Pedro Sevylla

Escritos

 

 

Escribir es convertir en presente el pasado
para enviarlo al futuro. PSdeJ

 

 

 

 

POESIA

Un Poema del libro “BRASIL, Sístoles y diástoles” (Poemas y relatos en edición bilingüe español y portugués)

El elevado vuelo del velero Nueva Era

Adnotatio Praevia: Envié a varios amigos el poema que aquí va, y sus reacciones fueron muy distintas. Desde la de aquellos que pidieron plaza en el velero, para ellos o para otros; hasta la de quienes establecían cierto paralelismo con el viaje de Cristóbal Colón. Preguntaban detalles sobre el objeto del viaje y la marcha de la nave, y tuve que precisar ciertos aspectos inconcretos. El título, adecuado a más no poder, procede de un amigo residente en São Paulo y nacido en Nova Era, estado de Minas. Una amiga, de Vitória, en Espírito Santo, experta en la vida y la obra de Florbela Espanca: «Um ente de paixão e sacrifício», quiso que incluyera a la poeta portuguesa y, conociendo sus méritos sobrados, lo hice. Una amiga de Barcelona quería huir del economicismo imperante, de las enormes y crecientes desigualdades sociales originadas, del deterioro insostenible del equilibrio vital; y tuve que habilitar cuatro plazas más, para ella, su marido y los dos hijos. Debo añadir que Aurora, la capitana, nació en Salvador de Bahia de padre castellano y madre mediterránea. Por último, decir que mi Iberismo cultural, origen de mi Universalismo, me llevó de Portugal a Brasil, estados de São Paulo, Rio, Minas, Bahía, Pernambuco y Espírito Santo. Allí, en ES, Montanhas Capixabas, surgió de mi mente, el poema que dibuja el rumbo seguido a través de los elípticos campos siderales, y la llegada a la Tierra Prometida.

Un barco de vela de tres palos, cuyo nombre
es Nova Era,
impulsado por el viento cósmico
que origina un agujero negro,
abandona el Sistema Solar para dejar
en unos días
muy atrás la Vía Láctea.

Resuena «El Universo», sinfonía imposible
compuesta e interpretada
por ciento veinte músicos de la familia Bach

Los palos Trinquete, Mayor y Mesana,
de aleación tan ligera e inalterable como el casco,
proporcionan confianza a Aurora Maris,
la capitana más intrépida que engendró
Naturaleza;
indómita mujer,
forjada en la aventura marina
al circundar La Tierra por los siete mares
comerciando en sedas y especias,
con ese barco sin remos ni cañones
que, al navegar,
sencillamente,
vuela.

Se oye en la inmensidad Blue Train, de John Coltrane

Olavo Bilac y Florbela Espanca, de lengua portuguesa;
Odiseo, el esperado, y su amada Penélope;
Erik, llamado el Rojo; Virgilio, Confucio, o Rei
dom Sebastião, Jules Verne, imaginativo practicante;
Maria Sklodowska, científica; la poeta y diplomática
Lucila Godoy, Picasso, Galileo, uno de los grandes
del Renacimiento; y el escritor romántico
José Ignacio de Espronceda, son algunos
de los treinta y dos buscadores de un planeta
despoblado, dotado de agua y vida,
en el que puedan respirar, alimentarse,
reír y soñar;
donde la humanidad amenazada
consiga comenzar de nuevo,
trocando las pistolas y espadas de las panoplias,
por flautas, plumas de cálamo partido y pinceles.
Donde la filosofía, la investigación
y la docencia sean ocupaciones aventajadas,
los beneficios fabriles y comerciales respeten el ambiente
y permanezcan ajustados, se restrinja la herencia,
y los salarios mínimo y máximo caminen
de la mano. Una sociedad que reciba más
del más capaz, y entregue
más al más necesitado.

Money Jungle, de Duke Ellington

Animales y plantas ocupan
la parte central de la bodega, bajo
la claraboya que tamiza la luz cambiante.
Se proponen los viajeros salvar esa vida:
huevos, embriones e individuos adultos,
de una extinción segura, alimentándose
con su crecimiento: retoños, ramas y frutos.
Y en la preparación de las personas,
a más de conocimientos de navegación
y sicología de la convivencia, hubo lecciones
de latín para entenderse, y prácticas
de un lenguaje de signos.

A Wonderfull World, de Louis Armstrong

Viajando a la velocidad del Viento, tercera parte
de la que alcanza la Luz,
las velas múltiples y diversas,
deben resistir el empuje, y son
de ese nuevo material que dicen grafeno.

Round Midnight, por Ella Fitzgerald

Valiéndose de los mapas astronómicos,
sin timón que sirva a la derrota,
ni previsiones atmosféricas donde no hay atmósfera,
la pericia de Aurora gobierna las velas, la nave
y el rumbo en las aproximaciones
a los planetas de los distintos tonos del color azul.

Summertime, por Ella Fitzgerald y Louis Armstrong

Entre la constelación de Orión y la estrella Sirius
durante un mínimo instante los tripulantes perciben,
imagen y semejanza del hombre,
al Demiurgo andrógino
acostado en suave lecho de nubes,
roncando acompasadamente
su sueño sin fin. Grandes, muy grandes
la cabeza, el cuerpo y las extremidades,
dotados de una espléndida belleza. Ojos límpidos,
piel tersa en la desnudez luminosa que muestra.

Se escucha Birth of the Cool, de Miles Davis

Constatan los tripulantes
que el reloj terrestre de la nave marca quince años
de navegación, y ellos no envejecen.
Piensan que avanzando como avanzan
-tiempo y espacio-hacia el momento crítico
en que la materia comenzó a expandirse
una vez más,
los lapsos transcurren de distinta forma.

Rhapsody in Blue, de Gershwin y Whiteman

Calor o frío insoportables, empujes laterales
subidas o bajadas bruscas, tormentas silenciosas
tuercen el rumbo cien veces, mil quizá,
y al temor a un catastrófico naufragio
oponen los tripulantes la firmeza de su
voluntad humana y el afán de supervivencia.

Cada navegante realiza una tarea
acorde con sus capacidades y deseos,
de forma que el progreso depende
mas de ellos que del azar,
grato e ingrato.

Benny Goodman, interpretando Sing, Sing, Sing

El premio a la resistencia heroica es la placidez
entrecortada, la belleza luminosa incomparable
vista en las fotografías, miles, que llegan
a la pantalla de grandes dimensiones,
y a través de los ojos de buey, ventanas
y escotillas transparentes.

El atractivo de los paisajes sucesivos,
la cambiante complejidad cromática y formal,
el vértigo de lo que viene de frente
escapando por los lados in extremis,
no es algo sentido antes por ninguno
de los arriesgados tripulantes.

Django Reinhardt en Sweet Georgia Brown

Armonía, equilibrio, deslizamientos
piruetas lógicas e inesperadas
derivaciones, despliegues, hermosura del contraste,
líneas puras e impuras sirviéndose, actualizándose,
Crepúsculos y Amanecidas destilando emociones
Poesía, Pintura y Música creándose y recreándose:
El Velero Va.

