, donde actualmente se incluyen cursos de literatura brasileña. A Basilio Losada se le debe también la traducción de Helena, de Machado de Assis, de Perto do Coração Selvagem, de Clarice Lispector, de As Horas Nuas, de Lygia Fagundes Telles, de O Quinze, de Rachel de Queiroz, de A Barca dos Homens y Uma Vida em Segredo, de Autran Dourado, de Quarup, de Antônio Callado, de Mad Maria y Galvez, Imperador do Acre, de Márcio Souza, de Bufo & Spallanzani, O Cobrador y Secreções, excreções e desatinos, de Rubem Fonseca y de Sombras de Reis Barbudos, de José J. Veiga y, entre otros títulos significativos, la que ha realizado de la novela de Joao Silverio Trevisan Ana em Venecia.
Otra de las personalidades dentro del brasileñismo español es Pablo del Barco quien tradujo Itabira, de Drummond de Andrade, A Educação pela Pedra, de João Cabral de Melo Neto o Poema sujo, de Ferreira Gullar, entre otros, así como las novelas Maíra y O Mulo, de Darcí Ribeiro, Feliz Ano Novo, de Rubem Fonseca y Estorvo, de Chico Buarque. Pero su trabajo más significativo es la edición crítica de Dom Casmurro, de Machado de Assis, para la editorial Cátedra, de Madrid, en 1991. Recientemente a Pablo del Barco le debemos la traducción de Tempo espanhol, de Murilo Mendes. Actualmente, junto con el profesor Perfecto Cuadrado, es responsable de una edición de Obras Escogidas, de Machado de Assis, para la prestigiosa Biblioteca de Literatura Universal (BLU). A la escritora uruguaya Cristina Peri Rosi se le deben las traducciones de Avalovara, de Osman Lins, Angustia, de Graciliano Ramos, Laços de Família y Onde Estiveste de Noite, de Clarice Lispector, Zero, de Ignácio de Loyola Brandão y Novelas nada Exemplares, de Dalton Trevisan, entre otras. A Elena Losada, hija de Basilio y directora del Departamento de Lengua y Literatura Galaico-Portuguesa de la Universidad de Barcelona, debemos la traducción de Boca do Inferno, de Ana Miranda, y numerosos estudios sobre autores brasileños entre los que destacan los dedicados a la escritora Clarice Lispector.
En la actualidad es la responsable de la traducción y edición de la Obra Completa de Clarice Lispector para la editorial Siruela.
Mario Merlino, que lamentablemente falleció el año pasado, tradujo numerosos títulos brasileños entre los que habría que destacar A Rainha dos Cárceres da Grecia, de Osman Lins, Um sopro de vida, de Clarice Lispector, A Força do Destino, de Nélida Piñón, Lavôura Arcaica, de Raduan Nassar, Vida e Paixão de Pandomar, o Cruel, Sargento Getúlio, Viva o Povo Brasileiro, O Sorriso de Lagarto y O feitiço da ilha do pavão, de João Ubaldo Ribeiro, algunas colecciones de cuentos de Lygia Fagundes Telles y, en uno de sus últimos trabajos, la obra de Paulo Lins, A cidade de Deus. Habría que destacar también otras traducciones significativas como la de José Ángel Cilleruelo de Memórias Póstumas de Brás Cubas, de Machado de Assis, la de Héctor Olea de Macunaíma, de Mário de Andrade, la de Alberto Villalba de A Paixão segundo G.H., de Clarice Lispector o las de Monserrat Mira de algunas novelas de Jorge Amado como Tieta do Agreste y O Sumiço da Santa.
Son significativas también las traducciones de Claudio Murilo de una Antología Poética de Drummond de Andrade o la de Adolfo Montejo Navas de Cabeça de Homem, de Armando Freitas Filho y de una antología de la poesía brasileña, que bajo el título de Constelación celeste publicó la editorial Árdora en 2001. Un año antes, la Universidad de Palma de Mallorca publicó un clásico de la literatura indígena, Antes o mundo não existía, de Umúsin Panlõn Kumu y Tolamãn Kenhíri, dos indios Dêsana, del alto río Negro. La edición de este libro se debe al profesor de la Universidad de Extremadura, José Ignacio Uzquiza, en colaboración con los antropólogos brasileños Berta G. Ribeiro y Hélder Ferreira Montero. No quiero terminar esta referencia a los traductores españoles de libros brasileños sin mencionar a José Luis Sánchez, formado en la Universidad de Barcelona, que ha traducido cerca de cuarenta títulos diversos autores brasileños como Machado de Assis, Lima Barreto, José de Alencar, Sergio Sant’Anna o Antônio Torres, entre otros. Es importante mencionar también las mesas redondas que la Casa de América ha dedicado a J. M. Machado de Assis (1996) y a Clarice Lispector (1997) así como las biografías de estos autores que ha publicado la Ed. Omega y que han sido firmadas respectivamente por Jorge Edwards y Laura Freixas, escritora que acaba de publicar otro libro sobre Clarice Lispector titulado Ladrona de rosas. Sobre Clarice Lispector ha aparecido recientemente en España un estudio comparativo de la autora brasileña con la pensadora española María Zambrano. Este trabajo, que recibe el título Clarice Lispector y María Zambrano: el pensamiento poético de la creación, está firmado por Myriam Jiménez Quenguan.
REVISTAS DE DIFUSIÓN CULTURAL, MUESTRAS DE ARTE Y DE MÚSICA
Por otra parte, a partir de 1981 se fueron editando números especiales de diferentes revistas cuyo tema monográfico era la cultura brasileña. En este apartado es importante destacar el número 11 de la Revista El Paseante, que editó en 1985 la editorial Siruela y que fue dedicado exclusivamente a la literatura, arte y cultura brasileñas, que tuve el enorme placer de coordinar junto con el entonces director de la editorial, Jacobo Siruela. Los números 11 y 12 de la Revista Sintesis, de mayo a diciembre de 1990 analizaron el pensamiento político y la economía brasileña. La Revista El Urogallo, dedicó un número doble en julio-agosto de 1995, a La mujer en la Cultura Brasileña, que coordiné junto con el diplomático André Amado. La revista Anthropos dedicó también un número especial en 1997 a la escritora Clarice Lispector, que coordiné junto a Elena Losada. Por su parte, la Revista de Occidente, en su número de noviembre de 1995, trató también de diversos aspectos de la cultura brasileña. En febrero de 2008 la misma revista dedicó un número especial al arte brasileño, coincidiendo con la presencia de Brasil como país invitado en la Feria de ARCO. Por su parte, la Revista Lapiz había ya dedicado un número especial al arte brasileño en julioseptiembre de 1997 y, a partir de ese momento, publica regularmente trabajos y comentarios sobre el arte y los artistas brasileños. También se editó una publicación de referencia con ocasión de la exposición, que se realizó en el 2000 en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM). Dicho catálogo llevó el título Brasil, de la antropofagia a Brasilia (1920-1950) y fue coordinado por Jorge Schwartz. El propio Jorge Schwartz organizó una exposición antológica de Tarsila de Amaral en la Fundación Juan March, en 2009, con un espléndido catálogo de la misma y la edición de libros facsimilares de Pau Brasil, de Oswald de Andrade y de los cuadernos de viaje por Brasil del poeta Blaise Cendrars.
