Gustavo Adolfo Bécquer

Contenido: Introducción Mi relato y mi poema bilingües. Rimas de Bécquer traduzidas. Textos de Bécquer. Ensaio de Ester Abreu. Cronología de Bécquer. Videos

Imagen principal: Monumento a Bécquer, alzado en el Parque de María Luisa de Sevilla. Está en la glorieta Bécquer, declarada Bien de Interés Cultural. Los hermanos Álvarez Quintero, admiradores de Bécquer, de quien, incluso, conservaban manuscritos, tuvieron la idea de erigirlo, anunciándola en el Ateneo, el año 1910, durante unos juegos florales.
El grupo escultórico es obra de Lorenzo Collaut Valera, sevillano como los promotores; quienes escribieron, al efecto, la comedia titulada La Rima Eterna, inspirada en la rima IV de Bécquer. La obra se estrenó en el Teatro Lara de Madrid, en noviembre de ese año. Los beneficios se utilizaron para costear el monumento. Forma parte del conjunto, un ciprés de los pantanos plantado en 1850, al que rodea el grupo escultórico. La obra consta de un banco con respaldo de planta octogonal sobre una pequeña grada circular.
“Apoteosis de la muerte” llama Galdós a la idea dominante en Gustavo Adolfo Bécquer. La muerte tan repetitiva como la vida; tan opuestas ambas, tan inseparables, tan compenetradas. Fin y principio de un círculo inacabado por inacabable. Y el tiempo y el espacio como únicas incógnitas. Nos dice en su Rima XC:

Es un sueño la vida,
pero un sueño febril que dura un punto;
Cuando de él se despierta,
se ve que todo es vanidad y humo…
¡Ojalá fuera un sueño
muy largo y muy profundo,
un sueño que durara hasta la muerte!…
Yo soñaría con mi amor y el tuyo.

El sueño coincidente con la eternidad tras sumarse a la muerte: silencio y quietud. Quizá cante o llore el poeta excesivo otra apoteosis, la “Apoteosis del Amor”, no obstante, por fuerza, más efímera. El amor no es más que el roce de un ala de gorrión en un cristal de ventana; un instante de ensueño que avanza o se aleja del sueño. Sin embargo, el Amor cantado por Bécquer es, antes que nada, un Amor triunfante, destinado a habitar y presidir toda la Eternidad. Amor deseado, imaginado, supuesto, creado y recreado; asidero, luz y lecho; espejismo visto a través de un tul, vestido de novia y mortaja.
El Amor como idea y como realidad, tan distantes ambas: noche y día, tinieblas y amaneceres luminosos, prístinos. Amor y posesión. Superposición y Transposición del objeto amado en el objeto poseído. Ahí está, confirmándolo, la enfermedad que puso carriles a su corta vida.
Amor y coincidencia, Amor y necesidad. ¿Qué fue, si no, su unión con Valeriano, el hermano del alma y alma gemela? Pintura y textos de la mano y conviviendo a lo largo de ambas vidas. El 17 de febrero nace, en Sevilla, Gustavo Adolfo, un niño destinado a ser feliz. De pronto todo cambia. Una vida inicial tergiversada por la muerte: madre, padre: trastoque de caminos y pérdida de mapa. Todo lo demás es consecuencia y nueva causa, circunferencia o elipse, cometa liberándose del hilo y de la mano; y esa interpretación personal con que el lector hace suyos los poemas de Bécquer. Pocos escritores han hecho tanto por la poesía; a pocos escritores deben tanto los enamorados

 

 

 

José D. Bécquer, «Gustavo Adolfo niño».Legado de D. Antonio Rodríguez Moñino,
Real Academia de la Lengua, Madrid.

 

 

Elixires
Relato de Pedro Sevylla de Juana

Nuria solía sentarse en la primera fila con su amiga Susana y dos muchachos que las cortejaban suavemente. Desde ese lugar de privilegio no perdía una sílaba de las pronunciadas por el profesor de humanidades. Pablo, en sus muchos años de maestro, no había visto en el alumnado tanto interés por la asignatura. En ocasiones cada vez más frecuentes, se dejaba llevar y dirigía su explicación a la muchacha rubia de labios finos y sonrisa ingenua. Se atrevió Nuria a consultarlo antes o después de las clases para aclarar dudas lógicas; y abrieron el aula a la alameda del campus. Pablo facilitó a la alumna su número de teléfono, y la joven encontró razones para llamarlo. El curso fue aportando admiración y apego, de modo que al llegar el mes de junio y finalizar los exámenes, la joven alumna y el maduro profesor ya se consideraban verdaderos amigos.

Los retuvo el verano en la ciudad con motivos de peso, descubriéndoles que veinte años de diferencia en las edades, no son demasiados si se dan suficientes concordancias. Y se daban: el cultivo de la amistad, el realismo mágico, jazz y blues, la cultura egipcia, la solidaridad entre los países y las personas, ecología, pacifismo; y mucho más. Se veían todas las tardes, charlaban paseando bajo los plátanos del parque, y, tímidos de una timidez doblegada, llegaron a tomarse de la mano o del brazo. Se despedían con largos circunloquios y, llegados cada uno a su casa, el teléfono los unía en largas pláticas que a veces duraban horas. Se entendían bien, la amistad fue derivando en amor, y a mediados de septiembre, antes de comenzar el nuevo curso, se descubrieron novios.

La vida empezó a girar alrededor como en una atracción de feria. Ellos eran el eje del mundo, y el mundo los protegía admirado de una pasión que superaba el obstáculo alto de la diferencia de edad. Por eso no advirtieron el recelo despertado en algunos compañeros, ni supieron porqué se apartaban de ellos. Pasaron la Navidad con las dos familias, y entonces sí, entonces percibieron los prejuicios.

Lo hablaron cautos entre besos y lágrimas, y decidieron seguir adelante con más bríos que nunca. Enseguida comprobaron que iban a recibir ayuda: las madres de ambos, Susana, unos cuantos primos y diez o doce amigos sinceros.
El primer sábado de julio se casaron. Cincuenta y ocho de los ciento dos invitados lo celebraron con ellos. Tuvieron el recibimiento de la cruda realidad al regreso de la luna de miel en Alejandría y El Cairo. Murmuraban los envidiosos al verlos pasar desparejos y enamorados; y ellos, en su interior sensible, sufrían las burlas.

En la buhardilla de la casa donde alquilaron un apartamento mínimo, cierto químico audaz pasaba el tiempo entre matraces, buretas y pipetas, ignorante de la vida que se movía alrededor. Ensayo y error, buscando y buscando, había logrado destilar, tras un millón de intentos, unas gotitas de elixir recuperador de la juventud perdida, que alisaba la piel, oscurecía el cabello y desarrollaba vigor e ilusiones. Por el mismo camino, sin quererlo, le llegó el elixir contrario: aquietaba el ánimo, dibujaba rostros más hechos y adornaba de canas el cabello. Convencido estaba de la inutilidad del segundo, pues nadie en su sano juicio lo iba a solicitar.

Mientras el esposo dormía; hizo ella un encargo al alquimista, que en su retiro destilaba mezclas de distintos colores. Subió él cuando Nuria despedía a Susana en la parada del autobús; pero el encargo fue muy distinto.

Llegado julio de nuevo, los esposos celebraron el primer aniversario de boda, y se hicieron regalos. Al borde del lecho, ella con una copa de jugo rojo, él con otra de néctar verde, antes de dormir, brindaron por la felicidad escurridiza. Al despertar se mostrarían el obsequio más importante.

Se amaron apasionadamente, durmieron abrazados, soñaron un sueño compartido y la rosácea madrugada, despertándolos, iluminó los rostros sorprendidos de un hombre veinte años más joven y una mujer que había envejecido veinte años.

PSdeJ Barcelona abril 2010

 

 

 

 

Elixires
Conto de Pedro Sevylla de Juana

Nuria costumava se sentar na primeira fila com a sua amiga Susana e dois jovens que as galanteavam suavemente. Desde esse lugar de privilégio não perdia uma sílaba das pronunciadas pelo professor de humanidades. Pablo, em seus muitos anos de maestro, não tinha visto no alunado tanto interesse pela matéria exposta. Em ocasiões a cada vez mais frequentes, se deixava levar e dirigia sua explicação à rapariga loira de lábios finos e sorriso ingénuo. Quis Nuria consultar antes ou despois das classes para aclarar dúvidas lógicas; e abriram a aula à alameda do campus. Pablo facilitou à aluna seu número de telefone, e a jovem encontrou razões para o chamar. O curso foi oferecendo admiração e afeto, de maneira que ao chegar o mês de junho e finalizar os exames, a jovem aluna e o maduro professor já se consideravam amigos verdadeiros.
Reteve-os o verão na cidade com motivos de importância, lhes descobrindo que vinte anos de diferença nas idades, não são excessivos quando se comprovam suficientes concordâncias. E existiam: o cultivo da amizade, o realismo mágico, jazz e blues, a cultura egípcia, a solidariedade entre os países e as pessoas, ecologia, pacifismo; e bem mais. Se viam todas as tardes, conversavam passeando baixo os plátanos do parque, e, tímidos de uma timidez submetida, chegaram a se tomar da mão ou do braço. Se despediam com longos circunlóquios e, chegados cada um em sua casa, o telefone os unia em longas conversas que às vezes duravam horas. Se entendiam bem, a amizade foi derivando em amor, e em meados de setembro, dantes de começar o novo curso, se descobriram noivos.
A vida começou a girar ao redor como numa atração de feira. Eles eram o eixo do mundo, e o mundo os protegia admirado de uma paixão que superava o obstáculo alto da diferença de idade. Por isso não advertiram o rechaço acordado em alguns colegas, nem souberam porquê se apartavam deles. Passaram o Natal com as duas famílias, e então sim, então perceberam os preconceitos.
O falaram cautos entre beijos e lágrimas, e decidiram seguir adiante com mais brios que nunca. Pronto comprovaram que iam receber apoios: as mães de ambos, Susana, uns quantos primos e dez ou doze amigos sinceros.
No primeiro sábado de julho se casaram. Cinquenta e oito dos cento e dois convidados o celebraram com eles. Tiveram o recebimento da crua realidade ao regresso da lua de mel em Alexandria e O Cairo. Murmuravam os invejosos ao vê-los passar díspares e apaixonados; e eles, em seu interior sensível, sofriam o menosprezo.
No desvão da casa onde alugaram um apartamento mínimo, determinado químico audaz passava o tempo entre retortas, buretas e pipetas, ignorante da vida que se movia ao redor. Ensaio e erro, procurando e procurando, tinha conseguido destilar, depois dum milhão de tentativas, umas gotinhas de elixir recuperador da juventude perdida, que alisava a pele, escurecia o cabelo e desenvolvia vigor e ilusões. Pelo mesmo caminho, sem o querer, lhe chegou o elixir contrário: aquietava o ânimo, desenhava rostos mais feitos e enfeitava de cabelos grisalhos a cabeça. Convencido estava da inutilidade do segundo, pois ninguém em seu são juízo o ia solicitar.
Enquanto o esposo dormia; fez ela um encarrego ao alquimista, que no seu retiro destilava misturas de diferentes cores. Subiu ele quando Nuria despedia a Susana na parada do autocarro; mas o encarrego foi muito diferente.
Chegado julho de novo, os esposos celebraram o primeiro aniversário de casamento, e se fizeram presentes. À beira do leito, ela com uma copa de suco vermelho, ele com outra de néctar verde, dantes de dormir, brindaram pela felicidade esquiva. Ao acordar se mostrariam o obséquio mais importante.
Se amaram apaixonadamente, dormiram abraçados, sonharam um mesmo sonho e a rosácea madrugada, acordando-os, alumiou os rostos surpresos dum homem vinte anos mais jovem e duma mulher que tinha envelhecido vinte anos.

Tradução de PSdeJ El Escorial, 1 de agosto de 2017

 

 

 Crepúsculo en el cementerio

 

 

Un paseo por el camposanto
Poema de Pedro Sevylla de Juana

Por pura simetría no creo en el demonio,
el bien y el mal equidistantes
necesidades y deseos compartiendo plano
lo palpable y lo impalpable en abrazo interno
lo superior como imagen reflejada de lo ínfimo
las vida eterna y temporal ancladas en mi mente
nexo de la fe y de la esperanza
pozo sin fondo al que nada colma.

Alma y cuerpo opuestos e inmiscibles
unidos por el roce de las alas crónicas.
Más allá de la mujer, eje del universo mundo,
del hombre subseyente, animales, árboles
y piedras; del equilibrio
y la armonía, de lo individual
puesto al servicio del conjunto,
más allá de las estrellas y los espacios
interestelares
descreo.

Descarnada metáfora victoriosa, Oriente
y Occidente enfrentados en etimológica plegaria,
húmeros, cráneos, tibias, costillares
procedentes del antiguo camposanto
llegaron hace más de siglo y medio
a la calle de la Coopérative, Villeneuve sur Lot,
para formar,
campo cercado y bendecido,
la Nueva Ciudad del Sueño Eterno:
Cementerio de Sainte Catherine.

Creyentes, pensadores, los abatidos
por la vida
o condenados a la última pena,
trinchera y seto delimitando tres cantones,
a los que se añade otro hipotético
para los hijos de Jacob; demostrando
que ni en la muerte se da la identidad
conceptual de fondo y forma,
que en los despojos corporales dormitan
la opinión y el sentimiento,
cadavéricas ideas perniciosas,
trasmisibles,
como virus filtrables,
a los sensibles vivientes.

Abonan esta tierra fúnebre
familias francesas, los cuerpos reposando
en el solar patrio;
familias españolas derrotadas en su país
y rehechas
en la acogedora y tolerante Francia,
familias emigradas de Italia,
familias de apellido portugués,
ciudadanos de las antiguas colonias
y muchos otros del centro de Europa:
lo extraño y lo propio sumados, integrados,
la historia de la villa escrita día a día.

Avanzo por el espacio cuajado
de enterramientos floridos, donde
yace y subyace
la ambición humana formando mausoleos,
panteones, sepulturas, criptas
obra maestra de arquitectos y escultores de valía.
La sólida argamasa de los múltiples
monumentos funerarios
honra, más que al fallecido,
a quien paga el alto costo:
rivalidad de vivos bien pertrechados.

Oigo expresarse en voz baja,
a uno
de los pensadores
muerto y, aún, pensante:
“Espíritus privados de materia,
materia liberada de energía y hálito vitales,
principios difusos invocados en responsos,
monocorde cantinela erguida como columna de humo,
intentando penetrar en lo Más Alto
impenetrable”.

Leo frases destinadas a resaltar la memoria
de la inconcreta permanencia
en este espacio de hipótesis indemostrables,
de la lógica aplastada por las emociones,
la falsa verdad matemática,
sicosociología desmitificada
al provocar el indeleble
axioma
de lo efímero.

