La escritura según Pedro Sevylla (Conferencia)
Se conoce nuestra biografía; es decir, lo que fuimos. Pero la biografía no recoge la actualidad ni lo que sentimos. Yo, aquí, en esta tierra mía, y ahora, en trance de dar la conferencia, debido a la nostalgia, me siento como hace años, cuando escribí estos versos:
Un deseo me ocupa incontenible de herramientas usadas:
pala y pico,
azadas;
un ansia me invade de espesos cebadales, de siegas en sazón;
una avidez de aperos de labranza,
arreos de cuero trabajado,
colleras, collerones, cabezadas.
Surcos quiero y abro surcos.
Soy la templada punta,
soy la reja, soy la vertedera,
soy el arado,
soy la tierra húmeda y abierta,
el punzante cardo
y la mala hierba.
Soy la ubérrima simiente que en el barbecho germina,
soy la brizna verde,
soy el tallo erguido, soy la preñada espiga,
soy el grano desgranado
en el redondel de la trilla;
soy el Cierzo enfurecido que separa el bálago del grano,
soy trigo molido, soy la blanca harina.
Soy la masa inerte, soy la levadura,
soy el fuego, soy la leña encendida,
soy el pan del sacrificio, sacerdote, altar y víctima.
Tomo el color del día que me cerca,
y soy azul, rojizo, gris o cárdeno,
como la tornadiza faz de la Naturaleza.
Más allá de la sed y del cansancio,
del imán y el esmeril;
del hacha, la azada, la palanca y la rueda;
por encima de cualquier afán impenetrable,
desde el punto de mira del poeta,
soy el lugar donde puse
mis pies sobre la tierra.
Es cierto, siempre me sentí labrador. No quise evitarlo
El pensamiento fue primero, luego vino la palabra. Aquí aprendí a hablar, aquí conocí el idioma. En más de medio siglo de ejercicio literario, acumulé una larga experiencia como escritor. Pero es importante reconocer que todo empezó aquí, en esta tierra; y todo empezó con la lectura. El lector es anterior al escritor. La lectura es anterior a la escritura: raíz y tallo. La lectura es la fuente, el manantial de la escritura. Sin lectura, no hay verdadera escritura; y cuanta más lectura, cuanto más variada, más y mejor escritura.
Aprendí a leer muy temprano. Y a escuchar. Porque la trasmisión oral de relatos, en el Campo era riquísima. Historias reales o inventadas, que iban de boca en boca. Además, había gente de paso: buhoneros, vendedores ambulantes, recitadores de coplas y algunos trashumantes. Y todos tenían anécdotas que contar. Yo los escuchaba embebecido; particularmente a los trilleros y al hojalatero o componedor. Oficios, hace tiempo desaparecidos; y con ellos la trasmisión de aquella parte tan rica de la cultura popular.
Leía los libros que encontraba en casa de los abuelos. Las mil mejores poesías de la lengua castellana. Una recopilación de leyendas, de las que aprendí algunas de memoria. Geografía Universal, Historia general de España. Los españoles vistos por sí mismos: un ejemplar grueso obra de varios autores. Un volumen de Los episodios Nacionales de Galdós. Y los libros que me regalaban en el día de mi santo, que así se decía entonces al cumpleaños. Y números atrasados de El Diario Palentino; convertido ya en testimonio de la historia reciente.
Tenía yo, en mi Valdepero natal, la escuela de la vida. Pero mi padre nació en Husillos, y su madre, mi abuela, también; y mi bisabuelo y mi tatarabuela. El caso es que mi padre sentía por su pueblo un afecto entrañable, y trataba de trasmitírmelo. Esa circunstancia amplió mi espacio de búsqueda. Husillos, tan cercano, era otro mundo, un espacio verde visto desde lo alto de la Cuesta, cultivos de regadío, la vía del tren, la acequia y el río Carrión.
Hablándose el mismo idioma, en Husillos diferían los nombres de las plantas, de las herramientas, de algunos aperos, de ciertas labores agrícolas y ganaderas; y tenía que aprenderlos por duplicado para usar el que convenía en cada sitio. Sumando adiestramiento y cultura, estaba también la familia de mi segundo pueblo, dueña de historias distintas, cuyo conocimiento facilitó mi apertura a lo nuevo sin temer los cambios o las fronteras. Por añadidura, pasé algún tiempo con mis primos de Rivas de Campos, y sumé conocimientos de la diversidad.