Un año antes el artista brasileño, Cildo Meireles, obtenía el prestigioso Premio Velázquez de Artes Plásticas que concede el Ministerio de Cultura Español. En el campo del arte, se suceden la exposiciones de artistas contemporáneos brasileños como del propio Cildo Meireles, Waltercio Caldas, Adriana Varejão, Mira Schendel, Rosângela Rennó, Mario Cravo Neto, y un largo etcétera que incluye también al artista José Damasceno, cuyas obras están en la actualidad siendo mostradas en la Galería Distrito 4, de Madrid. No podemos olvidar tampoco a personas que han divulgado la música brasileña a través de los medios de comunicación como son Carlos Galilea o Rodolfo Poveda, entre otros.
UNIVERSIDADES, FUNDACIÓN CULTURAL HISPANO-BRASILEÑA Sin embargo nada de esto será realmente importante si no se concentran los esfuerzos y se crean equipos de brasileñistas a través de publicaciones periódicas, de Departamentos de Cultura Brasileña en Universidades españolas, de intercambios de profesores, de tesis doctórales sobre los más variados aspectos y de círculos de estudiantes interesados por lo brasileño. En este sentido, tenemos que mencionar la labor realizada por Carmen Villarino, en la Universidad de Santiago, de Pablo del Barco en Sevilla, de Elena Losada y Wagner Novaes, en Barcelona, de Carlos Castro Brunetto en la Universidad de La Laguna, de Perfecto Cuadrado, de la Universidad de Mallorca, de Luisa Trias Folch o de la Universidad de Granada, autora de un manual de literatura brasileña, publicado en 2006.
En el área de Geografía y Ciencias Sociales cabe mencionar a los profesores de la Universidad Complutense Rafael Díaz Maderuelo, Roberto Carballo y José Carpio. Por último, pero no menos importante, hay que destacar la labor de Bruno Ayllón en el campo de las Relaciones Internacionales. Dentro también del ámbito universitario, hay que valorar especialmente, por su labor ejemplar y continuidad, el trabajo realizado en la Universidad de Salamanca por el equipo que trabaja en el Centro de Estudios Brasileños, que ha tenido ha tenido un excelente director en el profesor José Manuel Santos y, en la actualidad, en Gonzalo Gómez Dacal. En Salamanca trabaja también Ascensión Rivas, una joven profesora que ya ha publicado algunos estudios enjundiosos de literatura brasileña.
Por otra parte, el servicio de publicaciones de esa universidad ha editado libros de gran importancia y significación en los campos de la poesía, la historia, la economía y las relaciones internacionales. Pero, sin duda, la difusión de la cultura brasileña en España no hubiera sido posible sin la actividad inagotable de la Fundación Cultural Hispano-Brasileña, de su equipo y de su director, Rafael López de Andujar, que ha apoyado numerosos proyectos de orden cultural y científico como la creación de la Cátedra de Economía, Celso Furtado, con la que ha colaborado muy estrechamente Alfredo Arahuetes, de la Universidad Pontificia de Comillas. Pero también se han organizado seminarios y programas culturales en la Residencia de Estudiantes, en la Casa de América o en la Casa Árabe, de Madrid, así como en distintas instituciones públicas y privadas, donde se han presentado gran número de exposiciones, debates literarios y económicos, conciertos y encuentros diversos como los que se celebraron entre brasileñistas españoles y europeos en las ciudades de Madrid y de Salamanca en los años 2007 y 2008.
En esta última década hay que destacar la aparición de una antología de la poesía de Lêdo Ivo, que lleva por título La aldea de sal, realizada por Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre. Dentro de la historia e interpretación de Brasil han aparecido en el panorama español dos obras significativas: la traducción del profesor de la Universidad de Salamanca, José Manuel Santos, de la Historia de Brasil. Una interpretación, de Carlos Guilherme Mota y Adriana Lopez, publicada en 2009, así como mi traducción de la magna obra de Gilberto Freyre, Casa Grande & Senzala, que salió de imprenta en octubre de 2010. Se trata de dos textos fundamentales para conocer la formación de Brasil como suma de culturas ancestrales: africanas, orientales, europeas e indígenas. Sin duda que queda mucho por hacer, pero también se ha recorrido un largo camino y creo se han afirmado las bases para un encuentro entre los dos países que, legendariamente, vivían ajenos uno al otro. Algo semejante ha sucedido con Portugal, históricamente mucho más próximo de Inglaterra que de su vecino peninsular. Felizmente las cosas han cambiado y confío que cambiarán mucho más en el futuro. Antonio Maura
https://fchb.es/doc/saladeprensa/doc_40.pdf
Antonio Maura
Antonio Maura (Bilbao, 1953) es licenciado en Filosofía y en periodismo, y es doctor en Filología Románica por la Universidad Complutense de Madrid con la primera tesis defendida en España sobre un escritor brasileño, ‘El discurso narrativo de Clarice Lispector’ (octubre, 1997).
Entre 2005 y 2009 fue director de la Cátedra de Estudios Brasileños en la Universidad Complutense de Madrid. Además fue profesor visitante en la Universidad Federal de Ceará (Brasil) y director de la Casa de Cultura Hispánica en dicha Universidad (1982-85). Es Académico correspondiente de la Academia Brasileira de Letras
Discurso narrativo e ficcional de Lygia Fagundes Telles
CARRIJO, Fabiana Rodrigues – UFG/CAC)
“Sempre fomos o que os homens disseram que nós éramos. Agora somos nós que vamos dizer o que somos”. (Lygia Fagundes Telles)
No presente ensaio objetiva-se pontuar os níveis enunciativos nas relações de gênero. Dessa forma, utilizando-se termos da teoria da literatura, observados a partir da materialidade dos textos de Lygia, analisar o estatuto do narrador em correlação com a questão do gênero no seu discurso narrativo. Lygia faz jus à fala de uma de suas personagens em As meninas, (1973), transcrita na epígrafe acima, pois sua narrativa expressa um constante propósito de revelar as relações humanas, sob um olhar atento, imiscuindo-se com sua natureza feminina de autora. A propósito, sua obra está marcada por personagens femininas, por narradoras típicas (‘mulheres’), ainda que enfoque toda e qualquer insatisfação das relações humanas com o ‘Outro’ – sendo este ’outro’ homem ou mulher, independentemente de gênero. É assim que no romance As horas nuas são elencadas uma série de esboços de personagens femininas, desde Dionísia com seus problemas de empregada, a Rosa Ambrósio – atriz en décadence, perpassando pelos problemas de Ananta aos de Cordélia. No romance As meninas, tem-se um trio narrativo e ficcional; as personagens se encarregam de narrar sua existência, assumindo assim a responsabilidade pela matéria narrada e pelo foco narrativo desta matéria que, em última análise, configuraria o próprio ‘narrar-se’(1) .
É revelador que os discursos das três personagens não se misturam, não se tocam, enfim, não se interpenetram, não se dialogam. Ao falar, elas o fazem em forma de monólogo interior, não se comunicam, de fato, pois cada qual está interessada, ou melhor, presa em fazer jorrar suas palavras, suas frustrações e seus sonhos. Em Ciranda de Pedra, a personagem principal, será também aquela que assumirá a narração do romance, tentando unir as ‘duas pontas de sua vida’, àquela representada pela convivência com a mãe e com o verdadeiro pai (Daniel), ainda criança e uma outra, quando se descobre amadurecida e (se) reconhece (na) a suposta nudez em que estão camufladas as relações das irmãs, dos vizinhos, da aristocracia social. Atar a infância com a maturidade, a inconsciência com a consciência, a fragilidade com a força, a ignorância com o conhecimento – faces de uma ‘moeda’ e típica metáfora da ambiguidade existente nas relações humanas. No romance Verão no Aquário, nota-se a presença de personagens femininas em conflito, filha e mãe. Aqui, também uma narradora, tipicamente mulher, se encarrega do foco narrativo – Raíza. Do romance para o conto, e/ou do conto para o romance, a natureza do foco narrativo – narrativa em 1ª pessoa, presença de narradoras – não se altera tanto: mais recorrente nos romances, conquanto se mostre aparentemente dissimulada em algumas das narrativas curtas. Embora, na maioria destas narrativas, ocorra narração em 1ª pessoa, observa-se que em outras, há a presença de narração em 3ª pessoa, ainda que o ponto de vista seja a partir da perspectiva feminina. Assim o é em “Você não acha que esfriou?”; “Dolly”; “Boa noite, Maria”, todas pertencentes à coletânea A noite escura e mais eu (1998).