“Ici repose
un Caballero de la Legión de Honor,
Consejero de Comercio,
Miembro destacado
de las Sociedades de Defensa Mutua…”:
meritorio y extenso currículum vítae,
que leo admirado donde debiera reinar la igualdad
establecida por la homogénea composición
de la materia descompuesta.
Donde las Cruces monumentales
que yacen inclinadas sobre las pesadas losas
-puertas blindadas, candadas,
próximas al hermetismo-
confirman
la inamovilidad de la situaciones
presente y futura.

“El Sol iba
como cada tarde,
adonde cada tarde va,
y la Iglesia: altar, vitrales,
sillas, imágenes
y sepulcros de clérigos;
elevada en medio del paseo
era la parte esencial del contraluz”:
declama una pintora y poetisa que lleva
sesenta años, al menos, en la tumba
adornada con lo que, en la distancia,
parece un arpa de oro, mascarón
de proa de una nave,
nave y arca
flotantes.

“Hay un ser eminente difundiendo
la luz en la obscuridad,
un sabio
que conoce la raíz de los misterios y la explica;
y un Ser Supremo, creador con su palabra,
Fiat Lux,
de la luz primigenia”.
Afirma una voz canónica
difunta
procedente del espacio religioso.
“Hay”, añado en mi cabeza:
“millones de criaturas siguiendo
el rumbo de Una Estrella Errante
que bien pudiera avanzar
errada”.

“Honor y patria”,
“Unión,
Valor,
Genio,
Trabajo”;
son lemas esculpidos en la roca dura
con la luminosidad rojiza de las convicciones,
montaña alejada de la visión más nítida,
perdiéndose en la bruma del mar impreciso,
columna principal,
ascua
y pavesa.

Poetas, filósofos,
sacerdotes y trabajadores;
se unen aquí a los militares laureados,
heridos, muertos y sobrevivientes
de mil guerras,
gastados en la paz de los desfiles conmemorativos
bajo el peso de las hojas de servicio saturadas de gestas
e innúmeras medallas concedidas.

Aquí las ilusiones,
aquí
los proyectos
apoyándose los unos en los otros;
la belleza y la fealdad,
la virtud y el vicio,
el bien y el mal complementándose,
equilibrándose.
Sombra reflejada de la barca
cuando surca el río que va a la infinitud eterna,
sonrisa vaciándose de misterios
sobre los cuerpos desnudos
conmovidos de pudores ígneos.

Quiero que siembren bien profundos
mis más firmes pensamientos
en esta tierra fértil,
para que mis nietos recojan
las flores abundantes
y los copiosos frutos.
Cantero de los discrepantes,
de los librepensadores idos,
dejando bien sentada
mi discrepante discrepancia
con todo lo arbitrario.

El fruto de mis reflexiones reiteradas
dejo en este largo y penetrante poema
-Oda como nombre de familia-
sobre el antes y el después
de los pasos humanos en la tierra,
sobre las dudas que emoción y lógica
han ido acercando a la certeza.

 

 

 

 

 

Um passeio pelo campo-santo
Poema traduzido pelo autor

Por mera simetria não creio no demônio,
o bem e o mau equidistantes
necessidades e desejos compartilhando plano
o palpável e o impalpável em abraço interno
o superior como imagem refletida do ínfimo
a vida eterna e temporária ancoradas em minha mente
nexo da fé e da esperança
poço sem fundo que nada colma.

Alma e corpo opostos e imiscíveis,
unidos pela roçadela do tempo.
Além da mulher, eixo do universo mundo,
do homem subsequente, animais, árvores
e pedras; do equilíbrio
e a harmonia, do individual
posto ao serviço do conjunto;
além das estrelas e os espaços
interestelares
eu descreio.

Descarnada metáfora vitoriosa, Oriente
e Ocidente enfrentados em etimológica pregaria,
úmeros, crânios, tíbias, costelas
procedentes do antigo Campo-santo
chegaram faz mais de século e meio
à rua da Coopérative, Villeneuve sur Lot,
para formar,
campo cercado e abençoado,
a Nova Cidade do Sonho Eterno:
Cemitério de Sainte Catherine.

Crentes, pensadores, os abatidos
pela vida
ou condenados à última pena,
trincheira e sebe viva delimitando três canteiros,
se acrescentando outro hipotético
para os filhos de Jacob; demonstrando
que nem na morte se dá a identidade
conceptual de fundo e forma,
que nos despojos corporais dormitam
a opinião e o sentimento,
cadavéricas ideias perniciosas,
transmissíveis,
como vírus filtráveis,
aos sensíveis viventes.

Adubam esta terra fúnebre
famílias francesas, os corpos repousando
no solar pátrio;
famílias espanholas derrotadas em seu país
e refeitas
na acolhedora e tolerante França,
famílias emigradas da Itália,
famílias de apelido português,
cidadãos das antigas colónias
e muitos outros do centro de Europa:
o estranho e o próprio somados, integrados,
a história da vila escrita dia a dia.

Avanço pelo espaço completo
de lajes floridas, onde
jaz e subjaz
a ambição humana formando mausoléus,
panteões, sepulturas, criptas
obras magistrais de arquitetos e escultores de valia.
A sólida argamassa dos abundantes
monumentos funerários
honra, mais que ao falecido,
a quem paga o alto custo:
rivalidade de vivos bem petrechados.

Ouço como se expressa baixinho
um dos pensadores
morto e, ainda, pensante:
“Espíritos privados de matéria,
matéria libertada de energia e hálito vitais,
princípios difusos invocados em responsos,
monocórdica cantilena erguida como coluna de fumo,
tentando penetrar no Mais Alto
impenetrável”.

Leio frases destinadas a realçar a memória
da inconstante permanência
neste espaço de hipóteses indemonstráveis,
da lógica aplastada pelas emoções,
a falsa verdade matemática,
psicossociologia desmitificada
ao provocar o indelével
axioma
do efémero.

”Ici repose
um Cavaleiro da Legião de Honor, Conselheiro de Comércio,
Membro destacado das Sociedades de Defesa Mútua…”:
meritório e extenso currículum vítae,
que leio admirado onde devesse reinar a igualdade
estabelecida pela homogênea composição
da matéria decomposta.
Onde as Cruzes monumentais
que jazem inclinadas sobre as pesadas lousas
-grossas portas blindadas,
próximas ao hermetismo-
confirmam
a imobilidade das situações
presente e futura.

“O Sol ia
como cada tarde,
onde cada tarde vai,
e a Igreja: altar, vitrais,
cadeiras, imagens
e sepulcros de clérigos;
elevada no meio do passeio
era a parte essencial do contraluz”:
declama uma pintora e poetisa que leva
sessenta anos, ao menos, na tumba
adornada com o que, na distância,
parece um harpa de ouro, mascarão
de proa de uma embarcação,
nave e arca
flutuantes.

“Há um ser eminente difundindo
a luz na obscuridade,
um sábio
que conhece a raiz dos mistérios e a explica;
e um Ser Supremo, criador com a sua palavra,
Fiat Lux,
da luz primigênia”.
Afirma uma voz canônica
defunta
procedente do espaço religioso.

“Há”, adiciono em minha cabeça:
“milhões de criaturas seguindo
o rumo de Uma Estrela Errante
que bem pudesse avançar
errada”.

“Honra e pátria”,
“União,
Valor,
Génio,
Trabalho”;
são lemas esculpidos na rocha dura
com a luminosidade avermelhada das convicções,
montanha afastada da visão mais nítida,
se perdendo na bruma do mar impreciso,
coluna principal,
áscua
e faúlha.

Poetas, filósofos,
sacerdotes e trabalhadores;
se unem aqui aos militares laureados,
feridos, morridos e sobreviventes
de mil guerras,
gastos na paz dos desfiles comemorativos
baixo o peso das folhas de serviço
cheias de louvores, menções honrosas
e medalhas concedidas.
Aqui as ilusões,
aqui
os projetos
se apoiando os uns nos outros;
a beleza e a fealdade,
a virtude e o vício,
o bem e o mau se complementando,
se equilibrando.

Sombra refletida da barca
quando sulca o rio que vai à infinitude eterna,
sorriso se esvaziando de mistérios
sobre os corpos nus
comovidos de pudores ígneos.

Eu quero que semeiem bem profundos
meus mais firmes pensamentos
nesta terra fértil,
para que meus netos recolham
as flores abundantes
e os copiosos frutos.
Canteiro dos discordantes,
dos livres-pensadores fenecidos,
deixando bem sentada
minha discrepante discrepância
com todo o arbitrário.

O fruto das reflexões reiteradas
deixo neste longo e pungente poema
-Ode como nome de família-
sobre o dantes e depois
dos passos humanos na terra,
sobre as dúvidas que emoção e lógica
têm ido acercando à certeza.
PSdeJ

 

 

 

 

 

Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer
Tradução: Pedro Sevylla de Juana

Rima I
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras

Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas

Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarlo, y apenas ¡oh, hermosa!
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, contártelo a solas.

Rima I
Eu sei um hino gigante e estranho
que anuncia na noite da alma uma aurora
e estas páginas são desse hino
cadencias que o ar dilata nas sombras

Eu quisesse escrevê-lo, do homem
domando o rebelde, mesquinho idioma
com palavras que fossem a um tempo
suspiros e risos, cores e notas

Mas é vão lutar; que não há cifra
capaz de encerrá-lo, e apenas, oh meu sol!
se, tendo em minhas mãos as tuas,
pudesse, ao ouvido, te o contar a sós.

Rima IV
No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,

mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,

mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a do camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!

Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían,
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila,

mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,

mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!

Rima IV
Não digais que esgotado seu tesouro,
de assuntos falta, emudeceu a lira;
poderá não haver poetas; mas sempre
haverá poesia.

Enquanto as ondas da luz ao beijo
palpitem acendidas,
enquanto o sol as rasgadas nuvens
de fogo e oro vista,

enquanto o ar em seu regaço leve
perfumes e harmonias,
enquanto haja no mundo primavera,
haverá poesia!

Enquanto a ciência a descobrir não atinja
as fontes da vida,
e no mar ou no céu haja um abismo
que ao cálculo resista,

enquanto a humanidade sempre avançando
não saiba aonde caminha,
enquanto haja um mistério para o homem,
haverá poesia!

Enquanto sintamos rir a alma,
sem que os lábios riam,
enquanto se chore, sem que o pranto acuda
a nublar a pupila,

enquanto o coração e a cabeça
batalhando prossigam,
enquanto tenha esperanças e lembranças,
haverá poesia!

Enquanto haja uns olhos que reflitam
os olhos que os miram,
enquanto responda o lábio suspirando
ao lábio que suspira,

enquanto se possam sentir num beijo
duas almas confundidas,
enquanto exista uma mulher formosa,
haverá poesia!

Rima VII
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga «Levántate y anda»!

Rima VII
Do salão no ângulo escuro,
de sua dona talvez esquecida,
silenciosa e coberta de pó,
a harpa se via.

Quanta nota dormia em suas cordas,
como o pássaro dorme na rama,
esperando a mão de neve
que sabe arrancá-las!

Ai!, pensei; quantas vezes o génio
assim dorme no fundo da alma,
e uma voz como Lázaro espera
que lhe diga «Levanta-te e anda»!

Rima XV
Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz:
eso eres tú.

Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte te desvaneces
como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
del lago azul

En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
largo lamento
del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
eso soy yo.

¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía,
los ojos vuelvo de noche y día;
yo, que incansable corro demente
tras una sombra, tras la hija ardiente
de una visión!

Rima XV
Cendal flutuante de leve bruma,
rizada fita de branca espuma,
rumor sonoro
de harpa de ouro,
beijo da aura, onda de luz:
isso és tu.

Tu, sombra aérea, que quantas vezes
vou tocar-te te desvaneces
como o lume, como o sonido,
como o nevoeiro, como o gemido
do lago azul

Em mar sem praias onda sonante,
no vazio cometa errante,
longo lamento
do rouco vento,
ânsia perpétua de algo melhor,
eu isso sou.

Eu, que a teus olhos, em minha agonia,
os olhos volto de noite e dia;
eu, que incansável corro demente
trás uma sombra, trás a filha ardente
duma visão!

Rima XXI
¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.

Rima XXI
Que é poesia?, dizes, enquanto fincas
em minha pupila tua pupila azul,
Que é poesia! E tu mo perguntas?
Poesia… és tu.

RIMA XXIII
[A ella. No sé…]
Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso… ¡Yo no sé
qué te diera por un beso!

RIMA XXIII
[A ela. Não sei…]
Por uma mirada, um mundo;
por um sorriso, um céu;
por um beijo… Eu não sê
que te desse por um beijo!

Rima XXV
Cuando en la noche te envuelven
las alas de tul del sueño
y tus tendidas pestañas
semejan arcos de ébano,
por escuchar los latidos
de tu corazón inquieto
y reclinar tu dormida
cabeza sobre mi pecho,
diera, alma mía,
cuanto poseo,
¡la luz, el aire
y el pensamiento!

Cuando se clavan tus ojos
en un invisible objeto
y tus labios ilumina
de una sonrisa el reflejo,
por leer sobre tu frente
el callado pensamiento
que pasa como la nube
del mar sobre el ancho espejo,
diera, alma mía,
cuanto deseo,
¡la fama, el oro,
la gloria, el genio!

Cuando enmudece tu lengua
y se apresura tu aliento
y tus mejillas se encienden
y entornas tus ojos negros,
por ver entre sus pestañas
brillar con húmedo fuego
la ardiente chispa que brota
del volcán de los deseos,
diera, alma mía,
por cuanto espero:
¡la fe, el espíritu,
la tierra, el cielo!

XXV
Quando na noite te envolvem
as asas de tule do sonho
e tuas tendidas pestanas
semelham arcos de ébano,
por escutar os batidos
de teu coração inquieto
e reclinar tua dormida
cabeça sobre meu peito,
desse, alma minha,
quanto eu tenho,
a luz, o ar
e o pensamento!

Quando se cravam teus olhos
num invisível objeto
e teus lábios alumia
dum sorriso o reflexo,
por ler sobre tua frente
o calado pensamento
que passa como a nuvem
do mar sobre o largo espelho,
desse, alma minha,
quanto desejo,
a fama, o ouro,
a glória, o génio!

Quando emudece tua língua
e se apressa teu alento
e tuas bochechas se acendem
e entornas teus olhos negros,
por ver entre seus cílios
brilhar com húmido incêndio
a ardente chispa que brota
do vulcão dos desejos,
desse, alma minha,
porquanto espero:
a fé, o espírito,
a terra, o céu!

Rima XXXVII
Antes que tú me moriré; escondido
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal.

Antes que tú me moriré; y mi espíritu
en su empeño tenaz
se sentará a las puertas de la muerte,
esperándote allá.

Con las horas los días, con los días
los años volarán,
y a aquella puerta llamarás al cabo…
¿Quién deja de llamar?

Entonces, que tu culpa y tus despojos
la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
como en otro Jordán;

allí donde el murmullo de la vida
temblando a morir va,
como la ola que a la playa viene
silenciosa a expirar;

allí donde el sepulcro que se cierra
abre una eternidad,
¡todo cuanto los dos hemos callado
allí lo hemos de hablar!