La agricultura de tracción animal tuvo su fin con la llegada del maquinismo al campo. Terminó una forma de vida rural, muy dura pero muy gratificante: Recuerdo, como ejemplo tan solo del estado de ánimo, que cantábamos en cualquier momento y en cualquier actividad. Mi cultura era campesina, cuando, a los nueve años, el 3 de octubre de 1955, llegué al colegio de La Salle. Los externos lo ignoraban, pero la vida en el internado estaba regida por la ley del más fuerte, del más hábil, del más osado. Había que desarrollar facultades imprescindibles en la vida adulta. Se formó allí mi capacidad de adaptación.

Colegio La Salle de Palencia
Fronterizo entre Valdepero y Husillos, en el colegio fui fronterizo entre lo rural y lo urbano. Y esa difícil y enriquecedora posición de fronterizo me acompañó siempre. Leía libros de una colección de bolsillo de la Editorial Plaza y Janés, que encargaba comprar a Javier de Cristóbal, un amigo externo, en la librería de El Diario Palentino. Poco después, descubrí en la misma librería, al inglés Chesterton: maestro de la paradoja: El hombre que fue jueves, de imposible olvido; El candor del padre Brown, La esfera y la cruz, Alarmas y digresiones, y otros varios más; que guardé, y acabaron entusiasmando a mis hijos.
Escribía por aquel entonces poemas y cuentos. Aunque a los doce años terminé lo que consideraba una novela corta. Relato largo en cualquier caso, donde el fraile profesor de literatura encontró: «la masa para un pan, hecha con las harinas de todas mis lecturas; pero sin levadura.» Era una crítica realista; de modo que luego, cuando escribí mi primera novela, ya en serio, tuve un cuidado enorme en poner suficiente levadura; entendida como argamasa, nexo de las distintas partes en un todo armónico y flexible.
“Otros escribieron para que yo leyera, y pudiera escribir para que leyeran otros”: puse esta frase en la página Obra para leer del blog. La historia de mi escritura es la historia de mis afanes de lector y escritor sumados. En el principio fue el verso; y en contacto con la realidad, el verso se hizo prosa. La prosa primera era prosa poética; y la insistente realidad, con su roce constante, la fue haciendo más y más prosaica. Relatos breves, reflexiones y, por fin, el relato largo, el ensayo y la novela. Pero en el interior de la prosa el verso dormitaba. Un buen día de hace pocos años afloró el verso, hijo de la realidad antigua, para tomar posesión del ahora, y quedarse en plena igualdad con la novela.
La belleza, en ocasiones muy cercana a la poesía, es uno de los mitos más extendidos, y un motor de mi escritura. Escribí sobre ella estas líneas:
Si investigo las causas que me alejan de la soledad impulsándome a la acción, la belleza, entendida como equilibrio y armonía, ocupa un lugar primordial. A ella voy una y otra vez, y en ella, me quedo como en casa propia, refugio cálido o fresco según deseos y necesidades. Me rodea un inmenso campo de exploración. ¡La belleza es tanta…! Adonde dirijas la mirada, está: soberbias montañas, valles pronunciados, llanuras extensas, flora y fauna de variedad prolífica, desiertos formados por suaves colinas ricas en matices de un solo color, o líquidas profundidades adornadas de peces y escollos coralinos; vastas nocturnas luminarias separadas entre sí por miríadas de kilómetros vacíos, y repletas gusaneras de minúsculos virus invisibles.
Y sobre la poesía vista, también, como uno de los elementos más abundante de la naturaleza, dije en algún texto: Abunda: escarbas y aflora. Simetría, orden, simpatía de los contrarios o de los iguales, similitud, contraste; llamada repetida al sometimiento, a la huida, a la norma y a la constante rebelión. Hay poesía para rato; las células y los electrones se organizan una y otra vez en hermosos conjuntos sucesivos, siguiendo al albur la ley de probabilidades. Poesía, nexo de la Naturaleza con el hombre.
La poesía adopta a la realidad, la amamanta, la acuna, la desnuda, y la hace suya, recreándola. La poesía es cangilón, es vasija, es vaso; y el poeta es arcaduz que entrega su mirada, su sospecha, sus sueños y quimeras, su saber y entender, sus sentimientos. Poesía es belleza y equilibrio, es síntesis y es ritmo. Poesía es búsqueda. Poesía es progreso. Es donación, es aire, es acero, es espuma, es raíz, es vértigo.
La luz del alba, el amanecer, la aurora; es otro de mis mitos; y mi escritura rebosa de ejemplos. Asperjaban esplendor mis ojos sobre la amanecida, luz y calor en efímera convivencia con el rocío a punto de iniciar la cabalgada, puesto ya un pie en el estribo. La luz como símbolo de verdad, verdad resplandeciente iluminada en todos sus ángulos oscuros.