Darius Milhaud en La Création du Monde

Sueño y despertar, ilusión y desilusión
se siguen en los ánimos, el temor y la esperanza.
Recoger trapo al llegar a un planeta ligeramente azul
para acercarse y recibir fotografías de conjunto
y de detalle,
proporciona expectativas que se rompen
cuando la aridez encontrada obliga
a seguir rumbo con todo el trapo desplegado.

Escuchan Ebony Concerto por Igor Stravinsky

En un momento de fortuna, después
de cien avistamientos infructuosos,
en la claridad promiscua de la pantalla
puede verse un planeta azul y verde, de una belleza
extraordinaria, única.
Y desgarra el silencio la voz enérgica de Aurora Maris:
¡Todos a sus puestos! ¡Maniobra de aproximación!
Arriad la mayor -refiriéndose
a las velas- la mesana, la trinquete.

En la acción, rauda, desencadenada de improviso
se oyen términos marineros de oculta belleza: verga,
cangreja, bauprés, arboladura, jarcia, botavara;
gavia y muchos más: sonoros y contundentes
como latigazos.

Maurice Ravel, Jazz (pieza desconocida) pour Mme Révelot

Un sencillo mecanismo ideado por la capitana
en el Mar de China, para que un tifón elevara el velero,
permitía a las vergas de distinto mástil
alinearse a lo ancho y, a unas velas añadidas,
alcanzar la posición horizontal frenando la bajada
en un descenso acompasado.

La visión aparecida ante sus ojos, paisaje verde
de la superficie firme, y temblorosos azules
de los mares, pone a cavilar a los más inquietos acerca
de la elipse que su incierta derrota ha ido completando.
Las fotografías vistas, acercan
elementos tranquilizadores: agua en abundancia
y vida vegetal exuberante y diversa.

Suena The Visitation, por Gunther Schuller

Circunvalando el planeta en el descenso,
ven montañas elevadas con penachos
de nieve, volcanes en erupción, seísmos, vastos
lagos, ríos caudalosos; pero no hallan
signos que revelen la existencia de vida animal.

En las proximidades descubren árboles
vigorosos crecidos sobre escombros, arbustos
ocultando a medias material de guerra debilitado
por el paso del tiempo;
troncos retorcidos que superan ruinas pétreas.
Y a poca distancia del mar interior elegido
para posarse, identificado por la mediterránea
Aurora Maris como el Mare Nostrum,
ven una torre, firmemente erguida,
reconociendo en ella, Aurora y algunos más,
la genuina expresión románica
de Sant Climent de Tahüll.

Estalla la alegría al contacto de la nave con el agua:
ignis fatuus de aparición impredecible y duración
muy breve.
«Alegría, hermosa llama de los dioses», había
escrito Schiller.

Se escucha entonces en todo el Orbe
la «Oda a la Alegría», cuarto movimiento
de la Sinfonía Novena de Beethoven.

Post Scriptum: Regresada la nave, oído el relato de la peripecia, pude pasar varios días viendo las fotos recogidas por las cámaras al llegar a la Tierra. Descubrí intacta la iglesia de San Martin de Frómista. Sorprendiéndome que, en el lugar de mi nacimiento, Valdepero, se apreciaran las piedras diseminadas de lo que pudo ser el poderoso Castillo y, ¡oh maravilla!, la espadaña románica, solo ella en pie, de lo que fue la ermita de San Pedro y de la Virgen del Consuelo.

0 elevado voo do veleiro Nova Era

Adnotatio Praevia:

Enviei a vários amigos o poema que aqui vai, e suas reacções foram muito diferentes. Desde a daqueles que pediram praça no velero, para eles ou para outros; até a de quem estabeleciam verdadeiro paralelismo com a viagem do Cristóbal Colón. Perguntavam detalhes sobre o objecto da viagem e a marcha da nave, e tive que precisar certos aspectos indefinidos. O título, muito adequado, procede de um amigo residente em São Paulo e nascido em Nova Era, estado de Minas. Uma amiga, de Vitória, em Espírito Santo, Brasil, versada na vida e a obra de Florbela Espanca: «Um ente de paixão e sacrifício», quis que incluísse à poeta portuguesa e, conhecendo seus méritos sobrados, acedi. Carme, amiga de Barcelona, queria fugir do economicismo imperante, das enormes e crescentes desigualdades sociais originadas, do estrago insostenible no equilíbrio vital; e tive que habilitar mais quatro praças, para ela, seu marido e os dois filhos. Devo acrescentar que Aurora, a capitã, nasceu em Salvador de Bahia de pai castelhano e mãe mediterránea. Por último, dizer que meu Iberismo cultural, origem do meu Universalismo, me levou de Portugal a Brasil, estados de São Paulo, Rio, Minas, Baía, Pernambuco e Espírito Santo. Ali, em ES, Montanhas Capixabas, surgiu na minha mente, o poema que desenha o rumo seguido através dos elípticos campos siderais, e a chegada à Terra Prometida.

Um barco de vela de três paus, cujo nome
é Nova Era,
impulsionado pelo vento cósmico
que origina um buraco negro de atividade intensa,
abandona o Sistema Solar para deixar
nuns dias
muito atrás a Via Láctea.

Ressoa «O Universo», sinfonía impossível
composta e interpretada
por cento e vinte músicos da família Bach

Os paus Trinquete, Maior e Mesana,
de liga tão ligeira e inalterável como o casco,
proporcionam confiança a Aurora Maris,
a capitã mais intrépida que engendrou Natureza;
indómita mulher,
forjada na aventura marinha
ao circundar A Terra pelos sete mares
comerciando em sedas e especiarias,
com esse barco sem remos nem canhões
que ao navegar
simplesmente voa.

Se ouve na imensidade Blue Train, de John Coltrane

Olavo Bilac e Florbela Espanca, de língua portuguesa;
Odiseo, o Esperado, e sua amada Penélope;
Erik, chamado do Vermelho; Virgilio, Confucio, o Rei
dom Sebastião, Jules Verne, imaginativo praticante;
Maria Sklodowska, científica; a poeta e diplomáta
Lucila Godoy, Picasso, Galileo, um dos grandes
do Renascimento; e o escritor romântico
José Ignacio de Espronceda; são alguns
dos trinta e dois buscadores dum planeta
despovoado, doado de água e vida,
no que possam respirar, se alimentar,
rir e sonhar;
onde a humanidade ameaçada
consiga começar de novo,
trocando as pistolas e espadas das panoplias
por flautas, plumas de cálamo partido e pinceles.
Onde a filosofia, a investigação
e a docencia sejam ocupações aventajadas,
os benefícios industriais e comerciais
respeitem o ambiente e permaneçam ajustados,
se restrinja a herança,
e os salários mínimo e máximo
caminhem da mão.
Uma sociedade que receba mais
do mais capaz,
e entregue
mais ao mais necessitado.

