Eça Queiroz
Contenido: Eça Queiroz. Iniciación. El oro escondido de las Brujas. O tesouro, relato de Eça de Queiroz, traduzido ao castelhano. Ensayos sobre Eça. Biografía. Video
Conocí a Eça de Queiroz por medio de sus novelas, “El primo Basilio “y “El conde Abraños,” leídas en 1973. Editadas ambas juntas por Ediciones Giner de Madrid, en su colección Clásicos Giner Iniciada por Virgilio, seguido de Dante, Cervantes y, además, Tolstoi, entre otros. Eso da una idea de la consideración que la editorial tenía por José Maria Eça de Queiroz, y la que yo recibí ya antes de la lectura.. La traducción, correcta, era obra de Mariano Tudela; y Rafael Morales aportaba un prólogo-ensayo titulado Eça de Queiroz y el realismo portugués. Destacaba a Leiria, al sur de Coimbra, como espacio donde se dio el inicio del realismo en Portugal, cuando José María Eça de Queiroz escribió en esa bella ciudad un esbozo de lo que luego sería El crimen del padre Amaro. Veinticinco años tenía el autor cuando publicó la gran novela, ya licenciado en Derecho. No había perdido el tiempo Eça, realidad más meritoria aún teniendo en cuenta sus circunstancias personales de inicio.
Monumento a Eça de Queiroz en Lisboa, obra de Teixeira Lopes
Diez años más tarde leí La ilustre casa de Ramires, edición del Club Internacional del Libro, de Madrid. Llevaba un prólogo firmado por Joaquín del Moral Ruiz, en el que da muestras de un cierto iberismo cultural y lamenta que España y Portugal no sean vasos comunicantes en tantas materias como en las muchas que comparten raíz. Da como lugar de nacimiento de Eça de Queiroz al pueblo de pescadores Vila do Conde, cerca de Aveiro, en la llamada región del Minho. Sucede que tres poblaciones: Póvoa de Varzim, Vila do Conde e Verdemilho se reconocen como patria chica del escritor. Y eso no es todo: en la documentación relativa a su muerte, las autoridades francesas señalan Aveiro como lugar de su llegada a este mundo tan enrevesado.
El propio escritor llegó a responder acerca de tales discrepancias, evidentemente, desconocedor de la última, lo siguiente: «Eu não tenho história, sou como a República do Vale de Andorra». De modo que José Maria Eça de Queiroz, entraría en la corta nómina de los grandes hombres -si ya no estuviera dentro por derecho de su obra magnífica- por la disputa de, al menos tres localidades, del derecho a considerarse sus gentes coterráneas de Eça de Queiroz, situación que solo en grandes personalidades ocurrió.
En “A relíquia”, de 1887, aparece su famosa frase “Sobre a nudez forte da Verdade o manto diáphano da fantasia”. Declaración de intenciones y poética, que sirvió para componer el monumento de Lisboa a su memoria, obra de Teixeira Lopes inaugurada en 1903 en el Largo Barão de Quintela, y desde el año 2001 en el “Museo da Cidade, en Campo Grande; debido a que los dedos de la Verdad eran repetidamente arrancados como reliquia
Retrato del Marqués de la Ensenada, por Jacopo Amigoni, (Museo del Prado).
El Oro Escondido de las Brujas
Relato de Pedro Sevylla de Juana
Pongo por testigo acreditado de lo que a continuación relato, a Pedro de Castañeda y Ortega, marqués de Peñaserrada, quien no me desmentirá, si -fuentes inadecuadas o torcedura de la intuición- algún error se colara en estas páginas, porque Pedro de Castañeda, de natural indulgente, se fue de este mundo desajustado hace mucho tiempo. Nació en Madrid durante el año de gracia de 1691, en el seno de una familia de tan buena disposición hacia el infante, que le hizo caballero de la Orden de Calatrava a la tierna edad de siete años. Ya mozo, tras diversos amoríos de adiestramiento, casó con doña Micaela Quiroga, a quien no logró dar la descendencia deseada. Su primer empleo público fue el de Gobernador, que no es mal inicio; ocupó más tarde diversos puestos de Corregidor y alcanzó la cúspide de su brillante carrera de mandatario, reinando ya Fernando VI, al ser nombrado Intendente de la provincia de Palencia con un sueldo de treinta mil reales de vellón.
Al juicio de tan singular personaje me someto, porque fue él, quien, en el desempeño del cargo, eligió la villa de Valdepero –territorio del cuento- para llevar a cabo la llamada Operación Piloto, inicio y ejemplo del Mapa o Estado Provincial, según lo estipulado por la Real Junta de Única Contribución. El día 11 de abril de 1750, rodeado de escribientes y contadores, llegó el alto funcionario al municipio, y durante seis meses cabales -alojado en “La Heredad” por deferencia de los dueños- estuvo ligado al Señorío. El 4 de noviembre remitió la documentación concluyente a la Junta –un primor formal en opinión del marqués de Puertonuevo, juntero designado para el estudio de las veintidós operaciones piloto- y sirviéndose de la experiencia adquirida, continuó, pueblo a pueblo, inventariando la alargada provincia al completo, parte de una obra ingente que afectaba a las circunscripciones provinciales de la antigua Corona de Castilla. Proyecto de tan vastas dimensiones, fue conocido como el Catastro de Ensenada, título del marqués que lo impulsó, poderoso ministro del rey Fernando.
Por aquel remoto entonces era Valdepero un Señorío perteneciente a la duquesa de Alba y condesa de Monterrey. Municipio mediano que, sin embargo, por derecho comprado a la Real Hacienda un siglo antes, percibía las alcabalas y los censos. Habitaban el término ciento cincuenta vecinos y lo servían dos alcaldes ordinarios, un alguacil, dos regidores, un procurador síndico, un cirujano, un maestro de primeras letras, seis clérigos y un escribano. Salvo, don Fausto, terrateniente dueño de La Heredad, que residía en Palencia dedicado a la política, los demás -labradores de tierras propias, aparceros, ganaderos, pastores, hilanderas y jornaleros- vivían del trabajo de sus manos. Los pobres de solemnidad se arreglaban con los frutos silvestres hallados en el campo, algo de caza y pesca, las dádivas de los caritativos y los animales muertos por la peste, abundantes según lo escuchado a quienes lo escucharon.
Formaban el caserío del municipio ciento cincuenta y cuatro viviendas –piedra sola o sustentando adobe, tapial de arcilla, cantos y paja; teja ideada por los árabes- a las que se deben sumar los telares, los corrales y tenadas de las rondas donde se guarecían las ovejas, el castillo y la iglesia, enormes; dos ermitas, tres mesones, abacería, taberna, pósito y hospital. Imagino las calles cubiertas de polvo o alfombradas de barro, sequía prolongada y algún que otro diluvio; gallinas escarbando en ellas, mocosos metidos de lleno en sus juegos, perros, gatos, pardales y golondrinas. Al campo labrantío lo complementaban dos grandes encinares y una arboleda situada junto al pueblo, una mina de plata escasa de mineral, tres yeseras y ocho colmenares; amén de los apriscos del páramo, el despoblado de Palazuelos y los prados comuniegos de Villazalama, cuyos pastos compartían las cabañas ovinas de Valdepero y Husillos. Pasaba por el pueblo el Camino Real de Cantabria, vía de unión con Palencia y Monzón; y de la Villa partían los caminos de Husillos, Valdespina, Villagimena, Villalobón y numerosas veredas y carriles que llegaban a cualquier pago o terreno de labor.
Escopetazo oído al caer la tarde sosegada y plácida, campanada en la noche dormida; ese efecto causan el intendente y su séquito cuando llegan al Municipio. Bandos y pregones, interpretados por rumores contradictorios, agitan las almas dentro de los cuerpos, lo mismo en campo abierto que bajo techado. La unidad catastral y cada uno de los sujetos del censo -términos oídos por vez primera al alguacil- ya pertenezcan al nutrido estado general –escasean los nobles- o al eclesiástico, no caben en su envoltorio: muralla, ropilla de estameña o sotana. El memorial, encabezado por los datos personales y familiares, consiste en una relación pormenorizada de todos los bienes, rentas, derechos y cargas; lista de propiedades y beneficios que debe ir firmada bajo juramento al entregarla a los responsables del catastro. “La que se nos viene encima”: se oyen decir unos a otros. Errores de interpretación, muda en el orden, tergiversación de los conceptos, tachaduras, correcciones, ilegibilidad de la letra: obligan a la mejora mediante la repetición.
Avanza decidido el Siglo de las Luces -está a punto de eclosionar el huevo de La Enciclopedia- y la Inquisición le sujeta la capa con toda su fuerza de agarre para mantenerlo en la oscuridad. Ocurre la acción ideada en Valdepero, mediado ya el contradictorio siglo XVIII. Tomando el camino de Husillos, tras las últimas tapias, avanzando acaso una treintena de estadales, situada a la derecha, se encuentra la arboleda –casi veinte aranzadas- mencionada en el memorial de La Heredad. Álamos en su mayoría, aceptan otras variedades sin recelo: copas altas o derramadas y múltiples arbustos mezclándose con ellos. Grupos tupidos suceden a ejemplares dispersos, y al inicio de una leve ladera, rodeada de las agujas góticas de los chopos erguidos y de encrespadas zarzas de endrinas, semioculta, se alza una vivienda cercada que un día fue refugio de leñadores y hoy habitan dos mujeres solas: breves muros de piedra y la cortina protectora de las tapias circundantes.
Callaba mi boca para no alarmarla, madre; pero el pueblo anda revuelto y la inquietud va a más. Han llegado funcionarios de alto copete con la intención de hacer un inventario de las propiedades tangibles e intangibles, y los vecinos han de calibrar el grado de pobreza y de resignación en que viven, cifrarlo, escribirlo y refrendarlo con una rúbrica que vale lo que el honor de cada uno. Quién iba a pensar que donde no llega la mano despensera del Rey, llegara la recaudadora; entramos en tiempos movidos. Hemos de declarar la vivienda y el exiguo terreno cercado; eso si el señor de la Heredad no los registra como propios, que todo cabe en su voluntad voluble. Añadiremos los enseres del hogar, las ramas secas que el viento desprende de los árboles, el manantial y el arroyo, la burrita y sus alforjas. Y puestas a decir la verdad, digámosla entera: las primorosas mañanas de abril y las noches de agosto, refrescantes; los animales que pueblan la arboleda y el campo íntegro, pájaros y liebres; las laderas del páramo con sus hierbas aromáticas y los reflejos irisados del mineral de yeso. Lo que no es de nadie es nuestro, porque sabemos aprovecharlo sin mermar su esencia.
Sale esa voz de los primorosos labios de una de las dos mujeres de la casa, la más joven; costurera que permanece sentada en una silla de patas muy cortas y se ocupa en el añadido de una cenefa a una sábana de lienzo curado. Es bella, facciones suaves de una perfección sólo vista en algunas pinturas sagradas en las que aparecen vírgenes. Nariz proporcionada al óvalo de la cara, frente espaciosa, ojos abiertos a la vida, finísimos cabellos descendiendo en cascada sobre los hombros. Al andar se cimbrea su cuerpo espigado: cabeza, tronco y extremidades armonizados por un resorte interior. Se llama Marcela, cuenta treinta y tres años y su aspecto de fruta jugosa, madurada a la intemperie del campo, le viene de la vida silvestre que lleva. No ha conocido a su padre y se tiene por hija de quien, a unos pasos, agita el líquido de un caldero sometido al fuego activo, la vieja Leonarda: joven y hermosa no hace tanto y hoy sexagenaria: arrugas surcando el rostro en opuestas vertientes, un semblante que conserva restos del esplendor pasado.
Recoge la mujer mayor su pelo gris en forma de moño, viste ropas amplias de tonos oscuros y posee unas manos largas, inquietas, hechas a dar explicaciones, a reforzar la acción de las palabras. Para que su figura sea la de una anciana prematura, la espalda se ve un poquito arqueada. Ha debido de ser muy enérgica, y una gavilla de nervios también; porque aún alcanza al tiempo en su avance. Leonarda, la madre, es dueña de una biografía que de ser conocida algún escritor dejaría reseñada en un libro para conocimiento general. Asegura haber parido a Marcela, la mujer deseable, la mujer deseada, aunque del padre no menciona detalle que lleve a la identificación. Parece ser el asunto un secreto que no está dispuesta a desvelar, nada pecaminoso sin duda, dada la limpieza de su corazón; años lleva la hija intentando descubrirlo sin resultado práctico.
La cordura habla por tu boca, hija mía; confiando en que el registro otorgue fuerza de título a lo registrado, declararemos nuestras exiguas propiedades. A más de la casa y lo contenido en ella, la poca tierra anexa y las tres prerrogativas que la proporcionan su verdadera utilidad. El derecho de paso desde el camino de Husillos, el derecho a tomar del manantial el agua precisa para los usos domésticos y el derecho a aprovechar como leña las ramas secas desprendidas de los árboles. De ese modo, si don Fausto, actual señor de la Heredad, olvidara el legado de su padre, reseñado en el testamento que le hace a él heredero, tendremos un agarre más al que asirnos. Refugio y privilegios te permitirán escoger el camino cuando yo muera. Continuar mi labor si ese fuera tu deseo, o emprender cualquier otra partiendo del conocimiento adquirido en los libros que don Baldomero tuvo a bien donarme. Incluiremos en la lista de posesiones los minerales y vegetales que usamos en los tratamientos, y la alcancía mediada de monedas de cobre, pago recibido de los enfermos que vienen llamados por el áspero y bronco son del cuerno de la fama. A la relación añadiremos nuestra libertad y la independencia conseguida, frágiles en cualquier momento de la historia, pues los poderosos, en su afán de someter al rebelde, se valen de triquiñuelas que nosotras seríamos incapaces de utilizar. Sí, hoy por hoy, y conscientes de la provisionalidad, nos pertenecemos a nosotras mismas, que al fin y al cabo es lo que más vale de aquello que vale.
Era don Baldomero, el viejo señor de la Heredad, un hacendado distinto a los otros; más interesado en descubrir la razón de ser inherente a los hechos, que en acrecer la riqueza acumulada por sus antepasados. Inconformista y culto, recibía revistas y libros de Madrid y Barcelona; y hasta de la ciudad de París. Conocía la lengua francesa y estaba al tanto del avance del pensamiento, vanguardia intelectual que en España era dominio de unos pocos. Desprendido y humanitario, los desprovistos de sustento recibían de él socorro cumplido y trataba con sumo respeto a los asalariados. La cocinera de su casa de Palencia enviudó dos años después de alumbrar el cuerpecillo de una niña, una infanta que en el bautizo recibió el nombre de Leonarda; y don Baldomero aceptó a ambas en las habitaciones destinadas al servicio. El preceptor de Fausto y Micaela, sus vástagos, educó a la acogida sin distinción, y como el natural despierto de ésta respondiera a los estímulos y la pequeña mostrara afición a don Baldomero, el señor, ignorando las constantes travesuras que traían a la esposa a mal traer, la quiso como a hija propia. La hubiera adoptado cuando recién cumplidos los ocho años falleció la madre, pero doña Consolación, la esposa, se opuso. Al llegar a la mayoría de edad, Leonarda explicó a Micaela -uña y carne ambas- y luego a don Baldomero, que dejaba la casa de acogida para averiguar si lo aprendido bastaba para subsistir. Por sabida, no fue necesario mencionar la causa verdadera: la oposición constante de Fausto y de su madre, su trato hostil, su indisimulado desprecio.