Rima XXXVII
Antes que tu morrerei; escondido
nas entranhas já
o ferro levo com que abriu tua mão
a larga ferida mortal.

Antes que tu morrerei; e meu espírito,
em seu empenho tenaz,
se sentará às portas da morte
te esperando lá.

Com as horas os dias, com os dias
os anos voaram,
e àquela porta chamarás ao cabo…
Quem deixa de chamar?

Então, que tua culpa e teus despojos
a terra guardará,
te lavando nas ondas da morte
como em outro Jordán;

ali onde o murmúrio da vida
tremendo a morrer vai,
como a onda que à praia vem
silenciosa a expirar;

ali onde o sepulcro que se fecha
abre uma eternidade,
todo quanto os dois temos calado
ali o temos de falar.

Rima XXXVIII
¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer, cuando el amor se olvida
¿sabes tú adónde va?

Rima XXXVIII
Os suspiros são ar e vão ao ar!
As lágrimas são água e vão ao mar!
Dize-me, mulher, quando o amor se esquece
sabes  aonde vai?

Rima LIII
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres…
¡esas… no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día…
¡esas… no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará;

pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar, …
como yo te he querido…; desengáñate,
¡así… no te querrán!

Rima LIII
Voltarão as escuras andorinhas
em teu balcão seus ninhos a colgar,
e outra vez com a asa a seus cristais
jogando chamarão;

mas aquelas que o voo refreavam
teu formosura e minha dita ao contemplar,
aquelas que aprenderam nossos nomes,
essas… não vão voltar!.

Voltarão as tupidas madressilvas
de teu jardim as taipas a escalar,
e outra vez à tarde ainda mais lindas
suas flores se abrirão;

mas aquelas, coalhadas de orvalho
cujas gotas olhávamos tremer
e cair como lágrimas do dia…
essas… não vão volver!

Voltarão do amor em teus ouvidos
as palavras ardentes a soar;
teu coração de seu profundo sonho
talvez acordará;

mas mudo e absorto e de joelhos
como se adora a Deus ante seu altar,
como eu te quis…; desengana-te,
assim… não te vão amar!

Rima LXXIII
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz, que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día,
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!

De la casa en hombros
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba,
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo:
allí la acostaron,
tapiáronle luego
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
Reinaba el silencio;
perdido en las sombras
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a solas me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos!…

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es vil materia
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde,
repugnancia y duelo,
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos!

Rima LXXIII
Fecharam seus olhos,
que ainda tinha abertos;
taparam sua cara
com um branco lenço,
e uns soluçando,
outros em silêncio,
da triste alcova
saíram presto.

A luz, que num copo
ardia no solo,
ao muro arrojava
a sombra do leito,
e entre aquela sombra
se via dum tempo a outro
se desenhar rígida
a forma do corpo.

Acordava o dia
e a seu alvor primeiro,
com seus mil ruídos
acordava o povo.
Ante aquele contraste
de vida e mistérios,
de luz e trevas,
meditei um momento:
¡Deus meu, como ficam
sozinhos os mortos!

Da casa em ombros
a levaram ao templo,
e numa capela
deixaram o féretro.
Ali rodearam
seus pálidos restos
de amarelas velas
e de panos negros.

Ao dar das almas
o toque postremo,
acabou uma velha
suas últimas rezas;
cruzou a larga nave,
as portas gemeram
e a santa estância
quedou deserta.

De um relógio se ouvia
compassado o pêndulo,
e de alguns círios
a crepitação.
Tão medroso e triste,
tão escuro e teso
todo se encontrava…
que pensei um momento:
¡Deus meu, como ficam
sozinhos os mortos!

Do alto sino
a língua de ferro
deu-lhe volteando
seu adeus aflito.
O luto nas roupas
parentes e amigos
cruzaram em fila
formando o préstito.

Do último asilo,
escuro e estreito,
abriu a picareta
o nicho a um extremo.
Ali a deitaram,
a taparam logo,
e com cumprimentos
despediu-se o enterro

A picareta ao ombro,
o sepultureiro,
cantando entre dentes,
perdeu-se ao longe.
A noite se entrava,
reinava o silêncio;
perdido nas sombras,
meditei um momento:
Deus meu, como ficam
sozinhos os mortos!

Nas longas noites
do gelado inverno,
quando as madeiras
chiar faz o vento
e açoita os vidros
o forte aguaceiro
da pobre menina
a sozinhas me lembro.

Ali cai a chuva
com um som eterno;
ali a combate
o sopro do vento,
do húmido muro
tendida no oco,
talvez de frio
se gelam seus ossos!…

Volta o pó ao pó?
Voa a alma ao céu?
Tudo é vil matéria,
podridão e lodo?
Não sei; mas há algo
que explicar não posso,
que ao par nos infunde
repugnância e desgosto,
ao deixar tão tristes,
tão sozinhos os mortos!

Rima XCIV
Lejos y entre los árboles
de la intrincada selva,
¿no ves algo que brilla
y llora? Es una estrella.

Ya se la ve más próxima,
como a través de un tul,
de una ermita en el pórtico
brillar. Es una luz.

De la carrera rápida
el término está aquí.
Desilusión. No es lámpara ni estrella
la luz que hemos seguido: es un candil.

Rima XCIV
Longe e entre as árvores
da intrincada selva,
não vês algo que brilha
e chora? É uma estrela.

Já se a vê mais próxima,
como por entre um tule,
duma ermida no pórtico
brilhar. É uma luz.

Da rápida carreira
o termo está aqui.
Desilusão. Não é luminária nem estrela
a luz que temos seguido: é um candil.

Texto original: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/rimas-y-leyendas–0/html

Traduçao de PSdeJ, El Escorial, dias 2 e 3 de agosto de 2017

 

TRES textos esenciales de Gustavo Adolfo Bécquer

 

 

 

 

 

1 RESEÑA de Bécquer sobre La Soledad,
Colección de Cantares por Augusto Ferrán y Forniés

Leí la última página, cerré el libro y apoyé mi cabeza entre las manos.
Un soplo de la brisa de mi país, una onda de perfumes y armonías lejanas, besó mi frente y acarició mi oído al pasar.
Toda mi Andalucía, con sus días de oro y sus noches luminosas y trasparentes, se levantó como una visión de fuego del fondo de mi alma.
Sevilla, con su Giralda de encajes que copia temblando el Guadalquivir y sus calles morunas, tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escuchar el extraño crujido de los pasos del rey justiciero; Sevilla con sus rejas y sus cantares, sus cancelas y sus rondadores, sus retablos y sus cuentos, sus pendencias y sus músicas, sus noches tranquilas y sus siestas de fuego, sus alboradas color de rosa y sus crepúsculos azules; Sevilla, con todas las tradiciones que veinte centurias han amontonado sobre su frente, con toda la pompa y la gala de su naturaleza meridional, con toda la poesía que la imaginación presta a un recuerdo querido, apareció como por encanto a mis ojos, y penetré en su recinto, y crucé sus calles y respiré su atmósfera, y oí los cantos que entonan a media voz las muchachas que cosen detrás de las celosías, medio ocultas entre las hojas de las campanillas azules; y aspiré con voluptuosidad la fragancia de las madreselvas, que corren por un hilo de balcón a balcón, formando toldos de flores; y torné, en fin, con mi espíritu a vivir en la ciudad donde he nacido, y de la que tan viva guardaré siempre la memoria.

No sé el tiempo que transcurrió mientras soñaba despierto. Cuando me incorporé, la luz que ardía sobre mi bufete oscilaba próxima a espirar, arrojando sus últimos destellos, que en círculos ya luminosos, ya sombríos, se proyectaban temblando sobre las paredes de mi habitación.
La claridad de la mañana, esa claridad incierta y triste de las nebulosas mañanas del invierno, teñía de un vago azul los vidrios de mis balcones.
A través de ellos se divisaba casi todo Madrid.
Madrid envuelto en una ligera neblina, por entre cuyos rotos jirones levantaban sus crestas oscuras las chimeneas, las boardillas, los campanarios y las desnudas ramas de los árboles.
Madrid, sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve.
Mis miembros estaban ya ateridos; pero entonces tuve frío hasta en el alma.
Y, sin embargo, yo había vuelto a respirar la tibia atmósfera de mi ciudad querida; yo había sentido el beso vivificador de sus brisas cargadas de perfumes, su sol de fuego había deslumbrado mis ojos al trasponer las verdes lomas sobre que se asienta el convento de Aznalfarache.

Aquel mundo de recuerdos lo había evocado como un conjuro mágico un libro.
Un libro impregnado en el perfume de las flores de mi país; un libro del que cada una de las páginas es un suspiro, una sonrisa, una lágrima o un rayo de sol; un libro, por último, cuyo solo título aún despierta en mi alma un sentimiento indefinible de vaga tristeza.
¡La soledad!
La soledad es el cantar favorito del pueblo en mi Andalucía

Aquel libro lo tenía allí para Juzgarlo
Como cuestión de sentimiento para mí ya lo estaba.
Sin embargo, el criterio de la sensación está sujeto a influencias puramente individuales, de las que se debe despojar el crítico, si ha de llenar su misión dignamente.
Esto es lo que voy a hacer, si me es posible.
Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura.
Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.
La primera tiene un valor dado: es la poesía de todo el mundo.
La segunda carece de medida absoluta, adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona: puede llamarse la poesía de los poetas.
La primera es una melodía que nace, se desarrolla, acaba y se desvanece.
La segunda es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso.
Cuando se concluye aquélla, se dobla la hoja con una suave sonrisa de satisfacción.
Cuando se acaba ésta, se inclina la frente cargada de pensamientos sin nombre.
La una es el fruto divino de la unión del arte y de la fantasía.
La otra es la centella inflamada que brota al choque del sentimiento y la pasión.
Las poesías de este libro pertenecen al último de los dos géneros, porque son populares, y la poesía popular es la síntesis de la poesía

El pueblo ha sido y será siempre el gran poeta de todas las edades y de todas las naciones.
Nadie mejor que él sabe sintetizar en sus obras las creencias, las aspiraciones y el sentimiento de una época.
Él forjó esa maravillosa epopeya celeste de los dioses del paganismo, que después formuló Homero.
Él ha dado el ser a ese mundo invisible de las tradiciones religiosas, que puede llamarse el mundo de la mitología cristiana.
Él inspiró al sombrío Dante el asunto de su terrible poema.
Él dibujó a Don Juan.
Él soñó a Fausto.
Él, por último, ha infundido su aliento de vida a todas esas figuras gigantescas que el arte ha perfeccionado luego, prestándoles formas y galas.
Los grandes poetas, semejantes a un osado arquitecto, han recogido las piedras talladas por él, y han levantado con ellas una pirámide en cada siglo.
Pirámides colosales, que dominando la inmensa ola del olvido y del tiempo, se contemplan unas a otras y señalan el paso de la humanidad por el mundo de la inteligencia.
Como a sus maravillosas concepciones, el pueblo da a la expresión de sus sentimientos una forma especialísima.
Una frase sentida, un toque valiente o un rasgo natural, le bastan para emitir una idea, caracterizar un tipo o hacer una descripción.
Esto y no más son las canciones populares.
Todas las naciones las tienen.
Las nuestras, las de toda la Andalucía en particular, son acaso las mejores.

En algunos países, en Alemania sobre todo, esta clase de canciones constituyen un género de poesía.
Goethe, Schiller, Uhland, Heine, no se han desdeñado de cultivarlo; es más, se han gloriado de hacerlo.
Entre nosotros no: estas canciones se admiran, es verdad, se aplauden, se repiten de boca en boca; Trueba las ha glosado con una espontaneidad y una gracia admirables; Fernán Caballero ha reunido un gran número en sus obras; pero nadie ha tocado ese género, para elevarlo a la categoría de tal en el terreno del arte.
A esto es a lo que aspira el autor de La soledad.
Éstas son las pretensiones que trae su libro al aparecer en la arena literaria.
El propósito es digno de aplauso, y la empresa más arriesgada de lo que a primera vista parece.
¿Cómo lo ha cumplido?

«Al principio de esta colección he puesto unos cuantos cantares del pueblo, para estar seguro al menos de que hay algo bueno en este libro.»
Así dice el autor en el prólogo, y así lo hace.
Desde luego confesamos que este rasgo, a la vez de modestia y confianza en su obra, nos gusta.
Sean como fueren sus cantares, el autor no rehúye las comparaciones.
No tiene por qué rehuirlas.
Seguramente que los suyos se distinguen de los originales del pueblo; la forma del poeta, como la de una mujer aristocrática, se revela aun bajo el traje más humilde, por sus movimientos elegantes y cadenciosos; pero en la concisión de la frase, en la sencillez de los conceptos, en la valentía y la ligereza de los toques, en la gracia y la ternura de ciertas ideas, rivalizan cuando no vencen a los que se ha propuesto por norma.
El autor de La soledad no ha imitado la poesía del pueblo servilmente, porque hay cosas que no pueden imitarse.
Tampoco ha escrito un cantar por vía de pasatiempo, sujetándose a una forma prescrita, como el que vence una dificultad por gala, no; los ha hecho sin duda porque sus ideas al revestirse espontáneamente de una forma han tomado ésta; porque su libre educación literaria, su conocimiento de los poetas alemanes y el estudio especialísimo de la poesía popular, han formado desde luego su talento a propósito para representar este nuevo género en nuestra nación.
En efecto, sus cantares, ora brillantes y graciosos, ora sentidos y profundos, ya se traduzcan por medio de un rasgo apasionado y valiente, ya merced a una nota melancólica y vaga, siempre vienen a herir alguna de las fibras del corazón del poeta.
En ellos hay un grito para cada dolor, una sonrisa para cada esperanza, una lágrima para cada desengaño, un suspiro para cada recuerdo.
En sus manos la sencilla arpa popular recorre todos los géneros, responde a todos los tonos de la infinita escala del sentimiento y las pasiones. No obstante, lo mismo al reír que al suspirar, al hablar del amor, que al exponer algunos de sus extraños fenómenos, al traducir un sentimiento que al formular una esperanza, estas canciones rebosan en una especie de vaga e indefinible melancolía que produce en el ánimo una sensación al par dolorosa y suave.
No es extraño.
En mi país cuando la guitarra acompaña la soledad, ella misma parece como que se queja y llora.

Las fatigas que se cantan
son las fatigas más grandes,
porque se cantan llorando
y las lágrimas no salen.

Entre los originales, éste es el primer cantar que se encuentra al abrir el libro. Él da el tono al resto de la obra, que se desenvuelve como una rica melodía, cuyo tema fecundo es susceptible de mil y mil brillantes variaciones.
Si la dimensión de este artículo me lo permitiera citaría una infinidad de ellos que justificasen mi opinión; en la imposibilidad de hacerlo así, transcribiré algunos, que aunque imperfecta, puedan dar alguna idea del libro que me ocupa:

Si yo pudiera arrancar
una estrellita del cielo,
te la pusiera en la frente
para verte desde lejos.
………..
Cuando pasé por tu casa
«¿quién vive?» al verme gritaste,
sólo con la mala idea
de si aún vivía matarme.
………….
Compañera, yo estoy hecho
a sufrir penas crueles;
pero no a sufrir la dicha
que apenas llega se vuelve.