Soa Money Jungle, de Duke Ellington

Animais e plantas ocupam
a parte central da adega, baixo
a claraboia que tamisa a luz cambiante.
Se propõem os viajantes salvar essa vida:
ovos, embriões e indivíduos adultos,
duma extinção segura, se alimentando com
seu crescimento: retoños, ramos e frutos.
E na preparação, as pessoas,
a mais de conhecimentos de navegação
e psicologia da convivência, tiveram lições
de latín para se entender, e práticas
duma linguagem de signos.

Resoa A Wonderfull World, de Louis Armstrong

Viajando à velocidade do Vento, terceira parte
da que atinge a Luz,
as velas múltiplas e diversas,
devem resistir o empuxo, e são
desse novo material que dizem grafeno.

Chega envolvente o som de
Round Midnight, por Ella Fitzgerald

Se ausiliando dos mapas astronómicos,
sem timão que sirva à derrota,
nem previsões atmosféricas onde não há atmosfera,
a perícia de Aurora governa as velas, a nave
e o rumo nas aproximações
aos planetas dos diferentes tons da cor azul.

O som muda a Summertime,
interpretado por Ella Fitzgerald y Louis Armstrong

Entre a constelação de Orión
e a estrela Sirius
durante um mínimo instante os tripulantes percebem,
imagem e semelhança do homem,
ao Demiurgo andrógino
deitado em suave leito de nuvens,
roncando acompasadamente
seu sonho sem fim. Grandes, muito grandes
a cabeça, o corpo e as extremidades,
dotados de uma grande beleza.
Olhos límpidos,
pele tersa na desnudez luminosa que mostra.

Se escuta Birth of the Cool, de Miles Davis

Constatam os tripulantes
que o relógio terrestre da nave marca quinze anos
de navegação, e eles não envelhecem.
Pensam que avançando como avançam
-tempo e espaço-para o momento crítico
em que a matéria começou a se expandir
uma vez mais,
os lapsos decorrem de diferente forma.

Enche o espaço Rhapsody in Blue, de Gershwin y Whiteman

Calor ou frio insuportáveis, empurrões laterais
subidas ou baixadas bruscas, tormentas silenciosas
torcem o rumo cem vezes, mil quiçá,
e ao temor a um catastrófico naufrágio
opõem os tripulantes a firmeza de sua
vontade humana e o afã de sobrevivência.

Cada um dos navegante realiza uma tarefa
conforme com suas capacidades e desejos,
de forma que o progresso depende
mas deles que do destino,
grato e ingrato.

Benny Goodman, interpreta Sing, Sing, Sing

O prêmio à resistência heroica é o sossego
entrecortado, e a beleza luminosa incomparável
vista nas fotografias, milhares, que chegam
ao ecrã de grandes dimensões,
e através dos olhos de boi, janelas
e escotilhas transparentes.

O atractivo das paisagens sucessivas,
a cambiante complexidade cromática e formal,
a vertigem do que vem de frente
escapando pelos lados in extremis,
não é algo sentido dantes por nenhum
dos arriscados tripulantes.

Se ouve Django Reinhardt en Sweet Georgia Brown

Harmonia, Equilíbrio, deslizamentos
piruetas lógicas e inesperadas
derivações, desdobramentos, hermosura do contraste,
linhas puras e impuras se servindo, atualizando-se,
Crepúsculos e Amanhecidas destilando emoções,
Poesia, Pintura e Música se criando e recreando:
o Veleiro Vai.

Darius Milhaud interpreta La Création du Monde

Sonho e acordar, ilusão e desilusão
se seguem nos ânimos, o temor e a esperança.
Recolher velame ao sobrevoar um planeta
ligeiramente azul
para se acercar e receber fotografias de conjunto
e de detalhe,
proporciona expectativas que se rompem
quando a aridez encontrada obriga
a seguir rumo com todo o velame despregado.

O Ebony Concerto por Igor Stravinsky se ouve

Num momento de fortuna, após
cem avistamientos infructuosos,
na clareza promiscua do ecrã
pode se ver um planeta azul e verde, de uma beleza
extraordinária, única.

Então rasga o silêncio a voz enérgica de Aurora Maris:
¡Todos a seus postos! ¡Manobra de aproximação!
Arreiem vocês a maior -se referindo
às velas- a mesana, a trinquete.

Na acção, rapida, desencadeada de improviso
se ouvem termos marinheiros de oculta beleza: verga,
cangreja, bauprés, arboladura, jarcia, botavara;
gavia e muitos mais: sonoros e contundentes
como lategadas.

Soa Maurice Ravel, Jazz (peça desconhecida) pour Mme Révelot

Um singelo mecanismo criado pela capitõa
na Bahia de Vitória ou no Mar de China,
para que um tufão elevasse o veleiro,
permitia às vergas de diferente mastro
se alinhar na largura e, a umas velas acrescentadas,
atingir a posição horizontal freando a baixada
num descenso acompasado.

A visão aparecida ante seus olhos, paisagem verde
da superfície firme, e trêmulos azuis
dos mares, põe a cavilar aos mais inquietos a respeito
da elipse que sua incerta derrota tem ido completando.
As fotografias vistas, acercam
elementos tranquilizadores: água em abundância
e vida vegetal exuberante e diversa.

Se ouve The Visitation, por Gunther Schuller

Circunvalando o planeta no descenso,
vêem montanhas elevadas com penachos
de neve, vulcões em erupção, seísmos, vastos
lagos, rios caudalosos; mas não acham
signos que revelem a existência de vida animal.

Nas proximidades descobrem árvores
vigorosas crescidas sobre escombros, arbustos
ocultando material de guerra debilitado
pelo passo do tempo,
troncos retorcidos que superam ruínas pétreas.

E a pouca distância do mar interior eleito
para aterrissar, identificado pela mediterránea
Aurora Maris como o Mare Nostrum,
vêem uma torre, firmemente erguida,
reconhecendo nela, Aurora e alguns mais,
a genuína expressão románica
de Sant Climent de Tahüll.

Estoira a alegria ao contacto da nave com o água:
ignis fatuus de aparecimento imprevisível
e duração muito breve.
«Alegria, formoso lume dos deuses»,
tinha escrito Schiller.

Se escuta então em todo o Universo
a «Oda à Alegria», quarto movimento
da Sinfonía Nona de Beethoven.

Post Scriptum:

Regressada a nave, ouvido o relato da peripecia, pude passar vários dias vendo as fotos recolhidas pelas câmaras ao chegar à Terra. Descobri intacta a igreja de San Martin de Frómista; me surpreendendo que, no lugar de meu nascimento, Valdepero, se apreciassem as pedras diseminadas do que pôde ser o poderoso Castillo e, oh maravilha! a espadaña románica, só ela em pé, do que foi a ermida de San Pedro e da Virgen del Consuelo.

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RELATO

La visita del Dios (BRASIL, Sístoles y Diástoles)

En la vasta extensión cercada de arbolado, sedosa pradera dividida por el curso en arco de un regato bien nutrido, a principios de Otoño, cuando la Luna perseguía su plenitud circular, enigmático y apacible apareció el Ente. El viejo Liparus Glabirostris, de la familia de los Curculiónidos, profundo pensador y profesor eximio, receló siempre. Desconfiaba del presunto dios inclusive en la época de general arrobamiento. No era para menos, la extraña apariencia -tamaño y forma- ayudaba en alto grado despertando brazados de sospecha.