Em “Você não acha que esfriou?”, tem-se uma narrativa em 3ª pessoa, contudo a perspectiva do foco é dada a partir da personagem Kori. É sob o viés dela, que os leitores terão acesso aos possíveis sentimentos desta e das outras personagens. No entanto, mesmo estando na 3ª pessoa do singular, percebe-se, a todo instante, a presença de uma consciência narrante mais comprometida com uma natureza feminina, já que é a partir da problemática de Kori, que a narrativa parece tomar contornos tipicamente voltados para a natureza feminina, como por exemplo: a dificuldade de Kori ao lidar com as marcas da velhice, quando se sente observada pelo amante Armando. Aqui, um duplo amante: seu e de seu marido Otávio; a frustração de uma relação sexual não concretizada, de fato: quando ainda se sente obrigada a compreender o suposto amante, em seu fracasso sexual; a dor de não se sentir verdadeiramente uma mulher, de fracassar enquanto tal, de não se sentir cobiçada, amada, desejada; a fragilidade de um corpo atípico para uma mulher, até mesmo enquanto reprodutora. Estes vieses são típicos de uma problemática comprometida com uma possível natureza feminina e, se os leitores julgavam ter a narração a partir do viés de Armando, tal não ocorre. Se o conto supracitado fosse narrado a partir de Armando, talvez só se teria o problema da impotência sexual, da frustração sexual; contudo, aqui, sob o viés narrativo de Kori, inúmeros são os problemas, desde a insatisfação enquanto mulher/esposa/amante/mãe até o de não se sentir capaz de merecer um amor, prometido por sua mãe. Assim, lhe restariam apenas as migalhas de amor, aquele, que lhe foi possível barganhar: trocar seu dinheiro e prestígio pela companhia de Otávio. Nesse sentido, tem-se além de uma problemática mais comprometida com a sensibilidade feminina, a problemática da impotência sexual masculina, das traições, dos desencontros.
Parafraseando Paes (1998), ao comentar os romances de Telles, pode-se dizer que a autora consegue dar contornos e lineamentos aos seus romances e contos que só poderia tê-los buscado a sua imaginação de ficcionista e a sua experiência de mulher, para com eles dar uma representação sensível e convincente do processo através do qual a ipseidade feminina vai-se construindo pela interação com a outridade, no curso de situações familiares e sociais historicamente contextualizadas. Neste momento, seria salutar pontuar algumas considerações referentes ao que diz Fiorin ao reler Genette sobre as vozes que se encarregam do processo de enunciação:
… ao alargar o conceito de enunciação enunciada, temos que admitir que, a rigor, não existe narrativa em terceira pessoa. Com efeito, quando se fala nesse tipo de narrativa, misturam-se dois níveis, o dos actantes da narração com os do narrado, pois o que se considera narrativa em 3 ª pessoa não é aquela em que o narrador diz ou não eu […] Na medida em que o narrador pode intervir a todo instante como tal na narrativa, toda narração é virtualmente feita em primeira pessoa. (FIORIN,1996:104)
Se, não há narração em 3ª pessoa, não do ponto de vista da não interferência do narrador no objeto narrado, há de se pensar que, por definição, só se pode narrar em 1ª pessoa, já que é sempre um eu que fala. Neste caso, se há narração, há um sujeito narrante, sempre ‘virtualmente’ primeira pessoa. Segundo Fiorin ao lembrar Genette:
A escolha do romancista não é entre duas formas gramaticais, mas entre duas atitudes narrativas, de que as formas gramaticais são apenas conseqüência: fazer contar a história por uma de suas ‘personagens’ ou por um narrador estranho a ela (FIORIN,1996:115)
Assim, no conto “Você não acha que esfriou”, nota-se a presença de um narrador em 3ª pessoa, ainda que ele interfira o tempo todo, demiurgicamente, na narrativa a narrar-se. E, a narrativa, em última instância, corroborando a visão de Genette, parece estar mais comprometida com a narração em 1ª pessoa, já que em última análise só se pode narrar em 1ª pessoa. Assim, é a partir de uma consciência narrante feminina que a narrativa (“Você não acha que esfriou?”) ganha contornos tipicamente femininos, a despeito de tratar-se de uma problemática cara ao universo masculino: a impotência sexual.
No conto “Boa noite, Maria” tem-se também uma narrativa em 3ª pessoa; apesar da aparente distância do foco narrativo, observa-se a presença de uma consciência narrante feminina. É, a partir do filtro narrativo de uma consciência feminina que os fatos vão sendo relatados. Aqui, também algumas das preocupações femininas vêem à tona – a velhice, a solidão: o que uma das personagens – Maria – deseja é tão somente uma companhia amiga para dividir com ela o peso da solidão, o peso da velhice e, conseqüentemente, da morte. Ou melhor, para dividir com ela, o sofrimento e os antecedentes dolorosos que a morte impõe, como por exemplo: a baba, a fralda, a incapacidade física e mental. Queria alguém que a livrasse do sofrimento, da solidão. Não um alguém que apenas preenchesse o vazio de sua vida, mas definitivamente, alguém que pudesse compartilhar com ela (Maria), também o carinho, o amor, a tolerância, o respeito, enfim alguém que, se possível, a amasse:
Sem saber bem como, a verdade é que estava só e precisando apenas de alguém que a ajudasse a viver. E a morrer quando chegasse a hora de morrer. Uma morte sem humilhação e sem dor. A morte respeitosa – mas era pedir muito? (“Boa noite, Maria”: 69-70).