En estos cantares el autor rivaliza en espontaneidad y gracia con los del pueblo: la misma forma ligera y breve, la misma intención, la misma verdad y sencillez en la expresión del sentimiento. En los que siguen varía de tono:

Antes piensa y luego habla;
y después de haber hablado,
vuelve a pensar lo que has dicho,
y verás si es bueno o malo.
……………..
Levántate si te caes,
y antes de volver a andar,
mira dónde te has caído
y pon allí una señal.
…………..
Yo me he querido vengar
de los que me hacen sufrir,
y me ha dicho mi conciencia
que antes me vengue de mí.

Una sentencia profunda, encerrada en una forma concisa, sin más elevación que la que le presta la elevación del pensamiento que contiene. Verdad en la observación, naturalidad en la frase: éstas son las dotes del género de estos cantares. El pueblo los tiene magníficos; por los que dejamos citados se verá hasta qué punto compiten con ellos los del autor de La soledad.

Los mundos que me rodean
son los que menos me extrañan;
el que me tiene asombrado
es el mundo de mi alma.
……………
Lo que envenena la vida,
es ver que en torno tenemos
cuanto para ser felices
nos hace falta, y no es nuestro.
…………..
Yo no sé lo que yo tengo,
ni sé lo que a mí me falta,
que siempre espero una cosa
que no sé cómo se llama.
…………..
¡Ay de mí! Por más que busco
la soledad, no la encuentro.
Mientras yo la voy buscando,
mi sombra me va siguiendo.
…………….
Todo hombre que viene al mundo
trae un letrero en la frente
con letras de fuego escrito,
que dice: «Reo de muerte.»

La poesía popular, sin perder su carácter, comienza aquí a elevar su vuelo. La honda admiración que nos sobrecoge al sentir levantarse en el interior del alma un maravilloso mundo de ideas incomprensibles, ideas que flotan como flotan los astros en la inmensidad.
Esa amargura que corroe el corazón, ansioso de goces, goces que pasan a su lado y huyen lanzándole una carcajada, cuando tiende la mano para asirlos; goces que existen, pero que acaso nunca podrá conocer.
Esa impaciencia nerviosa que siempre espera algo, algo que nunca llega, que no se puede pedir, porque ni aun se sabe su nombre; deseo quizá de algo divino, que no está en la tierra, y que presentimos, no obstante.
Esa desesperación del que no puede ahuyentar los dolores, y huye del mundo, y los tormentos le siguen, porque su tortura son sus ideas, que como su sombra le acompaña a todas partes.
Esa lúgubre verdad que nos dice que llevamos un germen de muerte dentro de nosotros mismos; todos esos sentimientos, todas esas grandes ideas que constituyen la inspiración, están expresados en los cuatro cantares que preceden, con una sobriedad y una maestría, que no puede menos de llamar la atención.
Como se ve, el autor, con estas canciones, ha dado ya un gran paso para aclimatar su género favorito en el terreno del arte.

Veamos ahora algunas de las que, también imitación de las populares que constan de dos o más estrofas, ha intercalado en las páginas de su libro:

Pasé por un bosque y dije:
«aquí está la soledad…».
Y el eco me respondió
con voz muy ronca: «aquí está».

Y me respondió «aquí está»
y entonces me entró un temblor,
al ver que la voz salía
de mi mismo corazón.
…………
Tenía los labios rojos,
tan rojos como la grana…
labios ¡ay! que fueron hechos
para que alguien los besara.

Yo un día quise… La niña
al pie de un ciprés descansa:
un beso eterno la muerte
puso en sus labios de grana.
……………..
Allá arriba el sol brillante,
las estrellas allá arriba:
aquí abajo los reflejos
de lo que tan lejos brilla.

Allá lo que nunca acaba,
aquí lo que al fin termina:
¡y el hombre atado aquí abajo
mirando siempre hacia arriba!

La primera de estas canciones puede ponerse en boca del Manfredo, de Byron; Schiller no repudiaría la segunda si la encontrase entre sus baladas, y con pensamientos menos grandes que el de la tercera ha escrito Víctor Hugo muchas de sus odas.
Pero nos resta aún por citar una de ellas, acaso una de las mejores, sin duda la más melancólica, la más vaga, la más suave de todas, la última: con ella termina el libro de La soledad, como con una cadencia armoniosa que se desvanece temblando, y aún la creemos escuchar en nuestra imaginación:

Los que quedan en el puerto
cuando la nave se va,
dicen al ver que se aleja:
«¡Quién sabe si volverán!».

Y los que van en la nave
dicen mirando hacia atrás:
«¡Quién sabe cuando volvamos
si se habrán marchado ya!».

«En cuanto a mis pobres versos, si algún día oigo salir uno solo de ellos de entre un corrillo de alegres muchachas, acompañado por los tristes tonos de una guitarra, daré por cumplida toda mi ambición de gloria, y habré escuchado el mejor juicio crítico de mis humildes composiciones.»
Así termina el prólogo de La soledad. ¿Con qué otras palabras podría yo concluir esta revista, que pusieran más de relieve la modestia y la ternura del nuevo poeta?
Yo creo, yo espero, digo más, yo estoy seguro de que no tardarán mucho en cumplirse las aspiraciones del autor de estos cantares.
Acaso, cuando yo vuelva a mi Sevilla, me recordará alguno de ellos días y cosas, que a su vez me arranquen una lágrima de sentimiento semejante a la que hoy brota de mis ojos al recordarla.
[El Contemporáneo, domingo 20 de enero de 1861.]

 

 

 

 

 

 

2 DESDE MI CELDA Carta Tercera de Gustavo Adolfo Bécquer

Queridos amigos: Hace dos o tres días, andando a la casualidad por entre estos montes, y habiéndome alejado más de lo que acostumbro en mis paseos matinales, acerté a descubrir, casi oculto entre las quiebras del terreno y fuera de todo camino, un pueblecillo cuya situación, por extremo pintoresca, me agradó tanto, que no pude por menos de aproximarme a él para examinarle a mis anchas. Ni aun pregunté su nombre, y si mañana o el otro quisiera buscarle por su situación en el mapa, creo que no lo encontraría: tan pequeño es y tan olvidado parece entre las ásperas sinuosidades del Moncayo. Figúrense ustedes en el declive de una montaña inmensa, y sobre una roca que parece servirle de pedestal, un castillo del que solo quedan en pie la torre del homenaje, algunos lienzos de muro carcomidos y musgosos. Agrupadas alrededor de este esqueleto de fortaleza, cual si quisiesen todavía dormir seguras a su sombra como en la edad de hierro en que debió alzarse, se ven algunas casas, pequeñas heredades con sus bardales de heno, sus tejados rojizos y sus chimeneas desiguales y puntiagudas, por cima de las que se eleva el campanario de la parroquia con su reloj de sol, su esquiloncillo que llama a la primera misa y su gallo de hojalata, que gira en lo alto de la veleta a merced de los vientos.

Una senda que sigue al curso del arroyo que cruza el valle, serpenteando por entre los cuadros de los trigos, verdes y tirantes como el paño de una mesa de billar, sube, dando vueltas a los amontonados pedruscos sobre que se asienta el pueblo, hasta el punto en que un pilarote de ladrillos con una cruz en el remate señala la entrada. Sucede con estos pueblecitos tan pintorescos, cuando se ven en lontananza tantas líneas caprichosas, tantas chimeneas arrojando pilares de humo azul, tantos árboles y peñas y accidentes artísticos, lo que con otras muchas cosas del mundo, en que todo es cuestión de la distancia a que se miran, y la mayor parte de las veces, cuando se llega a ellos, la poesía se convierte en prosa. Ya en la cruz de la entrada, lo que pude descubrir del interior del lugar no me pareció, en efecto, que respondía ni con mucho a su perspectiva, de modo que no queriendo arriesgarme por sus estrechas, sucias y empinadas callejas, comencé a costearlo y me dirigí a una reducida llanura que se descubre a su espalda, dominada solo por la iglesia y el castillo. Allí, en unos campos de trigo, y junto a dos o tres nogales aislados que comenzaban a cubrirse de hojas, está lo que, por su especial situación y la pobre cruz de palo enclavada sobre la puerta, colegí que sería el cementerio.

Desde muy niño concebí, y todavía conservo, una instintiva aversión a los campos santos de las grandes poblaciones: aquellas tapias encaladas y llenas de huecos, como la estantería de una tienda de géneros ultramarinos; aquellas calles de árboles raquíticos, simétricas y enarenadas, como las avenidas de un parque inglés; aquella triste parodia de jardín con flores sin perfume y verdura sin alegría, me oprimen el corazón y me crispan los nervios. El afán de embellecer grotesca y artificialmente la muerte me trae a la memoria esos niños de los barrios bajos a quienes después de expirar embadurnan la cara con arrebol, y entre el cerco violado de los ojos, la intensa palidez de las sienes y el rabioso carmín de las mejillas, resulta una mueca horrible.

Por el contrario, en más de una aldea he visto un cementerio chico, abandonado, pobre, cubierto de ortigas y cardos silvestres, y me ha causado una impresión siempre melancólica, es verdad, pero mucho más suave, mucho más respetuosa y tierna. En aquellos vastos almacenes de la muerte siempre hay algo de esa repugnante actividad del tráfico. La tierra, constantemente removida, deja ver fosas profundas que parecen aguardar su presa con hambre. Aquí, nichos vacíos a los que no falta más que un letrero: «Esta casa se alquila»; allí, huesos que se retrasan en el pago de su habitación y son arrojados qué sé yo adónde, para dejar lugar a otros, y lápidas con filetes de relumbrones y décimas, y coronas de flores de trapo, y siemprevivas de comerciantes de objetos fúnebres. En estos escondidos rincones, último albergue de los ignorados campesinos, hay una profunda calma. Nadie turba su santo recogimiento, y después de envolverse en su ligera capa de tierra, sin siquiera tener encima el peso de una losa, deben dormir mejor y más sosegados.

Cuando, no sin tener que forcejear antes un poco, logré abrir la carcomida y casi deshecha puerta del pequeño cementerio que por casualidad había encontrado en mi camino, y este se ofreció a mi vista, no pude menos de confirmarme nuevamente en mis ideas. Es imposible ni aun concebir un sitio más agreste, más solitario y más triste, con una agradable tristeza, que aquel. Nada habla allí de la muerte con ese lenguaje enfático y pomposo de los epitafios, nada la recuerda de modo que horrorice con el repugnante espectáculo de sus atavíos y despojos. Cuatro lienzos de tapia humilde y compuestos de arena amasada con piedrecillas de colores, ladrillos rojos y algunos sillares cubiertos de musgo en los ángulos, cercan un pedazo de tierra, en el cual la poderosa vegetación de este país, abandonada a sí misma, despliega sus silvestres galas con un lujo y una hermosura imponderables. Al pie de las tapias, y por entre sus rendijas, crecen la hiedra y esas campanillas color de rosa pálido que suben sosteniéndose en las asperezas del muro hasta trepar a los bardales de heno, por donde se cruzan y se mecen como una flotante guirnalda de verdura. La espesa y fina hierba que cubre el terreno y marca con suave claroscuro todas sus ondulaciones hace el efecto de un tapiz bordado de esas mil florecillas cuyos poéticos nombres ignora la ciencia, y solo podrían decirlo las muchachas del lugar que en las tardes de mayo las cogen en el halda para engalanar el retablo de la Virgen.

Allí, en medio de algunas espigas cuya simiente acaso trajo el aire de las eras cercanas, se columpian las amapolas con sus cuatro hojas purpúreas y descompuestas; las margaritas blancas y menudas, cuyos pétalos arrancan uno a uno los amantes, semejan copos de nieve que el calor no ha podido derretir, contrastando con los dragoncillos corales y esas estrellas de cinco rayos, amarillas e inodoras, que llaman de los muertos, las cuales crecen salpicadas en los campos santos o entre las ortigas, las rosas de los espinos, los cardos silvestres y las alcachoferas puntiagudas y frondosas. Una brisa pura y agradable mueve las flores, que se balancean con lentitud, y las altas hierbas, que se inclinan y levantan a su empuje como las pequeñas olas de un mar verde y agitado. El sol resbala suavemente sobre los objetos, los ilumina o los transparenta, aumentando la intensidad y la brillantez de sus tintas, y parece que los dibuja con un perfil de oro para que destaquen entre sí con más limpieza. Algunas mariposas revolotean de acá para allá, haciendo en el aire esos giros extraños que fatigan la vista, que inútilmente se empeña en seguir su vuelo tortuoso, y mientras las abejas estrechan sus círculos zumbando alrededor de los cálices llenos de perfumada miel y los pardillos picotean los insectos que pululan por el bardal de la tapia, una lagartija asoma su cabeza triangular y aplastada y sus ojos pequeños y vivos por entre sus hendiduras, y huye temerosa a guarecerse en su escondite al menor movimiento.

Después que hube abarcado con una mirada el conjunto de aquel cuadro, imposible de reproducir con frases siempre descoloridas y pobres, me senté en un pedrusco, lleno de esa emoción sin ideas que experimentamos siempre que una cosa cualquiera nos impresiona profundamente y parece que nos sobrecoge por su novedad o su hermosura. En esos instantes rapidísimos, en que la sensación fecunda a la inteligencia y allá en el fondo del cerebro tiene lugar la misteriosa concepción de los pensamientos que han de surgir algún día evocados por la memoria, nada se piensa, nada se razona, los sentidos todos parecen ocupados en recibir y guardar la impresión que analizarán más tarde.

Sintiendo aún las vibraciones de esta primera sacudida del alma, que la sumerge en un agradable sopor, estuve, pues, un largo espacio de tiempo, hasta que gradualmente comenzaron a extinguirse, y poco a poco fueron levantándose las ideas relativas. Estas ideas que ya han cruzado otras veces por la imaginación y duermen olvidadas en alguno de sus rincones son siempre las primeras en acudir cuando se toca su resorte misterioso. No sé si a todos les habrá pasado igualmente; pero a mí me ha sucedido con bastante frecuencia preocuparme en ciertos momentos con la idea de la muerte y pensar largo rato y concebir deseos y formular votos acerca de la destinación futura, no sólo de mi espíritu, sino de mis despojos mortales. En cuanto al alma, dicho se está que siempre he deseado que se encaminase al cielo. Con el destino que darían a mi cuerpo es con lo que más he batallado y acerca de lo cual he echado más a menudo a volar la fantasía. En aquel punto en que todas aquellas viejas locuras de mi imaginación salieron en tropel de los desvanes de la cabeza donde tengo arrinconados, como trastos inútiles, los pensamientos extraños, las ambiciones absurdas y las historias imposibles de la adolescencia, ilusiones rosadas que, como los trajes antiguos, se han ajado ya y se han puesto de color de ala de mosca con los años, fue cuando pude apreciar, sonriendo, al compararlas entre sí, la candidez de mis aspiraciones juveniles.