Hospital de San Antolín y San Bernabé
Nada pidió en los años sucesivos a su antiguo tutor, a quien, sin descubrirse, observaba los días de Consejo en el Hospital de San Antolín y San Bernabé; donde la muchacha, protegida por un canónigo de la catedral, servía escudillas de caldo y ayudaba en los fogones. Sin embargo, el señor de la Heredad la tuvo presente a la hora de dictar sus últimas voluntades. En un intento de favorecerla de modo adecuado por si el futuro tomaba un cauce imprevisto, puso en sus manos los libros más sabrosos, naturalistas, filosóficos, en los que –adolescente despierta en busca de explicaciones- se sumergía hasta la madrugada cuando aún era huésped del testador. Añadió otros publicados más tarde, de dentro y de fuera, manifestantes silenciosos del pensamiento progresista; y en previsión de que el saber no bastara para salir adelante, hizo a la mujer legataria de una casa de piedra, agua salobre y leña cuantiosa. Todo lo abandonó entonces Leonarda: amistades, empleo y la rutina asentada durante años, para refugiarse en la arboleda del camino que desde Valdepero va a Husillos, acompañada por una niña preciosa, figura esculpida teniéndola como patrón.
Puerta principal orientada al Sur, postigo al Norte, es la construcción una vivienda mínima: dos alcobas enyesadas la componen en la parte superior, y en la de abajo una sala corrida y una alacena cuneiforme bajo la escalera. Visten las desnudas paredes largas repisas cargadas de recipientes de barro, estudios sobre los tres reinos de la naturaleza, tratados de filosofía y novelas: las más consideradas de ese género nuevo. El esconce formado a la izquierda del postigo admite sin riña la campana de la chimenea, hueco que consume de noche y de día una hoguera avivada con nuevos aportes de leña cuando el rescoldo anuncia su pronta extinción. Una amplia mesa de roble, cuyo tablero tiene un espesor de cuatro dedos, se arrima a la derecha rodeada de sillas.
En el exterior, rompiendo la rectitud del muro trasero, a un lado de la portezuela se asienta la cuadra de la burra, y sobre ella un gallinero al que las aves acceden mediante un tablón cruzado de astillas alisadas. Y al otro, un techo sostenido por columnas preserva de la humedad las ramas recogidas, la hojarasca reseca y algunas chamadas dispuestas para nutrir el hogar. A cinco estadales de los muros de piedra, lo que en estos pagos son casi dieciocho varas, se alza el tapial de la débil muralla, cierre de un cuadrado de campo, corral y huerto, que se une a la fachada principal formando una misma línea. Cruza dos veces el cerco, invasión y escape, un arroyuelo nacido entre juncos algo más arriba; de él se surten las mujeres para sus necesidades: bebida, abluciones, riego y coceduras. Sucede que cuecen ellas hierbas medicinales, raíces, cortezas, frutos y flores desecadas. Tuestan piedras y tierras ricas en minerales provechosos, las muelen, hacen barro con ellas y lo bullen. Tiene razón la madre, el lugar resulta pintiparado para sus prácticas, una medicina antigua muy eficaz, que evita los frecuentes sufrimientos de las gentes asentadas en la villa y en los pueblos vecinos, Husillos y Monzón, en la ciudad inclusive; principales y del común.
Frascos de botica
Sulfur, phosphorus, nitricum acidum, natrum sulfuricum, kalium carbonicum, hepar sulfuris, ferrum metallicum, calcarea phosphorica, arsenicum album, antimoniym tartaricum y aurum: son nombres escritos en los tarros, sacados de tratados antiguos que describen los síntomas de las enfermedades curadas por su influjo. Miel, aguijón de abeja, acónito, bellotas, árnica, belladona, camomila, nuez vómica, espliego, escaramujos, estambres de cardo, gelsemio, fruto de taxo, brotes de adelfa, veneno de víbora, tomillo, licopodio, hojas radicales y pecioladas de pulsatila, diversas setas, corteza de ahuehuete y raíces de cipariso se suman al acopio. Algunas plantas y determinados animales poseen elementos capaces de matar; tósigos muy poderosos cuyo manipulado erróneo puede causar terribles convulsiones previas a la rigidez cadavérica. Ellas las utilizan en pizcas, como fuerzas de choque en situaciones excepcionales.
Salió Leonarda de la casa de acogida, domicilio urbano de don Baldomero, cuando para las leyes era una persona adulta, dueña de su destino, libre para ir adonde quisiera. Sin embargo, la negativa a aceptar más socorros del defensor limitaba sus pasos y los encarrilaba. Poseía unos brazos y una cabeza que por separado o juntos habían de proveer el sustento. Tocaba el piano con gracia y conocía cuestiones históricas que por lo general eran ignoradas en las aulas, filosofías que acabarían imponiéndose en el discurso de los intelectuales que marcaban el rumbo de las gentes. Dominaba el arte de disponer el ajuar de una casa principal, hacía exhibiciones de destreza en el encaje de bolillos y sus manos bordaban primorosas filigranas sobre tejidos cálidos; y por si fuera poco, podía moverse en sociedad mejor que cualquier señorita de las que se cruzaban con ella en las calles o en los salones de la gente que recibe. Con todo, de la catedral, y en ella de un canónigo a quien contó con todo pormenor sus cuitas, se sirvió el destino para orientarla.
Tuvo que aprender Leonarda a pelar patatas y a fregar los suelos, a lavar los frágiles cuerpecitos de los infantes que lloraban inmersos en sus propios detritos. Tuvo que iniciarse en la cura de pústulas, ampollas repletas de pestilencias en enfermos que, a Dios gracias, tenían el olfato embotado; en el tratamiento de las infecciones de los contagiosos, en el purgado de las bilis negras de ciertos moribundos. Se interesó por los preparados químicos, por los principios activos que les proporcionan su eficacia. Y todo eso porque le procuraron un empleo cercano a la caridad en el Hospital de San Antolín y San Bernabé, donde los aritméticos y contables –aspectos de la matemática que ella dominaba- eran hombres respetables y a la vez incultos. Acabó encontrando un secreto atractivo en servir a los otros, en procurar a los demás un mínimo grado de satisfacción. Llevó la entrega al extremo de dar su amor a un enfermo incurable necesitado de compañía y cariño. Fueron meses de felicidad para quien al cabo de ellos murió satisfecho; un muchacho que recobró la fe en las personas y llegó a albergar la esperanza de un mundo mejor. Fueron meses de constante sacrificio y, por qué no decirlo, de complacencia y satisfacción. Muerto ya el padre en brazos tan caritativos, nació al cabo, con la hermosura y la vivacidad de un ángel, la niña Marcela; y cuando don Baldomero propició con su legado el arraigo de una realidad favorable, la heredera habitó la casa recibida y con ayuda del contenido de los libros y la colaboración de los tres reinos de la naturaleza, sacó adelante a su cría.
Arranca una mañana apacible cuando Marcela, treinta y tres años de mujer hermosa, subida a horcajadas en el asno hembra, una manta dejada por pudor sobre los muslos prietos modelados por la saya ceñida, avanza parsimoniosa con la intención de recolectar la materia prima de cataplasmas, emplastos y tisanas que su madre se da buena maña en preparar, remedios eficaces enfrentados a muy diversas perturbaciones de la salud humana. La domina un humor excelente, grises laderas del páramo, lado izquierdo del camino de Valdespina, próxima ya a los colmenares amurallados de oloroso romero. Inicia la mujer una canción espontánea que en sus labios cobra dulzura y sentimiento inusuales. Historia de los amores quebrados de una mozuela, cuando la guerra se lleva forzado a su galán; tardan las cartas en llegar a un campo de batalla cambiante, pero llegan al fin. ¡Cómo resistirse a la pasión impulsora! El soldado abandona las armas y enfrentado al destino regresa para vivir una vida de desertor con su amada.
Secado de plantas curativas
Un caballero, harto alejado de la juventud, rampa por la cuesta subido a un corcel negro, demostrando con sus movimientos de ayuda poseer unos bríos que la edad en él resta despacio. Cabalga contento el jinete, porque a sus años, frisando los cincuenta, vive aún días de plenitud; y el que se inicia parece ser uno de ellos. Lo ha sacado de Toro, ciudad donde llevaba menos de tres años de Corregidor, el nombramiento de Intendente de la provincia de Palencia. Acaba de tomar posesión en la capital de una residencia espaciosa que, complaciendo sus gustos y satisfaciendo de sobra sus necesidades, acaso no colme las apetencias de la esposa, más refinada acaso, sin duda más exigente; pero desea iniciarse cuanto antes en el cumplimiento de la voluntad de sus jefes, Ensenada y el propio Rey, y no entra en los desajustes domésticos. Ayer mismo llegó Peñaserrada a Valdepero, municipio escogido por él como punto inicial del Catastro, operación piloto que acabará siendo ejemplo útil para levantar los mapas locales de la provincia: los estados relativos a las tierras, a los ingresos por actividades industriales, comerciales o profesionales, al ganado y a la población activa: legos y eclesiásticos por separado. Desea el intendente recorrer el campo y hacerse una idea aproximada de las dificultades con las que se va a topar, pues se trata de un término disparejo en el que no existen dos fincas iguales: altozanos y hondonadas, páramo y vega, yermas laderas grises y valles salpicados de manantiales, una red extensa de arroyuelos, frondosos bosques de encinas. Para colmo, el amor que los labradores ponen en las tierras, a las que atan su destino inalterable, viene a dar personalidad individualizada a las parcelas, una carta de ciudadanía que las distingue con ventaja de las contiguas.
Habrá días, muchos, en los que el trabajo le impida regresar a Palencia, una legua en carruaje incómodo por el descuidado camino real que viene de Cantabria. El dueño de la Heredad, representante de un partido político afín y persona de larga influencia -ignora el Intendente las miras últimas de su acogimiento- le hace partícipe de todo lo que en sus dependencias del pueblo pueda necesitar: alcobas, servidumbre, comida y hasta el único caballo, el negro que ahora monta, de una espaciosa cuadra de mulas. Caballero y rústica han de encontrarse, porque la canción es un llamado que atrae a modo de imán a quien la escucha. Queda absorto el señor ante tan natural belleza; y cuando sabe que la mujer subida al borrico con modos varoniles, ayuda a su madre a preparar medicinas capaces de curar de sus dolencias a enfermos de toda condición, preso de un propósito egoísta sin duda, se interesa por arte tan beneficiosa para el género humano. Ya no es quien solía ser: los humores circulan por su organismo con parsimonia, las piernas no dan de sí cuanto exige la voluntad de ejercicio, y la acidez de estómago acompaña a las prolongadas digestiones; la memoria, inclusive, lo traiciona en los momentos más comprometidos. En estos días concretos sufre las consecuencias de un malestar general, impreciso; producto, al parecer, del traslado y sus múltiples dificultades. Satisface a Marcela la estampa de don Pedro, herencia y educación; la complace tanto, que de conocer lo que ignora, la índole noble del caballero, su empleo de Intendente, la presencia del hidalgo no mejoraría a sus ojos. Hablan del pueblo y de las gentes que lo habitan, de la salobridad de las aguas, de las parcas cosechas, de las excelencias de su vino; y luego, de la historia, de la geografía del lugar, de la vida y la muerte que zarandean a las personas; y carruaje que lleva de la una a la otra: de las enfermedades. En torno a las dolencias permanecen un rato, porque en la mente del marqués, como al acecho, permanecen preguntas concretas sobre los remedios comprobados: diluciones, maceraciones, cataplasmas, apósitos y emplastos que pueden oponerse a sus achaques. Al cabo, pasado el medio día, se separan con la promesa de un pronto reencuentro.
Dicta la vieja Leonarda los componentes de las medicinas y, de tanto repetírselo desde que era niña, la hija sabe de memoria el cuánto y el cómo de los componentes; y si ocurre que presta atención a la madre, es por no herir su amor propio, una forma aceptada de orgullo. Recoge Marcela tierras y plantas, y en un herbolario de la capital trueca las propias por las ajenas. Azufre, fósforo, ácido nítrico, sulfato sódico, carbonato potásico, fosfato tricálcico, mercurio soluble y sal marina recibe a cambio de flores, hojas y raíces de plantas curativas, venenos de víbora y de alacrán, médula ósea de mamíferos carniceros, polvo de cuerno caprino, bigotes de gato. Madre e hija curan enfermos y los restablecidos lo difunden, de modo que el sanitario destinado al hospital de Valdepero se ha ido haciendo enemigo oculto de las sanadoras. Propala por ello cuentos que dejan en mal lugar a las mujeres, dando pie a la desconfianza porque viven apartadas y de ellas nada se sabe. Así que, salvo los agradecidos, que los hay pero son pocos como siempre han sido, las gentes del lugar teorizan y especulan.
Don Fausto, el actual señor de La Heredad, y la vieja Leonarda compartieron espacio durante las épocas lejanas de niñez y adolescencia. Compartieron asimismo preceptor, rivalizando en los estudios de la teoría y en la puesta en práctica de lo aprendido. Cuando trataban de seguir el camino recto en los tramos faltos de indicaciones, los más necesitados de la intuición, el niño erraba. De modo que buscó el medio de quedar bien con poco gasto, utilizando el socorrido método de forzar los errores de la oponente; en una palabra, comenzó a hacer trampas. Fue descubierto en varias ocasiones y, desde entonces, su palabra careció de suficiente peso para oponerla a la expresada con aplomo por la protegida. El aya de la pequeña Micaela, seguidora convencida de la ley del mínimo esfuerzo, universal y eterna como es sabido, con frecuencia la confiaba al cuidado de Leonarda, tan sólo cinco años mayor. De modo que Micaela, distante de su hermano en los rasgos físicos y en el carácter, acabó entregando a Leonarda el cariño fraterno. La cabeza de don Baldomero, cargada de argumentos, habló al corazón de las cualidades que adornaban a la infanta acogida a su amparo. Despierta, intuitiva, prudente y, por si fuera poco, afectuosa; no es extraño que don Baldomero la tratara con mimo. Doña Consolación, la esposa, oponía a ese trato favorable un desprecio velado, suficiente para someter a Leonarda al imperio orgulloso de Fausto, hijo verdadero, en posesión de los derechos inalienables que confiere el origen. Andaba la casa dividida y el servicio, a caso por contradecir a la señora, rígida en sus exigencias, tomó partido por la niña agregada.
Con ocasión de la muerte de la cocinera, tuvo don Baldomero la ocurrencia de adoptar a Leonarda; y la esposa, decidida a impedir la resta de un tercio de herencia al caudal de sus hijos, se opuso con toda la reserva de energías. De aquellos tiempos, ahora remotos, viene, pues, que el actual señor de la Heredad, dedicado a la política con provecho, tenga inquina a Leonarda y hable mal de ella en presencia de aparceros y criados. Conocen éstos el sendero de su beneficio y en tal sentido orientan la conducta propia y tratan de dirigir la ajena: dicen y dicen engordando una hablilla que iguala a la baja a la hija con la madre, expertas ambas en el uso de almireces, matraces y alambiques tras objetivos mágicos y hechiceros.