Trazando van las estrellas con voluntad decidida su vía esplendorosa hacia la nada inagotable, estadio final que no es más que el principio de una evolución sin término -sístoles y diástoles, rotación y traslación- luz de luces titilando.
Lo que llamamos tiempo es un concepto que sirve a los humanos para medir los lapsos generales y los domésticos. La sincronización se hace imprescindible en nuestra Aldea Global. Ahí está, en la disímil percepción humana del Tiempo, la cuarta dimensión, unida a las otras tres del espacio. Matrimonio inseparable el del Tiempo y el Espacio en nuestro concepto, uno infinito y el otro eterno. Así lo expresa uno de mis poemas iniciales:
En su propio final inalcanzable se enraíza
el imposible principio del tiempo
y los bordes del espacio se alejan a la velocidad de la luz
siguiendo los treinta y dos rumbos de la rosa de los vientos.
La eternidad es el tiempo que tarda la luz en recorrer
el espacio infinito,
la infinitud es el extremo espacio que la luz alcanza
en su eterno recorrido;
se explican juntas ambas,
la una sin la otra no son nada.
Vivir, leer y escribir. Por ese orden. Ese es mi lema, a él me debo. Debemos documentarnos. Hasta cuando se escribe sobre lo propio, por ello muy conocido, es conveniente documentarse. La búsqueda nos proporcionará hallazgos que pueden orientar nuestros conocimientos. Hay que tener en cuenta al lector al escribir. Cuidado, siendo nosotros mismos, sin perder nuestra identidad. Si escribimos sin pretensiones, sin obsesiones, de manera natural, nuestros escritos saldrán más fluidos, más espontáneos, más legibles, más verosímiles. Así tendremos lectores de los que nos conocen y nos siguen leyendo. Siendo fieles a nosotros mismos, sin buscarlo, tendremos un estilo propio, y estableceremos un hilo de entendimiento con los lectores.
Mi primer libro publicado era de poesía, “El hombre en el Camino”, de 1978. Era un libro manuscrito con letras mayúsculas y se abría hacia arriba, como una libreta. El primer poema del libro, fechado en París, 1972, comienza así:
El agua y la luz,
y todo lo demás
después;
los charcos y los candiles
la obscuridad y los desiertos.
El hombre tuvo que inventar justicia
y paz
y tuvo que inventar
amor;
al llegar no había nada,
agua y luz.
Y luego añade: Por sus residuos
se conoce al hombre,
por lo que deja al borde del camino
cuando sigue caminado.
Había roto muchos versos hasta llegar a estos. Del libro se vendieron quinientos ejemplares a 100 pesetas cada uno, el equivalente a 60 céntimos de euro. Lo digo, porque el año pasado Amazon Italia ofrecía un ejemplar único de ese libro, en buen estado, a 21 euros. Alguien debió de comprarlo, porque dejó de estar disponible. Al descubrirlo me sentí verdadero escritor. Carta en la botella arrojada al mar, 47 años después de escrito, mi primer libro estaba vivo y en Italia.
La primera novela data de 1999, ganó el premio Ciudad de Toledo, y recibió el galardón cuando aún no estaba terminada a mi gusto. Después la modifiqué sustancialmente. Desde ese libro la Y griega forma parte fundamental de mi apellido Sevylla, sustituyendo a la i latina usada hasta entonces. Con Y griega incluida, firmé diez novelas y libros de relatos, un ensayo y dos libros de poesía, de los cuales, uno de ellos, de 2006, se llamó “La deriva del hombre”, y acumula cuatro poemarios. Cuatro mil versos que debí rehacer, para ocupar un espacio menor. Exigencia del editor que no quería excepciones en su colección de poesía, formada por libros de sesenta a ochenta páginas.
De modo que escribí los versos como si fueran prosa, ocupando la línea completa. La separación entre poemas consistía en un solo espacio en blanco. Aún así, las páginas fueron ciento veinticinco. Existía una rima interna que denunciaba la poesía escondida en la apariencia de prosa. Conmigo empezaron las excepciones para el editor, el siguiente libro de la colección fue Iluminaciones, de Rimbaud, con 155 páginas.
Sobre La deriva del hombre, Manuel de la Puebla, profesor, editor, crítico y gran poeta palentino residente en Puerto Rico, escribió:
En una primera impresión el libro impacta por la intensidad del pensamiento y el dominio del lenguaje. Aunque nos deslumbra a veces con disparos geniales, el discurso proviene más de la reflexión que del relámpago.