Não que a morte, os seus antecedentes e a solidão sejam preocupações exclusivas de uma mulher, é evidente que não, contudo, na presente narrativa, o viés destes problemas é relatado a partir de uma consciência feminina, aliás, por uma enunciadora, a partir do que a mulher, no caso Maria, pensaria, acreditaria sendo como são. Por isso, a insistência com que se tem referido a essa consciência feminina que se aloja, que apresenta tatuada nas narrativas lygianas. Por outras palavras, desta feita, sob o viés discursivo, pode-se dizer que Lygia – enquanto sujeito-autor, parece criar um sujeito-escritor, como também um sujeito-narrador comprometido com uma vivência feminina, daí talvez, a recorrência desta narrativa, como de outras, por recortes do mundo entrelaçados a uma postura bem característica – tanto uma postura ética, estética, quanto retórica que, entremostra um viés feminino. É evidente que, Lygia, a autora, talvez não se dê conta destas facetas, destas suas máscaras que aparecem diluídas nas narrativas, pelo menos não conscientemente. A verdade é que, sua essência de mulher, aparece disseminada em seus textos, sem que isto inferiorize sua obra de arte. Aliás, sendo mulher e escritora, ela poderá assumir vários papéis, seja o de mulher, seja o de homem, seja o de um anão de jardim, seja o de uma estrela, seja o de uma antiga tapeçaria, sejam quaisquer outros. O que parece está de acordo com o que diz Marina Colasanti a respeito das narrativas escritas por uma mulher:
Escrever, já foi dito infinitas vezes, é assumir todas as formas, é ser homem e ser mulher, é ser animal e pedra. O escritor, como o deus marinho Proteu, é criatura cambiante. Mas Proteu mudava apenas de aparência, para iludir os outros e esconder-se, enquanto o escritor busca na metamorfose a essência para entregar-se. E o que sinto em mim, quando diante do computador busco a essência do homem, a essência profunda do animal e da pedra, que me permitirá escrevê-los, o que sinto, intensamente, é que eu a procuro dentro de mim, através de mim, através da minha própria, mais profunda essência. E que essa é, antes de mais nada, uma essência de mulher. (1997:42)
Ao se observar detidamente o processo narrativo em Lygia Fagundes Telles, nota-se que, este se caracteriza por delinear um estilo próprio, um timbre peculiar, ainda que seja para entremostrar que, sob os véus de narradores tipicamente masculinos, ressoa uma voz, cujo timbre, se faz notável, feminino. Neste bordado ficcional e narrativo – cujos detalhes deixam escapar, quase sempre, um tom mais intimista, uma preocupação mais sensível do real – delineia-se um trajeto 5 ficcional que bordeja o real, a verdade, a mentira, o prazer e o risco, ou melhor, o prazer pelo risco, pelo ousar. Diferentemente, de outras autoras, Lygia (enquanto sujeito-que-escreve) assume, ainda que sob máscaras, uma voz narrativa em processo de afirmação, já que seus narradores se assumem, como vozes (2), cujos timbres permitem esboçar contornos bem definidos, presenças narrativas marcantes, cujas frestas no discurso, deixam entrever uma consciência narrante mais comprometida com sua essência de mulher. Neste caso, não se trata tão somente de uma voz de mulher, mas de uma voz, cujos tons, mesmo se apresentando plurais – femininos e/ou masculinos – entremostram dores universais, mazelas humanas, sob uma perspectiva, a despeito de ser talvez mais comprometida com sua natureza, essência de mulher, faz ressoar, badalarem gemidos quase sempre existenciais.
Se narrar é, de certo modo, narrar-se, “Confissão de Leontina”, um outro conto da autora, expõe, a nu, as mazelas sofridas pela personagem homônima – observando-se algo inusitado: desenha-se uma personagem estranha ao repertório habitualmente utilizado por Lygia. Comumente, a autora emprega em suas narrativas, personagens pertencentes a uma camada social (diga-se, classe média derrocada), contudo, nesta narrativa, Leontina não só não configura este tipo de escolha, como também destoa de todas as outras personagens lygianas. Leontina é de uma pobreza congênita; tudo lhe foi negado: o direito a ser feliz, a amar, ser amada, a alimentar-se, a viver dignamente, o de estudar, o poder de escolha e o de sentir gozo (3) .
Não é sabido, ao certo, se suas confissões são direcionadas a alguém, em especial, ou se são apenas dirigidas aos leitores; ou se Leontina dirige-se a si mesma, como se ela fosse uma segunda pessoa, ou ainda a ambos, na figura representativa de ‘minha senhora’, que se constitui em interlocutor real/irreal de Leontina, como também em leitor/interlocutor ideal de sua narrativa, no caso de Lygia (4) . Caso se confirme a segunda opção (Leontina se dirige a si mesma), haveria aí um processo de desdobramento fictício do (a) enunciador (a), que se constituiria. em um “outro” – senhora – para ser alvo de suas apreciações, confidências, mas ainda assim passaria a existir enquanto ser, já que seria capaz de narrar-se.
Leontina faz confissões de uma vida paupérrima e, por fim, se reconhece vítima de uma completa infelicidade. Suas confissões… dolorosas confissões, são ‘autoconfissão’; suas dívidas, se é que assim, se possa acreditar, são erros, culpas, dívidas confessas; são declarações de uma falta, de uma dura falta, de um crime sem perdão: ‘o de existir’. E o (s) seu(s) confessor(es), ‘somos nós’ leitores, irremediavelmente, confessores, também impunes, também sem perdão. A sua confissão – reconhecimento inequívoco de uma dívida – não é pelo fato de ter cometido um crime (matar um de seus algozes), seu crime maior é estar viva, é ainda existir, com todas as implicações que o ser Ser lhe impõe; ainda que tenha que se confessar inocente… Inocente e ingênua, confessamente, ingênua.
Assim, Leontina, que até então era apenas a vítima, passa a existir, e aqui sua existência refere-se à possibilidade de existir pela narrativa. Leontina é, diferentemente, de Macabéa, que não era. ‘Leó’ é, porque narra, porque é capaz de falar sobre si mesma, sobre suas mazelas, sobre suas dores, ainda que (re)vele toda sua ingenuidade, toda a sua incapacidade de ser feliz, de ser gente com direitos, devidamente, assegurados. Sobre este aspecto, José Paulo Paes (1998:73) diz que “não é o foco narrativo que adentra a interioridade da personagem; esta é que se exterioriza de moto próprio”. Aliás, tal atitude narrativa também se configura bastante particular quando comparada ao processo narrativo em Lygia Fagundes Telles. Este se revela introspectivo, as personagens são delineadas muito mais pelas descrições que ‘outrem’ – tomado aqui, no geral, como uma possível voz narrativa – faz das personagens, que propriamente pela possibilidade de narrarem a si mesmas. Por outras palavras, segundo o que confirma José Paulo Paes, a narrativa lygiana tende à introspecção, diferentemente, em parte do que ocorre em “Confissão de Leontina”, onde o foco narrativo não adentra o tecido interior da personagem, é esta que, contrariamente, manifesta o desejo de exteriorizar-se, antes que ‘outrem’, o faça.
No que tange aos aspectos relacionados às questões de gênero, deve-se dizer que ao pontuar algumas recorrências latentes no discurso narrativo e ficcional de Lygia Fagundes Telles, foi possível bosquejar uma conjuntura dos processos enunciativos projetados por um sujeito-escritor, em suas narrativas. Esta conjuntura, no caso específico desta análise, apreendida através dos textos de Lygia, revelou uma enunciação comprometida por um viés de gênero, já que quase sempre, sob o ponto de vista do discurso narrativo – dos sujeitos-narradores, dos sujeitos personagens, das vozes enunciativas, como do ponto de vista ficcional, haveria, então, uma voz, que se preferiu, denominar, aqui, de ‘consciência-narrante’, perpassando todo o discurso literário em Telles.
Do ponto de vista discursivo, deve-se pontuar que, os níveis enunciativos em Lygia se fazem possíveis de serem tracejados, desde que o discurso narrativo, imbricado ao ficcional, possam ser alcançados quando se leva em conta a interrelação, ou seja, quando se contrapõe o discurso narrativo, com o ficcional; dessa imbricada relação se pode chegar, por meio dos vestígios deixados na materialidade discursiva, cujos textos lygianos são constituintes, ao discurso como efeito de sentidos.
Abordar o discurso narrativo se constitui também, em certo modo, na possibilidade de se contemplar o discurso ficcional, já que ao se observar características recorrentes daquele, se pontua também, algumas notações relevantes do discurso ficcional. Que voz narrativa é esta que precisa estar mascarada/representada na figura de um gato – um gato castrado e com memória? Que voz seria esta, que para (re)velar as dores humanas, as horas nuas, as horas despidas ainda tenha que vir da boca, aliás, da consciência de um ser transmigrante, que se lembra de ter tido outras vidas? Que voz narrativa seria esta que ao dar voz aos seres humanos, do gênero masculino, ainda, faz ressoar uma voz com timbres femininos, ainda que ofuscada, interpenetrada por outras vozes, por outros discursos? Nessa perspectiva, não há como abordar apenas o discurso narrativo, pois ele por si só, não poderá dizer muito, mas quando da confluência com outros aspectos, entre eles, o discurso ficcional; o parco poderá ganhar novas e inúmeras correlações.