En Sevilla, y en la margen del Guadalquivir que conduce al convento de San Jerónimo, hay, cerca del agua, una especie de remanso que fertiliza un valle en miniatura, formado por el corte natural de la ribera, que en aquel lugar es bien alta, y forma un rápido declive. Dos o tres álamos blancos, corpulentos y frondosos, entretejiendo sus copas, defienden aquel sitio de los rayos del sol, que rara vez logra deslizarse entre las ramas, cuyas hojas producen un ruido manso y agradable cuando el viento las agita y las hace parecer, ya plateadas, ya verdes, según del lado que las empuja. Un sauce baña sus raíces en la corriente del río, hacia el que se inclina como agobiado de un peso invisible, y a su alrededor crecen multitud de juncos y de esos lirios amarillos y grandes que nacen espontáneos al borde de los arroyos y las fuentes.

Cuando yo tenía catorce o quince años y mi alma estaba henchida de deseos sin nombre, de pensamientos puros y de esa esperanza sin límite que es la más preciada joya de la juventud; cuando yo me juzgaba poeta, cuando mi imaginación estaba llena de esas risueñas fábulas del mundo clásico, y Rioja, en sus silvas a las flores; Herrera, en sus tiernas elegías, y todos mis cantores sevillanos, dioses penates de mi especial literatura, me hablaban de continuo del Betis majestuoso, el ríode las ninfas, de las náyades y los poetas, que corre al Océano escapándose de un ánfora de cristal, coronado de espadañas y laureles, ¡cuántos días, absorto en la contemplación de mis sueños de niño, fui a sentarme en su ribera, y allí, donde los álamos me protegían con su sombra, daba rienda suelta a mis pensamientos y forjaba una de esas historias imposibles, en las que hasta el esqueleto de la muerte se vestía a mis ojos con galas fascinadoras y espléndidas!

Yo soñaba entonces una vida independiente y dichosa,
semejante a la del pájaro, que nace para cantar y Dios le procura de comer; soñaba esa vida tranquila del poeta que irradia con suave luz de una en otra generación: soñaba que la ciudad que me vio nacer se enorgulleciese con mi nombre, añadiéndolo al brillante catálogo de sus ilustres hijos, y cuando la muerte pusiese un término a mi existencia, me colocasen, para dormir el sueño de oro de la inmortalidad, a la orilla del Betis, al que yo habría cantado en odas magníficas, y en aquel mismo punto adonde iba tantas veces a oír el suave murmullo de sus ondas. Una piedra blanca con una cruz y mi nombre serían todo el monumento.

Los álamos blancos, balanceándose día y noche sobre mi sepultura, parecerían rezar por mi alma con el susurro de sus hojas plateadas y verdes, entre las que vendrían a refugiarse los pájaros para cantar al amanecer un himno alegre a la resurrección del espíritu a regiones más serenas; el sauce, cubriendo aquel lugar de una flotante sombra, le prestaría su vaga tristeza, inclinándose y derramando en derredor sus ramas desmayadas y flexibles, como para proteger y acariciar mis despojos, y hasta el río, que en las horas de creciente casi vendría a besar el borde de la losa, cercada de juncos, parecería arrullar mi sueño con una música agradable. Pasado algún tiempo, y después que la losa comenzara a cubrirse de manchas de musgo, una mata de campanillas, de esas campanillas azules con un disco de carmín en el fondo, que tanto me gustaban, crecería a su lado, enredándose por entre sus grietas y vistiéndola con sus hojas anchas y transparentes, que no sé por qué misterio tienen la forma de un corazón; los insectos de oro con alas de luz, cuyo zumbido convida a dormir en la calurosa siesta, vendrían a revolotear en torno de sus cálices; para leer mi nombre, ya borroso por la acción de la humedad y los años, sería preciso descorrer un cortinaje de verdura.

¿Pero, para qué leer mi nombre? ¿Quién no sabría que yo descansaba allí? Algún desconocido admirador de mis versos plantaría un laurel que, descollando altivo entre los otros árboles, hablase a todos de mi gloria, y ya una mujer enamorada que halló en mis cantares un rasgo de esos extraños fenómenos del amor que sólo las mujeres saben sentir y los poetas descifrar, ya un joven que se sintió inflamado con el sacro fuego que hervía en mi mente, y a quien mis palabras revelaron nuevos mundos de la inteligencia, hasta entonces para él ignotos, o un extranjero que vino a Sevilla llamado por la fama de su belleza y los recuerdos que en ella dejaron sus hijos, echaría una flor sobre mi tumba, contemplándola un instante con tierna emoción, con noble envidia o respetuosa curiosidad; a la mañana, las gotas del rocío resbalarían como lágrimas sobre su superficie.

Después de remontado el sol, sus rayos la dorarían, penetrando tal vez en la tierra y abrigando su dulce calor mis huesos. En la tarde, y a la hora en que las aguas del Guadalquivir copian temblando el horizonte de fuego, la árabe torre y los muros romanos de mi hermosa ciudad, los que siguen la corriente del río en un ligero bote que deja en pos una inquieta línea de oro, dirían, al ver aquel rincón de verdura, donde la piedra blanqueaba al pie de los árboles: «Allí duerme el poeta.» Y cuando el Gran Betis dilatase sus riberas hasta los montes, cuando sus alteradas ondas, cubriendo el pequeño valle, subiesen hasta la mitad del tronco de los álamos, las ninfas que viven ocultas en el fondo de sus palacios, diáfanos y transparentes, vendrían a agruparse alrededor de mi tumba, yo sentiría la frescura y el rumor del agua agitada por sus juegos, sorprendería el secreto de sus misteriosos amores, sentiría tal vez la ligera huella de sus pies de nieve al resbalar sobre el mármol en una danza cadenciosa, oyendo, en fin, como cuando se duerme ligeramente se oyen las palabras y los sonidos de una manera confusa, el armonioso coro de sus voces juveniles y las notas de sus liras de cristal.

Así soñaba yo en aquella época. ¡A tanto y a tan poco se limitaban entonces mis deseos! Pasados algunos años, luego que hube salido de mi ciudad querida, después que mis ideas tomaron poco a poco otro rumbo, y la imaginación, cansada ya de idilios, de ninfas, de poesía y de flores, comenzó a remontarse a épocas distantes, complaciéndose en vestir con sus galas las dramáticas escenas de la Historia, fingiendo un marco de oro para cada uno de sus cuadros y haciendo un pedestal para cada uno de sus personajes, volví a soñar, y como en las comedias de magia, nuevas decoraciones de fantasía sustituyeron a las antiguas y la vara mágica del deseo hizo posible en la mente nuevos absurdos.

¡Cuántas veces, después de haber discurrido por las anchurosas naves de alguna de nuestras inmensas catedrales góticas o de haberme sorprendido la noche en uno de esos imponentes y severos claustros de nuestras históricas abadías, he vuelto a sentir inflamada mi alma con la idea de la gloria, pero una gloria más ruidosa y ardiente que la del poeta! Yo hubiera querido ser un rayo de la guerra, haber influido poderosamente en los destinos de mi país, haber dejado en sus leyes y sus costumbres la profunda huella de mi paso; que mi nombre resonase unido, y como personificándola, a alguna de sus grandes revoluciones, y luego, satisfecha mi sed de triunfos y de estrépito, caer en un combate, oyendo como el último rumor del mundo el agudo clamor de la trompetería de mis valerosas huestes, para ser conducido sobre el pavés, envuelto en los pliegues de mi destrozada bandera, emblema de cien victorias, a encontrar la paz del sepulcro en el fondo de uno de esos claustros santos donde vive el eterno silencio y al que los siglos prestan su majestad y su color misterioso e indefinible. Una airosa ojiva, erizada de hojas revueltas y puntiagudas, por entre las cuales se enroscaran, asomando su deforme cabeza, por aquí un grifo, por allá uno de esos monstruos alados, engendro de la imaginación del artífice, bañaría en oscura sombra mi sepulcro.

A su alrededor, y debajo de calados doseletes, los santos patriarcas, los bienaventurados y los mártires, con sus miembros de hierro y sus emblemáticos atributos, parecerían santificarle con su presencia. Dos guerreros inmóviles y vestidos de su fantástica y blanca armadura velarían día y noche de hinojos a sus costados, y mientras que mi estatua de alabastro riquísimo y transparente, con sus arreos de batallar, su espada sobre el pecho y un león a los pies, dormiría majestuosa sobre el túmulo, los ángeles, que, envueltos en largas túnicas y con un dedo en los labios, sostuviesen el cojín sobre que descansaba mi cabeza, parecería que llamaban con sus plegarias a las santas visiones de oro que llenan el desconocido sueño de la muerte de los justos, defendiéndome con sus alas de los terrores y las angustias de una pesadilla eterna.

En los huecos de la urna, y entre un sinnúmero de arcos con caireles y grumos de hojas de trébol, rosetas caladas, haces de columnillas y esas largas procesiones de plañideras que, envueltas en sus mantos de piedra, parece que andan en torno del monumento llorando con llanto sin gemidos, se verían mis escudos triangulares soportados por reyes de armas con sus birretes y sus blasonadas casullas, y en los cuarteles, realzados con vivos colores merced a un hábil iluminador, las bandas de oro, las estrellas, los versos y los motes heráldicos con una larga inscripción en esa letra gótica, estrecha y puntiaguda, donde el curioso, lleno de hondo respeto, leería con pena y casi descifrándolos, mi nombre, mis títulos y mi gloria. Allí, rodeado de esa atmósfera de majestad que envuelve a todo lo grande, sin que turbara mi reposo más que el agudo chillido de una de esas aves nocturnas de ojos redondos y fosfóricos que acaso viniera a anidar entre los huecos del arco, viviría todo lo que vive un recuerdo histórico y glorioso unido a una magnífica obra de arte, y en la noche, cuando un furtivo rayo de luna dibujase en el pavimento del claustro los severos perfiles de las ojivas, cuando solo se oyesen los gemidos del aire extendiéndose de eco en eco por sus inmensas bóvedas, después de haberse perdido la última vibración de la campana que toca la queda, mi estatua, en la que habría algo de lo que yo fui, un poco de ese soplo que anima el barro encadenado por un fenómeno incomprensible al granito, ¡quién sabe si se levantaría de su lecho de piedra para discurrir por entre aquellas gigantes arcadas con los otros guerreros, que tendrían su sepultura por allí cerca; con los prelados, revestidos de sus capas pluviales y sus mitras, y esas damas de largo brial y plegados monjiles que, hermosas aun en la muerte, duermen sobre las urnas de mármol, en los más oscuros ángulos de los templos!…

Desde que, impresionada la imaginación por la vaga melancolía o la imponente hermosura de un lugar cualquiera, se lanzaba a construir con fantásticos materiales uno de esos poéticos recintos, último albergue de mis mortales despojos, hasta el punto aquel en que, sentado al pie de la humilde tapia del cementerio de una aldea oscura, parecía como que se reposaba mi espíritu en su honda calma y se abrían mis ojos a la luz de la realidad de las cosas, ¡qué revolución tan radical y profunda no se ha hecho en todas mis ideas! ¡Cuántas tempestades silenciosas no han pasado por mi frente, cuántas ilusiones no se han secado en mi alma, a cuántas historias de poesía no las he hallado una repugnante vulgaridad en el último capítulo! Mi corazón, a semejanza de nuestro globo, era como una masa incandescente y líquida que poco a poco se va enfriando y endureciendo. Todavía queda algo que arde allá en lo más profundo, pero rara vez sale a la superficie.

Las palabras amor, gloria, poesía, no me suenan ya al oído como me sonaban antes. ¡Vivir!… Seguramente que deseo vivir, porque la vida, tomándola tal como es, sin exageraciones ni engaños, no es tan mala como dicen algunos; pero vivir oscuro y dichoso en cuanto es posible, sin deseos, sin inquietudes, sin ambiciones, con esa felicidad de la planta que tiene a la mañana su gota de rocío y su rayo de sol; después, un poco de tierra echada con respeto y que no apisonen y pateen los que sepultan por oficio; un poco de tierra blanda y floja que no ahogue ni oprima; cuatro ortigas, un cardo silvestre y alguna hierba que me cubra con su manto de raíces, y, por último, un tapial que sirva para que no aren en aquel sitio ni revuelvan los huesos.
He aquí, hoy por hoy, todo lo que ambiciono: ser un comparsa en la inmensa comedia de la Humanidad y, concluido mi papel de hacer bulto, meterme entre bastidores sin que me silben ni me aplaudan, sin que nadie se aperciba siquiera de mi salida.

No obstante esta profunda indiferencia, se me resiste el pensar que podrían meterme preso en un ataúd formado con las cuatro tablas de un cajón de azúcar, en uno de los huecos de la estantería de una Sacramental para esperar allí la trompeta del Juicio, como empapelado, detrás de una lápida con una redondilla elogiando mis virtudes domésticas e indicando precisamente el día y la hora de mi nacimiento y de mi muerte.
Esta profunda e instintiva preocupación ha sobrevivido, no sin asombro por mi parte, a casi todas las que he ido abandonando en el curso de mi vida, pero, al paso que voy, probablemente mañana no existirá tampoco, y entonces me será tan igual que me coloquen debajo de una pirámide egipcia como que me aten una cuerda a los pies y me echen a un barranco como un perro.
Ello es que cada día me voy convenciendo más que de lo que vale, de lo que es algo, no ha de quedar ni un átomo aquí.

https://www.biblioteca.org.ar/libros/1939.pdf

 

 

 

 

«El sueño de la razón produce monstruos», grabado n.º 43 de los “Caprichos” de Francisco de Goya. Fragmento

 

3. INTRODUCCIÓN SINFÓNICA

Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo.
Fecunda, como el lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes a dar forma.
Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse al beso del sol en flores y frutos.

Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la media noche, que a la mañana no puede recordarse. En algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en terrible, aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por donde salir a la luz, de las tinieblas en que viven. Pero, ¡ay, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra; y la palabra tímida y perezosa se niega a secundar sus esfuerzos! Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. Tal caen inertes en los surcos de las sendas, si cae el viento, las hojas amarillas que levantó el remolino.
Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres: ellas son la causa desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí: paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un término y a éstas hay que ponerles punto.
El insomnio y la fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso maridaje. Sus creaciones, apretadas ya, como las raquíticas plantas de un vivero, pugnan por dilatar su fantástica existencia, disputándose los átomos de la memoria, como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo.

¡Anda, pues! andad y vivid con la única vida que puedo daros.
Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis palpables. Os vestirá, aunque sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estrofa tejida de frases exquisitas, en las que os pudierais envolver con orgullo, como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. ¡Mas es imposible! No obstante necesito descansar: necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo, por cuyas hinchadas venas se precipita la sangre con pletórico empuje, desahogar el cerebro, insuficiente a contener tantos absurdos.
Quedad, pues, consignados aquí, como la estela nebulosa que señala el paso de un desconocido cometa, como los átomos dispersos de un mundo en embrión que avienta por el aire la muerte antes que su Creador haya podido pronunciar el fiat lux que separa la claridad de las sombras.