El dominio del lenguaje se consigue con una lectura abundante y bien escogida. La intensidad del pensamiento, nace, también, de la lectura; pero precisa, además, de la pasión por el conocimiento. Ambas colaboran para conseguir una escritura destacada.
De ese libro, Sabas Martín, excelente poeta y crítico concienzudo en Radio Nacional de España, dijo: La Deriva del Hombre, de Pedro Sevylla de Juana, aparece como una obra original y diferente dentro del panorama de la actual poesía en español.
La originalidad se suma al dominio del lenguaje y a la intensidad del pensamiento, para llegar a la escritura consistente. Originalidad que nace al margen de corrientes estéticas establecidas, y lleva bien digeridos los aportes de las lecturas. Solo se puede sacar del interior personal, lo que con esfuerzo introdujimos.
Comencé a trabajar a los dieciocho años, contratado por el Ministerio de Hacienda en Madrid. Trabajaba y estudiaba a un tiempo. Mi profesión fue la de publicitario, experto en marketing. Siendo Jefe del Departamento de Publicidad en una multinacional de coches, al cumplir los cincuenta decidí dedicarme a la escritura por completo.
Resultó arduo y doloroso. Responsabilidad, frente a la familia sobre todo. Pero aproveché el sufrimiento, porque escribiendo durante quince horas al día, lo convertí en escritura. El proceso emocional se fue transformando en “Del elevado vuelo del halcón”. Cuatrocientas páginas muy bien recibidas por la crítica.
Escribe en un largo artículo Blanca Vázquez, analista literaria independiente, en La república cultural y El gusanillo de los libros.
Vengo de estar con un libro difícil, tornasolado con intensidad de pensamiento, llagado de realidad y vida, con los altibajos y alegrías, con las historias cotidianas de una familia medioburguesa que se orilla en la cuerda floja. Decía que no es un libro fácil porque no tiene reglas. Porque es una cascada de prosa derramada, (me ha recordado a la densidad metafórica de la Nobel austriaca Elfriede Jelinek), aunque déjenme aclarar que nos encontramos ante un caos primorosamente ordenado. Si les gusta romper los mandamientos del lector standard, súbanse a esta montaña rusa.
Fueron una gestación atormentada y un parto liberador; pues logré justificar el abandono del trabajo remunerado.
Poco después vino El dulce calvario de la señorita Salus, premio internacional de novela Vargas Llosa, entre cerca de cuatrocientas novelas de todo el mundo. Galardón recibido de manos del hoy premio Nobel, en un día de convivencia.
Para escribir, arranco de un hecho real. En torno a él imagino el argumento, y lo plasmo en algo parecido a la sinopsis. Estudio el teatro de operaciones detalle por detalle: la ciudad, la casa, sus habitaciones, hasta tener un completo esquema mental y escrito. Concibo a los personajes, nombre y circunstancias: nacimiento, ocupación, comportamiento. El protagonista llega ser la persona mejor conocida, porque lo voy desarrollado en las diversas facetas que lo llevan a existir. Perfilo las relaciones entre los personajes, las de ellos con el protagonista. Hecho esto comienzo a escribir; y es entonces cuando los personajes toman vida propia y me sorprenden. Se sufre hasta que las piezas encajan suavemente, hasta que el argumento se desarrolla con naturalidad y verosimilitud. Entonces se goza. El dulce calvario se escribió así, y el premio supuso una compensación añadida. El hecho de publicarlo no terminó la historia, siguió evolucionando en dos nuevas revisiones.
El penúltimo libro, de 2014, fue una novela de amor en clave erótica: “Estela y Lázaro, vertiginosamente”. Renata Bomfim, doctora en Letras, profesora de Literatura en la Universidad, poeta y escritora brasileña, autora del prólogo escribió: Esta novela perturba la posición del sujeto contemporáneo, vaciado de verdades absolutas, siempre en búsqueda y en vía; Ulises persiguiendo la única verdad capaz de salvarlo, el amor: de todos los mitos el más bello, y de todas las realidades la más cierta. .
Gran imán, enorme fuerza de inspiración; el Amor, junto a la Libertad y la Felicidad, forma el grupo de las grandes Utopías. El Amor, ese deseo de recibir entendido como donación; es otro de los motores de mi escritura. Sobre él escribí: En la última trinchera hallé el amor y ante el amor me detuve, pues en su interior se dan cita los cuatro elementos y de allí parten las directrices fructíferas. El amor es la rama que origina las hojas, es el tronco del que arrancan las ramas, es la raíz que sustenta el tronco, es la tierra que alimenta la raíz, es la vida muerta que da a la tierra los imprescindibles nutrientes; y adonde quiera que vaya, el amor me precede.