Ocurre en ocasiones cada vez más frecuentes, el año pasado sin ir más lejos, que los productos del campo entrados en el pósito municipal, sobre todo en lo que hace a cebada y lechazos, suman cantidades menores que los recibidos en concepto de diezmos, primicias y limosnas por los curas asentados en la villa de Valdepero. Apaleados de palabra por las mujeres, denunciantes incansables ellas de los abusos recaudatorios y de la rápida acumulación de riquezas, los clérigos las pintan unidas al infierno por lazos directos y previenen a los demás contra ellas. En vano toma su defensa Francisco Carretero, uno de los regidores, porque Tomás Calvo, procurador síndico, se opone a él con voces más altas, a las que se une Francisco García, uno de los dos alcaldes ordinarios. No resulta extraño, pues, que la gente, aleccionada por quien tiene ascendiente sobre ella, viendo salir el humo en constante procesión de la casa de la alameda, espiras y círculos expandiéndose, escapando del hogar encendido, imagine a las mujeres estrechando el cerco a la piedra filosofal; brujas que, dominando los vegetales, marchan a la conquista del reino mineral, más hermético, menos relacionado con el resto de la Naturaleza.
A la búsqueda las creen del secreto de la trasmutación de unas cosas en otras, de unas piedras en otras. Así como sapos y culebras entregan su veneno para componer un filtro amoroso, y el halcón las barbas de su pluma caudal, o un perro muerto por la rabia aporta el hueso molido de su taba izquierda; el sol, cuando se trata de trastocar la materia, envía uno de sus rayos a través de las nubes y señala con él, dormido entre otros, el pedrusco más propicio. Sopla la vieja Leonarda sobre la roca su mefítico aliento, mientras pronuncia misteriosos conjuros, latinajos de origen non sancto, fórmulas arcanas vomitadas en la oreja por el propio Lucifer en forma de macho cabrío, durante el rito prolongado de su iniciación –tres noches contiguas de aquelarre- bruja inscrita ya en los libros arcanos con sangre de ratón albino. La sirve en los tejemanejes de la provechosa transustanciación una bruja aprendiz, su hija Marcela; y al cabo de unos instantes, lo que era hasta entonces una horadada piedra del páramo, se convierte en oro coruscante, noble metal apreciado por personas de latitudes y épocas muy diversas; tanto, que se tortura y se mata por él.

Detalle de El Aquelarre, Francisco de Goya, Museo Lázaro Galdiano, Madrid
Pacto con el diablo; y el olor a azufre sólo viene a confirmar lo cierto y sabido: rúbrica y sello. Poderosas fragancias se expanden desde la casa, procedentes de hierbas olorosas: tomillo, anís, aroma, hierbabuena, manzanilla, albahaca, hinojo, espliego; y están destinadas a enmascarar la pestilencia diabólica, el acrebite que denuncia la cercana presencia de Lucifer. Filtros y bebedizos dicen que procuran las mujeres a quienes pagan con monedas de oro. Hacen caer a los infelices en el amor o en el odio siguiendo el interés de los peticionarios y, a cambio de oro, someten la voluntad de los débiles. Murmuran sin pausa los chismosos, y la mentira poco a poco va adquiriendo tintes de verdad. De madrugada ejecutan ensayos perversos que conducen al oro. Ávidas del dorado metal componen unas onzas cada madrugada y lo esconden en una madriguera abandonada por los animales, junto a la raíz de un árbol, el más frondoso, acaso bajo un retoño que empieza a crecer; en el interior de un tronco hueco del que nacen hongos comestibles. Proporcionan la muerte y la vida con la misma indiferencia y rinden culto a Satán, que unas veces es ave dentada y otras cuadrúpedo cornudo, y bajo ambas formas tienen con él comercio carnal. Y se tasan alto. Oro, oro; pretenden moverlo a paletadas, llenar las alforjas de la borriquita y en mil viajes nocturnos ponerlo a resguardo de ladrones: un gran depósito acrecientan en la arboleda, próximo al camino de Husillos, al pie del manantial, en los cimientos de la casuca, disimulado en escondrijos de urracas acaparadoras.
En lo que será mi herencia usted yerra, madre; ni casa, ni huerto, ni cercado, ni paso franco, ni agua, ni leña serán míos. El actual señor de La Heredad o sus hijos harán valer la condición añadida al legado; se pondrá en la picota nuestra integridad, cuestión indispensable, seremos acusadas de brujería y por la acción del Santo Oficio nos arrebatarán la propiedad de lo nuestro. Esa posibilidad, próxima a la certidumbre, indica sin interferencias que hemos de marcharnos. Nada nos ocupa aquí que no podamos hacer en otra parte. Vayamos a una ciudad donde nadie nos conozca y quienes curan a los demás siguiendo las leyes naturales sean respetados; una villa poblada por gentes libres de prejuicios, ajenas a cualquier modo de superstición, bien instruidas, con quienes podamos mantener conversaciones que pongan a prueba nuestra idea de las cosas. Un lugar en el que los vecinos no se santigüen al cruzarse con nosotras, y usted se libere de las incógnitas provocadas por su nacimiento y de las sospechas que suscita el mío. Si don Fausto, dueño con su hermana de La Heredad, nos arroja fuera de esta casa, habremos de cobijarnos en las cuevas de la cuesta de Husillos o en las ruinas de Palazuelos. Debemos irnos antes de que ocurra lo que sin remedio está abocado a ocurrir. ¿No lo ve usted como yo, madre? No, no me iré sin usted; pero le pido que no se sirva de mi lealtad. Ya no vendrá el caballero de mis sueños para llevarme subida a la grupa de su caballo. Ya no me convertiré en esposa de un arriero de los que detienen su recua cada día en un sitio distinto. Nadie se acercará con la intención de hacerme señora de su tornadiza voluntad o vasalla de su firmeza; pasó mi hora y usted lo sabe, ¡no se valga, madre, de ello!
Qué necesidad tenemos de huir hija, ¡dime!; nada nos empuja, nadie nos apremia. Aquí está nuestra senda bien marcada, y alrededor hallamos todo lo preciso para desenvolvernos. No nos echarán de la casa; obramos el bien y cualquiera lo sabe. Sirviéndonos de principios naturales de dominio público, hallados en animales, plantas o tierras, ayudamos a los vecinos a vencer la enfermedad, cuando, dolientes, recurren a nosotras. Practicamos la generosidad y la generosidad no admite pago; tampoco lo desprecia, porque el menosprecio del pago anula la más sencilla de las posibilidades de agradecimiento, la más inmediata. Eso sí, aceptamos de cada uno lo que tiene a bien entregarnos, y nunca por encima de sus posibilidades. Ellos, los enfermos sanados, serán nuestros valedores frente a la calumnia; ellos se alzarán contra la mentira y el vilipendio. No, no temas; respeto tu derecho a buscar la felicidad en otra parte, y si decides abandonar estos andurriales tan nuestros, en los que siempre he pensado morir, aunque comprenda que tu visión del edén es sólo un espejismo, si así lo deseas mis pasos irán tras los tuyos. Pienso que actúas de manera razonable al pretender un mejor acomodo; y mi corazón saltará de gozo cuando un hombre cabal venga a solicitar tu mano; aún es tiempo de amor y de bodas.
El marqués de Peñaserrada, Intendente en ejercicio de la provincia de Palencia, caballero en su negra montura, sale del pueblo por el camino de Husillos sin que nadie le sirva de acompañamiento. Pasadas las eras donde pasta un rebaño de ovejas salpicado de cabras, tras los últimos corrales, avanza todavía un poco y tira a la derecha por la vereda que lleva a la choza de las mujeres solas y allí se presenta. Se encuentra la madre en el espacio desierto de las descarnadas laderas donde el buitre anida, cárcavas enormes del declive que lleva a la llanada de Campos. Recoge huesos calcinados de mamíferos y aves, rabos de ligaterna, espaldares de costrollo, camisas de culebra, cáscaras de los huevos ya eclosionados de diversas rapaces, uñas enteras de raposos muertos. Inicia Pedro de Castañeda la conversación con la joven en el punto mismo en que la dejaron un mes antes -colmenares amurallados de romero de las cuestas del páramo- acerca del origen de la cultura que a borbotones sale de la boca chica, chorro de argumentos liberado en cuanto la mujer recibe conveniente estímulo. La madre, enciclopedia viviente, es el manantial; estudiada y leída como nadie de los contornos, escultura labrada por don Baldomero para hacerla hija suya, heredera de su inquietud por las razones que devienen hechos.
“Hablando de la reina mora, por la puerta asoma”. No necesita Leonarda presentación porque ha sido descrita con todo detalle, y sobre el caballero se ha expresado la hija hasta dibujarle facha e intenciones sin apenas desvío de la realidad. De modo que entran de lleno en el inventario de síntomas, primera de las diversas enfermedades, y describiéndolos el Intendente se explaya como en respuesta de examen para obtener un buen puesto. Lleva una temporada el Marqués temeroso de la muerte, da un valor extremo a los problemas cotidianos y sus dedos reciben señales que le explican, a más de la piel de los objetos, la composición interna. Dolores del cuerpo propios de quien ha rodado monte abajo, pesadez de cabeza, un activo enjambre en el fondo del oído y pesadillas nocturnas. A una seña de la madre se encarama la hija a un escañil, y con algo de esfuerzo alcanza en la repisa de la chimenea una planta puesta a secar. Tallo hueco de más de un palmo, ramas simétricas nacidas de dos en dos, hojas ásperas de forma ovalada, flor ambarina, semillas parduscas. Como quien lo ha repetido cien veces o ha visto hacerlo y ha tomado nota, como quien disecciona un cadáver separa Marcela algunas partes del resto.
Ha de ser árnica, una planta de las Compuestas, que el caballero, sentado en una silla de armazón de pino, respaldo de cuero y asiento de enea, observa con actitud vacilante, porque espera de su esencia algún prodigio pero desconoce las causas y los efectos. Sirviéndose de los sépalos pajizos y del puñal de las hojas, prepara la experta una infusión que debe tomarse caliente. Una tintura dispone a base de vinagre y el extremo majado del tallo; envolviendo el vegetal sobrante en papel de estraza. Sobre el cuerpo dolorido del noble el remedio administrado inicia al momento su acción calmante y lenitiva; y lo mismo sobre su mente agitada. Principio curativo y noticia escrita del modo de empleo recibe el enfermo de su sanadora, con el objeto de que el Intendente, prescindiendo de manos ajenas, se prepare la botica a sí mismo. A los mensajes anónimos, acusadores de brujería y comunicación diabólica, siguen los que amenazan de muerte a las mujeres. Los árboles del paseo abierto en la alameda que va hacia la casa, neutrales hasta entonces, colaboran con los atacantes. Prueba evidente de urgencia y desidia en los autores, sobre los álamos se afirman los avisos usando puntas dobladas de cabeza minúscula, las más opuestas a los clavos de forja que sujetan los edictos en el tablón de El Corro. Leonarda y Marcela los leen al pasar. Madre e hija arrancan las púas vejatorias, en un intento piadoso de restañar la herida abierta a las plantas; se internan al punto en el análisis de las abominaciones y en vez de dar al fuego lo leído, lo guardan como prueba.
Voces de penados, desgarradores gritos, aullidos de humanos imitando bestias, rompen el silencio en días posteriores. Sufren inesperados ataques a pedradas de personas ocultas tras los troncos más gruesos o subidas a las ramas altas. El miedo atenaza a las sanadoras, cuando, en el estanque calmo de la noche, una piedra envuelta en una carta sin firma, rompe la quietud existente al penetrar por la ventana de la alcoba donde la madre duerme. El temor acoquina a las valerosas mujeres cuando, al levantarse, en la portada descubren el rescoldo de una hoguera y los tizones de dos efigies de palo que llevan sus propios nombres grabados en una tabla renegrida. Árboles, papel y fuego, colaboradores necesarios, son, no obstante, exonerados de culpa. La boca trasmisora de lo que la cabeza maquina a instancias del corazón, la mano que convierte el odio en signos caligráficos, la que espeta la corteza inocente, y aún los pies que saltan las tapias al amparo de la oscuridad, pertenecen a individuos diferentes unidos por lazos inconfesables. Es imperioso buscar, primero que nada, a la persona encubierta, cobarde, rastrera, capaz de inducir a otras a llevar lo concebido a la acción; persona o individuos anónimos, pero menos de lo que tales sujetos imaginan: don Fausto, los clérigos, el sanitario del hospital: alborotadores de la mitad de los vecinos, aquellos que por impulsos del miedo o a la espera de algún pago se ponen al servicio de la fuerza callada.
Foto de la actriz Susan Marie Frontczak tomada por Paul Schroder, y Madame Curie a la derecha
En los meses sucesivos menudean las visitas del Intendente a la casa de la alameda; y lo empuja el cuidado de dos gestiones emprendidas. La primera de ellas tiene que ver con su trabajo presente: Marcela, dibujante experimentada de los animales y plantas usados en su arte -secciones precisas para cada tratamiento, traducción a figuras de los libros leídos- perfila el contorno de las parcelas pertenecientes a la unidad registral, las frases que encabezan cada apartado y las letras iniciales de los párrafos: un primor de bordado que reconocerá el propio marqués de Puertonuevo, comisionado por la Junta de Única Contribución, como es sabido, para evaluar las operaciones piloto. La segunda gestión se corresponde con el cuidado de la salud; tratada la más acuciante de las enfermedades, las otras, las crónicas, aquellas a las que se ha ido haciendo el Intendente, reclaman atención de las sanadoras. Tántalo, Sísifo, Prometeo: sufre una tortura efectiva: el mismo mal del bajo vientre que le impulsa a orinar con frecuencia extrema, burlador del esfuerzo, le impide la consumación. Borborigmos disonantes le acompañan en el inicio de cada jornada. Dolor agudo de las articulaciones, dedo gordo de los pies y rodillas sobre todo; rojeces, hinchazón de los cartílagos y una pérdida paulatina de vista y oído raen su existencia de manera incesante. Llamaradas surgen de la chimenea llegadas del horno ardiente, volcán activo del hogar; borbotea el agua intentando escapar del calor excesivo, vientre convulso del caldero; y desde el Pico Taragudo, la Cuesta de la Miel o la Fuente de la Atalaya, se ve elevarse el humo sobre la vertical de la arboleda. Nux vomica, argentum nitricum, sabal serrulata, magnesium carbonium, aconitum, bryonia y mercurius solúbilis salen de su encierro de meses, abandonan los frascos que han sido su prisión y empleando todos los recursos de que fueron dotados, sus provechosos principios activos, se disponen, brazos arremangados, a luchar contra un enemigo común, las molestias causadas al Intendente por sus achaques inconmovibles.
En esas idas y venidas, recepción y entrega de los memoriales, recuento de síntomas y preparación de tratamientos, se va el tiempo sin sentir. Sabrosas pláticas concluyen de madrugada y el intercambio de conocimientos rinde beneficio a ambas partes. Deduce el Intendente de alguna manifestación involuntaria -toma la noticia ese atajo para darse a conocer- el cerco a que los eventuales provocadores someten a las mujeres. Pregunta, reclama y lee los anónimos confiados a los árboles. Autoridad máxima de la provincia, un gesto suyo en el momento adecuado, ante las personas convenientes, y las aguas desmadradas vuelven, en apariencia, a discurrir por su antiguo cauce. Es sólo una tregua, un alzar de espadas; pero los aceros ceñudos se mantienen en alto, porque esperan que el protector termine lo que ha venido a hacer al Señorío y abandone para siempre su término municipal.