El Ser, delimitado por líneas suaves y planos carentes de ángulos, aceptaba las miradas interrogantes sin suspender la emisión de sonidos acompasados, sugerentes incluso para oídos insensibles a la cadencia ordenada. En su interior impenetrable abrigaba, sin asomo de duda, algún tipo de vida alejada de la convencional. Libre de hambre y sed, en armonía con la agradable temperatura ambiente, actuaba como cualquier recién nacido satisfecho, aunque sin el gracioso braceo y el gesto encantador. Permanecía en el propio lugar de su aparición, se expresaba utilizando un complejo lenguaje de signos visuales y acústicos, y no manifestaba dependencia alguna del exterior. Resulta comprensible que cientos de conjeturas se tejiesen alrededor de su privativa naturaleza.

El viejo Liparus pudo reconocer en él determinadas cualidades de la condición divina. Saltaba a la vista que era ajeno a todo lo conocido. Cierto, difería de las peculiaridades primordiales de los tres reinos; no parecía piedra, no parecía planta, no parecía animal. El estado de reposo en que se encontraba sumido debía de ser transitorio, pues había llegado hasta allí desde algún lugar tan remoto que no le precedió la noticia de su existencia. La aptitud para trasladarse al dictado del deseo le proporcionaba una independencia amplísima: rasgo que distingue a los seres superiores. Único, autónomo e inexplicable: semejantes atributos constituían los hilos que bordaban la perfección de su índole. Carecía, por el contrario, de la primera cualidad que los dioses exhiben: la capacidad sin límites de influir en el curso de los acontecimientos, generadora de prodigios que resaltan una trayectoria extraordinaria. Actitud opuesta a la de un demiurgo amoroso de su obra, exteriorizaba, añadida, una inexcusable despreocupación por la hermosura de la verde floresta, por los inverosímiles rayos de sol que filtraba, por el rumor armonioso del agua al acometer los meandros, desniveles y estrecheces, y hasta por los curiosos que le cercaban con ánimo investigador. En ese punto exacto, equidistante del sí y del no, imposibilitada para desprenderse, anclaba Liparus su duda.

Quizás fuera sólo un destello de la movilidad potencial, pero la agitación se enseñoreaba del interior. Lo que podía ser tomado por el rostro, superficie circular de un cilindro achatado, espejo del sensible corazón, efectuaba raras muecas a cada instante. Los reflexivos investigadores, encabezados por Calathus Melanocephalus, perteneciente a la familia de los Carabídos, y su más directo colaborador, Agonun Dorsale, primo suyo; constataron que cambiaba la forma siguiendo un proceso repetido cada día. Tomando el anochecer como punto de referencia, la metamorfosis reproducía sus pasos, uno tras otro, de crepúsculo a crepúsculo; reiteración, método.

“¿Prodigios?; consigue ser portento suficiente la conmoción ocasionada por su venida hasta en los más escépticos”: argumentaban los partidarios, dirigidos por el elegido coordinador de familias Prionus Coriarius, el mayor de los Longicórneos: “Negligencia ante la creación? Vino para permanecer a nuestro lado; he ahí el gran ejemplo de cariño que necesitaba este mundo egoísta”. “Sí, su existencia es monótona y repetitiva, pero, hechos a su imagen y semejanza, nuestra propia existencia es repetitiva y monótona. Nos desplazamos persiguiendo el alimento, nos agita el deseo de copular y corremos para huir o atacar. La Divinidad reposa porque se basta a sí misma: nada le falta y a nada teme”.

Los religiosos vincularon con ese argumento, más que con ningún otro, el meritorio modo de alinear las conductas personales tras la forma de ser atribuida a la Divinidad. “Aquilatemos el proceso de nutrición rechazando la gula”: pidieron: “Limitemos la cópula a las exclusivas exigencias de la propagación de la especie. Abracemos a los enemigos. Sólo de esta manera seremos capaces de amansar nuestra agitación culpable”. Y sentenciaron: “La calma es el bien y el tumulto el mal; en la reducción de las necesidades se apoya la virtud”.

Sorprende la inestabilidad de las convicciones generalizadas en la sociedad: los Escolítidos, cavadores de galerías corticales -hasta entonces tachados de simple y parsimoniosos- pasaron a ser percibidos como coherentes y equilibrados. “Vivir para ver”: pensaban los suspicaces.

El Círculo de Teólogos, por encargo del estamento creyente, soldó entre sí varias cavilaciones formando un verdadero cuerpo de doctrina, dogma de obligado conocimiento e inmediata difusión. Avanzaba el credo por la senda racional hasta el límite de sus posibilidades, momento en que hacía uso de la fe. “La Divinidad existe desde antes de los inicios, porque es el inicio; y seguirá cuando todo se extinga, porque lo conocido y lo sospechado tienen en ella su raíz y su tumba. La Divinidad no necesita engendrar descendientes, porque siendo única al tiempo es eterna”.

Dytiscus Latissimus, de la familia de los Ditíscidos, aparecía en público luciendo la casulla amarilla y negra de apariencia solemne, flanqueado por sus acólitos, dos luminosos Lampíridos. Partiendo de las verdades teológicas recién propagadas, había fundado el Inmovilismo Expectante, hermandad integrada por un creciente número de adeptos. Subido a cualquier prominencia, y dueño de todas las respuestas, preguntaba: “¿Qué razones tuvo la Divinidad para tomar cuerpo y venir con nosotros? Misterio. Misterio que las mentes corrientes como las nuestras no pueden comprender. Vino, y eso debe hincharnos de orgullo y regocijo; quiso servirnos de guía y ejemplo, y eso debe bastarnos. Pero, ¡cuidado!, podría irse; debemos cumplir al instante y hasta el último pormenor los dictados de su temperamento. Me encargaré de interpretar y divulgar sus mensajes con la asistencia de los discípulos más comprometidos. Ellos y yo renunciamos desde este preciso momento a aparearnos, y nuestra movilidad rozará el límite de la estática. Los hermanos en la fe construirán un Ara donde los fieles puedan adorar a la Divinidad y pedirle dones. Además contribuirán a nuestro parco sostenimiento”.

Mientras todo lo dicho sucedía en el pasto que bordea el arroyo, el extravagante Ser continuaba su actividad mínima. La deidad, una cabeza redonda y plana de la cual surgían dos grandes apéndices desiguales, amorosos brazos dispuestos a cerrarse alrededor de cualquier elegido, daba leves señales de vida. La extraña entidad encarnada de esa guisa, carente de tronco y de extremidades traseras, insensible al interés suscitado en su ambiente, continuaba la sistemática reforma de los rasgos faciales y la entrecortada emisión de sonidos, audibles a considerable distancia.