Por outras palavras, esboçar em interface os aspectos narrativos e ficcionais em Lygia Fagundes Telles é, sobretudo, apontar como o sujeito-autor recorta elementos do mundo histórico, cultural, lingüístico e tenta criar a imagem de um sujeito-escritor, que também configurará em uma dada e possível imagem apreendida na materialidade dos textos e que, por sua vez, se encarregará de criar sujeitos-narradores e sujeitos-personagens em um todo acabado, esteticamente acabado, cujos fios de invenção e memória alinhavam o discurso narrativo no ficcional e o ficcional no narrativo e, neste alinhavar ‘final’, há sempre, aliás haverá sempre lugar para o movimento, para a interpretação, para a dúvida, para a polêmica, como pontua Orlandi (2001a,b).
A despeito de configurar uma narrativa com dicção feminina, deve-se insistir que em última instância, as narrativas lygianas, aqui apresentadas como corpus, referem-se ao drama da existência humana, sejam homens, ou mulheres, ou quaisquer outras possíveis distinções aventadas pelas teorias da investidura de gênero, deixando antever que tal procedimento, a exemplo do que proferem incontáveis escritores, (re)vela que o fazer literário, que a escrita, que o escrever – e quantos codinomes possa ter – não possui gênero, não tem sexo, já que aquele que escreve, poderá assumir qualquer forma, aliás, talvez seja esta, a grande maravilha da obra de arte: a de permitir aos seres, a possibilidade de se metamorfosearem e, por esta mesma razão, se aproximarem dos feitos dos seres mitológicos: os deuses, e semi-deuses. Se, é possível, como disse BEAUVOIR: “que as mulheres vêem o mundo de maneira diversa do homem e, assim fazendo, ajudam a raça humana a se ver de maneira mais completa” (BEAUVOIR, S. O segundo sexo.1980), talvez intuitivamente, decididamente e maravilhosamente Lygia, em suas produções artísticas, acabe por dar-lhes um tom sabidamente feminino, apesar de suas narrativas abordarem temáticas de natureza existencial, nas quais o homem: seja do sexo masculino e/ou feminino se encontra em trajetória existencial: ser que se reconhece em sua (in)completude, em sua solidão ainda que supostamente e aparentemente acompanhada.
Por isso, ou apesar disso, as personagens de Lygia parecem estar sempre em desencontro, já que, efetivamente, a possibilidade das mesmas de se encontrarem aparenta tão remota. Contudo, apesar da certeza das relações humanas estarem fadadas ao desencontro, a autora ainda crê, ‘leia-se’, tem esperança – para utilizar uma expressão cara ao universo textual e real de Lygia – e, ainda deposita fichas na possibilidade de suas personagens estarem sempre tentando encontrar-se, ainda que, na maioria das vezes, elas acabem por se desencontrarem quase sempre. Resta ainda, a esperança, a suposta esperança e mais uma vez a compaixão pelo próximo, desejo veementemente anunciado pela autora. Nesse sentido, a produção artística de Lygia – como já afirmou ‘que mulheres e homens têm vivências diferentes e isso de algum modo vai aparecer na literatura’ – esboça essa possível vontade de ajudar o ser humano (homens e/ou mulheres) a se ver de modo mais completo5 , em uma possível demonstração da inesgotável necessidade do ser humano em encontrar a tão sonhada forma harmônica, o duplo harmônico: ‘masculino e feminino’ (BEAUVOIR, 1980). Ao conceder as personagens à possibilidade de ‘tentarem’ – de tentar se encontrar – não seria a compaixão se anunciando, a intuída compaixão por suas personagens; ainda que seja para revelar-lhes que se os desencontros figuram como a grande regra do jogo da vida, a necessidade de tentar, se constitui, aliás representa, talvez a única saída, a última possibilidade. Daí estaria justificada a compaixão, a esperança e como salvação: o tentar, o arriscar, apesar de Telles, sabê-los, insuficientes.
Para Butler (1990) (6) , ‘ainda que sejamos mulheres, certamente não é tudo o que somos (ou que possamos vir a ser)’; e os textos de Lygia demonstram bem esta preocupação. Ainda que o viés narrativo se configure a partir de uma consciência narrante feminina, ou seja, uma enunciadora feminina se encarrega do processo narrativo de sua produção textual e, ainda que, a temática também seja tanto mais comprometida com sua natureza de mulher, não é necessário, estritamente necessário, ser mulher como condição sine qua non para a entrada efetiva no universo textual oferecido pela autora. Aliás, a condição exigida por Lygia, em suas inúmeras declarações no tocante a sua lavra artística, é o amor, esta sim configura condição sine qua non para a entrada efetiva no efabulare/confabulare lygiano.
(1)- Tanto assim o é que não há aparentemente a indicação de qual personagem está a narrar; o leitor, ao adentrar no universo textual, acaba por reconhecê-las, seja através do discurso típico de cada personagem, seja através das posturas assumidas/reconhecidas pelas personagens-narradoras. O fato é que, o leitor saberá quando uma ou outra, está a narrar, uma vez que, no caso das narradoras, ao narrar, elas narram-se. E, neste momento, elas acabam por expor suas frustrações, suas angústias, suas esperanças, suas dores, suas fragilidades, enfim sua maneira de construir seu universo discursivo.
(2) – Emprega-se o sentido de voz, com a mesma acepção dada por Engelmann (1996), como sendo uma ‘voz intermediária, um sujeito que responde pela enunciação, como termo mais específico, mais próximo da fala’: “Se numa narrativa de ficção se constata que entre o autor e os acontecimentos há uma voz intermediadora ou um sujeito que responde pela enunciação, chega-se à figura do narrador – termo mais tradicional – ou sujeito da enunciação”. A voz, aqui, trata-se, de modo mais definido, ao plano da enunciação e, neste caso, se refere às questões ‘quem fala?’ ‘como fala’, ou seja, quem é essa voz que articula os vários segmentos enunciativos e de que maneira ela se pronuncia? (3) – Nesse sentido, talvez Leontina se aproxime de Macabéa – personagem de A hora da estrela, de Clarice Lispector . Aproximação referente apenas à pobreza congênita, tudo lhe foi negado assim como o foi a Macabéa. A possível distinção, ainda seria, quanto ao ‘estrelato’ – para Macabéa, a morte, “estrela estilhaçada em mil direções”, para Leontina, sua confissão.
(4) – O interlocutor de Leontina não tem direito à voz, à réplica. Seria um interlocutor conveniente, já que não interfere na narrativa, nas confissões de Leontina. Representaria um interlocutor ‘ideal’, no sentido de que se faz apenas ouvinte, sem voz, sem interferências, apenas cúmplice. Ele não lhe pede explicações, não lhe questiona, não põe em dúvidas –aquilo que ouve, lê, escuta. Por outro lado, poder-se-ia, vislumbrar também a possibilidade do locutor, enquanto um leitor ideal: àquele que só, aparentemente, parece não questionar, responder as perguntas dirigidas à minha senhora. E, talvez, se vislumbraria uma terceira possibilidade: a do leitor implícito, pensando na terminologia boothiana, a respeito dos níveis enunciativos, do leitor enquanto partícipe do processo textual, enquanto leitor ‘implícito’, convidado a completar, a tecer o tecido textual
(5) – Sobre este aspecto, as considerações de Bakthin se fazem elucidativas, quando diz que a noção de acabamento, só poderá ser dada pelo ‘outro’, ainda que este ‘outro’ seja tão estranho ao ‘eu’, ele acaba por lhe dar certos contornos; Contornos este, que o ‘eu’, em seu restrito campo de visão, não poderá completar-se, daí talvez, a necessidade do complemento do ‘outro’. (Cf. BAKTHIN, 1992:44-61)
(6) – BUTLER, Judith. Gender Trouble: Feminism and the subverson of identity. Apud COSTA, Claudia de Lima. O leito de Procusto. Cadernos Pagu (2) 1994: pp.141-174.
REFERÊNCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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https://alb.org.br/arquivo-morto/edicoes_anteriores/anais16/sem03pdf/sm03ss13_07.pdf
Fabiana Rodrigues Carrijo
Doutora em Estudos Linguísticos – UFU (2013). Possui graduação em Letras pela Universidade Federal de Goiás (1994) e Mestrado em Linguística pela Universidade Federal de Uberlândia (2002). É professora efetiva do departamento de Educação da Universidade Federal de Goiás/Regional Catalão. Tem experiência na área de Letras, com ênfase em História da Subjetividade a partir de Michel Foucault: práticas de leitura e escrita de si; Escrita e Leitura – produção de subjetividade; leitura e produção de textos I e II; Lendo a literatura ou a literatura nos lendo: práticas de leitura e escrita de si, atuando principalmente nos seguintes temas: análise do discurso, letramento, gêneros literários, escrita de si, discurso das minorias e ficção. Recentemente realizou inúmeros prefácios de obras de ficção, uma delas intitulada Espontânea Clausura, de Elaine Rosa Teixeira pela editora Scortecci, que foi lançada na Bienal de São Paulo no dia 21 de agosto de 2010. Participa de dois grupos de pesquisa, cadastrados junto ao CNPq, a saber: EDULE (Educação e Leitura: História, Políticas e Práticas) e LEDIF (LABORATÓRIO DE ESTUDOS DISCURSIVOS FOUCAULTIANOS). Possui vários capítulos e artigos publicados em periódicos nacionais. É autora de dois livros de crônicas: Contratos de amor lacerados e Vento na roseira. Coordenadora do projeto de extensão intitulado: COÇA, COÇA, PULA, PULA: OLHA A PULGA : PRÁTICAS EDUCATIVAS NOS ANOS INICIAIS ? COTEJANDO OS TEMAS TRANSVERSAIS E A INTERDISCIPLINARIDADE (Texto informado pelo autor)
Lygia Fagundes Telles no seu apartamento no Jardins, em São Paulo
Biografía
LYGIA FAGUNDES TELLES nasceu em São Paulo e passou a infância no interior do Estado, onde o pai, o advogado Durval de Azevedo Fagundes, foi promotor público. A mãe, Maria do Rosário (Zazita), era pianista. Voltando a residir com a família em São Paulo, a escritora fez o curso fundamental na Escola Caetano de Campos e em seguida ingressou na Faculdade de Direito do Largo de São Francisco, da Universidade de São Paulo, onde se formou. Quando estudante do pré-jurídico cursou a Escola Superior de Educação Física da mesma universidade.
Ainda na adolescência manifestou-se a paixão, ou melhor, a vocação de LFT para a literatura incentivada pelos seus maiores amigos, os escritores Carlos Drummond de Andrade e Erico Verissimo. Contudo, mais tarde a escritora viria a rejeitar seus primeiros livros porque em sua opinião “a pouca idade não justifica o nascimento de textos prematuros, que deveriam continuar no limbo”.
Ciranda de Pedra (1954) é considerada por Antonio Candido a obra em que a autora alcança a maturidade literária. LFT também considera esse romance o marco inicial de suas obras completas. O que ficou para trás, “são juvenilidades”. Quando da sua publicação o romance foi saudado por críticos como Otto Maria Carpeaux, Paulo Rónai e José Paulo Paes. No mesmo ano, fruto de seu primeiro casamento nasceu o filho Goffredo da Silva Telles Neto, cineasta, e que lhe deu as duas netas: Margarida e Lúcia, mãe da única bisneta, Marina. Ainda nos anos 1950, saiu o livro Histórias do Desencontro (1958), que recebeu o Prêmio do Instituto Nacional do Livro.
O segundo romance Verão no Aquário (1963), Prêmio Jabuti, saiu no mesmo ano em que já divorciada casou-se com o crítico de cinema Paulo Emílio Sales Gomes. Em parceria com ele escreveu o roteiro para cinema Capitu (1967) baseado em Dom Casmurro, de Machado de Assis. Esse roteiro que foi encomenda de Paulo César Saraceni recebeu o Prêmio Candango, concedido ao melhor roteiro cinematográfico.
A década de 1970 foi de intensa atividade literária e marca o início da sua consagração na carreira. LFT publicou, então, alguns de seus livros mais importantes: Antes do Baile Verde (1970), cujo conto que dá título ao livro recebeu o Primeiro Prêmio no Concurso Internacional de Escritoras, na França. As Meninas (1973), romance que recebeu os Prêmios Jabuti, Coelho Neto da Academia Brasileira de Letras e “Ficção” da Associação Paulista de Críticos de Arte. Seminário dos Ratos (1977) foi premiado pelo PEN Clube do Brasil. O livro de contos Filhos Pródigos (1978) seria republicado com o título de um de seus contos A Estrutura da Bolha de Sabão (1991).
A Disciplina do Amor (1980) recebeu o Prêmio Jabuti e o Prêmio da Associação Paulista de Críticos de Arte. O romance As Horas Nuas (1989) recebeu o Prêmio Pedro Nava de Melhor Livro do Ano.
Os textos curtos e impactantes passaram a se suceder na década de 1990, quando, então, é publicado A Noite Escura e Mais Eu (1995) e que recebeu o Prêmio Arthur Azevedo da Biblioteca Nacional, o Prêmio Jabuti e o Prêmio APLUB de Literatura. Os textos do livro Invenção e Memória (2000) receberam o Prêmio Jabuti, APCA e o «Golfinho de Ouro”. Durante Aquele Estranho Chá (2002), textos que a autora denomina de perdidos e achados antecedeu o seu mais recente livro Conspiração de Nuvens (2007), ficção e memória e que foi premiado pela APCA.
A consagração definitiva viria com o Prêmio Camões (2005), distinção maior em língua portuguesa pelo conjunto de obra.
Lygia Fagundes Telles conduziu sua trajetória literária trabalhando ainda como Procuradora do Instituto de Previdência do Estado de São Paulo, cargo que exerceu até a aposentadoria. Foi ainda presidente da Cinemateca Brasileira, fundada por Paulo Emílio Sales Gomes. É membro da Academia Paulista de Letras e da Academia Brasileira de Letras. Teve seus livros publicados em diversos países: Portugal, França, Estados Unidos, Alemanha, Itália, Holanda, Suécia, Espanha e República Checa, entre outros, com obras adaptadas para TV, teatro e cinema.
Vivendo a realidade de uma escritora do terceiro mundo LFT considera sua obra de natureza engajada, ou seja, comprometida com a difícil condição do ser humano em um país de tão frágil educação e saúde. Participante desse tempo e dessa sociedade a escritora procura apresentar através da palavra escrita a realidade envolta na sedução do imaginário e da fantasia. Mas enfrentando sempre a realidade desse país: em 1976, durante a ditadura militar, integrou uma comissão de escritores que foi a Brasília entregar ao Ministro da Justiça o famoso “Manifesto dos Mil”, veemente declaração contra a censura e que foi assinada pelos mais representativos intelectuais do Brasil.