Hay en mi obra primera una progresión espontánea: belleza, poesía y amor; característica de la primera juventud, que luego se fue desgajando. El amor fue asunto de poemas, campo de sementera en Valdepero, mi paraíso perdido, territorio de saudades.
Un verano alto, cuajado de cosecha,
la cesta de la merienda traías bajo el brazo
cuando agonizaba el sol en la era.
Te creí el verso que faltaba al poema,
la nota musical cierre del canto,
la pincelada resuelta que daba fin al cuadro.
Yo era el labrador, el filósofo, el esteta, el músico,
el pintor, y buscaba sin tregua.
Campanas, trompetas, sonajeros;
de la casa de piedra llegabas, mujer,
y llenaste todos mis huecos.
Buscando poemas de amor escritos más tarde, encontré estos versos:
Eres la brisa en el desierto,
el rocío en el desierto,
el palmeral en el desierto.
Eres el oasis en el desierto,
y el desierto convertido en un enorme oasis.
Oh!, mi provisora de dátiles y leche de camella,
de sombra fresca y agua cristalina;
oh!, mi poetisa iluminada,
mi dulce flautista,
sin ti, qué triste sería el mundo,
qué fea la vida.
El hombre considerado como especie es mi mayor inquietud, en prosa y en verso:
El hombre, la persona, ese animal desarrollado -no el dios, el semidiós o el héroe de leyenda- el individuo, el prójimo, el ser humano; alberga en su pecho una dolorosa incoherencia: ama al irracional que lleva dentro y, sin embargo, desea distanciarse al menos veinte leguas.
El hombre lo es, en su avance y en su zigzagueo. En la página de inicio del blog, escribí: La sombra del hombre gira a su alrededor a lo largo del día; parte de los pies y se alarga y se encoge según van pasando las horas. La sombra del hombre recorre los mismos senderos que el hombre, vadea los mismos ríos, ve los mismos paisajes, y además ve al hombre que no se ve a sí mismo.
De modo que el hombre acaba considerando a la sombra su aliada. Pero la sombra del hombre no es más que la oscuridad que el hombre iluminado proyecta, y cuando la oscuridad envuelve al hombre oscureciéndolo, la sombra abandona al hombre y lo deja solo con sus miedos.
La soledad, es una de las razones más dinámicas de la escritura, y lo fue en todas las culturas, en todos los tiempos.
Donde está el hombre
está la soledad.
No está la soledad en cementerios
tumbas, flores y proyectos.
No está la soledad en los desiertos
arema y arena
solamente,
arena y arena
nada más.
No está en medio del mar:
agua, peces, algas
sal.
La soledad acompaña al hombre
y está
donde él está.
Lo incluí en “Somera investigación sobre una enfermedad muy extendida” de 1980.
La soledad, el hombre y el mar, son mitos, en mí, inseparables. Un mar imaginado en esta tierra de páramos y vegas:
En la planicie densa,
en la meseta dura,
en las laderas que circundan Valdepero,
bate el mar.
En este páramo de sólidos cimientos
-astillero de navíos varados,
hubo oleajes empinados allá en el pleistoceno.
Puedo bucear sus recovecos,
lamer la sal bajo las piedras,
escalar acantilados y rompientes,
ojos cerrados de mirada interna.
Bajeles, goletas, bergantines;
aliados del viento nocturno y de la luna,
sangrientos abordajes
y entierro de fortunas,
en la arena incontable.
Hubo naufragios
y percibo aún las quillas hundidas en la niebla,
sombra prieta de encinares,
monte bajo de liebres y culebras.
Algas de raíces cereales,
esturiones, ligaternas, alhelíes;
majadas repletas de esperma de ballenas,
caballos, toros y delfines.
Estrellas de mar son las estrellas vespertinas,
y las redes se inflaman de bocartes,
doradas espigas,
ortigas, tomillo, rape;
sargazos flotantes y sirenas dormidas.
¡Es mi tierra!, exclamo;
mi patria sin arroyos, privada de regajos;
y aquí, precisamente,
en mi desierto de espinas maduras,
durante tres milenios no olvidados por mi larga memoria,
hubo baños tibios y doncellas desnudas.
¡Oh! mi mar de tierra,
cuánto arado te rasga y qué somero penetra;
¡oh! mi mar de piedra,
cuánta brisa hace falta para segarte,
cuánto anhelo de eternidad
para arar tus campos abisales.