Sin estorbos dignos de ser tenidos en cuenta, Carabus Coriaceus, cazador astuto y guerrero de tenacidad reconocida, tomó el mando de los soldados en una ceremonia memorable. Al pie del altar -arcilla todavía húmeda recubierta con piedrecitas de colores- una charanga formada por Gryllus Campestris y Oecanthus Pellucens, músicos extranjeros, golpeaba los élitros en homenaje a la Divinidad. Animosa, atacaba con brío marchas capaces de alertar a los casacas verdes, guardia compuesta por Lytta Vesicatoria; y a los casacas moradas, escolta de Meloë Violaceus. A su compás, la cohorte de feroces machos Lucanus Cervus, desfilaba en estado de excitación combativa. Jefes, soldados y buena parte de la población, veían en la Divinidad el gran caudillo que volvería respetado y temido al orden Coleóptero; orgulloso de la compleja diversidad de las familias que lo integran, de las poderosas mandíbulas de sus individuos, de la belleza de las alas, de la funcionalidad de antenas y escudo y del notable modo de vida conseguido. Por último, se presentaba la ocasión de someter a los pueblos vecinos, exigiendo abultados tributos. Iba a presentarse la oportunidad de vengar la histórica afrenta de los odiados Himenópteros, en particular de los Apócritos, en extremo laboriosos y rápidos viajeros.

Dytiscus, Prionus y Carabus anduvieron distanciados durante una larga temporada por cuestiones de altura: habían de dilucidar quien de los tres ostentaría la supremacía. La fuerza proporcionaba argumento a Carabus, Prionus esgrimía su representatividad, la genuina voluntad del pueblo; mostraba Dytiscus en su mano la llave de la vida eterna. Reunidos en parlamento siendo ya noche ciega, tras ásperas discusiones se descubrieron compartiendo objetivos: la permanencia de la Divinidad, la protección de la identidad coleóptera y el establecimiento de una nueva organización social. Acordaron unir sus esfuerzos y tomar el poder formando un triunvirato de pares. Como primera medida sopesaron las consecuencias de ilegalizar la investigación filosófica, actividad superflua cuando se conoce cada palmo de las numerosas ramificaciones de la verdad. Sólo el temor al rechazo de los puristas les inclinó a penalizar las conductas en vez de los principios. Al día siguiente, el obstinado practicante de la lógica, Calathus Melanocephalus, y Liparus Glabirostris, docente escrupuloso, perseguidor de la certidumbre de los hechos probados; habían sido acusados de intrigantes y confinados en su domicilio.

Un extranjero, Lygaeus Saxatilis, Gran Sacerdote del aliado orden Heteróptero, con el propósito de introducir el nuevo culto entre los suyos, solicitó licencia para estudiar la naturaleza de la Divinidad y las teorías que la explicaban. Locusta Migratória, jefe de los Quelíferos, por el contrario, denunció que el incremento del ejército coleóptero –soldados, armas y equipaje- transgredía los acuerdos del pacto firmado después de la Gran Derrota. Se sumaron a la desaprobación, Tettigonia Viridissima en nombre de los Ensíferos, Blatta Orientalis, Gran Chaberlán de los Blatarios; y muchos otros: Dermápteros, Odonatos, Apterigotos y Efemerópteros, que en el creciente belicismo de los Coleópteros veían un peligro para preservar la paz existente entre los diferentes Órdenes.

Calathus y Agonum, en el intento de escapar de una muerte cierta, burlaron el cerco impuesto a sus domicilios. Se ocultaron luego en la dermis telúrica, y siguiendo túneles larguísimos surgieron en el territorio dominado por el orden de los Himenópteros, vencedor de la Gran Guerra, que tras un largo periodo de coexistencia pacífica, volvía a ser considerado hostil a causa de la portentosa movilidad de sus individuos. Allí prosiguieron Agonum y Calathus el estudio de los numerosos datos recogidos, ayudados por concienzudos investigadores locales: un grupo de Apis Mellifera y el controvertido Vespula Vulgaris, disidente himenóptero amparado al asilo de los coleópteros y retornado a su patria de modo encubierto. Tal escrutinio derivó en un mejor conocimiento de la sustancia divina, de cuyas características podía derivarse utilidad práctica. Las rayas de forma cambiante dibujadas en el círculo capital, coincidentes una y otra vez en momentos semejantes de diferentes días, servirían para dividir el tiempo en fracciones exactas y alcanzar la tan deseada simultaneidad de las actividades comunes.

Siguiendo indicaciones de Véspula, dos veces traidor, la incursión nocturna de los Lamia Textor puestos al servicio de Carabus Coriaceus, encontró el laboratorio, destruyó los valiosos documentos y degolló a los investigadores absortos en sus cosas. Sufrieron los opositores un revés próximo al desastre, y la Divinidad fue adorada en cualquier lugar, pues los fieles reproducían ad líbitum la sagrada imagen trazando el círculo capital y las dos rayas laterales de su emblema.

Extendido el culto, generalizados los sentimientos piadosos, sincronizada la intención común, el orden de los Coleópteros entró en la etapa más fructífera de su historia, cargada de motivos para dar gracias a la Divinidad. Era indudable que la Entidad, protectora de los crédulos, propiciaba el progreso con su sola presencia. Entre esto y aquello se desnudaron los árboles de hoja caducada, orgulloso de su fuerza paralizante llegó el frío, y en un lapso breve fue expulsado por los días radiantes de sol y sosegados de vientos. La vida eclosionaba de nuevo y un grupo de críos de Homo Sapiens se presentó en la explanada con su ordinaria algarabía. Desde los más profundos rincones de las huras, desde las copas más altas de los árboles, miedosos, cautelosos, los insectos todos percibieron la renovada calistenia de las evoluciones lúdicas. Al atardecer oyeron con nitidez las siguientes palabras, cuyo significado desconocían: “Mirad, un nicho de arcilla adornado con piedras de colores. Guarda un reloj de pulsera. Ah!, la pila está ya en las últimas: los números cambian muy despacio y la música casi no se oye”.

Horas más tarde, apaciguado el contorno, cayó la noche y la normalidad se hospedó en la pradera, en el arbolado circundante, en el arroyo que los cruza. Sólo entonces los insectos se atrevieron a salir de sus escondrijos: un pie y después otro, recelosos o temerarios; y todo para descubrir que la Divinidad había partido dejando vacío el altar. El Jefe Religioso Dytiscus Latissimus, recordó haber vaticinado hace poco tiempo lo que acababa de ocurrir. Alguna acción u omisión ofendería a la Divinidad. Únicamente la penitencia podía favorecer su retorno. Comenzó entonces un reiterado ejercicio de laboriosidad y obediencia ciega a las autoridades civiles, religiosas y militares. Todavía quedaba alguna esperanza.

 

A Visita do Deus

Na vasta extensão rodeada de terreno arborizado, sedosa pradaria dividida pelo curso em arco de um regato bem nutrido, ao princípio do outono, quando a Lua perseguia sua plenitude circular, enigmático e aprazível apareceu o Ente. O velho Liparus Glabirostris, da família dos Curculiónidas, profundo pensador e professor exímio, receou sempre. Desconfiava do suposto deus inclusive na época de general arroubamento. Não era para menos, a estranha aparência -tamanho e forma- ajudava em alto grau despertando braçados de suspeita.