LFT já declarou em uma entrevista: “A criação literária? O escritor pode ser louco, mas não enlouquece o leitor, ao contrário, pode até desviá-lo da loucura. O escritor pode ser corrompido, mas não corrompe. Pode ser solitário e triste e ainda assim vai alimentar o sonho daquele que está na solidão”.
Antonio Cândido, ganhador de 2008, passa o troféu Juca Pato à mãos de Lygia Fagundes Telles, ganhadora de 2009, no Salão Nobre da Faculdade de Direito do Largo de São Francisco, onde ambos estudaram.
Prêmios Literários
– Prêmio do Instituto Nacional do Livro, por Histórias do Desencontro (1958)
– Prêmio Jabuti, por Verão no Aquário (1965)
– Grande Prêmio Internacional Feminino para Contos estrangeiros, França (1969) por Antes do Baile Verde
– Prêmio Candango, concedido ao melhor roteiro cinematográfico, por Capitu parceria com Paulo Emílio Sales Gomes (1969)
– Prêmio Guimarães Rosa (1972)
– Prêmio Coelho Neto, da Academia Brasileira de Letras; Jabuti e APCA – Associação Paulista dos Críticos de Arte, pelo romance As Meninas (1974)
– PEN Clube do Brasil, pelo livro de contos Seminário dos Ratos (1977)
– Prêmio Jabuti e APCA, por A Disciplina do Amor (1980)
– II Bienal Nestlé de Literatura Brasileira (1984)
– Prêmio Pedro Nava, (Melhor Livro do Ano), por As Horas Nuas (1989)
– Prêmio Jabuti; Prêmio Arthur Azevedo, da Biblioteca Nacional e APLUB de Literatura, por A Noite Escura e Mais Eu (1995)
– Condecorada com a Ordem das Artes e das Letras pelo governo francês (1998)
– Prêmio Jabuti; APCA; Concurso paralelo “Livro do Ano” e o «Golfinho de Ouro”, por Invenção e Memória (2001)
– Prêmio Camões, pelo conjunto da obra, Portugal – Brasil (2005)
– Prêmio APCA, por Conspiração de Nuvens (2007)
– Prêmio Mulheres mais Influentes – Gazeta Mercantil (2007)
– Prêmio Dra. Maria Imaculada Xavier da Silveira, 2008 – OAB
– Prêmio Juca Pato 2009 (Intelectual do Ano) – União Brasileira de Escritores
– Prêmio Conrado Wessel de Literatura 2015
Condecorações
Medalha Mário de Andrade – Governo do Estado de São Paulo; Medalha Mérito Cívico e Cultural – da Sociedade Brasileira de Heráldica de São Paulo; Medalha do Grande Prêmio Literário de Cannes, categoria contos (1969); Medalha do Prêmio Imperatriz Leopoldina, do Instituto Histórico e Geográfico de São Paulo (1969); Ordem do Rio Branco, Comendador (1985); título Personalidade Literária do Ano de 1987, conferido pela Câmara Brasileira do Livro; medalha Ordre des Arts et des Lettres, Chevalier (1998) e Ordem al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral, Gran Oficial (Chile). Agraciada, em março de 2001, com o título de Doutora Honoris Causa pela Universidade de Brasília (UnB).
Lygia Fagundes Telles tem participado de feiras de livros e congressos realizados não só no Brasil, mas também em Portugal, Espanha, Itália, México, Estados Unidos, França, Alemanha, República Tcheca, Canadá e Suécia, países nos quais foram publicados seus contos e romances.
É membro da Academia Brasileira de Letras, da Academia Paulista de Letras e do PEN Club do Brasil.
Atualizado em 12/04/2016.
https://www.academia.org.br/academicos/lygia-fagundes-telles/biografia
Bibliografía de Lygia Fagundes Telles
Livros publicados pela Editora Rocco
Ciranda de pedra (romance, 1954, 2009)
Verão no aquário (romance, 1963, 2010)
Antes do baile verde (contos, 1970, 2009)
As meninas (romance, 1973, 2009)
Seminário dos ratos (contos, 1977, 2009)
A disciplina do amor (ficção e memória, 1980, 2010)
Mistérios (contos, 1981)
As horas nuas (romance, 1989, 2010)
A estrutura da bolha de sabão (contos, 1991, 2010)
A noite escura e mais eu (contos, 1995, 2009)
Invenção e memória (ficção e memória, 2000, 2009)
Durante aquele estranho chá (ficção e memória, 2002, 2010)
Meus contos preferidos (antologia de contos, 2004)
Meus contos esquecidos (antologia de contos, 2005)
Conspiração de nuvens (ficção e memória, 2007)
Capitu, escrito em parceria com Paulo Emílio Sales Gomes, inspirado no romance Dom Casmurro, de Machado de Assis (roteiro cinematográfico, 2008)
Histórias de Mistério (2002, 2010)
Passaporte para a China (2011)
Um coração ardente (2012)
O segredo (2012)
Roteiro de Cinema
Capitu – 1999, escrito em parceria com Paulo Emilio Salles Gomes e inspirado no romance Dom Casmurro, de Machado de Assis, incluído no catálogo da Editora Cosak & Naify.
Os Melhores Contos de Lygia Fagundes Telles (seleção de Eduardo Portella). Editora Global. 1982
Venha Ver o Pôr-do-sol e Outros Contos. Editora Ática. 1997
Oito Contos de Amor. (seleção de Pedro Paulo Sena Madureira). Editora Ática. 1997
Pomba Enamorada e Outros Contos Escolhidos (seleção de Léa Masina). Editora L&PM Pocket. 1999
Traduções
Para o alemão
Die Struktur der Seifenblase (Filhos Pródigos). Tradução de Alfred Opitz. Berlim, Suhrkamp, 1983.
Nachte Stunden (As Horas Nuas). Tradução de Mechthild Blumberg. Berlim: Rütten & Loening, 1994.
“Emanuel” (conto). In RESCHKE, Rudolf Helmut (org.). Phantastisch diese Katzen! (Fantástico este Gato!). Tradução de Alfred Opitz. Rheda: Bertelsmann Club, 1994, pp. 125-32.
“Kurz vor Mitternacht” (Missa do Galo, conto). In: LINS, Osman (org.). Kurz vor Mitternacht. Tradução de Katharina Pfützner. Frankfurt/Leipzig: Insel Verlag, 1994, pp. 104-16.
Para o espanhol
Las meninas (As Meninas). Tradução de Estela dos Santos. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1973.
Las horas desnudas (As Horas Nuas). Tradução de Basilio Losada. Barcelona: Plaza & Janes, 1991.
Para o francês
La Structure de la bulle de savon (Filhos Pródigos). Tradução de Inès Oseki-Dépré. Paris: Alinea, 1986.
Un Thé bien fort et trois tasses (Antes do Baile Verde). Tradução de Maryvonne Lapouge-Petorelli. Paris: Alinea, 1989. Paris: Le serpent à plumes, 1995.
L’Heure nue (As Horas Nuas). Tradução de Maryvonne Lapouge-Petorelli. Paris: Alinea, 1991. Paris: Le serpent à plumes, 1996.
“W.M.” In: BAREIRO-SAGIER, Rubén e LEÓN, Olver Gilberto (orgs.). Antologie de la nouvelle latino-américaine. Belfond/Unesco, 1991.
La Nuit obscure et moi (A Noite Escura e mais Eu). Trad. de Maryvonne Lapouge. Paris: Éditions Rivages, 1998.