Se producen mejoras; Pedro de Castañeda y Ortega, caballero de la Orden de Calatrava desde los siete años, va recuperando la salud lacerada y, libre de dolores durante días enteros, atraviesa una pradera de verde pasto y bienestar. Las mujeres, debido quizá a que cesan las arremetidas o porque hallan un escape a sus inquietudes, ni se acuerdan de buscar otro asiento. Pasa el tiempo como de puntillas, silente, comedido, pero pasa; y los métodos que el Intendente vino a ensayar alcanzan el pináculo de su concreción. Regresa el Marqués al palacio de la capital palentina, y sigue al coche de caballos, atada a él por un ramal de esparto, una borrica que parece formar parte del séquito. En el interior del carruaje, Leonarda y Marcela, vestidas con ropas de gala que aún ceden esencias de alcanfor, sin disimular la inquietud que las asedia, conversan con el alto funcionario acerca del giro que van a dar a su vida. Las mujeres, opuestas a servir a cualquiera por dinero y a depender de los poderosos, habitarán una casa baja de La Puebla, allí donde la ciudad se hace campo, y sin abandonar el ejercicio de su ciencia asistirán al Marqués en lo que precise. La tregua establecida en Valdepero por los discrepantes, inductores e inducidos, se quebró. En cuanto el Intendente -carruaje incómodo sobre un firme descuidado- tomó el Camino Real de Cantabria con destino a la ciudad de Palencia, las erguidas espadas se abatieron sobre el cercado del plantío, sobre la puerta de la casa de las mujeres idas y sobre el postigo trasero, con el ánimo de derribarlos y penetrar en el misterio de su sala corrida, de su alacena, de sus dos alcobas, de sus cachivaches diabólicos, de sus filtros y bebedizos, de sus conjuros mágicos capaces de trasmutar la piedra en oro.
La codicia del oro impulsó el denuedo de los asaltantes más enardecidos; un oro cuantioso que, trasladado a talegadas a lomos de la pollina en cientos de viajes, abandonado por las brujas sus propietarias, al día de hoy, siglos después, yace dormido en algún chiribitil cercano, pago ya de las Brujas en el decir popular, a la espera del osado que se decida a rescatarlo del sueño. PSdeJ
El cofre del tesoro
De entre los cuentos de Eça de Queiroz que componen el libro Contos de 1902, elegí O Tesoiro para traducir, porque su origen es un pasaje de Las mil y una noches, que en Brasil se titula “Os três homens e Jesus Cristo” y en Portugal “Os quatro ladrões”. Es decir que la ambición humana, con el correr del tiempo y en ocasiones se ha ido revelando superior a cualquier otro sentimiento. El relato sucede en Asturias, y Medraños es en la actualidad un apellido en lengua castellana. Retortillo es un nombre de pueblo en Salamanca, dotado de Balneario; y de Cantabria. Y es que la Península Ibérica, fue, durante mucho tiempo, cortada por los Pirineos, una Isla.
O TESOURO Conto de Eça de Queiroz
I
Os três irmãos de Medranhos, Rui, Guannes e Rostabal, eram então, em todo o Reino das Astúrias, os fidalgos mais famintos e os mais remendados. Nos Paços de Medranhos, a que o vento da serra levara vidraça e telha, passavam eles as tardes desse inverno, engelhados nos seus pelotes de camelão, batendo as solas rotas sobre as lages da cozinha, diante da vasta lareira negra, onde desde muito não estalava lume, nem fervia a panela de ferro. Ao escurecer devoravam uma côdea de pão negro, esfregada com alho. Depois, sem candeia, através do pátio, fendendo a neve, iam dormir à estrebaria, para aproveitar o calor das três éguas lazarentas que, esfaimadas como eles, roíam as traves da mangedoura. E a miséria tornara estes senhores mais bravios que lobos.
Ora, na primavera, por uma silenciosa manhã de domingo, andando todos três na mata de Roquelanes a espiar pegadas de caça e a apanhar tortulhos entre os robles, emquanto as três éguas pastavam a relva nova de abril,–os irmãos de Medranhos encontraram, por trás de uma moita de espinheiros, numa cova de rocha, um velho cofre de ferro. Como se o resguardasse uma torre segura, conservava as suas três chaves nas suas três fechaduras. Sobre a tampa, mal decifrável através da ferrugem, corria um dístico em letras árabes. E dentro, até às bordas, estava cheio de dobrões de oiro! No terror e esplendor da emoção, os três senhores ficaram mais lívidos do que círios. Depois, mergulhando furiosamente as mãos no oiro, estalaram a rir, num riso de tam larga rajada, que as folhas tenras dos olmos, em roda, tremiam…
E de novo recuaram, bruscamente se encararam, com os olhos a flamejar, numa desconfiança tam desabrida que Guannes e Rostabal apalpavam nos cintos os cabos das grandes facas. Então Rui, que era gordo e ruivo, e o mais avisado, ergueu os braços, como um árbitro, e começou por decidir que o tesoiro, ou viesse de Deus ou do demónio, pertencia aos três, e entre eles se repartiria, rígidamente, pesando-se o oiro em balanças. ¿Mas como poderiam carregar para Medranhos, para os cimos da serra, aquele cofre tam cheio? Nem convinha que saíssem da mata com o seu bem, antes de cerrar a escuridão. Por isso êle entendia que o mano Guannes, como mais leve, devia trotar para a vila vizinha de Retortilho, levando já oiro na bolsinha, a comprar três alforges de coiro, três maquias de cevada, três empadões de carne, e três botelhas de vinho. Vinho e carne eram para eles, que não comiam desde a véspera: a cevada era para as éguas. E assim refeitos, senhores e cavalgaduras, ensacariam o oiro nos alforges, e subiriam para Medranhos, sob a segurança da noite sem lua.
–Bem tramado! –gritou Rostabal, homem mais alto que um pinheiro, de longa guedelha, e com uma barba que lhe caía desde os olhos raiados de sangue até à fivela do cinturão.
Mas Guannes não se arredava do cofre, enrugado, desconfiado, puxando entre os dedos a pele negra do seu pescoço de grou. Por fim, brutalmente:
–Manos! O cofre tem três chaves… Eu quero fechar a minha fechadura e levar a minha chave!
–Tambêm eu quero a minha, mil raios!–rugiu logo Rostabal.
Rui sorriu. De-certo, de-certo! A cada dono do oiro cabia uma das chaves que o guardavam. E cada um em silêncio, agachado ante o cofre, cerrou a sua fechadura com fôrça. Imediatamente Guannes, desanuviado, saltou na égua, meteu pela vereda de olmos, a caminho de Retortilho, atirando aos ramos a sua cantiga costumada e dolente:
Olé! olé! Sale la cruz de la iglesia, Vestida de negro luto…
II
Na clareira, em frente à moita que encobria o tesoiro (e que os três tinham desbastado a cutiladas) um fio de água, brotando entre rochas, caía sôbre uma vasta lage escavada, onde fazia como um tanque, claro e quieto, antes de se escoar para as relvas altas. E ao lado, na sombra de uma faia, jazia um vélho pilar de granito, tombado e musgoso. Ali vieram sentar-se Rui e Rostabal, com os seus tremendos espadões entre os joelhos. As duas éguas tosavam a boa erva pintalgada de papoulas e botões de oiro. Pela ramaria andava um melro a assobiar. Um cheiro errante de violetas adoçava o ar luminoso. E Rostabal, olhando o sol, bocejava com fome. Então Rui, que tirára o sombrero e lhe cofiava as vélhas plumas rôxas, começou a considerar, na sua fala avisada e mansa, que Guannes, nessa manhã, não quisera descer com êles à mata de Roquelanes. E assim era a sorte ruim! Pois que se Guannes tivesse quedado em Medranhos, só êles dois teriam descoberto o cofre, e só entre êles dois se dividiria o oiro! Grande pena! Tanto mais que a parte de Guannes seria em breve dissipada, com rufiões, aos dados, pelas tavernas.
–Ah! Rostabal, Rostabal! Se Guannes, passando aqui sòzinho, tivesse achado êste oiro, não dividia comnosco, Rostabal! O outro rosnou surdamente e com furor, dando um puxão às barbas negras:
–Não, mil raios! Guannes é sôfrego… Quando o ano passado, se te lembras, ganhou os cem ducados ao espadeiro de Fresno, nem me quis emprestar três para eu comprar um gibão novo!
–Vês tu?–gritou Rui, resplandecendo.
Ambos se tinham erguido do pilar de granito, como levados pela mesma idea, que os deslumbrava. E, através das suas largas passadas, as ervas altas silvavam.
–E para quê?–prosseguia Rui,–Para que lhe serve todo o oiro que nos leva? ¿Tu não o ouves, de noite, como tosse? Ao redor da palha em que dorme, todo o chão está negro do sangue que escarra! Não dura até às outras neves, Rostabal! Mas até lá terá dissipado os bons dobrões que deviam ser nossos, para levantarmos a nossa casa, e para tu teres ginetes, e armas, e trajes nobres, e o teu terço de solarengos, como compete, a quem é, como tu, o mais velho dos de Medranhos…
–Pois que morra, e morra hoje!–bradou Rostabal.
–Queres?
Vivamente, Rui agarrara o braço do irmão e apontava para a vereda de olmos, por onde Guannes partira cantando:
–Logo adiante, ao fim do trilho, há um sítio bom, nos silvados. E hás-de ser tu, Rostabal, que és o mais forte e o mais destro. Um golpe de ponta pelas costas. E é justiça de Deus que sejas tu, que muitas vezes, nas tavernas, sem pudor, Guannes te tratava de cerdo e de torpe, por não saberes a letra nem os números.
–Malvado!
–Vem!
Foram. Ambos se emboscaram por tras dum silvado, que dominava o atalho, estreito e pedregoso como um leito de torrente. Rostabal assolapado na vala, tinha já a espada nua. Um vento leve arripiou na encosta as folhas dos álamos–e sentiram o repique leve dos sinos de Retortilho. Rui, coçando a barba, calculava as horas pelo sol, que já se inclinava para as serras. Um bando de córvos passou sôbre êles, grasnando. E Rostabal, que lhes seguira o vôo, recomeçou a bocejar, com fome, pensando nos empadões e no vinho que o outro trazia nos alforges.
Emfim! Àlerta! Era, na vereda, a cantiga dolente e rouca, atirada aos ramos:
Olé! olé! Sale la crus de la iglesia Toda vestida de negro… Rui murmurou:–«Na ilharga! Mal que passe!»
O chouto da égua bateu o cascalho, uma pluma num sombrero vermelhejou por sobre a ponta das silvas. Rostabal rompeu de entre a sarça por uma brecha, atirou o braço, a longa espada;–e toda a lâmina se embebeu molemente na ilharga de Guannes, quando ao rumor, bruscamente, êle se virára na sela. Com um surdo arranco, tombou de lado, sôbre as pedras. Já Rui se arremessava aos freios da égua:–Rostabal, caíndo sôbre Guannes, que arquejava, de novo lhe mergulhou a espada, agarrada pela fôlha como um punhal, no peito e na garganta.
–A chave!–gritou Rui.
E arrancada a chave do cofre ao seio do morto, ambos largaram pela vereda–Rostabal adiante, fugindo, com a pluma do sombrero quebrada e torta, a espada ainda nua entalada sob o braço, todo encolhido, arripiado com o sabor de sangue que lhe espirrára para a boca; Rui, atrás, puxando desesperadamente os freios da égua, que, de patas fincadas no chão pedregoso, arreganhando a longa dentuça amarela, não queria deixar o seu amo assim estirado, abandonado, ao comprido das sebes. Teve de lhe espicaçar as ancas lazarentas com a ponta da espada:–e foi correndo sobre ela, de lâmina alta, como se perseguisse um mouro, que desembocou na clareira onde o sol já não doirava as folhas. Rostabal arremessára para a relva o sombrero e a espada; e debruçado sobre a lage escavada em tanque, de mangas arregaçadas, lavava, ruidosamente, a face e as barbas.
A égua, quieta, recomeçou a pastar, carregada com os alforges novos que Guannes comprára em Retortilho. Do mais largo, abarrotado, surdiam dois gargalos de garrafas. Então, Rui tirou, lentamente, do cinto, a sua larga navalha. Sem um rumor na relva espessa, deslizou até Rostabal, que resfolgava, com as longas barbas pingando. E, serenamente, como se pregasse uma estaca num canteiro, enterrou a fôlha toda no largo dorso dobrado, certeira sôbre o coração.
Rostabal caíu sôbre o tanque, sem um gemido, com a face na água, os longos cabelos flutuando na água. A sua vélha escarcela de coiro ficára entalada sob a côxa. Para tirar de dentro a terceira chave do cofre, Rui solevou o corpo–e um sangue mais grosso jorrou, escorreu pela borda do tanque, fumegando.
III
Agora eram dêle, só dêle, as três chaves do cofre!… E Rui, alargando os braços, respirou deliciosamente. Mal a noite descesse, com o oiro metido nos alforges, guiando a fila das éguas pelos trilhos da serra, subiria a Medranhos e enterraria na adega o seu tesoiro! E quando ali na fonte, e alêm rente aos silvados, só restassem, sob as neves de dezembro, alguns ossos sem nome, êle seria o magnífico senhor de Medranhos, e na capela nova do solar renascido, mandaria dizer missas ricas pelos seus dois irmãos mortos… Mortos, como? Como devem morrer os de Medranhos–a pelejar contra o Turco!
Abriu as três fechaduras, apanhou um punhado de dobrões, que fez retinir sôbre as pedras. Que puro oiro, de fino quilate! E era o seu oiro! Depois foi examinar a capacidade dos alforges–e encontrando as duas garrafas de vinho, e um gordo capão assado, sentiu uma imensa fome. Desde a véspera só comera uma lasca de peixe sêco. E há quanto tempo não provava capão! Com que delícia se sentou na relva, com as pernas abertas, e entre elas, a ave loura, que rescendia, e o vinho côr de ámbar! Ah! Guannes fôra bom mordomo–nem esquecera azeitonas. ¿Mas, porque trouxera êle, para três convivas, só duas garrafas? Rasgou uma asa do capão: devorava a grandes dentadas. A tarde descia, pensativa e doce, com nuvemsinhas côr de rosa. Para alêm, na vereda, um bando de corvos grasnava. As éguas fartas dormitavam, com o focinho pendido. E a fonte cantava, lavando o morto.
Rui ergueu à luz a garrafa de vinho. Com aquela côr vélha e quente, não teria custado menos de três maravedis. E pondo o gargalo à bôca, bebeu em sorvos lentos, que lhe faziam ondular o pescoço peludo. Oh vinho bemdito, que tam prontamente aquecia o sangue! Atirou a garrafa vazia–destapou outra. Mas, como era avisado, não bebeu, porque a jornada para a serra, com o tesoiro, requeria firmeza e acêrto. Estendido sôbre o cotovelo, descansando, pensava em Medranhos coberto de telha nova, nas altas chamas da lareira por noites de neve, e o seu leito com brocados, onde teria sempre mulheres.
De repente, tomado de uma ansiedade, teve pressa de carregar os alforges. Já, entre os troncos, a sombra se adensava. Puxou uma das éguas para junto do cofre, ergueu a tampa, tomou um punhado de oiro… Mas oscilou, largando os dobrões que retilintaram no chão, e levou as duas mãos aflitas ao peito. ¿Que é, D. Rui? Raios de Deus! era um lume, um lume vivo, que se lhe acendera dentro, lhe subia até às guelas. Já rasgára o gibão, atirava os passos incertos, e, a arquejar, com a língua pendente, limpava as grossas bagas de um suor horrendo que o regelava como neve. Oh Virgem Mãe! Outra vez o lume, mais forte, que alastrava, o roía! Gritou:
–Socorro! Alguêm! Guannes! Rostabal!
