César Vallejo

Contenido: Introducción. Un cuento mío. Poemas de Vallejo en español e portugués. Entrevista a Vallejo en Heraldo de Madrid. Vida de Vallejo escrita por su esposa. Entrevista sobre Vallejo a Georgette de Vallejo en la revista Triunfo. Análisis en portugués y castellano. Video

“Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”: repitió Vallejo. Un simple catarro, seguramente; o un terrible dolor de muelas, vaya usted a saber. Tiene su importancia el hecho de nacer un 16 de marzo, como es mi caso, aunque fuera forzado por errores médicos; porque César Vallejo nació en ese 16, y en ese marzo, pero de 1892. Fue en otro siglo y en el hemisferio Sur, así que de César Vallejo espero algún paralelismo y cierta simetría, que vayan más allá del dolor común sobre las enormes y crecientes diferencias sociales. Y si uno es agricultor de nacimiento como es mi caso, algo parecido a lo sucedido a Vallejo… La tierra sufre, las plantas, las piedras, los insectos. El hombre y la mujer. Todo Sufre. Todo goza. Todo no es todo, tampoco es nada; todo es una parte pequeña de la naturaleza: planetas de allá no cuentan, ni estepa, ni tundra, ni sabana. Está el baile, la danza, la pintura, los bautizos. ¿Lo ves Vallejo? ¿Lo sientes? Y está el hombre amarrado a lo ajeno, como en yunta de bueyes. Los sabores del pan recién cocido, lo sencillo, el olor a tierra abierta en surcos. La mujer atada al hombre, el hombre atado al dueño. París, al fin y al cabo. “Pero dadme un pedazo de pan en que me pueda sentar».

 

 

 

 La casa donde nació César Vallejo

 

¡Amado sea aquel que tiene chinches,
el que lleva zapato roto bajo la lluvia,
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,
el que se coge un dedo en una puerta,
el que no tiene cumpleaños,
el que perdió su sombra en un incendio,
el animal, el que parece un loro,
el que parece un hombre, el pobre rico,
el puro miserable, el pobre pobre! : dijo César Vallejo a mitad de un poema titulado traspié entre dos estrellas.
¨César Vallejo era sombrío tan solo exactamente, como un hombre que hubiera estado en la penumbra, arrinconado durante mucho tiempo. Era solemne por naturaleza y su cara parecía una máscara inflexible, casi hierática. Pero la verdad interior no era esa. Yo lo vi dar saltos escolares de alegría. Después volvía a su soledad, y a su sumisión volvía: Dijo Neruda de Vallejo.
Dijo Nicolás Guillen: ¨Vallejo era un hombre silencioso, magro, indio de pelo atesado y liso. Me decía `negro’ como es costumbre afectuosa en su país con las personas de mi tipo. Me dolió mucho su muerte. Admiro mucho su dramática poesía. Respeto mucho su vida dolorosa, sincera, desinteresada, con hambre y rebeldía. Creo mucho en él¨.

El Vuelo del  Cóndor
Un relato de Pedro Sevylla e Juana

Cruza Brice el ágora con mirada y ánimo de visitante ocasional, atento al entorno, ávido de sorpresas. Le llama la atención, sin embargo, la existencia de soportales afines a los que acaba de abandonar en la cercana calle Mayor, tal vez porque le parece que el techo de estos está situado más bajo. Se coloca el hombre frente al edificio del Ayuntamiento, y retrocede marcha atrás unos cuantos pasos, los necesarios para que su vista domine lo primordial de la superficie. Llegado a ese punto crítico, nada le impide la visión casi completa de la armónica plaza; ni siquiera el monumento al insigne paredeño Alonso Berruguete, uno de los imagineros más importantes del Renacimiento español, digno hijo de su padre, excelso pintor, recreador de la luz y adelantado a su tiempo. Colocado Brice bajo el pórtico que va desde la Bocaplaza al Mercado de Abastos, nada se interpone entre él y el equilibrado espacio; ni siquiera el ya señalado conjunto escultórico —bronce entregado a la piedra— obra de Victorio Macho, imaginero palentino y universal de mucho nervio como puede verse; pues la belleza de la composición —erigida en el centro mismo del cuadrado— y su esbeltez, satisfacen la exigencia de la integradora mirada.