No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en extravagante procesión, pidiéndome con gestos y contorsiones que os saque a la vida de la realidad del limbo en que vivís, semejantes a fantasmas sin consistencia. No quiero que al romperse este arpa vieja y cascada ya, se pierdan a la vez que el instrumento las ignoradas notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo, una vez vacío, apartar los ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear y las gentes de diversos campos se mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber qué casos he soñado y cuáles me han sucedido; mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales; mi memoria clasifica, revueltos nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado con los de días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.

Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte sin que vengáis a ser mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id, pues, al mundo a cuyo contacto fuisteis engendrados, y quedad en él como el eco que encontraron en un alma que pasó por la tierra, sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas y sus luchas.
Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje; de una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro.

https://amediavoz.com/becquerORO.htm#INTRODUCCIÓN SINFÓNICA

 

 

 

 

 

 

 Ester Abreu en Madrid, Jardines del Museo Sorolla

 

A POÉTICA DE BÉCQUER
Ensaio de Ester Abreu Vieira de Oliveira

Bécquer, poeta amplamente antológico, vem exercendo influência na literatura em língua espanhola. Ele é o poeta da dor e do amor e o ponto de partida para um estudo da poesia contemporânea espanhola. Sob sua influência estão nomes de poetas de grandes sensibilidades como os de: Rosalía de Castro, José Asunción Silva, Rubén Darío, Ricardo Palma, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Rafael Alberti, Luiz Cernuda,
Gustavo Adolfo nasceu em Sevilla, em 1836. Órfão de pai e mãe, na adolescência, viveu em orfanato e em casa de parentes. Sua formação intelectual e sensitiva esteve ligada às suas leituras e à pintura. Na adolescência se debruçou nas leituras de escritores românticos franceses, Chateaubriand, Mme Staël, Jorge Sand, Balzac, Vitor Hugo e de poetas espanhóis: Espronceda e Zorrilla. Apoiado pela madrinha, dedicou-se à pintura e, a conselho de seu tio, dedicou-se às letras, no estudo das literaturas clássicas. Conservou suas dispersas leituras na memória, podendo encontrar em sua obra intertextos das obras lidas ou idéias dos autores. Aos 18 anos vai para Madrid e ali se dedicou ao jornalismo. Sua fragilidade física o levou à morte em 22 de dezembro de 1870, não podendo sentir a glória de ver publicada sua obra poética Rimas, pois esta foi uma realização póstuma.

Bécquer foi um romântico por suas leituras, por influência direta de Heine, e por sua própria personalidade, sonhadora. É esse conjunto harmoniosamente integrado que lhe proporcionará criar uma poesia de beleza íntima, suave. Além de poeta de grande sensibilidade foi prosador. Escreveu lendas e cartas, onde há relatos recolhidos do tradicional e ambiente de lendas, de ninfas, mistério e aparições. Nesses relatos, o extraordinário, o fantástico e o misterioso aparecem em ruínas, um ambiente remoto como o da Índia, da Idade Média, em uma prosa poética descritiva, mais que narrativa.
No final do século XIX, pouco a pouco, o gosto foi mudando. Os dramas históricos de épocas longínquas começaram a ser vistos com olhos de mais atualidade e podemos falar na literatura espanhola de um teatro realista e de uma prosa regionalista. A poesia vai seguir um novo caminho: diminui o gosto pela narração histórico-legendária para o uso da temática sentimental, retirada da vida cotidiana, enfraquecem-se os efeitos de musicalidade, ritmo de gosto romântico.

Porém a lírica em sua essência é romântica. Podemos nesta época dividir os poetas em dois grupos: o primeiro uma derivação do romantismo.

Nesses poetas observa-se uma depuração dos procedimentos românticos. Desaparecem os excessos de fácil musicalidade, do brilhante colorido e da retórica. A poesia adquire maior profundidade e intensidade lírica como a que podemos ver em Bécquer e Rosalía de Castro. O segundo continua com a nota sentimental adequada a uma sensibilidade burguesa, às vezes com matiz irônico. Um exemplo são os poemas de Campoamor, que contêm um matiz irônico e de Nuñez de Arce onde ha uma preocupação por problemas morais, ou, ainda, os descritivos de Gabriel y Galán, que se sentiu atraído pela paisagem da terra natal. Nesse contexto literário, surge Bécquer que, em poemas inseridos em Rimas, em estrofes pequenas, de metrificação irregular, sendo a mais freqüente métrica o endecassílabo com heptassílabo, com rima assonante alternada. Direcionou um novo caminho para a poesia em língua espanhola: a do intimismo. Bécquer, o poeta, vem até nós, enquanto o prosador se afasta de nós para o mundo do maravilhoso fantástico.
Já foi dito que a poesia de Bécquer é um órgão tocado por anjos. Não há nele superposição de rimas como em Zorrilla. Há, acreditamos, intencionadamente uma adequação do verso à frase, à métrica e à sintaxe. Não é uma poesia ornamental. Não há muitos adjetivos, nem tópicos que tirem a atenção do leitor para a essência do poema. Ele sabe que a beleza está no interior do homem e que aflora inconscientemente e por que isso não é preciso ir construindo externamente.
O poema é o resultado de uma interiorização. No seu afã poético, ele quer expressar–se procurando palavras que não tenham rigidez significativa que sejam «suspiros, sorrisos, cores, música». Quer empregar substantivos significativos, convertidos em símbolos. Por exemplo, uma «harpa» silenciosa, coberta de pó, deixada abandonada em um canto, rima VII, serve para indicar a falta de inspiração para criar um poema. Algumas vezes parece um substantivo determinado por uma expressão adjetiva «de neve».

Nas Rimas, a metrificação é variada. A clássica métrica se une à popular. Assim se apresentam as formas da seguidilla (Rima LXXVIII), estrofe popular, e da oitava real, do serventesio (Rima XX) e da quintilla (Rima LX). Na metrificação de Bécquer existem dois momentos. No primeiro a redução de metrificação culta à popular, por exemplo, na mistura de endecassílabos com heptassílabos ou octossílabos. No outro, a conversão de medidas métricas populares a cultas. Essa estilização não é freqüente. A mais repetida métrica é o endecassílabo junto com o heptassílabo com rima assonante alternada.
Rimas, único livro de poesia de Bécquer, é uma obra póstuma (1971). Contém uma coletânea de poemas dispersos, que constituem um ciclo, uma história amorosa. Este livro foi organizado por seus amigos, de acordo com a evolução dos motivos, dando uma ordem diferente do manuscrito «El libro de Gorriones»

Os grupos de poemas se apresentam segundo os temas:
1- da poesia, os poemas que falam de si mesmo,
2- do amor, os poemas que mostram um eu irônico, triste ou alegre, segundo o amor: correspondido, desenganado ou desesperançado.
O primeiro grupo compreende as rimas de 1 a 21. O eu poético especula sobre poesia e as rimas fazem alusão à poesia, à inspiração e ao gênio.
Em toda a obra de Bécquer se encontra um bom número de observações e idéias sobre a poesia, sobre a criação. É um tema que expressa com modéstia, analisando o caminho que leva à obra de arte. No primeiro grupo, na Rima I, por exemplo, o eu poético tem idéias que querem sair das trevas. Na introdução, sinfonia de palavras, ele dirá que essas idéias estão de cócoras no seu cérebro. Ele conhece a música que interioriza a alma, o hino que é a luz para a alma. Segundo ele, seus versos são musicais, são melodias que o ar aumenta nas sombras. Entre o mundo da idéia e o da forma existe um abismo que só pode salvar a palavra e esta se nega a realizar seus esforços, porque o idioma é pequeno, o vocabulário é pobre, insignificante para ele poder expressar bem seu sofrimento, alegrias e sonhos, «suspiros, sorrisos, cores e notas». No entanto, tocado pelo amor ou ao lado de uma mulher amada, ele poderia cantar. O poeta sente que a linguagem deveria possuir dons menos convencionais e mais diretos de comunicação. Neste poema (ou rima) mistura-se o dodecassílabo com o decassílabo, aparece antítese como suspiros e risos, imagens sensoriais: visual e auditiva: cores e notas.

Yo sé un himno gigante y extraño
Que anuncia en la noche del alma una aurora.
Y estas páginas son de ese himno
Cadencias que el aire dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirlo, del hombre
Domando el rebelde, mezquino idioma,
Con palabras, que fuesen a un tiempo
Suspiros y rimas, colores y notas.

Pero en vano es luchar; que no hay cifra
Capaz de encerarlo, y apenas, ¡oh, hermosa
Si, teniendo en mis manos las tuyas,
Pudiera al oído, cantártelo a solas.

Na rima IV, o eu poético afirma, em nove estrofes, que poderá não haver poetas, mas sempre haverá poesia:

No digáis que agotada su tesoro,
De asuntos falta, enmudeció la lira:
Podrá no haber poetas; pero siempre
Habrá poesía. […]

Assim, enquanto houver no mundo natureza, mistério, sentimento, ciência, esperança, amor e beleza feminina, porque em todos esses elementos há poesia. Logo não se pode dizer que não se pode fazer um poema por razões temáticas, pois os temas são inesgotáveis.
Para Bécquer, a poesia é uma aspiração melancólica e vaga que agita o espírito com o desejo de uma perfeição impossível. Na análise que faz, poeticamente, sobre a poesia, ele mostra o caminho que leva à obra de arte, demonstrando que a poesia é uma aspiração melancólica e vaga que agita o espírito com o desejo de uma perfeição impossível. Ele nos informa sobre o processo da criação, que, dependente do sujeito, é motivada pela sensibilidade. A rima XXI é um exemplo de uma definição de poesia que teve como ponto real do assunto o azul dos olhos de uma mulher. O poema tem a forma dialogada (eu/tu). Entre uma pergunta e uma resposta, em quatro versos (quatro endecassílabos e um verso octossílabo), com rimas agudas nos versos pares e livres, impregnados de musicalidade pela rima e pela presença das vogais médias, altas e baixas (e, i, a) e de consoantes sibilantes fricativas, Bécquer consegue transmitir o seu pensamento sobre poesia:

¿Qué es poesía? – dices mientras clavas
En mi pupila tu pupila azul -;
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.

As reticências da segunda parte parecem representar uma indecisão, um gaguejar do eu poético, que teme falar e pensa antes de responder. Parece que foi pego de surpresa. Há reflexão que consegue com quatro verbos, dois substantivos e um ornamental adjetivo «azul», cor dos olhos da mulher (tu). Cor delicada. o poeta elimina toda a verbosidade, é íntimo, parece falar ao ouvido da amada. Não há metáfora. O poeta é realista. Ele faz uma sincera afirmação.
Bécquer faz outros poemas com o motivo dos olhos azuis, mas faz, também, com olhos pretos, cinzas, verdes, grandes e brilhantes «como una mancha obscura, orlada en fuego». São exemplos as rimas XII, XIII e XIV,
O tema da cor dos olhos, comum nos poetas contemporâneos espanhóis, em Bécquer, aparece, além da cor, não só o tremor, a inquietação e o brilho do olhar, mas, também, a definição da simbologia da cor dos olhos: os olhos azuis refletem uma idéia, há neles um ponto de luz (Rima XIII); os negros revelam paixão «a ardente chispa que brota do vulcão dos desejos» (rima XXV). Na rima XII, as imagens são mais artificiais e clássicas. A cor verde dos olhos se encontra no mar, nas ninfas e deusas, na natureza e são «broches de esmeraldas e ouro / que um branco arminho sustenta».

Bécquer é um pintor em prosa ou em verso. Possivelmente a tendência pictórica seja o reflexo de sua introdução à pintura já na adolescência e, também, porque seu pai (José María Dominguez Insausti, conhecido como José Bécquer, cujo sobrenome adquirido buscou em um antepassado oriundo de Flandes que, no século XVII, foi viver em Sevilha), era pintor e seu irmão Veleriano, que antecede a ele, também era.
O tema da mulher, demonstração do sentimento e experiência fundamentais que estão na origem da criação poética, se repete em várias rimas, tais como a I, III, IV, V e VII. Há a presença de tema sobre a poesia, o seu mistério e eterno formato, mas o tema mais constante é o do amor e da mulher, que podem ser encontrados, principalmente da rima XII à XXIX num amor luminoso, expressado em tons afirmativos, e da rima XXX até LI, num amor desenganado. Há a presença, também, nas rimas, do sentimento da dor, da angústia, da desesperança, da rima LII até a LXXIX.
Na rima XV, de ritmo bimembre, de estrutura paralelística, com imagens auditivas, visuais e táteis, que se apresenta a seguir, com o tema da mulher, está o ideal de amor becquiano: mulher de véu flutuante, ideal, fantasma fugitivo, ente inalcançável, leve, impossível de se aproximar dele. Ela se apresenta muito semelhante à mulher idealizada por Espronceda no Estudiante de Salamanca: ser fugidio, um fantasma.
O tema da mulher impossível que aparece na rima XI («[…] Yo soy un sueño, un imposible,/ Vano fantasma de niebla y luz;/ Soy incorpórea, soy intangible;/ No puedo amarte. – ¡Oh, ven; ven tú!».), também poema construído à base de diálogo, onde o eu poético faz um resumo das características da mulher ideal, se apresenta, também, nas rimas XIV, XV. O tema da mulher inacessível, obsessão nesse poeta, justifica as desilusões que a vida lhe ofereceu: pois teve, segundo os biógrafos, uma amada que não lhe correspondia e uma esposa que não o compreendia. Segue a rima XV:

Cendal flotante de leve bruma,
Rizada cinta de blanca espuma,
Rumor sonoro
De arpa de oro,
Beso del aura, onda de luz,
Eso eres tú.

Tú, sombra aérea, que cuantas veces
Voy a tocarte, te desvaneces
Como la llama, como el sonido,
Como la niebla, como el gemido
Del lago azul

En mar sin playas onda sonante,
En el vacío cometa errante.
Largo lamento.
Del ronco viento,
Ansía perpetua de algo mejor,
Eso soy yo.

¡Yo, que a tus ojos en mi agonía
Los ojos vuelvo de noche y día;
Yo, que incansable corro y demente
Tras una sombra, tras la hija ardiente
De una visión.

São frequentes em Bécquer as estrofes de «pé quebrado». Nesse poema o seu uso parece provocar um efeito de desfalecimento, de impotência. Os motivos da natureza ocupam um lugar importante na obra desse escritor. Eles lhe servem como linguagem para expressar o amor. São o ponto real para descrever a abstração da beleza que é igual à mulher, igual ao amor. Nas rimas XII, XIII, XVI, XXVIII e XLI, por exemplo, o sentimento do amor se funde com o sentimento. Demostramos com a rima XVI:

Si al mecer las azules campanillas
De tu balcón,
Crees que suspirando pasa el viento
Murmurador,
Sabe que, oculto entre las verdes hojas,
Suspiro yo.