La Discipline de l’amour (A Disciplina do Amor). Tradução de Maryvonne Lapouge-Petorelli. Paris: Editora Rivages, 2002.
Para o inglês
The Girl in the Photograph (As Meninas). Tradução de Margareth A. Neves. Nova York: Avon Books, 1982.
Tigrela and Other Stories (Seminário dos Ratos). Tradução de Margareth A. Neves. Nova York: Avon Books, 1986.
The Marble Dance (Ciranda de Pedra). Tradução de Margareth A. Neves. Nova York: Avon Books, 1986.
Para o italiano
“Le perle” (“As pérolas”). In: PORZIO, Domenico (org.). Le più belle novelle di tutti paesi – 1961 (Os mais Belos Contos de Todos os Países). Milão: Aldo Martello, 1961, pp. 291-300.
Le ore nude (As Horas Nuas). Tradução de Adelina Aletti. Milão: La tartaruga edizioni, 1993.
Para o polonês
“Klucz” (“A chave”). In: KLAVE, Janina Z. (organização e tradução). Opowiadania brazylijskie. Cracóvia, Wydawnictwo literackie, 1977, pp. 167-75.
W kamiennym kregu (Ciranda de Pedra). Tradução de Elzbieta Reis. Cracóvia: Wydawnictwo literackie, 1990. Este livro foi traduzido também para o chinês e o espanhol.
Para o sueco
Nakna timmar (As Horas Nuas). Tradução de Margareta Ahlberg. Estocolmo: Natur och Kultur, 1991.
Para o tcheco
Pred zelenym bálem (Antes do Baile Verde). Tradução de Pavla Lidmilová. Praga: Odeon, s.d.. Este livro foi traduzido também para o russo.
Edições em Portugal
Antes do Baile Verde. Lisboa: Edição LBL, [1971].
A Disciplina do Amor. Lisboa: Edições O Jornal, 1980.
A Noite Escura e Mais Eu. Lisboa: Edição LHL, 1996.
As Meninas. Lisboa: Edição LBL, s.d.
As Horas Nuas. Lisboa: Editorial Presença, 2005.
Participação em coletâneas
Gaby (novela). In: SILVEIRA, Ênio (ed.). Os Sete Pecados Capitais. Rio de Janeiro: Editora Civilização Brasileira, 1964, pp. 241-68.
“Trilogia da confissão” (“Verde lagarto amarelo”, “Apenas um saxofone” e “Helga”). In: Os 18 Melhores Contos do Brasil (trabalhos premiados no I Concurso Nacional de Contos, promovido pelo Governo do Paraná). Rio de Janeiro: Bloch Editores, 1968, pp. 42-68.
“Missa do galo”. In: LINS, Osman (org.). Missa do Galo: Variações sobre o mesmo tema. São Paulo: Summus, 1977, pp. 99-109.
“O muro”. In: LADEIRA, Julieta de Godoy (coord.). Lições de Casa: Exercícios de Imaginação. São Paulo: Cultura, 1978, pp. 89-99.
“As formigas”. In: STEEN, Edla van (org.). O Conto da Mulher Brasileira. São Paulo: Vertente, 1978, pp. 125-36.
“Pomba enamorada”. In: STEEN, Edla van (org.). O Papel do Amor. São Paulo: Cultura, 1979, pp. 129-36.
“Negra jogada amarela” (literatura infanto-juvenil, conto). In: RAMOS, Rogério (org.). Criança Brinca, Não Brinca?. São Paulo: Cultura, 1979, pp. 21-30.
“As cerejas”. In: VIANA, Vivina de Assis (coord.). As Cerejas. São Paulo: Atual, 1993 pp. 4-15.
“A caçada”. In: LADEIRA, Julieta de Godoy (org.). Contos Brasileiros Contemporâneos. São Paulo: Moderna, 1994, pp. 35-8.
“A estrutura da bolha de sabão” e “As cerejas”. In: BOSI, Alfredo (org.). O Conto Brasileiro Contemporâneo. São Paulo: Cultrix, s.d., pp. 139-50.
Participou de várias antologias de contos, no Brasil e no exterior, entre as quais:
Modernos Ficcionistas Brasileiros. Org. de Adonias Filho. 1.a série, Editora O Cruzeiro, 1958.
Nova Leitura, V. 1958.
De Conversa em Conversa. Org. de José Afrânio Duarte.
Escritores. Org. Peres, 1964.
Viver e Escrever. Org. de Edla van Steen, 1981.
Los Grandes Cuentos del Siglo XX. Seleção de Edmundo Valadés. México, 1980.
Tigerin und Leopard. Zurique, Ammann Verlag, 1988.
Lives on the Line. Depoimentos de vários escritores. Org. de Doris Meyer. Los Angeles, Universidade da Califórnia, 1989.
Antologia do Conto Latino-Americano. Editora Belford, 1991.
Contos Mágicos e Fantásticos. Praga, 1998.
Depoimentos
“Por que escrevo”. In: O Escritor por Ele Mesmo. São Paulo: Instituto Moreira Salles, 1997.
O Escritor nas Bibliotecas: Diálogos e Debates. Secretaria Municipal de São Paulo, 1997.
Escritores. Entrevistas de 43 ficcionistas de várias nacionalidades. 2002.
A Paixão pela Poesia. 2002.
Congressos, debates e seminários
Ciclo de conferências em homenagem a Machado de Assis, realizado no Centro Cultural Banco do Brasil, 1989.
Feira Internacional do Livro, Göteborg (Suécia), 1990, a convite da Sociedade de Escritores Suecos.
Congresso de Escritores Ibéricos e Latino-Americanos, Buenos Aires (Argentina), 1990.
Congresso Internacional de Escritores, Milão (Itália), onde apresentou trabalho sobre “A personagem feminina segundo Lygia Fagundes Telles”.
18è Salon du Livre, Paris (França), 1998.
Feira Internacional do Livro, Barcelona (Espanha), 1998, onde o Brasil foi o país homenageado.
Discursos e conferências
Posse na Academia Brasileira de Letras. Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 1988. Publicado em: Discursos Acadêmicos. Rio de Janeiro: ABL, 1992. Vol. 25.
“Álvares de Azevedo – A Escola de Morrer Cedo”. Conferência na Academia Brasileira de Letras, em 31/10/ 1991 e 15/10/2002. Publicada na Revista Brasileira n.o 31, pp. 113-119.
“Os contistas” membros da Academia Brasileira de Letras, no ciclo de conferências 100 Anos de Cultura Brasileira. ABL, 1997.
“As personagens femininas”, no ciclo de palestras do Comitê Feminino da ABL, 1998.
“Uma revisão de Machado de Assis”, nas Jornadas Acadêmicas, ABL e Folha de S. Paulo, 1998.
“Língua portuguesa – uma paixão”, no seminário A Língua Portuguesa em questão, do CIEE de São Paulo, 1999.
“Uma revisão de Machado de Assis”, no Ciclo Machado de Assis, ABL, 1999.
“A superioridade de Machado de Assis”, no ciclo A Língua Portuguesa nos 500 Anos do Brasil, ABL, 1999.
“Língua e literatura”, no seminário Idioma e Soberania – Nossa Língua, Nossa Pátria, na Câmara dos Deputados, Brasília, 2000.
Depoimentos e fortuna crítica
Entrevistas, inéditos, apresentações, dissertações e teses, ensaios, artigos de jornais e de revistas – consultar Cadernos de Literatura Brasileira – n.o 5, março de 1998. https://www.academia.org.br/academicos/lygia-fagundes-telles/bibliografia
Lygia Fagundes e Nélida Piñon
httpss://www.youtube.com/watch?v=CpCOD-PbVrA
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