El americano Brice se observa en el espejo que compone sin pretenderlo una vitrina expositora —virtud esta de la reflexión añadida a la principal de la transparencia— y entre sombreros de diferentes materias y anchura de ala, nota la ausencia de uno de los ejemplares que los artesanos de Catacaos tejen en paja con un acabado finísimo. En los huecos dejados por las boinas, Brice se ve alto y fuerte, aunque algo desmañado, cargado de hombros como su padre y su abuelo, cosa de familia al parecer. Se descubre extremadamente calvo, piel liberada de cabello añadida a un rostro de por sí abundante, acogedor de inexpresivas facciones, un gesto ambiguo que se ha ido labrando junto a la nariz chata, los labios gruesos, las orejas grandes y el mentón pronunciado. En resumen: una cabeza casi olmeca en un cuerpo más que andino.

Se citó Brice en un parquecito cercano a la estación. Lo piensa en diminutivo, persuadido de que ha de ocupar el jardín una superficie breve, pues así lo sugiere el nombre de «Los Jardinillos», dado al espacio donde ha comprometido su encuentro con un escritor muy valorado en los ambientes literarios del país. Se trata nada menos que de Cesáreo Gutiérrez Cortés, viajero recién llegado a su villa natal, un pueblo de los alrededores. Va a pedir al autor de la soberbia novela «Del elevado vuelo del halcón», un salvoconducto o carta de acceso para una editorial castellano-leonesa. Anduvo enterándose en las oficinas, y conoce por ello que desde sus ventanas se domina el terreno arbolado y florecido llamado «Salón de Isabel II». Le dijeron, porque así lo inquirió, que los talleres se encuentran algo alejados para ir a pie, en el extremo sur del polígono industrial de «Pan y Guindas». Sucede que siendo extranjero Brice escribe cuentitos desarrollados en los lugares de arribo, y acaba de concluir un libro de narraciones que hablan de este paisaje árido, de esta gente recia, tópicos que apreció a las claras en cuanto llegó hace un mes. Vio una llanura no muy extensa, una vega fértil de tierra cereal y hortelana regada por el río Carrión, viejo río -si puede llamarse viejo a algo cuya esencia es la permanente renovación- viejo cauce al menos, corriente cachazuda. Vio una llanura bordeada de inclinaciones suaves, monte bajo y parameras, y una ciudad que se extiende a lo largo de la corriente por el lado izquierdo.

Alfredo Briceño Gómez no es español, y su acento iberoamericano lo pone de manifiesto al instante. Da a las palabras una entonación indefinida que no las relaciona fácilmente con ningún país concreto. Vino desde Francia en cuanto terminó de ver en el país vecino las ciudades de más fuste; aquellas que elogian los folletos turísticos. A la tierra gala llegó procedente de Gran Bretaña, tras un recorrido incompleto que soslayaba visitas, tan importantes para él, como las de Westminster Abbey, Windsor Castle, Minack Theatre, los megalitos de Stonehenge o Saffron Park. Fue precisamente en Londres, donde comenzó su periplo europeo, y allí volverá tras pasar unos días entre Sintra, Cascais, Estoril y Lisboa, y recorrer Italia de cabo a rabo, pues desde la capital inglesa, regresará, vía Nueva York, al punto de partida, el centro del mundo, su querida ciudad de más de medio millón de habitantes, situada al borde del Océano Pacifico, en el Norte de Perú.