Equilibrio. Foto hecha por mí en la playa de Camburi, Vitória ES en Noviembre de 2015
Llevo cuatro años en contacto con el enorme Brasil, campo de mixtura, espacio de búsqueda y hallazgos, al que llegué con mi escritura al hombro por la puerta del hispanismo. Brasil y su complejo entronque de diversidades, la extraordinaria fuerza de la Cultura resultante, el mestizo arrebato logrado por el azar y la necesidad; me llevan a una poética rica, fuerte, amplia, sólida, líquida, etérea; lo puro y lo impuro entrelazados.
El análisis no se ha limitado a lo literario e intelectual. Conocí su proceso evolutivo, y fue como asomarme al cráter de un volcán en ebullición. Un volcán, pues ignoro a qué otro fenómeno puede equipararse el hecho de haber pasado, de los 50 millones de habitantes de 1950 a los 200 millones actuales. Imagino la efervescencia social que eso significa y me produce vértigo. Así se entiende, sólo así, la rápida evolución del idioma portugués en esa tierra. Donde la palabra escrita no logra, ni de lejos, acercarse a la palabra hablada.
Escribí algunos ensayos críticos sobre la poesía de poetas actuales brasileños, y traduje más de cien poemas, unos pocos de los grandes poetas anteriores: Drummond, Freire, Meireles, Bandeira, Hilda Hilst entre ellos; y otros muchos de poetas de hoy. También cuentos. Me costó llegar a esta definición del País, pero es adecuada:
“Esto que veo, tan complejo, tan exuberante, tan diverso, tan pobre, tan rico, tan oscuro, tan colorido, tan árido, tan fértil, tan débil, tan fuerte, tan violento, tan tierno; esto y más: un conjunto de energías que suman y restan, un enigma intrigante que debo interpretar por mí mismo; todo eso y mucho más, que no voy a comprender nunca, es BRASIL”
Con ese acercamiento, mi poesía cambió de orientación, fondo y forma; dando origen a BRASIL Sístoles y diástoles, bilingüe en sus poemas y relatos, vigésimo cuarto de los libros publicados.
Dice el profesor y ensayista Francisco Aurélio Riveiro: Postmoderna en su esencia, esta obra magistral, “BRASIL, Sístoles e Diástoles” es un libro híbrido en todos los sentidos, pues mezcla español y portugués, poesía y prosa, filosofía y literatura, realidad e imaginación, subjetividad y objetividad, individualismo y socialismo.
Estamos en el siglo XXI, y la técnica facilita la posibilidad de añadir lo virtual a lo real. Se trata de una revolución poco valorada, pero nos permite vivir una vida plena, incorporando a lo que tenemos lo que deseamos. Ese logro equivale a añadir una nueva dimensión, la quinta, a las cuatro anteriores. Se trata de la imaginación.
El siglo veintiuno se va a caracterizar por esa incorporación de lo virtual a lo real, por la unión de esas dos realidades.
Hablo de una imaginación que quiere y persigue lo imposible. Una imaginación fértil, capaz de viajar a los confines del Universo acompañándolo en su expansión. Escribí un largo poema titulado El vuelo del velero Nova Era Con una Adnotatio previa en prosa, y un Post Scriptum posterior, también en prosa; y piezas de jazz separando las estrofas. Ejemplo de lo que llamo Universalismo. Está en la página Escritos del blog.
Mi escritura nace del pensamiento y de la filosofía, se alimenta de la experiencia, se sirve de la imaginación y toma la realidad solo como punto de partida. Dúctil y maleable realitas.
La constancia, la insistencia, la repetición hasta dar con la palabra justa, el párrafo adecuado, la página terminada. Esa es la tarea diaria del escritor. Hay un episodio en la vida de Picasso, incluido en el ensayo sobre el pintor, titulado “Picasso íntimo”, que me parece una muestra cabal de quien fue un extraordinario trabajador para llegar a ser el genial pintor que fue. Al genio le hace, más allá del punto de partida, el insistente compromiso del trabajador.
Max Jacob ve, junto a la musa, como en el frío invierno de 1902, persiguiendo el calor esquivo, la estufa consume ochocientos noventa y seis apuntes, que el español universal tomó del natural y de la memoria a partes iguales, en horas de tumultuosa iluminación.
Frío invierno de Paris que se caldea durante unos momentos con 862 apuntes de Picasso. Qué despilfarro! diríamos; pero qué cantidad de trabajo para llegar a donde quiere llegar. Y utilizados en el ejercicio de lograr el trazo que persigue, a él no le sirven. El resto es mercado.