Si al resonar confuso a tus espaldas
Vago rumor,
Crees que por tu nombre te ha llamado
Lejana voz,
Sabe que entre las sombras que te cercan,
Te llamo yo.

Si se turba medroso en la alta noche
Tu corazón,
Al sentir en tus labios un lamento
Abrasador,
Sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
Respiro yo.

A mulher é vista pelo eu poético num ambiente lúgubre, rimas LXX, LXXIV, LXXVI, em um cenário de beleza e tristeza, familiar ao espírito triste do poeta, onde as coisas, que o rodeiam e que contempla refletem a atração que sente pelo mistério como estas estrofes da rima LXXIV, onde há uma tentativa de aproximação com uma mulher entrevista no claustro:

[…] Me aproximé a los hierros
Que defienden la entrada,
Y de las dobles rejas en el fondo
La vi confusa y blanca.

La vi como la imagen
Que en leve ensueño pasa,
Como rayo de luz tenue y difuso
Que entre tinieblas nada.

Me sentí de un ardiente
Deseo llena el alma:
¡Como atrae un abismo, aquel misterio
Hacia sí me arrastraba!

Mas, ¡ay! que de los ángeles
Parecían decirme las miradas:
-¡El umbral de esta puerta
Sólo Dios lo traspasa!

O cenário religioso e fantasmagórico dessa rima pode-se relacionar com o de Espronceda em El estudiante de Salamanca. A mulher inacessível e fria pode ser de pedra sepulcral, rima LXXVI, em que o eu poético descreve uma mulher deitada sobre o sepulcro:

Y la imponente nave
Del templo bizantino
Vi la gótica tumba, a la indecisa.
Luz que temblaba en los pintados vidrios.

Las manos sobre el pecho
Y en las manos un libro,
Una mujer hermosa reposaba
Sobre la urna, del cincel prodigio

Del cuerpo abandonado
Al dulce peso hundido,
Cual si de blanda pluma y raso fuera,
Se plegaba su lecho de granito. […]».

No parecía muerta;
De los arcos macizos
Parecía dormir en la penumbra,
Y que en sueño veía el paraíso. […]

La contemplé un momento
Y aquel resplandor tibio,
Aquel lecho de piedra que ofrecía,
Próximo al muro, otro lugar vacío,

En el alma avivaron
La sed de lo infinito,
El ansia de esa vida de la muerte,
Para la que un instante son los siglos…[…]

De aquella muda y pálida
Mujer me recuerdo y digo;
¡Oh, qué amor tan callado el de la muerte!
¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!.

No primeiro movimento há a recordação; «vi», em seguida a descrição e, depois a pintura. Ao reproduzir o motivo, comenta, explica, filosofa, compara-a com outras realidades e desabafa toda a emoção de seu espírito tenso. A mulher dormindo se contrapõe à presença dela acordada e se estabelecem dois paralelos um que descreve a mulher acordada e outro, a mulher dormindo.
Na rima LXXV há um pré-conhecimento. O eu poético confunde a esfera dos sonhos com o da realidade. Ele não sabe se a pura visão (o mundo silencioso da idéia) está fora dele ou no seu interior e se admira da coincidência desses dois mundos:

¿Será verdad que, cuando toca el sueño
Con sus dedos de rosa nuestros ojos,
De la cárcel que habita huye el espíritu
En vuelo presuroso? […]

¡Yo no sé si ese mundo de visiones
Vive fuera o va dentro de nosotros;
Pero sé que conozco a muchas gentes
A quienes no conozco!

Com a mulher enganadora, o poeta reage com ironia, com sarcasmo. Esse tema aparece nas rimas XXXIV, XXXV, XXXIX, XL, XLV. Há rimas que tratam do tema da irrepetibilidade de um momento do passado como a rima LII

Volverán las obscuras golondrinas
En tu balcón sus nidos a colgar,
Y otra vez con el ala a sus cristales
Jugando llamarán;

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
Tu hermosura y mi dicha al contemplar,
Aquellas que aprendieron nuestros nombres,
Esas …¡no volverán! […]

Esse tema se une ao da mulher que chora por um passado que não retorna, na rima LIII

Cuando volvemos las fugaces horas
Del pasado a evocar,
Temblando brilla en sus pestañas negras
Una lágrima pronta a resbalar.

Y al fin resbala, y cae como una gotaDe rocío, Al pensar
que, cual hoy por ayer, por hoy mañana,
Volveremos los dos a suspirar.

Dessa forma as rimas vão, como um período cíclico, apresentando as várias facetas da vida do poeta até os dias que antecedem a sua morte. Nelas a história de amor de um coração atormentado e sensível vai-se projetando.
Bécquer surge no panorama literário espanhol em uma época distante do apogeu do romantismo espanhol promovido, na primeira metade do século XIX, por Espronceda y Zorrilla, principalmente. Todavia ele faz com que o exótico se torne íntimo e o nacional, pessoal, o reflexivo domina o lamentoso choro dos românticos. Reestrutura coerentemente os elementos narrativos e descritivos do Romantismo, dando-lhes uma nova feição lírica e aproximando-se dos simbolistas, numa antecipação à sua época, harmoniza o romantismo com a época anti-romântica. Trata temas já apresentados por escritores espanhóis ou europeus, com originalidade.

Referências
BÉCQUER, G. A. Rimas. Estudio y edición de Juan Maria Díez Taboada. Madrid: Alcalá, 1965.
DÍEZ TABOADA, J. M. La mujer ideal, aspectos y fuentes de las rimas de G. A. Bécquer. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1965.

Biografia de Ester Abreu Vieira de Oliveira
Possui graduação em Letras Neolatinas pela Universidade Federal do Espírito Santo – Vitória (1960), Especialização em Filologia Espanhola – Madri (1968) Mestrado em Lingua Portuguesa pela Pontifícia Universidade Católica do Paraná – Curitiba (1983), Doutorado em Letras Neolatinas pela Universidade Federal do Rio de Janeiro (1994) e Pós-Doutorado em Filologia Espanhola: Teatro Contemporâneo- UNED – Madri (2003). Atualmente é aposentada e Professor Efetivo – (Voluntário) da Universidade Federal do Espírito Santo – UFES- CCHN- DLL-PPG Mestrado e Doutorado em Edtudos Literários. Foi professora e diretora de Pesquisa e Pós-Graduação (DIPEPG) do Centro de Ensino Superior de Vitória. Tem experiência na área de Letras, com ênfase em Línguas Estrangeiras Modernas, com estudos sobre a poesia, o teatro e a narrativa das literaturas hispânicas e literatura brasileira. É vice-presidente da Academia Espírito-santense de Letras, e presidente da Academia Feminina Espírito-santense de Letras, pertence ao Instituto Histórico, Geográfico do Espírito Santo, Associação Brasileira de Hispanista, Asociación Internacional de Hispanista, à AITENSO. Coordenou eventos e publicações de obras.

 

 

 

Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer por Valeriano Domínguez Bécquer, Museo de Bellas Artes de Sevilla

 

Cronología de Gustavo Adolfo Bécquer

1805. El 22 de enero nace en Sevilla José Domínguez Insausti, padre de Gustavo Adolfo. Será un afamado pintor costumbrista que firma como José Domínguez Bécquer o José Bécquer, apellido originario de los Países Bajos, que era el de su abuela. Los primeros Bécquer habían llegado a Sevilla hacia finales del siglo XVI. Eran entonces familia noble e influyente.
1827. El 25 de febrero, José Domínguez Insausti se casa con Joaquina Bastida Vargas.
1833. El 15 de diciembre nace en Sevilla Valeriano Domínguez Bécquer, su tercer hijo, tras Eduardo, Estanislao y Jorge Félix.
1836. El 17 de febrero nace Gustavo Adolfo, en Sevilla. Su madrina es Manuela Monnehay Moreno.
1841. El 26 de enero muere su padre, José Domínguez Bécquer, a los treinta y seis años. Estudios de primeras letras, aunque los datos son confusos. El 10 de septiembre nace en Torrubia, Soria, su futura esposa, Casta Esteban Navarro.

1846. El 1 de marzo, Gustavo entra como interno en el Colegio de San Telmo, donde se impartían estudios de náutica. El colegio admitía huérfanos de familias de noble cuna. Conoce allí a Narciso Campillo, con quien comparte los primeros ensayos literarios.
1847. El 27 de febrero muere la madre, Joaquina Bastida y Vargas. Los hermanos son repartidos entre los tíos. La supresión del Colegio de San Telmo, el 7 de julio, acaba aparentemente con la escolarización de Gustavo. Lee afanosamente en la biblioteca de su madrina, Manuela Monnehay.
1848. 5 de octubre: muere Alberto Lista, maestro de la escuela poética sevillana. Gustavo, con doce años, escribe su «Oda a la muerte de don Alberto Lista» en el libro de cuentas de su padre, que usa como cuaderno de borradores.
1849. Entra como aprendiz de dibujante en el estudio de Antonio Cabral Bejarano, donde permanecerá dos años. Publica algunos poemas junto a Campillo.
1851. Pasa al estudio de su tío Joaquín Domínguez Bécquer, en un salón del piso alto del Alcázar. Allí está ya su hermano Valeriano.
1853. En ese verano conoce a Julio Nombela, madrileño, que llega a Sevilla. En diciembre publica un «Soneto» en El Trono y la Nobleza, de Madrid.

1854. Relaciones con Julia Cabrera. En mayo, El Trono y la Nobleza le publica el romance «La plegaria y la corona». El 18 de julio se produce en Madrid la llamada Revolución de Julio. Escribe entonces el álbum llamado de Los contrastes o Álbum de la Revolución de Julio de 1854, por un Patriota, contrario al movimiento. Campillo, Nombela y él planean desembarcar en Madrid y alcanzar la gloria con los poemas que guardan en una arqueta. En octubre marcha a Madrid en galera acelerada, que, pese al nombre, era el vehículo más lento. Ese viaje cuenta con la oposición familiar. Se hospeda en una pensión de la calle de Hortaleza. En Madrid estaba Nombela desde junio. Campillo llegará a final de año, pero deberá volverse a Sevilla por enfermedad. No volverán a verse hasta 1869.

1855. Lucha por la vida. Junto a Nombela y García Luna, escribe biografías de diputados para el editor francés Gabriel Hugelman, quien les paga a cuarto la línea. El 19 de marzo aparece su homenaje al poeta clasicista Quintana, «A Quintana (Fantasía)», en La España Musical y Literaria. Posiblemente haya visitado Toledo en marzo. El 16 de septiembre publica una «Anacreóntica» en El Álbum de Señoritas y Correo de la Moda. Su poesía, aunque con superficiales préstamos románticos, sigue aún los cánones ilustrados aprendidos en Sevilla. Colabora y participa en numerosos intentos editoriales. El 25 de octubre morirá en Sevilla, víctima del cólera, su madrina, Manuela Monnehay. Valeriano va a Madrid por primera vez.

1856. Conoce a Ramón Rodríguez Correa, que llega de Sevilla. Ambos ingresan como escribientes en la Dirección de Bienes Nacionales, de donde echarán a Gustavo por dibujar en horas de trabajo. Valeriano se vuelve a Sevilla. En primavera comienzan los preparativos de la Historia de los templos de España, una ambiciosa aventura editorial, con texto e ilustraciones, para la que cuenta con Juan de la Puerta Vizcaíno. La Historia es su primer contacto conocido con su querida Toledo. Escribe todo tipo de trabajos alimenticios. El 15 de noviembre, bajo el seudónimo de «Adolfo García», él y García Luna estrenan La novia y el pantalón. Están escribiendo también la zarzuela La venta encantada.

 

 

 

Zarzuela de Bécquer La Novia y el Pantalón firmada con el seudónimo Adolfo García

 

1857. El 21 de junio, los reyes los reciben en audiencia. Solicitan su ayuda para Historia de los templos de España. La primera entrega aparece el 5 de agosto y las siguientes irán espaciándose hasta el año siguiente. Finalmente, sólo aparecerá el primer tomo, dedicado a Toledo. Eulogio Florentino Sanz publica «Poesías alemanas traducidas de Enrique Heine», en El Museo Universal del 15 de mayo.

1858. En mayo enferma y se agravan las dificultades económicas. Llega Valeriano a su lado. Correa descubre entre sus papeles El caudillo de las manos rojas, que comienza a publicar en La Crónica, del 29 de mayo al 12 de junio. Es la primera leyenda conocida. En otoño, en sus paseos de convaleciente con Julio Nombela, descubre a Julia Espín en un balcón de la calle de la Justa, hoy Libreros. Nombela [1909-1911] asegura que Bécquer se conformó con admirarla de lejos, sin querer ser presentado. La realidad es que entró en el salón familiar, probablemente de la mano de Rodríguez Correa, y dejó dibujos y poemas en los álbumes de las hermanas Julia y Josefina. Sus padres eran Joaquín Espín Guillén y Josefa Pérez Colbrand, él profesor del Conservatorio y ella pariente lejana de la primera mujer de Rossini.

1859. El 2 de marzo estrena en la Zarzuela Las distracciones, de «Adolfo García», con música de Antonio Gordón. El 23 de agosto y el 14 de septiembre aparecen en La Época los artículos «Crítica literaria» y «El maestro Herold». El 17 de diciembre aparece en la revista cómica El Nene la primera rima conocida y publicada, «Tu pupila es azul…», la futura 29 (XIII).

1860. En mayo encontramos las primeras pruebas de su asistencia a las veladas artísticas de la familia Espín. Escribe la rima 63 (XXVII), «¡Duerme!…», en el álbum de Josefina, y la 43 (XVI), con el título «A Julia», en el de ésta. El 5 de junio, Nombela y Augusto Ferrán marchan a París. Nombela permanecerá allí, donde se casará con una prima hermana de aquél. Hacia agosto o septiembre, Gustavo conoce por fin a Augusto Ferrán, por mediación escrita de Nombela. El 5 de octubre, se representa en la Zarzuela Tal para cual, y el 22, en el Teatro Circo, La cruz del valle, ambas de «Adolfo García». El 24 de octubre aparece la primera versión de la rima 60 (XV), en Álbum de Señoritas. Correo de la Moda. Los días 21 y 28 de octubre, y el 11 de noviembre, La Crónica de Ambos Mundos publica la leyenda La cruz del diablo, primera de tema español. El 11 de noviembre, en La Iberia, Gustavo se justifica ante las críticas de Juan de la Rosa a La cruz del valle: «La política y los empleos, últimos refugios de las musas en nuestra nación, no entraban en mis cálculos ni en mis aspiraciones. Entonces pensé en el teatro y en la zarzuela». El 5 de diciembre nace una hija de Valeriano, en Sevilla, y Gustavo, padrino por poderes, pide que se la llame Julia. Gracias a Correa, entra a formar parte del periódico El Contemporáneo, dirigido por José Luis Albareda, cuyo primer número sale el 20 de diciembre. En ese número aparece la primera de las Cartas literarias a una mujer. Siguen las otras el 8 de enero, el 4 y el 23 de abril de 1861. A finales de año envía la rima 45 (LXI) a El Museo Universal.