O Ser, delimitado por linhas suaves e planos carentes de ângulos, aceitava as olhadas interrogantes sem suspender a emissão de sons compassados, sugestivos até para ouvidos insensíveis à cadência ordenada. No seu interior impenetrável abrigava, sem assomo de dúvida, algum tipo de vida afastada da convencional. Livre de fome e sede, em harmonia com a agradável temperatura ambiente, atuava como qualquer recém-nascido satisfeito, ainda que desprovido do gracioso bracejo e do gesto encantador. Permanecia no próprio lugar de sua aparição, se expressava utilizando um complexo linguagem de signos visuais e acústicos, e não manifestava dependência alguma do exterior. Resulta compreensível que centenas de conjeturas se tecessem ao redor de sua privativa natureza.

O velho Liparus pôde reconhecer nele determinadas qualidades da condição divina.Saltava à vista que era alheio a tudo o conhecido. Certo, diferia sua essência das peculiaridades primordiais dos três reinos; não parecia pedra, não parecia planta, não parecia animal. O estado de repouso em que se encontrava imerso devia de ser transitório, pois tinha chegado até ali desde algum lugar tão remoto que não lhe precedeu a notícia de sua existência. A aptidão para se trasladar ao ditado do desejo lhe proporcionava uma independência amplíssima: rasgo que distingue aos seres superiores. Único, autónomo e inexplicável: semelhantes atributos constituíam os fios que bordavam a perfeição de sua índole. Carecia, pelo contrário, da primeira das qualidades que os deuses exibem: a capacidade sem limites de influir no curso dos sucessos, geradora de prodígios que ressaltam uma trajetória extraordinária. Atitude oposta à de um demiurgo amoroso de sua obra, aparecia, somada, uma inescusável despreocupação pela formosura da verde floresta, pelos inverosímeis raios de sol que filtrava, pelo rumor harmonioso da água ao acometer os meandros e estreitezas, e até pelos curiosos que lhe cercavam com ânimo investigador. Nesse ponto exato, equidistante do sim e do não, impossibilitada para se desprender, ancorava Liparus sua dúvida.

Talvez fora só um clarão da mobilidade potencial, mas a agitação se ensenhoreava do interior. O que podia ser tomado pelo rosto, superfície circular de um cilindro achatado, espelho do sensível coração, efetuava estranhos trejeitos a cada instante. Os reflexivos pesquisadores, encabeçados por Calathus Melanocephalus, pertencente à família dos Carabídeos, e seu mais direto colaborador, Agonun Dorsale, primo seu; constataram que mudava a forma seguindo um processo repetido a cada dia. Tomando o anoitecer como ponto de referência, a metamorfose reproduzia seus passos, um após outro, de crepúsculo a crepúsculo; reiteração, método.

“Prodígios? Consegue ser portento suficiente a comoção ocasionada pela sua vinda até nos mais céticos”: argumentavam os partidários, dirigidos pelo eleito coordenador de famílias Prionus Coriarius, o maior dos Longicórneos: “Negligência ante a criação? Veio para permanecer a nosso lado; eis aí o grande exemplo de carinho que necessitava este mundo egoísta”. “Sim, sua existência é monótona e repetitiva, mas, feitos a sua imagem e semelhança, nossa própria existência é repetitiva e monótona.Nos deslocamos perseguindo o alimento, nos agita o desejo de copular, corremos para atacar ou fugir. A Divindade repousa porque se basta a si mesma: nada lhe falta e a nada teme”.

Os religiosos vincularam com esse argumento, mais que com nenhum outro, o meritório modo de alinhar as condutas pessoais trás a forma de ser atribuída à Divindade. “Aquilatemos o processo de nutrição rejeitando a gula. Limitemos a cópula às exclusivas exigências da propagação da espécie. Abracemos nossos inimigos. Só dessa maneira seremos capazes de amansar nossa agitação culpável. E sentenciaram: “A calma é o bem e o tumulto o mal; na redução das necessidades se apoia a virtude”.

Surpreende a instabilidade das convicções generalizadas na sociedade: os Escolítidos, cavadores de galerias corticais -até então tachados de simples e parcimoniosos- passaram a ser percebidos como coerentes e equilibrados. “Viver para ver”: pensavam os suspicazes.

O Círculo de Teólogos, por encargo do estamento crente, soldou entre si várias cavilações formando um verdadeiro corpo de doutrina, dogma de obrigado conhecimento e imediata difusão. Avançava o credo pela senda racional até o limite de suas possibilidades, momento em que fazia uso da fé. “A Divindade existe desde antes dos inícios, porque é o início; e seguirá quando tudo se extinga, porque o conhecido e o suspeitado têm nela sua raiz e seu sepulcro. A Divindade não necessita engendrar descendentes, porque sendo única ao tempo é eterna”.

Dytiscus Latissimus, da família dos Ditíscidos, aparecia em público luzindo a casula amarela e preta de aparência solene, ladeado por seus acólitos, dois luminosos Lampírides. Partindo das verdades teológicas propagadas há pouco, tinha fundado o Imobilismo Expectante, irmandade integrada por um crescente número de adeptos. Subido a qualquer saliência, e dono de todas as respostas, perguntava: “Que razão teve a Divindade para tomar corpo e vir em nossa companhia? Mistério. Mistério que as mentes correntes como as nossas não podem compreender. Veio, e isso deve encher-nos de orgulho e regozijo; quis servir-nos de guia e exemplo, e isso deve bastar-nos. Mas, cuidado, poderia se ir; devemos cumprir, num instante e até o último pormenor, os ditados de seu temperamento. Me encarregarei de interpretar e divulgar suas mensagens com a assistência dos discípulos mais comprometidos. Eles e eu renunciamos desde este mesmo momento ao acasalamento, e nossa mobilidade roçará o limite da estática. Os irmãos na fé construirão uma Ara onde os fiéis possam adorar à Divindade e pedir-lhe dons. Além disso contribuirão a nosso parco sustento”.

Enquanto tudo o dito sucedia na pastagem que bordeia o arroio, o extravagante Ser continuava sua atividade mínima. A deidade, uma cabeça redonda e plana da qual surgiam dois grandes apêndices desiguais, amorosos braços dispostos a se fechar ao redor de qualquer eleito, apenas dava sinais de vida. A estranha entidade encarnada dessa guisa, carente de tronco e de extremidades traseiras, insensível ao interesse suscitado no seu ambiente, continuava a sistemática reforma dos rasgos faciais e a entrecortada emissão de sons, audíveis a considerável distância.

Sem estorvos dignos de ser tidos em conta, Carabus Coriaceus, caçador astuto e guerreiro de tenacidade reconhecida, tomou o mando dos soldados em uma cerimónia memorável. Ao pé do altar -argila ainda húmida recoberta de pedras de cores- uma charanga formada por Gryllus Campestris e Oecanthus Pellucens, músicos estrangeiros, batia os élitros em homenagem à Divindade. Animosa, atacava com brio marchas capazes de alertar aos casacas verdes, guarda composta por Lytta Vesicatoria; e aos casacas roxas, escolta de Meloë Violaceus. Ao seu compasso, a coorte de ferozes machos Lucanus Cervus, desfilava em estado de excitação combativa. Chefes, soldados e uma boa parte da população, viam na Divindade o grande caudilho que tornaria respeitado e temido à ordem Coleóptero; orgulhoso da complexa diversidade das famílias que o integram, das poderosas mandíbulas de seus indivíduos, da beleza das asas, da funcionalidade de antenas e escudo e do notável modo de vida conseguido. Por último se apresentava a ocasião de submeter aos povos vizinhos, exigindo inchados tributos. Teriam a oportunidade de vingar a histórica afronta dos odiados Himenópteros, em particular dos Apócritos, em extremo laboriosos e rápidos viajantes.