Uno de los inconvenientes de la escritura publicada, estriba en que lo publicado es inamovible y nuestras ideas cambiantes, por lo que tiempo adelante podemos entrar en desacuerdo con lo que escribimos primero:
.
Me inquietaban los enigmas de la primera mirada
y adoré a la Tierra fértil
hasta saber que era infecunda sin agua.
Adoré al Agua,
comprendiendo que es cosa del Sol
la inexplicable magia
de la evaporación.
Adoré al Sol
ignorando que su hoguera
arde con llama viva
porque el soplo huracanado del aire
enciende el calor, la luz y la energía.
Y adorando al Viento fugitivo
descubrí mi error,
mi desvarío.
La discusión entre Creacionistas y Evolucionistas, la van ganando los segundos. La evolución lenta pero insistente, nos lleva a buscar un momento único que tardó millones de años en concretarse.
HOMBRE ESENCIAL
En los remotos tiempos, el Dios de las Cosechas,
cuando no existía aún la especie humana,
de cada región deshabitada de la Tierra
recogió el grano cereal que cultivaba.
Sumó arroz, trigo y avena
maíz y sorgo unió al centeno,
simientes de todas procedencias
llevó al molino más de ciento;
harina tamizada en uniforme mezcla
amasada y sometida a vivo fuego
hasta tostar por completo la corteza.
Del resultante pan recién cocido
un pedazo retornó a cada comarca
del cual proviene el hombre primitivo:
igual composición, distinta estampa.
Sea faz el hombre o sea espalda
rígido cuscurro o blanda miga
el color es lo único que cambia
la sustancia humana no varía.
En los libros aparece lo que el escritor quiso poner, y lo que puso sin saberlo. Dos lectores pueden apreciar un libro por motivos distintos, y hasta contrapuestos. El momento de la lectura es la hora de la verdad en la relación escritor-lector: aceptación o rechazo, con todos los aspectos intermedios. De ambos depende la utilidad de lo escrito: entrega y recepción. La comunión perfecta se da cuando el escritor pretende llevar al lector su caudal de belleza, experiencia, pensamiento y conocimientos; y el lector desea recibir ese caudal.
Hoy en día confluyen en el mundo dos fenómenos nuevos: el economicismo como filosofía vigente, y la establecida y asentada globalización. Por eso pienso que el escritor debe obrar en conciencia, tratando de suavizar con sus escritos los desequilibrios resultantes, tan perjudiciales para una parte creciente de la población. Una de las funciones de la escritura, será la de convertirse en voz de los que no la tienen. Por ese camino va el poema titulado, VENGO A DECIR:
No vengo a pedir favor al poderoso,
no pretendo llenar la escudilla del hambriento,
no busco alargar su sufrimiento,
estirando la agonía y el oprobio.
Vengo a decir lo que no pueden decir los desnutridos,
los que juntan unas pocas monedas cada día,
los que disputan a los perros la comida,
y beben en los charcos ponzoñosos del camino.
Pasto de moscas y ojos enormes de mirar desorientado,
los hijos de las madres famélicas nacen raquíticos,
hospedan en el vientre una gusanera de parásitos,
y aferrados al pellejo de los pechos como a odres vacíos,
a razón de seis millones cada año,
mueren de hambre y desabrigo.
Porque la carencia de los necesitados,
arranca de la mala distribución de la abundancia,
rechazo el inicuo reparto de la riqueza generada.
Porque germinan las funestas diferencias,
en la codicia de la posesión privada,
rechazo la propiedad insatisfecha,
que atesora y acapara.
Porque intelectuales desalmados,
se sirven de la filosofía, de la literatura y del arte,
para ayudar al dinero sin reparos,
dando la espalda a quienes sufren hambre,
rechazo el pensamiento mercenario.
Exijo leyes que impidan el acopio de dominio,
magistrados que antepongan la equidad al ideario,
tribunales que condenen derroche y desperdicio,
una justicia que nivele los escasos derechos de los pobres,
con los exiguos deberes de los ricos.
La poesía sugiere, y en esa faceta estriba su superioridad; pero puede concretar, puede decir, puede narrar. La poesía se ocupa de lo intangible con ventaja, pero puede acercarse a los hechos, a sus causas y consecuencias. Sobre los acontecimientos luctuosos de aquel 11 de marzo en Madrid, escribí al día siguiente un relato breve y este poema:
MADRID, ONCE DE MARZO
Ayer, tan sólo ayer, Madrid, once de marzo,
el terror escogió trenes repletos de obreros y estudiantes ,
para exhibir su monstruoso gesto enmascarado.