 

 

 

 

Dormitorio en la Casa Museo de Casta Esteban Navarro en Noviercas

 

1861. El 20 de enero publica la reseña de La soledad, de Augusto Ferrán, en El Contemporáneo. Valeriano se casa con Winifreda Coghan el 8 de febrero, en Sevilla. El 28 de marzo aparece «La ajorca de oro», en El Contemporáneo. Del 3 de abril al 16 de mayo se gestionan con urgencia diligencias matrimoniales. La prometida del poeta, Casta Esteban Navarro, es hija de Francisco Esteban, médico oculista que lo ha atendido, pero de reconocida fama en el tratamiento de enfermedades venéreas. Gustavo declara vivir en la calle del Baño, 19 (hoy Ventura de la Vega), como su prometida. 23 de abril: la rima 22 (XXIII), «Por una mirada…», aparece anónima en El Contemporáneo. La boda se celebra el 19 de mayo. El Contemporáneo sigue publicando la serie de sus leyendas. Por ejemplo, el 15 de diciembre aparece «Los ojos verdes» y entre el 27 y el 29 de diciembre, «Maese Pérez, el organista».

1862. Continúa la publicación de las leyendas. Entre otras, «El rayo de luna (leyenda soriana)» aparecerá los días 12 y 13 de febrero. El 9 de mayo nace en Noviercas, el pueblo soriano de Casta, su hijo Gregorio Gustavo Adolfo Domínguez Esteban. Bécquer figura en la partida como «de profesión escritor periodístico». La publicación de las leyendas no estorba que siga tentando el teatro comercial: el 19 de septiembre estrena la zarzuela El nuevo Fígaro, de «Adolfo Rodríguez», seudónimo de Bécquer y Rodríguez Correa.

1863. Desde comienzos de año hasta septiembre, Ferrán, con problemas de alcoholismo, reside en el monasterio aragonés de Veruela, desamortizado. Continúa la publicación de leyendas: «El gnomo», «La cueva de la mora», «La corza blanca», «El beso (leyenda toledana)»… El 24 de enero publica en La Gaceta Literaria la rima 63 (XXVII), que había escrito antes en el álbum de Josefina Espín. Problemas económicos. Problemas de salud en el segundo semestre. Decae la colaboración con El Contemporáneo. En diciembre, Valeriano, separado y con sus dos hijos, acompaña a la familia de su hermano en Veruela.

 

 

 

 

Claustro del Monasterio de Veruela

 

1864. Larga estancia en el monasterio de Veruela. Escapadas a Madrid. 24 de marzo: «La rosa de pasión», en El Contemporáneo. Del 3 de mayo al 17 de julio aparecen las ocho primeras cartas «Desde mi celda», en El Contemporáneo. Excursiones con Valeriano por el País Vasco. En agosto está en Madrid, según refleja «El calor» (El Contemporáneo, de 16 de agosto), donde recuerda la playa de Algorta. Agitación política. El 21 de agosto, publica «Caso de ablativo», en El Contemporáneo. Refiere el viaje de inauguración de la línea férrea Madrid-París, que le ha llevado hasta San Sebastián. 16 de septiembre: gobierno de Narváez, con González Bravo en Gobernación y Antonio Alcalá Galiano, tío de Valera, en Fomento. El 9 de noviembre, Bécquer sustituye a Albareda como director de El Contemporáneo. Seguirá como tal hasta el 16 de febrero siguiente. El 19 de diciembre, González Bravo, ministro de Gobernación, lo propone para el cargo de «censor de novelas, con el sueldo de 24.000 reales anuales».

1865. El 1 de enero toma posesión como censor. La familia parece haber mejorado su nivel de vida. Casta está embarazada. En febrero, se concede a Valeriano una pensión anual de 10.000 reales para pintar cuadros de costumbres. Debe entregar dos al año. División política en El Contemporáneo entre moderados y liberales. Valera, Fabié, Botella y Correa protestan contra el intento de prohibición del partido democrático. El enfrentamiento de estos con González Bravo fuerza la salida de Gustavo de la dirección y plantilla del periódico, que la justifica al día siguiente por problemas de salud. Valera y Albareda, en cambio, se reintegran. 26 de febrero: rima 51 (XI), en El Eco del País. El 10 de abril se produce la llamada Noche de San Daniel, episodio sangriento que confirma el talante represor de González Bravo. Tanto los amigos de Bécquer Luis García Luna, Nombela y Eusebio Blasco, como su antiguo periódico, El Contemporáneo, condenan la represión. Según Pageard [1990], Bécquer les responde desde el periódico gubernamental Los Tiempos, con «El partido angélico», que recibe contestación de El Contemporáneo al día siguiente. El 21 de junio, la caída de Narváez y su sustitución por O’Donnell fuerzan la dimisión de Bécquer como censor. Cesante. Abundan las colaboraciones en El Museo Universal, muchas como glosa de dibujos de Valeriano. En agosto, Gustavo y Casta están en los baños de Fitero. El 17 de septiembre, nace en Madrid su segundo hijo, Jorge Luis Isidoro. Malos momentos económicos. Se trasladan a un lóbrego piso de la calle de las Huertas. El 31 de octubre, El Contemporáneo desaparece por fusión con La Política, gubernamental. En Navidades, visitan a Valeriano, que está con sus hijos en Ávila

1866. Desde el 1 de enero es director literario de El Museo Universal, donde concentra sus publicaciones. De enero a julio presenta la actividad musical. Redacta también las «Revistas de la semana», entre el 7 de enero y el 12 de agosto. Prosigue la colaboración artística con Valeriano desde esas páginas: «Las gallinejas», «La vuelta del campo», «Veruela», «El mercado de Bilbao», «El alcalde»… Las rimas ocupan un lugar importante: el 28 de enero publica su futura rima 62 (V), el 18 de marzo la 33 (XXIV), el 8 de abril la 15 (II), el 13 de mayo la 43 (XVI), el 9 de septiembre la 49 (LXIX). Reedita también ahí, el 11 de febrero, la 51 (XI), el 4 de marzo la 60 (XV), y el 23 de septiembre la 22 (XXIII). Dificultades para Valeriano, a quien se suspenden pagos y se le apercibe por incumplimiento. Desde Vera de Moncayo se justifica, manda «El presente» y pide un nuevo plazo, que se le concede. El 12 de julio, Narváez vuelve al poder, de nuevo con González Bravo en Gobernación. Bécquer recupera su antiguo puesto de censor de novelas, del que toma posesión el 23 de julio. También se arregla el pago a Valeriano de los meses de suspensión. Surgen objeciones administrativas a la idoneidad de Bécquer para el cargo, que se trampean. El 12 de agosto deja de figurar como director de El Museo Universal. El 13 de septiembre se le conceden cuarenta y cinco días de permiso «para atender al restablecimiento de su salud». El 9 de diciembre aparece en El Museo Universal «Monasterio de Veruela», con dibujo de Valeriano y texto atribuido a Gustavo.

1867. Julia Espín canta en La Scala de Milán. Gustavo forma parte del jurado de pintura en la Exposición Nacional de Bellas Artes, en representación de los jóvenes artistas. Continúan las colaboraciones de los hermanos en El Museo Universal. El 26 de agosto solicita licencia para «baños de mar» debido a su «quebrantada salud». Se le conceden cuarenta y cinco días. Visa como censor El caballero de las botas azules, de Rosalía de Castro. El 5 de noviembre muere O’Donnell, en Biarritz. El 25 de diciembre muere en la miseria su compañero Luis García Luna, que deja hijos y viuda. Se abre una suscripción. En el Almanaque del Museo Universal para 1968 aparece su rima 27 (IX), «Besa el aura que gime blandamente».

1868. El 12 de enero, la revista de tendencia democrática Gil Blas defiende a Bécquer de los ataques de conservadores y neo-católicos por haber dado paso a una novela de Feuillet. Prosiguen las colaboraciones de ambos hermanos en El Museo Universal. El 23 de abril muere Narváez. Gustavo asiste al entierro y tendrá un enfrentamiento a cuenta de él con su contertulio Manuel del Palacio. A finales de marzo se incluye «A todos los Santos» en Cantos del Cristianismo, libro devoto destinado a la infancia. A comienzos del verano, un amigo le regala el libro de actas que rotulará como Libro de los gorrionesy con la fecha del 17 de junio. Por entonces, Gustavo ha entregado una copia en limpio de sus Rimas a González Bravo, quien ha prometido prologarlas para su edición. Probablemente fuese en ese verano cuando se habría dado la ruptura con Casta, en Noviercas, después de un episodio de celos, según parece, justificados. Un tal Hilarión Borobia, «El Rubio», sería la causa. Este personaje moriría en 1874, durante un asalto y robo en Beratón (Soria). Valeriano, él y los niños se marchan a Soria, con su tío Curro. En septiembre, la agitación política aconseja el alejamiento de la corte de Madrid. El 18 de septiembre se produce la revolución que destronará a Isabel II: Prim y Topete se alzan en Cádiz. El 28 de septiembre, la batalla del puente de Alcolea confirma el triunfo. Bécquer presenta su dimisión, que es aceptada por Sagasta el diez de octubre. Valeriano perderá también su pensión. En otoño, los dos hermanos se han refugiado con sus hijos respectivos en Toledo. Correa y Campillo están abiertamente con la revolución. El 15 de diciembre, nace en Noviercas el tercer hijo, Emilio Eusebio Domínguez Bécquer y Esteban.

 

 

 

Julia Espín

 

1869. Julia Espín canta en Rusia. Prosiguen las colaboraciones en El Museo Universal: «Los dos compadres», «La Semana Santa en Toledo», «La feria de Sevilla»… El 18 de julio, Gustavo escribe desde Toledo a Francisco de Laiglesia pidiéndole dinero con urgencia. Campillo toma posesión ese día como catedrático del madrileño Instituto del Noviciado. Su mujer tomará a Gustavo por un mendigo cuando los visite ese verano. El 28 de noviembre aparece el último número de El Museo Universal, que se transformará en La Ilustración Española y Americana. A finales de año, Gustavo, aún en Toledo, contesta a una carta de Casta. Le envía 140 reales y añade un «dale un beso al Emilín». Navidades en Madrid, en un hotelito con huerto del barrio de Ventas, o de la Concepción. En hoteles cercanos viven Laiglesia y Ferrán, éste, con una novia americana.

1870. El 12 de enero aparece el primer número de La Ilustración de Madrid, editada por Eduardo Gasset y Artime. Gustavo es el director literario, por lo que cobra 3.000 pesetas. Prosigue en esta revista sus colaboraciones con Valeriano. El 12 de marzo publica su rima 39 (IV), que presenta con este expresivo aviso: «De un libro inédito». En agosto, Valeriano enferma y aumentan las dificultades económicas. El domingo 23 de septiembre, muere Valeriano. Gustavo, desolado, pasa a vivir en la calle Claudio Coello, número 7 (hoy 25), tercer piso derecha. Abajo, en el segundo, vive Correa, quien le ha buscado ese acomodo gracias a sus buenas relaciones con el financiero José de Salamanca. Casta, que tenía una relación envenenada con Valeriano, regresa ahora con su hijo Emilio. Gustavo los recibe. Grave situación económica. A finales de año escribe el melancólico relato «Las hojas secas», que aparecerá en 1871 en el Almanaque Literario de la Biblioteca Ilustrada de Gaspar y Roig para el año 1871. También aparecerá ahí la rima 17 (LIX), que estaba ya transcrita en el Libro de los gorriones. A primeros de diciembre pasa tres días en Toledo. Lanza entonces como director la revista teatral El Entreacto, donde publica «Una tragedia y un ángel». El 10 de diciembre, la revista se disculpa ante los lectores por no poder seguir el folletín, debido a la enfermedad de su autor. Nombela ha acompañado a Bécquer en su último paseo, en la imperial de un tranvía y con un frío glacial. El 22 de diciembre fallece, a las diez de la mañana. Tenía treinta y cuatro años de edad.

 

 

 

 

 

A las diez cuarenta se produjo un eclipse parcial. El 23 de diciembre son los funerales y el entierro. El 24 de diciembre, sábado, hay una reunión a la una de la tarde en el estudio del pintor José Casado del Alisal. Asisten Rodríguez Correa, Campillo, Ferrán, Nombela y el ministro Silvela, entre otros. Se crea una comisión encargada de revisar y editar la obra de Bécquer. El 29 de diciembre, Ferrán y Campillo comienzan a trabajar con las rimas. El 30 de diciembre muere Prim, que había sido víctima de un atentado el día 17.

1871. El 15 de enero aparece un número de homenaje en La Ilustración de Madrid. Campillo escribe una necrológica, que acompaña con las rimas 46 (X) y 77 (XLVI), que revelan la faceta del amor desengañado, antes inédita. En el número se publican también las amorosas 40 (XXX) y 28 (XXXVII). Entre el 30 de enero y el 15 de septiembre prosigue en La Ilustración de Madrid la publicación de textos y dibujos de los hermanos. El 30 de julio, Gil Blas anuncia la publicación de las Obras de Gustavo Adolfo Bécquer, editadas por Fortanet, en dos tomos, a 28 reales. En noviembre aparece el segundo libro de Ferrán, La pereza, también en Fortanet. Campillo publicará la primera edición de Retórica y Poética o Literatura preceptiva, que tendrá numerosas reediciones.

1872. El 22 de mayo se celebra el segundo matrimonio de Casta, con el recaudador Manuel Rodríguez Bernardo. En diciembre, Ferrán llega a Santiago de Chile.
1873. 26 de febrero: el marido de Casta es asesinado a la salida de una fiesta en el pueblo de ella. El 20 de abril se casa Julia Espín, a los 35 años, con Benigno Quiroga y López Ballesteros, de 26 años.
1877. El día 3 de junio, La Época anuncia el regreso de Ferrán. Su mujer se queda en Chile.
1878. El 13 de enero, Ferrán ingresa en la clínica psiquiátrica de Carabanchel.
1880. El 2 de abril, a los cuarenta y cuatro años, muere Augusto Ferrán en el Psiquiátrico de Carabanchel.

1884. Casta Esteban y Navarro publica Mi primer ensayo. Colección de cuentos con pretensiones de artículos.
1885. El día 30 de marzo, Casta Esteban muere de encefalitis crónica. Tiene 43 años. El Loro, de Barcelona, publica su poema «Amor eterno».
1894. El 19 de mayo, muere Ramón Rodríguez Correa.
1900. Muere Narciso Campillo.
1903. Muere Eusebio Blasco.
1906. El 19 de diciembre muere en Madrid Julia Espín y Pérez Collbrand. Su marido fue ministro de Gobernación entre diciembre de 1905 y enero de 1907, y diputado por Lugo desde 1881.
1913. En abril se trasladan los restos de los hermanos Bécquer a Sevilla
https://cvc.cervantes.es/obref/rimas/apendices/cronologia.htm

 

 

 

Tumba de los hermanos Bécquer