Dytiscus, Prionus e Carabus andaram distanciados durante uma comprida temporada por questões de âmago: haviam de dilucidar quem dos três ostentaria a supremacia. A força proporcionava argumento a Carabus, Prionus esgrimia sua representatividade, a genuína vontade do povo; mostrava Dytiscus na sua mão a chave da vida eterna. Reunidos em parlamento sendo já noite cega, após ásperas discussões se descobriram compartilhando objetivos: a permanência da Divindade, a proteção da identidade coleóptera e o estabelecimento de uma nova organização social. Acordaram unir seus esforços e tomar o poder formando um triunvirato de pares. Como primeira medida sopesaram as consequências de ilegalizar a investigação filosófica, atividade supérflua quando se conhece cada palmo das numerosas ramificações da verdade. Só o temor à rejeição dos puristas lhes inclinou a penalizar as condutas em vez dos princípios. No dia seguinte, o obstinado praticante da lógica Calathus Melanocephalus, e o escrupuloso docente Liparus Glabirostris, perseguidores da certeza dos fatos provados, acusados ambos de intrigantes foram confinados no seu domicílio.

Um estrangeiro, Lygaeus Saxatilis, Grande Sacerdote do aliado ordem Heteróptero, com o propósito de introduzir o novo culto entre os seus, solicitou licença para estudar a natureza da Divindade e as teorias que a explicavam. Locusta Migratória, chefe dos Quelíferos, pelo contrário, denunciou que o crescimento do exército coleóptero –soldados, armas e bagagem- transgredia os acordos do pacto assinado depois da Grande Derrota. Se somaram à desaprovação, Tettigonia Viridissima em nome dos Ensíferos, Blatta Orientalis, Grande Chaberlán dos Blatarios; e muitos outros: Dermápteros, Odonatos, Apterigotos e Efemerópteros, que no crescente belicismo dos Coleópteros viam um perigo para a paz entre as diferentes Ordems.

Calathus e Agonum, na sua tentativa de escapar de uma morte certa, burlaram o cerco imposto a seus domicílios. Se ocultaram logo na derme telúrica, e seguindo túneis larguíssimos surgiram no território dominado pela ordem dos Himenópteros, vencedora da Grande Guerra, que após um longo período de coexistência pacífica, volvia a ser considerada hostil por causa da portentosa mobilidade de seus indivíduos. Ali prosseguiram Agonum e Calathus o estudo dos numerosos dados recolhidos, ajudados por conscienciosos pesquisadores locais: um grupo de Apis Mellifera e o controvertido Vespula Vulgaris, dissidente himenóptero amparado ao asilo dos coleópteros e retornado a sua pátria de modo encoberto. Tal escrutínio derivou em um melhor conhecimento da substância divina, de cujas características podia se derivar utilidade prática. As raias de forma cambiante desenhadas no círculo capital, coincidentes uma e outra vez em momentos semelhantes de diferentes dias, serviriam para dividir o tempo em frações exatas e alcançar a tão desejada simultaneidade das atividades comuns.

Seguindo indicações de Véspula, duas vezes traidor, a incursão noturna dos Lamia Textor ao serviço de Carabus Coriaceus, encontrou o laboratório, destruiu os valiosos documentos e degolou aos pesquisadores absortos nas suas coisas. Sofreram os opositores um revés próximo ao desastre, e a Divindade foi adorada em qualquer lugar, pois os fiéis reproduziam ad líbitum a sagrada imagem, traçando o círculo capital e as duas raias laterais de seu emblema.

Estendido o culto, generalizados os sentimentos piedosos, sincronizada a vontade comum, a ordem dos Coleópteros entrou na etapa mais frutífera de sua história, carregada de motivos para ficar agradecido à Divindade. Era indubitável que a Entidade, protetora dos crédulos, propiciava o progresso com sua única presença. Entre isto e aquilo se desnudaram as árvores de folha caduca, orgulhoso de sua força paralisante chegou o frio, e em um lapso breve foi expulso pelos dias radiantes de sol e sossegados de ventos. A vida eclodia de novo e um grupo de crianças de Homo Sapiens se apresentou na esplanada com sua ordinária algaravia. Desde os mais profundos cantos das luras, desde as taças mais altas das árvores, medrosos, cautelosos, os insetos todos perceberam a renovada calistenia das evoluções lúdicas. Ao entardecer ouviram com nitidez as seguintes palavras, cujo significado desconheciam: “Olhem, um nicho de argila adornado com pedras de cores. Guarda um relógio de pulseira. Ah! A pilha está já nas últimas: os números mudam muito devagar e a música quase não se ouve”.

Horas mais tarde, apaziguado o contorno, caiu a noite e a normalidade se hospedou na pradaria, no terreno arborizado circundante, no arroio que os cruza. Só então os insetos se atreveram a sair de seus esconderijos: um pé e depois outro, receosos ou temerários; e tudo para descobrir que a Divindade tinha partido deixando vazio o altar. O Chefe Religioso Dytiscus Latissimus, lembrou orgulhoso seu vaticínio acerca do que acabava de ocorrer. Alguma ação ou omissão ofenderia à Divindade. Unicamente a penitência podia favorecer seu retorno. Começou então um reiterado exercício de laboriosidade e obediência cega às autoridades civis, religiosas e militares. Ainda ficava alguma esperança.

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Ensayo

AD MEMORIAM Capítulo NUEVE.- Donde Cesáreo deja constancia de sus convencimientos en materias principales

(En mil novecientos setenta y uno, un editor mexicano, acaso de segunda fila, estimó conveniente publicar una guía de los autores de expresión castellana representantes del momento cultural. Buscaba, creo, una forma de orientar a sus lectores que, en añadido, favoreciera el negocio. Solicitó a mi padre unos folios destinados a ilustrar el análisis de su obra que el manual incluía; y de aquel compendio he sacado las páginas que a continuación expongo, las mismas que él envió).

Avanza el mes de abril y llueve con tiento; debido al refugio prestado por el alero, son gotas indirectas las que llegan al cristal desde el alféizar. Dividida la masa, su finura crece; y necesitadas del peso de otras se deslizan con lentitud a la espera de compañía que haga su ruta. La temperatura es algo fría, impropia de la época: principios de noviembre parece. El día posee un color gris e invita a la escritura densa y meditada.