Os seus braços torcidos batiam o ar desesperadamente. E a chama dentro galgava–sentia os ossos a estalarem como as traves duma casa em fogo. Cambaleou até à fonte para apagar aquela labareda, tropeçou sôbre Rostabal; e foi com o joelho fincado no morto, arranhando a rocha, que êle, entre uivos, procurava o fio de água, que recebia sôbre os olhos, pelos cabelos. Mas a água mais o queimava, como se fôsse um metal derretido. Recuou, caíu para cima da relva que arrancava aos punhados, e que mordia, mordendo os dedos, para lhe sugar a frescura. Ainda se ergueu, com uma baba densa a escorrer-lhe nas barbas; e de repente, esbogalhando pavorosamente os olhos, berrou, como se compreendesse emfim a traição, todo o horror:
–É veneno!
Oh! D. Rui, o avisado, era veneno! Porque Guannes, apenas chegára a Retortilho, mesmo antes de comprar os alforges, correra cantando a uma viela, por detrás da catedral, a comprar ao vélho droguista judeu o veneno que, misturado ao vinho, o tornaria a êle, a êle sómente, dono de todo o tesoiro. Anoiteceu. Dois corvos de entre o bando que grasnava, alêm nos silvados, já tinham pousado sôbre o corpo de Guannes. A fonte, cantando, lavava o outro morto. Meio enterrada na erva negra, toda a face de Rui se tornára negra. Uma estrelinha tremeluzia no céu. O tesoiro ainda lá está, na mata de Roquelanes.
O Tesouro fue publicado por Eça de Queiroz en “Contos” de 1902. El origen del argumento es un relato contenido en “Las mil y una noches” Texto: https://www.gutenberg.org/ebooks/31347
El Tesoro, Relato de Eça de Queiroz
Tradução de Pedro Sevylla de Juana
I
Los tres hermanos Medranhos, Rui, Guanes y Rostabal, eran entonces, de todo el Reino de Asturias, los hidalgos más hambrientos y los peor vestidos. En los Pazos de Medranhos, cuando el viento de la sierra llevaba partículas de hielo y teja, pasaban ellos las tardes de aquel Invierno, encogidos en sus mantas de piel de cabra, pateando la ruta única de las baldosas de la cocina, ante la gran chimenea negra, donde la llama no ardía desde hacía tiempo, ni hervía la olla de hierro. Al oscurecer devoraban un coscurro de pan negro, frotado con ajo. Después, sin candela, a través del patio, apartando la nieve, iban a dormir á la cuadra, para aprovechar el calor de las tres yeguas purulentas que, hambrientas cómo ellos, roían los bordes del pesebre. Y la miseria volvía a estos señores más bravíos que lobos.
Además, en la Primavera, en una silenciosa mañana de domingo, caminando los tres por el bosque de Roquelanes para vigilar la presencia de caza y coger setas entre los robles, mientras las tres yeguas pastaban la hierba nueva de Abril, — los hermanos de Medranhos encontraron, por detrás de una masa de acacias, en una cueva de la roca, un viejo cofre de buena apariencia. Como sí lo resguardara una torre segura, conservaba sus tres llaves en las tres cerraduras. Sobre la tapa, por encima de la herrumbre, aparecía un dístico en letras árabes. Y dentro, hasta los bordes, ¡estaba lleno de doblones de oro! En el terror y esplendor de la emoción, los tres señores quedaron lívidos como cirios. Después, buceando enérgicamente con las manos en el oro, estallaron las risas, carcajadas de ráfagas tan anchas que las hojas tiernas de los olmos, en rueda, temblaban…
Y de nuevo retrocedieron, bruscamente se encararon, con los ojos flameantes, a una desconfianza tan desabrida que Guanes y Rostabal palpaban en los cinturones las puntas de los grandes sables. Entonces Rui, que era gordo y pelirrojo, y el más avisado, irguió los brazos, a modo de árbitro, y comenzó por decidir que el tesoro, procediera de Dios o del Demonio, pertenecía a los tres, y entre ellos se repartiría, rigurosamente, pesándose el oro en balanzas. Pero ¿cómo podrían cargar hasta Medranhos, por las cimas de la sierra, aquel cofre tan lleno? Tampoco convenía que salieran del bosque con su riqueza antes de cerrarse la oscuridad. Por eso él entendía que el hermano Guanes, por ser más ligero, debía trotar hacia la villa vecina de Retortilho, llevando ya oro en la bolsa, para comprar tres alforjas de cuero, tres cargas de cebada, tres empanadas de carne y tres botellas de vino. Vino y carne eran para ellos, que no comían desde la víspera: la cebada era para las yeguas. Y así rehechos, señores y cabalgaduras, ensacarían el oro en las alforjas y subirían hasta Medranhos en la seguridad de la noche sin luna.
— ¡Bien tramado! — gritó Rostabal, hombre más alto que un abeto, de larga melena, y con una barba que le caía desde los ojos turbios de sangre hasta la hebilla del cinturón.
Pero Guanes no se separaba del cofre, encogido, desconfiado, estirando entre los dedos la piel oscura de su cuello de grulla. Por fin, brutalmente:
— ¡Hermanos! El cofre tiene tres llaves… Yo quiero cerrar mi cerradura y llevar mi llave!
— También yo quiero la mía, mil rayos! — rugió inmediatamente Rostabal.
Rui sonrió. ¡Bien, ciertamente! A cada dueño del oro correspondía una de las llaves que lo guardaban. Y cada uno en silencio, agachado ante el cofre, cerró su cerradura con fuerza. Inmediatamente Guanes, convencido, saltó sobre la yegua, tiró por la vereda de olmos, camino de Retortilho, dedicando a las ramas su cantiga habitual y doliente:
¡Olé! ¡Olé! Sale la cruz de la iglesia, Vestida de negro luto…
II
En el claro, frente al matorral que ocultaba el tesoro (y que los tres habían desbastado a golpes de hocino) un hilo de agua. brotando entre rocas, caía sobre una vasta losa excavada, donde formaba un surtidor, claro y quieto, antes de dirigirse a las matas altas. Y al lado, a la sombra de un castaño, permanecía un viejo pilar de granito, tumbado y cubierto de musgo. Allí llegaron para sentarse Rui e Rostabal, con sus tremendos espadones entre las rodillas. Las dos yeguas retozaban sobre la apetitosa yerba salpicada de amapolas y ranúnculos. Por entre el ramaje se movía un mirlo cantando. Un aroma errante de violetas endulzaba el aire luminoso. Y Rostabal, observando el Sol, bostezaba de hambre.
Entonces Rui, que se quitó el sombrero y alisaba las viejas plumas violetas, comenzó a considerar, en su habla prudente y tranquila, que Guanes, esa mañana, no hubiera querido descender con ellos al bosque de Roquelanes. Y ¡así era de ruin la suerte! Pues si Guanes se hubiera quedado en Medranhos, ¡solo ellos dos habrían descubierto el cofre, y solo entre ellos dos dividirían el oro! ¡Qué pena! Tanto mas que la parte de Guanes sería pronto dilapidada, entre rufianes, jugada a los dados, por las tabernas.
— ¡Ah! ¡Rostabal, Rostabal! Si Guanes, pasando por aquí él solo, hubiera hallado este oro, no lo dividiría con nosotros, ¡Rostabal!
El otro gruñó sin sonido y furioso, dándose un tirón de las barbas negras:
— ¡No, mil rayos! Guanes es ambicioso… Cuando el año pasado, si te acuerdas, ganó los cien ducados al espadero de Fresno, ¡no me quiso prestar tres para comprar un jubón nuevo!
— ¿Ves tú? — gritó Rui, resplandeciendo.
Ambos se habían levantado del pilar de granito, como impulsados por la misma idea, que los deslumbraba. Y, a través de sus vastos pasos, las hierbas altas silbaban.
— Y para qué — proseguía Rui. — ¿Para que le sirve todo el oro que nos quita? ¿Tú no oyes, de noche, como tose? Alrededor de la paja sobre la que duerme, ¡el suelo está negro de la sangre que esputa! No llega hasta las otras nieves, ¡Rostabal! Pero entonces habrá despilfarrado los buenos doblones que debían ser nuestros, para levantar nuestra casa, y para que tú tengas caballos de raza, y armas, y trajes nobles, y tu tercio de solariegos, como compete a quién es, como tú, el más viejo de los de Medranhos…
— ¡Pues que muera, y muera hoy! — gritó Rostabal.
— ¿Quieres?
Intensamente, Rui agarró el brazo del hermano y lo dirigía hacia la vereda de olmos, por donde Guanes había partido cantando:
— Más adelante, al fin de la vereda, hay un buen lugar, en los vallados. Y has de ser tú, Rostabal, que eres el más fuerte y el más diestro. Un puntazo por la espalda. Y es justicia de Dios que seas tú, porque muchas veces, en las tabernas, sin pudor, Guanes te trataba de «cerdo» y de «torpe», por no saber la letra ni los números.
— ¡Malvado!
— ¡Ven!
Fueron. Ambos se emboscaron detrás de un vallado que dominaba el atajo, estrecho y pedregoso como lecho de torrente. Rostabal, oculto en la zanja, tenía ya la espada desnuda. Un viento leve erizó por detrás las hojas de los álamos — y sintieron el repique leve de las campanas de Retortilho. Rui, atusando su barba, calculaba las horas por el Sol, que ya se inclinaba hacia las sierras. Una bandada de cuervos pasó sobre ellos, graznando. Y Rostabal, que seguía el vuelo, comenzó a bostezar, con hambre, pensando en las empanadas y en el vino que el otro traía en las alforjas.
Al fin! Alerta! Sucedía, en la vereda, la cantiga doliente y ronca, dirigida a las ramas:
¡Olé! ¡Olé! Sale la cruz de la iglesia, Vestida de negro luto…
Rui murmuró: — ¡En el costado! ¡Apenas pase! —
El trote de la yegua golpeó el cascajo. Una pluma de sombrero enrojeció por arriba la punta del pañuelo.
Rostabal arrancó de entre las matas por una brecha, lanzó el brazo, la larga espada — y toda la cuchilla se adentró blandamente en el costado de Guanes, cuando al ruido, bruscamente, él se viró en la silla. Con ímpetu sordo, cayó de lado, sobre las piedras. Ya Rui se acercaba al freno de la yegua — Rostabal, cayendo sobre Guanes, que doblaba, de nuevo le introdujo la espada, agarrada por la hoja como un puñal, en el pecho y en la garganta.
— La llave! — gritó Rui.
Y arrancada la llave del cofre al pecho del muerto, ambos se marcharon por la vereda — Rostabal delante, huyendo, con la pluma del sombrero quebrada y torcida, la espada aún desnuda enfundada bajo el brazo, todo encogido, erizado con el sabor de la sangre que le entraba en la boca; Rui, atrás, tiraba desesperadamente de los frenos de la yegua, que, de patas clavadas en el suelo pedregoso, entreabriendo la dentadura amarillenta no quería dejar a su amo así tirado, abandonado, a lo largo de los setos. Tuvo que atormentar las ancas llagadas con la punta de la espada, — y fue corriendo tras ella, con la hoja en alto, como si persiguiera a un moro, hasta desembocar en el claro donde el Sol ya no doraba las hojas. Rostabal llevaba hacia el herbazal el sombrero y la espada; y de bruces sobre el surtidor excavado, con las mangas arregazadas, se lavaba, ruidosamente, la faz y las barbas.
La yegua, quieta, reanudó el pasto, cargada con las alforjas nuevas que Guanes compró en Retortilho. Del seno más ancho, abarrotado, sobresalían dos cuellos de botella. Entonces Rui liberó, lentamente, del cinturón, su ancha navaja. Sin el menor ruido en el herbazal espeso, se acercó a Rostabal, que recuperaba el aliento, con las largas barbas goteando. Y serenamente, como si clavase una estaca en un cantero, enterró la hoja toda en la ancho dorso doblado, certera sobre el corazón.
Rostabal cayó sobre el surtidor, sin un gemido, con la faz en el interior, los largos cabellos flotando en el agua. Su vieja escarcela de cuero quedó apretada bajo el muslo. Para quitar de dentro la tercera llave del cofre, Rui elevó el cuerpo — y una sangre más densa brotó, escurriendo por el borde del surtidor, humeando.
III
¡Ahora eran de él, sólo de él, las tres llaves del cofre! Y Rui, abriendo los brazos, respiró deliciosamente. ¡Apenas la noche descendiera, con el oro metido en las alforjas, guiando la fila de yeguas por los senderos de la sierra, subiría a Medranhos y enterraría en la bodega su tesoro! Y cuando allí en la fuente, junto a los setos espinosos, sólo quedaran, bajo las nieves de Diciembre, algunos huesos sin nombre, él sería el magnífico señor de Medranhos, y en la capilla nueva del solar renacido mandaría decir misas poderosas por sus dos hermanos muertos… ¿Muertos como? Como deben morir los de Medranhos — peleando contra el Turco!
Abrió las tres cerraduras, cogió un puñado de doblones, y los hizo resonar sobre las piedras. ¡Qué puro era el oro, de fino quilate! ¡Y era su oro! Después fue a examinar la capacidad de las alforjas — y encontrando las dos botellas de vino, y un gordo capón asado, sintió inmensa hambre. Desde la víspera sólo había comido una tira de pez seco. Y ¡cuánto tiempo llevaba sin probar capón!
¡Con cuanta delicia se sentó en el pasto, con las piernas abiertas, y entre ellas la ave dorada, que exhalaba aromas, y el vino color de ámbar! Ah! Guanes sería un buen mayordomo — ni las aceitunas había olvidado. Pero ¿porqué trajo él, para tres comensales, sólo dos botellas? Rasgando una de las alas del capón: lo devoraba a grandes dentelladas. La tarde descendía, pensativa y dulce, con nubecillas color de rosa. Más allá, en la vereda, una bandada de cuervos graznaba. Las yeguas hartas dormitaban, con los belfos sueltos. Y el surtidor cantaba, lavando al muerto.
Rui alzó a la luz la botella de vino. Con aquel color viejo y cálido, no habría costado menos de tres maravedíes. Y poniendo la estrechura en la boca, bebió a sorbos lentos, que le ondulaban el cuello peludo. ¡Oh vino bendito, que tan inteligentemente calentaba la sangre! Tiró la botella vacía — destapó otra. Pero, como era listo, no bebió, porque la jornada hasta la sierra, con el tesoro, requería firmeza y acierto. Se tendió sobre el codo, descansando, pensaba en Medranhos cubierto de teja nueva, en las altas llamas de la chimenea durante las noches de nieve, y su lecho con brocados, donde tendría siempre mujeres.
De repente, tomado por la ansiedad, tuvo prisa por llenar las alforjas. Ya se adensaba la sombra entre los troncos. Acercó una de las yeguas al cofre, levantó la tapa, tomó un puñado de oro… Pero osciló, soltando los doblones, que tintinearon en el suelo, y llevó las manos afligidas al pecho. ¿Qué es, D. Rui? ¡Rayos de Dios! Era una llama, una llama viva, que se le encendía dentro, subiendo hasta la garganta. Ya rasgaba el jubón, daba los pasos inciertos, y, ahogándose, con la lengua fuera, limpiaba las gruesas gotas de un sudor horrendo que le helaba como nieve. ¡Oh Virgem Madre! Otra vez la llama, más fuerte, que extendiéndose, lo roía. Gritó:
— ¡Socorro! ¡Alguien! ¡Guanes! ¡Rostabal!