Ha de proceder de gente de dinero; al menos eso es lo que parece desprenderse de su particular modo de vida: se alberga en una suntuosa residencia, frecuenta los mejores restaurantes —come lechazo casi a diario con un gran placer, porque le recuerda al «seco de cabrito» de su tierra, dice; pero qué va, el corderillo de aquí tiene un sabor más delicado— y viste ropas caras. Formaba parte de un grupo excursionista que recorre Europa, pero tanto se salió Briceño del guion definido por la agencia de viajes, que terminaron los guías por abandonarlo a su suerte. Así llegó a Palencia y va prolongando una estancia que iba a ser de dos días. En las horas que llenan el hueco existente entre la media noche y el amanecer, da forma a historias vislumbradas en el transcurso de pláticas espontáneas sostenidas con cualquiera que acepte su palique.
Por Brice, apócope de Briceño, le conocen los muchos amigos que su carácter abierto facilita, o los pocos que la inconstancia le permite conservar. Permanece célibe sin intención consciente y sigue, mundo adelante, un discurrir errático que a nada ni a nadie conduce; y lo hace, según parece, para ocupar el tiempo, para entretenerlo, propagando el apelativo apocopado en detrimento del íntegro. Pedirá al juez la muda del uno por el otro en cuanto vuelva a su ciudad, pues la duplicidad le plantea problemas de discordancia entre lo dicho y lo escrito, entre lo bien entendido en familia y lo estimado correcto por las autoridades.

Piensa prometer al editor de sus cuentos una marca acreditada, consolidada, de escritor de prestigio: se firmará Bryce, con y griega, lo que añadido al nombre de Alfredo, le dará nada menos que Alfredo Bryce, induciendo a un favorable equívoco, pues existe un escritor así llamado cuyo segundo apellido es muy otro; un autor hecho y derecho que redacta como vive —a impulsos de su mutable corazón— con excelente resultado. Confía en que la firma, al ser conocida, le facilite las ventas; y luego, como la calidad es buena, ya no importará que se haga la luz sobre lo cierto y lo incierto. Se hospeda Brice en lo que fue un convento de monjas de clausura tapiado al exterior. Una celda ahora dotada de las mayores comodidades y adelantos es su alcoba. La primitiva fábrica pasa por ser una joya arquitectónica del siglo XVIII, toda ella de piedra; el añadido moderno que la convierte en hospedería combina el ladrillo cocido y el vidrio. La circunstancia monacal trastoca el pensamiento nocturno del hombre, de por sí dado a la fantasía y al relajo. Su mente, reprimida desde la niñez, se libera del rígido justillo, trocando a las novicias en mujeres de esa vida que llaman fácil siendo tan difícil. De día visita los pueblos de la provincia ricos en arte románico, la parte del camino de Santiago que la cruza, el Museo Diocesano, la Fundación Díaz Caneja, el Museo Arqueológico, hasta el archivo provincial que irá al castillo de Valdepero de donde Cesáreo, el escritor de fama con el que ha quedado en verse, procede.

Un dolor abdominal manifestado de improviso, acompañado de nauseas, le puso en camino del Hospital Río Carrión. En sus salas y galerías descubre Brice un nuevo aspecto de la existencia: la lucha por recobrar la salud perdida. Ignoraba tal orientación del comportamiento humano, pues siempre gozó de una lozanía inexplicable en quien no la busca. Cercenaron la superflua tripita, porque el lumen obstruido amenazaba con males mayores. Brice tiene presente este episodio, después de todo, con cariño; porque la aventura originó dos cuentos que despliegan su argumento en el sanatorio.
En la primera de las narraciones, las enfermeras, tiranizadas por una jefa estéril a quien sólo conmueve el milagro de la procreación —parturientas y recién nacidos— son obligadas a trabajar hasta el agotamiento, doblando tres días por semana los turnos naturales. La queja se evidencia inútil, el director protege a quien nombró para el puesto por su capacidad de conseguir ahorros. Sintiéndose oprimidas, jóvenes esposas casi todas, acuerdan, entre manifestación de protesta y válvula de escape, quedarse preñadas a un tiempo. Cuando treinta y ocho embarazos ponen a prueba la capacidad de emoción de la jefa, un cambio se produce en su actitud. En adelante hubo una compañera más y una déspota menos.