Aunque sea tan sólo respuesta a una hipotética pregunta que algún lector se haga, o testimonio destinado a los amigos, aquellos a quienes me debo; aunque su utilidad no pase de mi entorno cercano; creo positivo fijar al papel -razonado hasta agotar la capacidad lógica- mi pensamiento sobre los asuntos de médula y contenido, los que se reclaman transcendentes. Hablo de cuestiones que revolotean alrededor de la existencia, viniendo de antes y con expectativa de ir más allá.

Cabe pensar que, siendo el Universo materia y energía, susceptibles ambas de pasar de un estado al otro, finito añadido o restado al infinito sin producir crecimiento ni merma; la materia, limitada y efímera como la conocemos, nació de la energía inacabable.

Cabe pensar que el Creador, preexistente, hizo punto de partida universal de su sola esencia; energía eterna e infinita la divinidad matriz, susceptible de transformarse en materia inestable sin detrimento de sí misma. A la forma de ser y comportarse de ambas llamamos leyes naturales, y creación al momento inicial de la metamorfosis. Cabe pensar que el hombre está constituido de ese material transitorio, carente de voluntad e inteligencia; y de energía, divino ingrediente libre de servidumbres. Algo de sensatez poseerá esta teoría si ha llegado hasta ahora y continua extendiéndose.

A pesar de todo alcanza mi magín a formular preguntas, que abren nuevas incógnitas retrasando la aceptación de conclusiones. Se muestra capaz de concebir eternidad e infinitud, de modo que acepta esos extremos, sólo porque está cansado de ir tras los límites sucesivos del aquí y ahora y desea librarse de la angustia provocada por la permanente persecución de los confines del Universo. No obstante, tiempo y espacio, tampoco puede mi cerebro aceptarlos inacabables: la suma de elementos finitos es finita. Y en esa encrucijada mi inteligencia se queda perpleja un buen rato sin saber que camino tomar.

Para mayor complejidad, en opinión de muchos, esa energía de origen divino nos hace a los humanos discordantes con el resto del cosmos. Es más, nosotros, personas de cualquier condición: ignaros e instruidos, menesterosos y acaudalados, según ellos estamos por encima de monos, álamos y piedra imán. Dándonos verdadero fundamento, envolviendo la carne, penetrándola; aletea lo que llaman, desde un punto de vista religioso, el alma: soplo vital que confiere a los seres humanos disposiciones contiguas a las del Creador. De esa alma intangible, de su naturaleza, cometido, potencias y necesidades; de esa entelequia vaga hago el quid de la cuestión. Conciliando en sí misma los contrarios, ha de poseer el alma capacidad de sufrimiento y de goce, para padecer o gustar los premios y castigos eternos que la lleguen según merecimientos.

Me distrae una avecilla minúscula, poco mayor que un abejorro, menor que un gorrión; amarillenta, verdosa, rojiza, de alas breves y alargado pico. Es posible que haya escapado de una jaula vecina. Puede que esperara algún descuido, cuando hace un rato la joven que mima su cárcel añadía alpiste al cuenco mermado. Se posa buscando un refugio momentáneo a la lluvia que cae sin resquicios y -al percibir el movimiento de mi cabeza, quizá la cambiante atención de mi mirada- reanuda el torpe aleteo sin claro objetivo.

¿Tiene alma el esclavo? Me hago esta pregunta, insensata en apariencia, porque, supuestos en la persona el conocimiento bastante para decidir sin errores -que no se da siempre como es bien sabido- y el propósito preciso de llevar o no las decisiones a efecto, la clave viene a descansar sobre la tan traída y llevada independencia, verdadero ídolo de la juventud humana. Conquista del individuo y de los pueblos, aparece constreñida sin ambigüedades que induzcan a la confusión. Restringen autonomía las normas sociales, reduce el instinto animal que conservamos, fuerza incontrolable en su actuar reflejo; y la razón resta, ya que transita carriles tirados a su paso, facultad del cerebro movida por estímulos ajenos a la voluntad.

La lluvia declina su sencilla labor hasta llegar a la quietud completa. Sin refuerzos, se van evaporando de manera imperceptible las gotitas que salpican el cristal, y a su marcha dejan trazas del polvo que vino en ellas diluido, carbonato cálcico o alguna sal hermana.

Y si después de su constante ceder, quedara de la independencia sólo una huella tenue; si a la postre no fuera otra cosa que agua disipada; ¡ay!, entonces, mi corazón y mi cerebro, confabulados en su búsqueda y defensa, ¡cuánto sufrirían! Debido a que el alma, falta de independencia, no puede ser juzgada; el premio o el castigo perpetuos se hacen imposibles, y en contexto tal, la condición de eterna reclamada para el alma carecería de sentido. Voy un poco más lejos; fallida su eternidad, en hálito vital se queda, común a plantas y animales. Me compadezco a menudo de los minerales; distante yo de la razón sin duda, pues son imprescindible suelo y conveniente alimento de bichos y matojos.

Ainalizado el chaparrón, la avecilla de húmedas y pesadas plumas, a duras penas encuentra el camino de la jaula vacía. La joven cuidadora celebra sonriente su regreso. No cierra la puerta de golpe; confiada, parsimoniosa, empuja despacio la reja hacia su ajuste, deleitándose.

De suceder así, de discurrir por este lecho el río de la vida, que lo dudo; la verdad tan buscada, el Demiurgo, necesario creador de las cosas, redactor meticuloso de las leyes naturales, termina ahí su tarea. Ya no es definidor de bondades, ya no es juez, ya no clausura el círculo infinito y eterno. Se quedan en poco las teorías tejidas a su alrededor, las mismas que explican la divina substancia milímetro a milímetro.

Las creencias y el intelecto son contendientes en el continuo transitar de los días. Dispara el credo salvas que no dan en el blanco ni en las inmediaciones. Dardos lanza la inteligencia que atinan en el centro de la diana equivocada. Si Dios existe, el hombre no es libre; como yo soy libre, Dios no existe: dice el anarquista agrandando al hombre que las religiones empequeñecen. Si Dios se ocupa de todo, convertido el hombre en simple instrumento movido por la pieza anterior, su única satisfacción estribará en facilitar sin fallos el movimiento a la pieza siguiente.

Soy un buscador de partes para hacer con ellas el todo. Divido los pedazos grandes hasta conseguir partículas asequibles a mi capacidad reducida. Mi terreno de búsqueda es el mar; allá donde llegan los rayos de sol llego yo apresando irisados reflejos, el pigmento mínimo del menudo coral que, unido a miríadas de minúsculos hermanos, forma enormes colonias y la gran barrera de arrecifes. Mi campo de batalla es la tierra, comprometida con el futuro a través del esperma y las esporas, por medio de la selección y el crecimiento. El lugar de mi aventura es el aire, las corrientes que impulsan mis alas hacia arriba, a la conquista de los mundos y de los espacios interestelares. Yo soy el hombre y mis manos unen los mimbres en cestos, los cantos en catedrales y la tierra en diques que sujetan el agua; abren mis manos canales que riegan los campos sedientos, pescan peces huidizos y los llevan al mercado en un cesto de mimbres. Yo soy el hombre, y en el altar de piedra, mis manos sacrifican una gacela inocente al deletéreo dios de la vida. Ad Memoriam Egartorre Libros (Madrid 2007)