Sus brazos torcidos batían el aire desesperadamente. Y la llama dentro trepaba — sentía los huesos estallar como las vigas de una casa ardiendo. Zigzagueó hasta la fuente para apagar aquella llamarada, tropezó sobre Rostabal; y acabó con la rodilla clavada en el muerto, arañando la roca, en la que él, entre aullidos, buscaba el hilo de agua que caía sobre los ojos, por los cabellos. Pero el agua lo quemaba más, como si fuera un metal derretido. Retrocedió, cayó sobre la yerba fina, que arrancaba a puñados y mordía, mordiendo los dedos para chupar la frescura. Aún se irguió, con una baba densa corriéndole por las barbas; y de repente; cerrando pavorosamente los ojos, berreó, como si comprendiera finalmente la traición, todo el horror:
— Es veneno!
¡Oh! D. Rui, el listo, ¡era veneno! Porque Guanes, en cuanto llegó a Retortilho, aún antes de comprar las alforjas, corrió cantando por una callejuela, detrás de la catedral, a comprar al viejo droguero judío el veneno que, mezclado con el vino, lo convertiría a él, a él solamente, en dueño de todo el tesoro. Anocheció. Dos cuervos, de entre la bandada que graznaba más allá de los setos espinosos, ya se habían posado sobre el cuerpo de Guanes. El surtidor, cantando, lavaba al otro muerto. Medio enterrado en la yerba negra, la cara de Rui se tornaba negra. Una estrellita lucía apenas en el cielo.
El tesoro aún está allá, en el bosque de Roquelanes.
PSdeJ
Escribir una biografía real y definitiva, y más si se trata de una vida como la de José María Eça de Queiroz, es algo complejo que precisa mucha investigación y análisis. Establecido, por fin, el lugar de nacimiento en Póvoa de Varzim; ya solo quedaba asegurar y afirmar el resto, entresacado de las distintas posibilidades: dichos y hechos en contradicción. Hijo de madre desconocida, para empezar; contradicción flagrante, cuando lo único que ha sido seguro, desde que las hembras paren, es eso, la maternidad de la madre, cordón umbilical adelante.
Campos Matos (2014). Eça de Queiroz. Uma Biografia. Campinas: Editora Unicamp; Cotia-SP: Ateliê Editorial.
1. O mais produtivo dos pesquisadores ecianos, A. Campos Matos (1928) acaba de lançar pela Editora Unicamp e Ateliê Editorial a edição brasileira (revista e aumentada) de Eça de Queiroz. Uma Biografia, considerada desde que lançada em 2009 por Edições Afrontamento, do Porto, como a mais completa e mais rica biografia do romancista português (1845-1900), ainda que trabalhos anteriores, como Eça de Queiroz, o Homem e o Artista (1945), reeditada em 1973 como Vida e Obra de Eça de Queiroz (Lisboa, Livraria Bertrand, 3ª ed., 1980), de João Gaspar Simões (1903-1987), e Eça: Vida e Obra de José Maria Eça de Queirós (Rio de Janeiro, Record, 2001), de Maria Filomena Mónica, constituam igualmente estudos imprescindíveis. Ao lado de informações até aqui pouco conhecidas sobre a vida de Eça de Queiroz, o livro de Campos Matos traz vasta e preciosa iconografia, além de reflexões críticas que permitem uma visão aprofundada do percurso ideológico do escritor, da repercussão da sua obra e da sua figura pública entre os contemporâneos.
Nesta biografia, há ainda uma lista das principais obras do autor de O Primo Basílio, acompanhada de resumo do enredo e opiniões críticas. Por isso, como observa o professor, crítico e poeta Paulo Franchetti na contracapa, este é “um volume tão agradável ao leitor comum quanto indispensável ao especialista e ao estudante interessado na cultura luso-brasileira do século XIX”. Enfim, pode-se dizer, sem medo de errar, que se trata da biografia definitiva de Eça de Queiroz. Escrita inicialmente para o público francês, a obra foi publicada na França de forma simplificada e com o título Vie et Oeuvre d’Eça de Queiroz (Paris, La Différence, 2012). Mas para a edição brasileira o autor introduziu alguns complementos aos retratos psicológicos de Eça e de Emília de Castro, sua mulher; apresentando novos elementos sobre o período obscuro do Colégio da Lapa, no Porto. Por fim, o leitor encontrará também uma cronologia rigorosamente revista, a mais completa até agora; entre outras atualizações.
2. Como se pode ler na edição portuguesa, cuja introdução de 13 páginas foi suprimida para a edição brasileira, “para a não sobrecarregar”, a metodologia adotada nesta biografia “baseia-se numa seleção ampla e criteriosa de documentos e de comentários e de uma cautelosa interpretação dos mesmos, que são, em suma, exigências fundamentais do historiador”. Essa interpretação procura desvendar as motivações psicológicas de Eça de Queiroz, “uma criança em bolandas”, ou seja, que viveu aos trancos e barrancos, sem um lar seguro. Diz o autor: “Da mãe, logo após o nascimento, para a ama, em Vila do Conde, da ama para a casa dos avós em Verdemilho, da casa dos avós para o Colégio da Lapa no Porto, daqui para casa de uma tia, irmã da mãe.
Finalmente, depois da formatura em Coimbra, vai para a casa dos pais no Rossio, em Lisboa. Eis o que os psicanalistas chamam uma criança “cedida” […]”. A partir daí, o biógrafo conclui que os comportamentos dissimulatórios de Eça, que se transportaram para a ficção, “afiguram-se resultado de mecanismos de autodefesa, que implicam um jogo de disfarces, […] que nem sempre compreendemos e que, por vezes, nos parecem inteiramente gratuitos”. E observa que o que predomina na maior parte de sua ficção é “o insucesso amoroso, a impossibilidade da realização do amor, a desilusão”. De fato, é extensa a lista de amantes enganados na ficção queiroziana, desde o conselheiro Acácio traído por uma ex-amante e Jorge por Luísa em O Primo Basílio (1878) e Raposão em A Relíquia (1887) a Pedro Maia em Os Maias (1888) e tantos outros.
Da esquerda para a direita: Alterto, António, José Maria, María, e a última neta: Emília Eça de Queiroz. https://janelar.blogs.sapo.pt/155592.html
Essa desconfiança em relação a mulheres talvez tenha contribuído para que a solteirice de Eça durasse até os 40 anos de idade, quando, depois de algumas “aventuras” nos Estados Unidos, à época em que fora cônsul em Cuba, e, provavelmente, com a “bela desconhecida de Angers”, na França, decidiu procurar a estabilidade e a disciplina que só o casamento poderia oferecer. Casar-se-ia com Emília de Castro, irmã de seu amigo Luís Benedito de Castro Pamplona, conde de Resende, de uma família do Porto há muito sua conhecida. E constituiria família com quatro filhos, enquanto prosseguia a carreira diplomática em Bristol e Paris, sem deixar de passar curtas temporadas no Porto. Com o conde de Resende, alguns anos antes, Eça fizera uma viagem ao Oriente, cujas peripécias e deslumbramento passaria para um romance de tinturas picarescas, A Relíquia. Ao contrário do que dissera seu primeiro biógrafo, João Gaspar Simões, que desconhecia 376 à época a existência de cartas trocadas pelo escritor com sua esposa, o casamento de Eça com a aristocrata Emília de Castro, como mostra Campos Matos, esteve longe de ter sido motivado apenas por conveniências. Emília seria extremamente ciumenta em sua relação conjugal com o marido.
3. A exemplo do que já fizera em livro anterior (Eça de Queiroz-Ramalho Ortigão, Retrato da “Ramalhal Figura”), Campos Matos volta a desmistificar a figura de Ramalho Ortigão (1836-1915), até então considerado um grande amigo de Eça, inclusive pelo pró- prio escritor. Assumindo a responsabilidade perante a família de coordenar e preparar a publicação dos últimos livros do amigo, Ramalho Ortigão, como constatou o biógrafo, praticamente, nada fez pela obra inédita do antigo companheiro, que lhe havia sido confiada pela viúva. Um ano depois da morte de Eça, Ramalho Ortigão descartaria a publicação de seus trabalhos póstumos, limitando-se a fazer a revisão das 30 páginas finais de A Cidade e as Serras (1901), “trabalho atrabiliário de abusiva intervenção”. Ao contrário do comportamento dúbio do pretenso amigo Ramalho Ortigão, o milionário brasileiro Eduardo Prado, desde o primeiro instante em que soubera da morte do escritor, haveria de assumir uma série de atitudes solidárias com a família de Eça de Queiroz, inclusive levando-a para a casa onde morava, na rue Pergolèse, em Villa Said, perto da famosa Avenida Foch.
4. O arquiteto e historiador da literatura portuguesa Alfredo Campos Matos, nascido na Povoa do Varzim, como Eça de Queiroz, tem um vasto currículo queiroziano, que começou com Imagens do Portugal Queirosiano (1976). Foi autor em grande parte do Dicionário de Eça de Queiroz, publicado em 1988, que deu lugar a uma edição aumentada em 1993 e, em 2000, ao Suplemento ao Dicionário de Eça de Queiroz. Publicou ainda Eça de Queiroz-Emília de Castro, Correspondência Epistolar (1995) e, posteriormente, Cartas de Amor de Anna Conover e Mollie Bidwell para José Maria Eça de Queiroz, cônsul de Portugal em Havana: 1873-1874 (1999). É também autor de Diálogo com Eça de Queiroz (1999), A Casa de Tormes, Inventário de um Patrimônio (2000), Viagem no Portugal de Eça de Queiroz (2000), A Igreja Românica de S. Pedro de Rates: Guia para Visitantes (2000), Eça de Queiroz, Marcos Bibliográficos e Literários (1845-1900), catálogo da exposição do Instituto Camões (2000), Ilustrações e Ilustradores na Obra de Eça de Queiroz (2001), O Mistério da Estrada de Ponte de Lima: António Feijó, Eça de Queiroz (2001), Sobre Eça de Queiroz (2002), Sete Biografias de Eça de Queiroz (2004), Dicionário de Citações de Eça de Queiroz (2005), Eça de Queirós, Postais 377 Ilustrados (2006), A Guerrilha Literária Eça de Queiroz-Camilo Castelo Branco (2008), Eça de Queiroz. Correspondência (2008), Eça de Queiroz-Ramalho Ortigão, Retrato da “Ramalhal Figura” (2009), Silêncios, Sombra e Ocultações em Eça de Queiroz (2011) e Sexo e Sensualidade em Eça de Queiroz (2012), entre outros. No total, já publicou 33 livros, incluindo livros sobre arquitetura.
Adelto Gonçalves (1951), jornalista, nascido em Santos-SP, é doutor em Letras na área de Literatura Portuguesa e mestre na área de Língua Espanhola e Literaturas Espanhola e Hispano-americana pela Universidade de São Paulo. Além de atuar como assessor de imprensa na área empresarial, é professor titular da Universidade Paulista (Unip), no curso de Direito, e da Universidade Santa Cecília (Unisanta), no curso de Jornalismo, ambas em Santos. É também professor de Literaturas Portuguesa, Brasileira e Africanas de Expressão Portuguesa.
www.revistas.ua.pt/index.php/formabreve/article/view/3139/2907
Entre las circunstancia que aún no alcanzo a entender, del considerado entre los más importantes escritores portugueses, José Maria Eça de Queiroz; destaca el hecho de que no visitara Brasil. Su padre nació en Rio de Janeiro; él fue viajero desde la cuna y, más allá de Europa, visitante de Egipto presente en la inauguración del Canal de Suez, y de Palestina. Siendo diplomático en Las Antillas españolas; y viajando a Canadá, Estados Unidos y América Central con licencia del Ministerio de Negocios Extranjeros; no fue a Brasil. Siendo él escritor y siendo Brasil un país tan efervescente y acogedor, tan industrioso: Império do Brasil por entonces, donde su obra estaba siendo tan bien recibida; no fue a Brasil. Todo empujaba a que fuera donde sería excelentemente recibido y, sin embargo, no fue a Brasil.
Eça de Queiroz, Embates e afinidades do outro lado do Atlântico. Marta Avancini, jornalista e pesquisadora
Eça de Queiroz, um dos maiores escritores da língua portuguesa, sequer visitou o Brasil ao longo de seus 54 anos de vida. No entanto, a ex-colônia portuguesa marca, de muitas maneiras, sua vida e obra. Seu pai, José Maria d’Almeida Teixeira de Queiroz, nasceu no Rio de Janeiro, em 1820, quando a família se refugiava no Brasil, na época da Revolução Liberal portuguesa. Quando jovem, na época em que era delegado do procurador régio da vila de Ponte de Lima, no norte de Portugal, envolveu-se num episódio romântico com a jovem Carolina Augusta Pereira d’Eça.
Do relacionamento, nasceu, em 1845, José Maria, que viria a se tornar o maior nome do Realismo português. Para não comprometer o bom nome dos Pereira d’Eça, a jovem Carolina – que não era casada com o delegado -, deu o filho à luz na vila de Póvoa do Varzim, onde vivia sua irmã mais velha, para fugir dos olhares indiscretos. Depois do parto, a mãe regressa à casa da família, entregando o bebê aos cuidados de Ana Joaquina Leal de Barros, uma costureira que se tornou sua madrinha e ama. Ana Joaquina era natural de Pernambuco. Aqui começam as relações de Eça de Queiroz com o Brasil, afirma o arquiteto e historiador Alfredo Campos Matos, autor de Eça de Queiroz: Uma Biografia, lançada pela Editora da Unicamp e Ateliê Editorial. Apontada como a biografia definitiva do escritor português, a obra foi construída com base numa minuciosa pesquisa documental e iconográfica, combinando o relato da trajetória de vida de Eça de Queiroz com reflexões críticas que permitem aos leitores enxergar o maior nome do Realismo português como um homem do seu tempo, além de aprofundar a compreensão de sua obra literária. A edição brasileira é mais completa do que as duas anteriores, publicadas na França e em Portugal. “Aproveitei a ocasião [do lançamento no livro no Brasil] para atualizar a obra, pois os estudos queirozianos são inesgotáveis. Continuamente surgem cartas inéditas com novas informações”.
Desse modo, Campos Matos incorporou à narrativa estudos, críticas e comentários extraídos de uma extensa bibliografia reunida por ele ao longo de mais de 50 anos, desde que tomou contato com a obra de Eça de Queiroz na adolescência. Todo esse material está organizado em seções ao longo da biografia, que enfocam temas e questões específicas e tão diversas quanto o percurso ideológico do autor, seu interesse pela fotografia até a presença dos perfumes e da música na obra. Campos Matos acredita, assim, estar cumprindo o papel essencial de uma biografia: estabelecer as relações entre a vida e a obra do autor. “Via de regra, os biógrafos evitam a apreciação das obras, mas, a meu ver, tais obras são parciais e omitem o que há de mais essencial numa biografia literária, a osmose entre o homem e a obra”.
Prado, Bilac e Machado
Em meio às histórias de vida, resenhas de obras, críticas, polêmicas e comentários, delineiam-se, na biografia, as relações de Eça de Queiroz com o Brasil. Eça de Queiroz teve vários amigos brasileiros, especialmente no período final da vida, em Paris, cidade em que morou com a mulher e os filhos, ocupando um posto consular, e onde morreu no ano de 1900. Faziam parte de seu círculo de amigos o intelectual Eduardo Prado, bastante influente na época, e o poeta Olavo Bilac. Antes disso, na fase em que viveu em Londres, foi próximo do escritor e diplomata Domício da Gama.