Esperaron ocultos los sicarios a los más madrugadores,
a los forzados a vivir lejos del lugar de su trabajo,
y cuando los tuvieron hombro con hombro, comprimidos;
cuando la densidad de población llegó al límite más alto,
sirviéndose de los últimos avances de la técnica,
provocaron violentas explosiones,
estruendos, llamaradas, fogonazos.
En la apocalíptica escenificación del último desastre,
los esbirros del terror atacaron a la sociedad en sus cimientos,
estallando bombas repletas de fanatismo y de barbarie.
Perseguían el número, la turbamulta, el enjambre,
el humano hormiguero;
caja de resonancia de su falsa razón inconfesable.
En un instante el caos confundió las mentes,
los cuerpos fueron acericos agujereados de metralla,
lavaron el suelo litros y litros de sangre efervescente;
raíles retorcidos y chapas seccionadas
arrancaron de los cráneos la esencia inteligente;
y un desgarro de gritos huyó por las gargantas
abiertas en los vientres.
Incapaz la piedra, incapaz el árbol,
incapaces el lobo y la serpiente,
el tiburón y el leopardo;
fueron infrahombres fragmentarios, residuales o cocientes,
los únicos capaces de concebir tales estragos.
En nombre de qué ofensa inexcusable
prepararon los potentes explosivos,
en nombre de qué dios o de qué patria colocaron los cables,
sabiendo que a esa hora, y en ese concreto espacio,
no iban a encontrar culpables.
Sin embargo,
más allá de la muerte conseguida,
fracasaron;
más allá de comportamiento tan abstruso y tan cobarde,
se mostraron incapaces de impedir que el cuerpo solidario,
llevase su mano a taponar la herida inabarcable
Ayer, tan sólo ayer, once de marzo insoslayable,
el terror, hijo clandestino de la crueldad humana,
reventó trenes repletos de obreros y estudiantes.
Entre los treinta mil versos escritos y los diez mil publicados, se da una selección de criterio cambiante:
“Amar para vivir o vivir para amar: me desgaja la duda”, Por eso quise salvar este último. Después de los muchos años de tarea, estoy convencido de que todos los poemas, los míos y los de los demás, forman un solo poema…
EL POEMA INTERMINABLE
Buscando una luz
que eternos enigmas esclarezca,
en el fondo incontable de la Biblioteca Nacional,
hallé inconcluso el Poema
que escribe sin descanso la vieja humanidad.
Hembra o varón emergidos de la bestia,
vigorosa mocedad, vejez pausada,
cada uno de los múltiples poetas
lanza un grito de esplendor incandescente
o un vagido de amortiguadas tinieblas,
añadiendo al conjunto
sus líneas incompletas.
Contradictorios versos del hombre confundido:
en algunos duerme la madre,
los más, liberan breves vuelos de plácidas palomas,
otros muestran afilados los cuchillos;
mientras que en numerosas excepciones
culebrean serpientes de extravío.
Hay cantos humanos atribuidos a Whitman,
americano del Norte como Eliot y Pound;
al sureño Neruda, a los españoles Lorca y Machado,
a un griego llamado Odiseas, a Yeats el irlandés;
a Ekelöf el escandinavo,
a los franceses Rimbaud y Baudelaire.
Hay poemas que dicen todo de los caminos borrados,
de los pasos perdidos,
firmados por Vallejo, Ercilla, Maiakovski,
Apollinaire y Darío.
Palabras que resuenan en la bóveda del cielo,
escritas por Camoões, Freire, Pessoa, Rilke, Aleixandre;
Thomas, Hugo, Lorca, Juan Ramón o Montale.
He leído en Gilgamesh, Mahabharata y Ramayana,
profundos y espléndidos pasajes,
que continúan su relato en la Biblia o en los Vedas
y en las inmortales epopeyas de Homero, Virgilio y Dante.
A esas piezas bendecidas se arriman trozos ilegibles,
confusos, sin misterio;
alejados de la belleza, a la emoción ajenos.
Pero basta examinar con atención el prolongado Poema,
de arriba abajo y de izquierda a derecha,
para conocer el caminar errante de la tribu, el zigzagueo,
la desencantada huída y el esperanzado regreso.
Yo añado estos versos a los tuyos,
escritos en papel pautado,
en los blancos muros,
en el agua clara y en la suave arena;
para alargar el Poema interminable
que escriben los poetas,
conocidos y anónimos de todos los tiempos,
de todas las razas y creencias.
PSdeJ
Diario Palentino 29 julio 2019-Página 1 Sin Opinión-PALENCIA (1)
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