No campo literário, os primeiros contatos com o Brasil ocorreram no periódico As Farpas, publicado em parceria por Eça de Queiroz e Ramalho Ortigão. Em 1872, Eça escreveu um texto ridicularizando o imperador Dom Pedro II, que havia visitado Portugal. Outro episódio foi a crônica O Brasileiro, que caracteriza o habitante do país como uma figura risível. “Inicialmente, Eça via o Brasil com o preconceito dos europeus, de um modo depreciativo. Mais tarde, corrigiu essa visão, em parte graças ao convívio com o seu íntimo amigo de Paris, o brasileiro Eduardo Prado, homem de grande cultura”, relata Campos Matos.
Além disso, o personagem principal de O Primo Basílio é um jovem bon vivant que retorna a Portugal após fazer fortuna no Brasil e acaba seduzindo a romântica Luísa, esposa de um pacato e metódico engenheiro. O enredo é o mote para uma crítica aos costumes e modo de vida da burguesia portuguesa. O livro, o segundo da carreira de Eça de Queiroz, publicado em 1878, foi um sucesso de público, com a tiragem inicial de 3 mil exemplares rapidamente esgotada. A obra fez grande sucesso no Brasil. Mas, antes mesmo de o volume se tornar acessível no país, foi precedido pela sua fama de obscenidade. Nesse contexto de alarde e expectativa, Machado de Assis publicou na revista Cruzeiro, sob o pseudônimo de Eleazar, uma crítica aguda às duas obras que marcam o início da carreira literária de Eça de Queiroz, O Crime do Padre Amaro e O Primo Basílio.
As críticas de Machado de Assis detêm-se sobre o estilo do escritor português, às personagens classificadas como inconsistentes e sem organicidade e, sobretudo, à suposta imoralidade de O Primo Basílio. Como descreve Campos Matos, o mais grave, na opinião do escritor brasileiro, era a “medula da composição”: “o espetáculo dos ardores, exigências e perversões físicas”, ou seja, as “cenas repugnantes do Paraíso” – a casa onde os amantes Luísa e Basílio se encontravam. Essa crítica, de tom moralista e avessa à escola Realista, teria passado ao largo daquilo que, aponta o biógrafo, particulariza a arte de Eça de Queiroz entre seus contemporâneos: a construção de personagens e enredos que traduzem a sociedade portuguesa (e, em certa medida, europeia) do século 19.
Nesse sentido, Luísa, a personagem que Machado de Assis considera destituída de personalidade, retrata uma criatura banal, fraca de vontade e típica da burguesia de Lisboa. “O que distingue Eça de Queiroz de seus confrades é o fulgor do seu estilo tão original, a sua simplicidade, a ironia que o caracteriza e que faz a sua atualidade espantosa”, reitera o biógrafo Campos Matos. Assim, enquanto um autor como Machado de Assis tende a construir suas narrativas a partir da vida interior de suas personagens, Eça de Queiroz o faz partir da sociedade que pretender criticar e ironizar. Divergências à parte, a polêmica teria rendido frutos para ambos. “A partir desse embate tiveram que refletir acerca do rumo literário que iriam percorrer”, assinala o biógrafo. Segundo ele, O Crime do Padre Amaro e O Primo Basílio desabaram sobre Machado como um “cataclismo”.
“A sua crítica ao Naturalismo, embora predominantemente moral, por outro lado, acabou por fazer com que Eça refletisse e passasse para uma literatura mais despreconceituosa e mais conforme ao seu gênio fantasista”. Machado, por seu turno, pôde sair do seu “casulo romântico, desabrochando numa grande literatura”. A repercussão da disputa no Brasil, contudo, pendeu favoravelmente para o lado do escritor de Portugal. “Todos os jornalistas do Rio de Janeiro tomaram sua defesa”, afirma Campos Matos. Vários são os motivos que ajudam a compreender este movimento, assim como a extrema popularidade que Eça de Queiroz ganhou no Brasil a partir do final do século 19 – processo detalhadamente analisado na biografia, a partir da análise de obras de autores brasileiros e portugueses que estudaram as relações de Eça de Queiroz com o país no século 20.
A modernidade em perspectiva
Os temas alinhados com o emergente mundo urbano e moderno, a perspectiva crítica e irônica e o estilo de Eça de Queiroz são alguns dos elementos que colaboraram para tornar o escritor português extremamente popular no Brasil – talvez até mais do que em Portugal. “A recepção de Eça em Portugal na sua época sofreu variações ao longo do tempo. Não nos esqueçamos que, depois de 1888, data da edição de Os Maias, Eça não voltou a publicar nenhuma obra em livro. Caiu um pouco no esquecimento, o que não aconteceu no Brasil”, conta Campos Matos. Segundo ele, foi necessário chegar a 1945, data do centenário de seu nascimento para reacender o interesse pelo escritor, com ensaios de interpretação e novas edições da sua obra, o que a consagrou definitivamente em Portugal. No Brasil, em contrapartida, a paixão por Eça de Queiroz deu origem a um neologismo, criado por Monteiro Lobato: “ecite”, que designa um sentimento de fascínio e simpatia pela “escrita eciana” que abrange não só a obra como o autor, e tudo aquilo que lhe diz respeito, detalha Campos Matos.
Antes disso, em 1893, uma enquete realizada pela revista A Semana, do Rio de Janeiro, sobre os seis melhores romances de língua portuguesa dava indicações claras da popularidade do português no Brasil. A lista final inclui três obras de Eça de Queiroz: Os Maias, em primeiro lugar, seguido de O Primo Basílio. Em terceiro lugar, Memórias Póstumas de Brás Cubas, de Machado de Assis, e, em quarto, A Relíquia. Estudiosos citados na biografia apontam uma diversidade de fatores para a popularidade do autor. Para José Lins do Rego, Eça de Queiroz foi um mestre das gerações do começo do século 20, pelo sentido revolucionário de seu estilo, em contraposição ao Romantismo. Ele colocava em xeque as normas clássicas de composição literária, dando colorido, elegância e leveza a temas e valores até então desconhecidos e considerados menores, analisa o crítico literário José Maria Belo, citado na biografia. Mais do que isso, Eça de Queiroz era irreverente, contrapondo-se a fórmulas e preconceitos estabelecidos.
Assim, pontua o autor da biografia, se estabelecia uma relação de cumplicidade entre o autor e seu público e, mais do que isso, vêm à luz características que fazem de Eça de Queiroz um autor atual, na visão do biógrafo: “Para o século 21, a obra de Eça é um magnífico exemplo de independência intelectual, inteligência crítica, universalidade e humanismo”
Maria Marta Picarelli Avancini Pós-Graduada em Jornalismo Científico pela Unicamp (2012). Possui graduação e mestrado em História pela Universidade Estadual de Campinas (1988 e 1996, respectivamente). Jornalista profissional desde 1994 com experiência em jornais de circulação nacional («Folha de S.Paulo» e «O Estado de S.Paulo») e assessoria de comunicação (Universidade de Brasília e Secretaria de Estado de Educação do Distrito Federal). Atualmente, atua como consultora independente e jornalista freelance. Especializada em comunicação, direitos da infância, juventude, violência e educação. (Fonte: Currículo Lattes)
https://www.unicamp.br/unicamp/ju/611/eca-de-queiroz-embates-e-afinidades-do-outro-lado-do-atlantico

Busto de José Maria Eça de Queiroz en Neuilly-sur-Seine, França
Biografia
José Maria Eça de Queiroz (Póvoa de Varzim, 1845 – París, 1900) Escritor portugués, máximo representante de la novela realista y naturalista portuguesa. Se graduó en leyes en Coimbra (1866) y se dedicó al periodismo y a las actividades diplomáticas. Romántico de formación, cultivó la perfección formal y se abocó a la sátira y a la ironía. Entre sus obras destacan El crimen del padre Amaro (1875), El primo Basilio (1878) y Los Maia (1888).
Eça de Queiroz es la figura fundamental de la novela portuguesa del siglo XIX. Sus primeros textos, aparecidos en La Gazeta de Portugal en forma de folletín (recogidos luego de su muerte en Prosas bárbaras, 1903), sorprendieron y escandalizaron por su novedad. Los años vividos en Coimbra son una constante temática en sus textos: la mayoría de sus personajes habitan en esta ciudad y están relacionados con su experiencia estudiantil. A Antero de Quental, su mayor referente de ese momento, le dedicó un texto de gran belleza editado de forma póstuma en Notas Contemporáneas, en el que registró los descubrimientos culturales que modificaron su orientación ideológica durante su juventud.
Su obra se inscribe en el realismo posromántico y se caracteriza por la búsqueda de un ideal de justicia y de conciencia social. Eça de Queiroz concibe la literatura como un instrumento para arrancar a Portugal de su retraso endémico. En sus palabras, se trata de «la negación del arte por el arte». La afirmación de su anticlericalismo y la inquietud por la decadencia de la patria son también temas recurrentes en sus textos. Su actividad periodística lo condujo a África y Asia, experiencia que le inspiró Egipto, notas de viaje. En 1871 publicó Las farpas, pequeños cuadernos de sátira social, cultural y política que revelan su buen manejo de la ironía y su talento como humorista.
Diversos cargos consulares lo llevaron a Newcastle, Bristol y París. En esos años se inicia su etapa realista, que daría como fruto una serie de novelas dedicadas al análisis de la sociedad entre las que se incluyen las más renombradas de sus obras. Centrada en la crítica del conformismo, la hipocresía o la vanidad de sus contemporáneos, su narrativa resulta particularmente admirable por la elegancia de su estilo, la descripción de los ambientes y la caracterización de los personajes típicos, si bien no se profundiza en su psicología. El cuento Singularidades de una muchacha rubia (1873) tiene valor inaugural en la evolución artística del escritor: señala su primera tentativa de introducir el realismo, dando una base práctica y concreta a las afirmaciones que él mismo había hecho en favor de la nueva corriente literaria, en una conferencia pronunciada en el Casino Lisboeta en 1871.
El crimen del Padre Amaro (1875) es la primera novela importante de la escuela realista portuguesa; en la línea de Flaubert y de Zola, inaugura uno de los temas recurrentes del naturalismo: el problema del celibato eclesiástico y de sus consecuencias. La acción central se desarrolla en Leiria, pequeña, histórica y antigua ciudad del centro de Portugal, en la que está destinado, como párroco de la catedral, un joven sacerdote llamado Amaro. De pequeño había sido inclinado por su familia a la carrera eclesiástica; por ser de naturaleza delicada y un poco enfermiza, jamás se rebeló contra los suyos, aceptando la vocación impuesta. Llegado a Leiria poco después de salir del seminario, Amaro se instala en la pensión de la señora Joaneira, madre de Amelia, una de las más hermosas y virtuosas muchachas de la ciudad.
Amelia es de carácter débil y pasivo; aunque está prometida con el joven Joao Edoardo, se deja lentamente arrastrar hacia el padre Amaro, siguiendo una inclinación naciente. El párroco siente también la simpatía y el amor de la muchacha, pero su estado le impide casarse con ella. La pasión, al principio contenida, aumenta vertiginosamente y se hace morbosa en aquel ambiente corrompido; el encuentro de los dos en una granja revela a ambos su mutuo amor, hasta que por fin la pasión estalla.
Amaro tiene momentos de terror y de escrúpulos religiosos; el pecado le asusta y le preocupa. En sus momentos de crisis acusa a la Iglesia, confiesa la debilidad de la carne y afirma que «su amor sería legítimo en un sacerdocio con reglas más humanas». Amelia queda embarazada y abandona la ciudad; recibe entonces la influencia benéfica del padre Ferraz, bella y ejemplar figura de sacerdote, que delicadamente la inclina a comprender la abyección de la falta cometida y a odiarla. Amelia se propone emprender una nueva vida, pero Amaro reaparece para conducirla al antiguo pecado. La infeliz muchacha muere en el parto, mientras Amaro compra a una medianera que se encarga de estrangular al recién nacido. Presa del dolor y del remordimiento, Amaro marcha a Lisboa, donde se entrega a las mujeres.
De tal desenlace trágico resulta clara la tesis de la obra, netamente anticlerical. El propio autor se pronuncia a través del médico materialista, personaje secundario que expone abiertamente sus opiniones sobre el celibato del clero y sobre las costumbres eclesiásticas en general, vistas según su pretensión «a la luz de la razón y de la experiencia». Ya en esta primera novela Eça de Queiroz mostró un singular dominio de las técnicas narrativas; las obras sucesivas lo harían famoso en toda Europa. El tono de esta novela es análogo al de La caída del abate Mouret de Zola, pero ha de tenerse presente que la obra de Eça de Queiroz es anterior a la de Zola.
En la misma línea naturalista se encuentran las novelas El primo Basilio (1878) y Los Maia (1888), mientras que en El mandarín (1880) y La reliquia (1887), la base realista se conjuga con la fantasía. La correspondencia de Fradique Mendes (escrita hacia 1891 e impresa en 1900) reúne un epistolario sobre variados temas del personaje ficticio del título, hombre noble de rica vida interior al que caracterizan su aburrimiento de fin de siglo y la intolerancia hacia las posiciones espirituales definitivas. La carga crítica de estas novelas se suavizó en una dirección más constructiva en sus últimas obras: La ilustre casa de Ramires (1900) y La ciudad y las sierras (1901).
Fuente: Eça de Queiroz de Biografias y vidas
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/e/eca.htm
Cronologia
1845 Nascido na Póvoa do Varzim (25 de Novembro de 1845), Eça de Queiroz é filho natural do magistrado José Maria de Almeida Teixeira de Queiroz e D. Carolina Augusta Pereira de Eça, não sendo casados. Mal nasce, o bebé é entregue aos cuidados de uma ama-de-leite, Ana Joaquina Leal de Barros, que virá também a ser a sua madrinha de baptismo, em Vila do Conde, de onde sairá para viver até 1855 em Verdemilho, em casa dos avós paternos, apesar de o casamento dos seus pais se ter realizado quatro anos depois do seu nascimento. O romancista desenvolveu a sua vida literária entre meados dos anos 1860 e 1900, quando, a 16 de Agosto, morreu em Paris. Nesse lapso temporal, Eça marcou a cena literária portuguesa com uma produção de alta qualidade, parte dela deixada inédita à data da sua morte…
1855 É matriculado no Colégio da Lapa, na cidade do Porto, dirigido pelo pai de Ramalho Ortigão. Aí fará a escolaridade obrigatória até ao seu ingresso na Universidade. Conhecerá, também, neste colégio os irmãos Resende, Luís e Manuel, que virão a ser seus futuros cunhados.
1861 Matricula-se no primeiro ano da Faculdade de Direito de Coimbra, onde conheceu Teófilo Braga e Antero de Quental, entre outros, que viriam mais tarde a constituir o grupo de intelectuais celebremente conhecido como «Geração de 70». É neste meio universitário que surgem os primeiros escritos jornalísticos.
1866 Envia ao Teatro Nacional D. Maria II a tradução de uma peça de José Bouchardy, intitulada Philidor. Forma-se em Direito e instala-se em Lisboa, em casa dos pais, no Rossio, 26, 4º andar, inscrevendo-se como advogado no Supremo Tribunal de Justiça. Inicia a publicação de folhetins no jornal Gazeta de Portugal num total de dez artigos que serão reunidos no volume «Prosas Bárbaras», em 1909. Conhece Jaime Batalha Reis na redacção da Gazeta de Portugal. Parte para Évora no final do ano, onde irá fundar e dirigir o jornal da oposição Districto de Évora.
1867 Inicia a sua actividade como advogado. Em Julho deixa a direcção do Districto de Évora, regressa a Lisboa e retoma a sua colaboração na Gazeta de Portugal de Outubro a Dezembro. No final do ano forma-se o «Cenáculo», contando-se Eça de Queiroz entre os primeiros membros, do qual farão parte, também, Antero de Quental, Salomão Saragga, Jaime Batalha Reis, Augusto Fuschini, Ramalho Ortigão, Oliveira Martins, José Fontana, entre outros.
1869 São publicados, no jornal Revolução de Setembro, os primeiros versos de Carlos Fradique Mendes, «Serenata de Satã às Estrelas», criação conjunta de Eça, Antero e Batalha Reis. Viagem pela Palestina, Síria e Egipto, onde assiste à inauguração do Canal de Suez em companhia de Luís de Castro, conde de Resende.
1870 Regressado a Lisboa, publica no Diário de Notícias os relatos da viagem ao Médio-oriente com o título «De Port-Said a Suez». Publicação no mesmo jornal de «O Mistério da Estrada de Sintra», em colaboração com Ramalho Ortigão (de Julho a Setembro). É nomeado Administrador do Concelho de Leiria. Em Setembro presta provas para cônsul de 1ª classe no Ministério dos Negócios Estrangeiros, ficando classificado em primeiro lugar.
1871 É publicado o primeiro número d’«As Farpas» dirigido por Eça de Queiroz e Ramalho Ortigão. Realizam-se as Conferências Democráticas do Casino Lisbonense, não se tendo cumprido a totalidade do programa previsto devido à proibição governamental ter impedido a sua continuação. Eça profere a quarta conferência intitulada «A Nova Literatura ou O Realismo como Expressão de Arte».
1872 É nomeado cônsul de 1ª classe nas Antilhas espanholas. No final do ano será empossado no seu cargo em Havana, aí permanecendo durante dois anos. Neste período interessa-se pela causa dos coolies (chineses oriundos de Macau), que viviam uma situação muito semelhante à de escravatura nas plantações da cana-de-açúcar.
1873 Viagem pelo Canadá, Estados Unidos e América Central, fruto da licença solicitada ao Ministério dos Negócios Estrangeiros, para se ausentar das Antilhas, por ocasião das febres nos meses do Estio. Este périplo surge não só por preceito médico mas com o intento de privar com as duas americanas, Mollie Bidwel e Anna Conover, que conhecera em Cuba.
1874 Publicação do conto «Singularidades de Uma Rapariga Loura» no Brinde aos senhores assinantes do Diário de Notícias para 1873. Transferência para o consulado de Newcastle-upon-Tyne. Eça não gosta da cidade porque o impalpável – spleen – habita em todo o sítio e em toda a pessoa, por isso dedicar-se-á inteiramente à escrita. Este é o seu período mais produtivo.
1875 Publicação na Revista Ocidental, dirigida por Antero de Quental e Jaime Batalha Reis, da primeira versão de «O Crime do Padre Amaro», entre 15 de Fevereiro e 15 de Maio de 1875, num total de 7 fascículos. Conclusão da escrita de «O Primo Basílio», em Newcastle.
1877 Publicação no jornal portuense A Actualidade das crónicas «Cartas de Inglaterra», mantendo-se a colaboração até 21 de Maio de 1878, pelo preço de 7 libras mensais, em que faz um retracto da sociedade inglesa e dos grandes acontecimentos da época. Inicia a escrita de «A Capital!», publicada vinte e cinco anos após a sua morte.
1878 Contactos com o editor Chardron apresentando «Cenas da Vida Portuguesa», projecto para 12 volumes de novelas. É publicado «O Primo Basílio», numa edição de 3.000 exemplares que esgota rapidamente, tendo no mesmo ano saído a público uma segunda edição, ilustrada com fotografia do autor. Por decreto de 30 de Julho, é transferido para o consulado de Bristol.
1879 Escreve em Dinan (França) «O Conde de Abranhos», que ficará inédito até 1925. Surge, ainda, o importante texto «Idealismo e Realismo» para servir de prefácio à 2ª edição refundida de «O Crime do Padre Amaro». De 30 de Setembro a 20 de Outubro, Eça de Queiroz permanece em Angers onde se faz fotografar com uma jovem senhora, juntamente com o seu irmão Alberto. Dela nada se sabe ainda – nome, família ou origem – pelo que até hoje continua a ser a «Bela Desconhecida».
1880 Segunda edição em livro de «O Crime do Padre Amaro». Publicação da novela «O Mandarim» em folhentins do Diário de Portugal. Publicação dos contos «Um Poeta Lírico» e «No Moinho», em O Atlântico. Inicia a sua colaboração com um jornal do Rio de Janeiro, a Gazeta de Notícias, que só terminará em 1897.
1882 Entre Maio e Junho Eça está novamente em Angers. O escritor usualmente hospedava-se no Hotel du Cheval Blanc, n.º 12 da Rue Saint-Aubin, a dois passos da catedral. Em Julho regressa ao consulado de Bristol.
1883 É eleito sócio correspondente da Academia Real das Ciências. Reescreve «O Mistério da Estrada de Sintra». Nos meses de Abril, Maio e Julho, Eça permanece em Portugal. Numa destas estadias visita Antero de Quental, em Vila do Conde, juntamente com os amigos António Feijó, D. José da Câmara e Luís de Magalhães.
1884 Entre Março e Maio a correspondência comprova-nos a permanência de Eça em Angers. Após este período encontramos um Eça «sensaborão» e à procura de uma «criatura ideal». Em Julho e Agosto está em Portugal e faz-se fotografar no Palácio de Cristal, no Porto – Grupo dos cinco. Em Outubro visita a Costa Nova na companhia da condessa de Resende e das suas filhas Emília e Benedita. Publicação na Revue Universelle Internationale da tradução francesa de «O Mandarim», com um prefácio de Eça, escrito em francês. Segunda edição de «O Mistério da Estrada de Sintra».
1885 Visita Zola em Paris na companhia do jornalista Mariano Pina. Mais tarde dirá a Emília de Castro que Zola terá exclamado ao vê-lo: «Eh quoi, c’est vous! Mais vous êtes un enfant!». Eça encontra a «criatura ideal» na figura de Emília de Castro, com o auxílio do antigo companheiro do colégio da Lapa, Manuel de Castro, pedindo a sua mão à condessa de Resende a 30 de Agosto. A sua legitimação é tornada oficial pelos pais a 23 de Dezembro.
1886 Casamento com Emília de Castro Pamplona (Resende), a 10 de Fevereiro, no oratório particular da Quinta de Santo Ovídio, no Porto. Foram seus padrinhos: Ramalho Ortigão e Manuel de Castro. Regressa a Bristol via Madrid e Paris, já acompanhado da sua jovem esposa. Prefacia os livros «Azulejos» do conde de Arnoso e «O Brasileiro Soares» de Luís de Magalhães.
1887 Nascimento de Maria, primeiro filho, no solar de Santo Ovídio, no Porto, a 16 de Janeiro. Concorre com «A Relíquia» ao Prémio D. Luís da Academia Real das Ciências, perdendo a favor de Henrique Lopes de Mendonça com a obra «O Duque de Viseu». Publicação de «A Relíquia», em livro, pela casa Chardron e da 3.ª edição de «O Primo Basílio». Presumível ano de redacção do importante artigo «O Francesismo», segundo Guerra da Cal.
1888 Nasce, em Londres, José Maria, o segundo filho do romancista, a 26 de Fevereiro. A 28 de Agosto, Eça é nomeado cônsul em Paris, mas só toma posse oficial do cargo a 20 de Setembro. Polémica com Pinheiro Chagas a propósito da atribuição do Prémio D. Luís. Publicação de «Os Maias», com uma tiragem de 5000 exemplares. Publicação no jornal portuense O Repórter, dirigido por Oliveira Martins, de algumas «Cartas de Fradique Mendes». Forma-se em Lisboa o grupo d’«Os Vencidos da Vida».
1889 Prefacia o livro de poemas «Aguarelas» de João Dinis. Sai o primeiro número da Revista de Portugal, de que é director. Vem de férias a Portugal com a família, entre Fevereiro e Maio. Neste período janta com os «Vencidos da Vida», a 26 de Março. A 18 de Julho visita, com Jaime Batalha Reis, a casa de Victor Hugo. A 27 de Agosto sobe com o Príncipe D. Carlos à Torre Eiffel, por ocasião da exposição universal de Paris. Em fins de Setembro, Emília Pardo Bazán entrevista Eça em Paris. Nasce em Paris António, o terceiro filho do casal, a 30 de Dezembro.
1890 A 28 de Janeiro morre, no Porto, a Condessa de Resende, sogra de Eça. Em Fevereiro publica na Revista de Portugal o importante artigo sobre o “Ultimatum”. Publicação do primeiro volume de «Uma Campanha Alegre», pelo editor Corazzi, reunindo a colaboração de Eça n’As Farpas. Entre Março e Julho Eça encontra-se em Portugal para tratar de assuntos referentes a partilhas, determinadas pelo falecimento da sogra. A 25 de Abril estreia do drama, em quatro actos, baseado n’«O Crime do Padre Amaro», no Rio de Janeiro, que viria a ter mais de quarenta representações.
1891 Traduz «As Minas de Salomão», de Henry Rider Haggard. Neste ano surge a 2ª edição de «A Relíquia». A 6 de Abril nasce Alberto, o quarto e último filho do casal. Em carta a Oliveira Martins (23 Jul.) dá fé do «Flos Sanctorum em que ando mergulhado» e começa a escrever narrativas sobre vidas de santos, primeiro sobre «S. Frei Gil», ao mesmo tempo que se dedica a burilar os contos que viria a publicar nos subsequentes anos. Em Novembro, Eça desloca-se a Londres, em missão diplomática, para tratar de uma questão dos caminhos-de-ferro e hospeda-se no Savoy Hotel.
1892 Em fins de Maio Eça visita, com a cunhada Benedita, Beire e Santa Cruz do Douro, que virá a ser a Tormes de «A Cidade e as Serras». A 17 de Julho comunica a Oliveira Martins que Emídio Navarro lhe trouxera uma mesa de espiritismo, depois das sessões que haviam feito em Neuilly e das quais havia participado. Publicação do conto «Civilização», na Gazeta de Notícias, do Rio de Janeiro e das novas «Cartas de Fradique Mendes».
1893 Publica na Gazeta de Notícias do Rio de Janeiro a Crónica «Tema para Versos», que inclui o conto «A Aia» e a crónica «Positivismo e Idealismo». Em 15 de Julho escreve à mulher referenciando as conversas com o inventor Luís Serra, com quem virá a fazer uma sociedade e a quem adiantará dinheiro. Começa a escrever «A Vida de Santo Onofre». Eça deixa a residência da Rue Charles Laffitte, 32, e vai morar para Avenue du Roule, 38, também em Neuilly. Será nesta última residência que virá a falecer.
1894 Publicação de «As histórias: O Tesouro» e «As histórias: frei Genebro», na Gazeta de Notícias do Rio de Janeiro. A 14 de Fevereiro envia ao editor Lugan o primeiro capítulo de «A Cidade e as Serras». A 2 de Julho escreve uma carta a Lello & Irmão, sucessor de Lugan, onde declara que fica estabelecido que receberá 25% do preço de capa pelas suas obras. A 10 de Novembro menciona o projecto de uma nova revista «O Serão» com Alberto de Oliveira, que não chegará a concretizar. Sai a 3ª edição de «O Mistério da Estrada de Sintra».
1895 Organiza, em colaboração com José Sarmento e Henrique Marques, o «Almanaque Enciclopédico» para 1896. Publicação de «O Defunto» na Gazeta de Notícias. Passa férias em Portugal com a família, hospedando-se primeiramente no Chiado, por cima da Ourivesaria Leitão, hoje casa Vista Alegre na Rua Nova da Trindade e depois aluga casa em Sintra, na Quinta dos Castanhais.
1896 Organiza, com os mesmos colaboradores, o «Almanaque Enciclopédico» para 1897. Neste ano recebe a Legião de Honra Francesa. Numa carta à sua esposa confessa: «Também te interessará, ou antes divertirá saber, que já tenho le ruban. Já o tinha, há semanas. Mas o Rosa queria voltar de Contréxeville, para me fazer a investidura cerimoniosa. Excelente Rosa. Ele próprio me foi comprar a fitinha, e uma linda insígnia. E para lhe dar prazer, à noite, ao jantar, «j’arbore le ruban». Publicação de “Antero de Quental – In Memoriam” em que Eça colabora com o texto «Um génio que era um santo».
1897 Começa a publicação, em Paris, da Revista Moderna, publicada pelo brasileiro Martinho Carlos Arruda Botelho. Nos dois primeiros números publica os contos «A Perfeição» e «José Matias» e o número de 20 de Novembro é inteiramente dedicado a Eça de Queiroz, nele saindo o início d’ «A Ilustre Casa de Ramires». Em Agosto Eça, acompanhado pelo diplomata brasileiro Domício da Gama, faz uma cura termal em Plombières, a preceito do seu médico Dr. Melo Viana.
1898 Entre Abril e Junho, o “Anuário Diplomático” informa que Eça esteve em férias, em Portugal. Em Junho, o escritor visita novamente Santa Cruz do Douro na companhia do sobrinho de sua mulher, Luís. Neste período, visita o amigo Ramalho Ortigão, que se encontra doente, na sua casa em Cascais. Visita também, em Serpa, o conde de Ficalho, partindo daí para Corte-Condessa, onde a esposa herdara terras. Publicação na Revista Moderna do conto «O Suave Milagre», em versão remodelada de «Outro Amável Milagre», publicado em Abril de 1885, em “Um Feixe de Penas”.
1899 A 14 de Janeiro dá-se o «Banquete da colónia portuguesa», promovido por Francisco de Lacerda, o qual veio a dar origem à célebre estatueta-caricatura de Eça, modelada pelo escultor Francisco da Silva Gouveia. Prepara, em simultâneo, a publicação de três romances: «A correspondência de Fradique Mendes», «A Cidade e as Serras» e «A Ilustre Casa de Ramires» Em Maio visitará pela última vez a Tormes d’ «A Cidade e as Serras» e regressará a França, via Salamanca. Durante o Verão passa algumas semanas de férias com a família em Forest-par-Chaumes.
1900 Em Fevereiro, o romancista viaja pelo sul de França em busca de saúde – Arcachon, Biarritz, Pau e Lourdes. José Maria, o filho mais velho, em Junho, adoece gravemente com «coreia». Emília vai para Fontainebleau, enquanto Eça fica em Paris com os outros filhos, que são atacados pela escarlatina. Com a sua saúde agravada, a 28 de Julho, parte para a Suíça, via Genève, com Ramalho Ortigão. Instalado no Hotel du Righi Vaudois encontra o amigo Eduardo Prado e mulher. Os amigos do escritor seguem para Itália. Ficando pior, decide regressar a Paris, a 9 de Agosto. A 11 de Agosto chega a Paris, morrendo no dia 16 na Avenue du Roule, às 16h35m. Em Setembro, o corpo é trasladado para Portugal, realizando-se os funerais para o cemitério do Alto de S. João em Lisboa. Já em 1989 é trasladado para o cemitério de Santa Cruz do Douro, em Baião.
Adaptado de: MATOS, A.C. (1988) Diccionário de Eça de Queiroz, Ed. Caminho
Aquí descansa entre os seus, José María Eça de Queiroz 1845+1900
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