En la segunda historia describe Brice el avance y desarticulación de una camada de monstruos, empeñada en preservar recursos presupuestarios eliminando a los ancianos. Se movían sus integrantes por todo el país reclutando prosélitos entre el personal clínico, y mediante una teoría económica perversa, pretendían conquistar voluntades de manera gradual, hasta lograr que, unos activamente y otros de manera pasiva, atacaran la debilitada resistencia a las enfermedades de los más añosos; clase pasiva que no aportando nada al erario público representa una carga creciente. María, enfermera alegre y audaz, ciertamente linda, comprometida con el servicio al paciente en el difícil trance de la convalecencia, descubre y denuncia las actuaciones de los confabulados y salva al sistema hospitalario de la barbarie y el descrédito. Estaba la joven pesarosa porque, encabezando la protesta de las gestantes, no pudo predicar con el ejemplo al impedírselo su soltería; pero se ha resarcido con creces.
Subyace en los relatos el hecho cierto de la peligrosa disminución de recursos -sufrida en propia carne por el enfermo Brice- nacida de los dispendios que los administradores realizan en áreas menos vinculadas a la generalidad de los contribuyentes. Protagoniza ambas narraciones la enfermera María, ya que a Brice le atrae su delicada belleza. Ignora, sin embargo, el hombre, que de haber dado la cara, la muchacha hubiera consentido; pues el deje meloso contrapuesto a sus facciones rudas, a más de su origen incaico y su buen pasar, le presentan como el macho conquistador que las hembras desean.

Se trataba de una apendicetomía, nada serio. «Permanecerá hospitalizado cuarenta y ocho horas, salvo contratiempos» -le dijeron- y debieron complicar lo suyo enfermedades conexas, porque gracias a ellas o porque los gestores encontraron en él momio económico, su estancia en el hospital se prolongó hasta la semana, ocho días por ser sábado, nueve hasta la llegada del lunes activo, regresada la normalidad sanitaria, momento en que le dieron el alta. Y si no le importó el retraso se debía más que nada al hecho de estar la enfermera María de guardia ese fin de semana. Aprendió en la clínica las costumbres, nuevas para él -hijas del reglamento y de la ley del mínimo esfuerzo- correspondientes a una actividad, en cierto modo, inescrutable. Conoció los horarios de las comidas; e indagando la composición de los platillos quedó en ayunas de los ingredientes, entre fármacos y alimentos que, en la cocina, a medias laboratorio, preparaban. Supo, valiéndose de indicios, el momento exacto en que le tomarían la temperatura o le pondrían inyecciones, el día fijo de los análisis, de la extracción de fluidos, de la práctica de radiografías.

Ocupaba la mitad izquierda en una habitación de dos camas, la suya, y la perteneciente a un anciano que, segundo a segundo, parecía recibir el hálito directamente de la técnica. Lo acechaba él con prevención, pues aparecía el hombre rodeado de elementos extraños dedicados a prolongar su existencia. Seguían los ojos de Brice el recorrido de las gotas de suero, caídas de frascos invertidos con la lentitud o presteza deseadas por la enfermera, que no decide asuntos tan nimios sin consultar previamente las instrucciones del médico. Con detenimiento miraba el vecino los cordones umbilicales por los que la química se iba incorporando al flujo sanguíneo del viejito, los cables conductores de impulsos eléctricos, alentadores de sístoles y diástoles en un corazón cansado; la mascarilla donante del oxígeno encargado de ventilar los pulmones.

Llegó a distinguir variados sonidos: el derivado del sistema de respiración asistida cuando añaden aerosoles, el de la cisterna, catarata caída de golpe y llenado en disminución hasta donde la boya acepta. Algunos de aviso, como la disonancia de los carros portadores de alimento, que estimulan el hambre o la rechazan. Logró diferenciar los pasos del personal —médicos, enfermeras y subalternos— de los correspondientes a los enfermos y a sus visitas. Brice llegó a separarlos entre sí por el leve matiz de su cadencia, a identificar a quien los producía, a añadirles rostro. Las señoras de la limpieza y los camilleros resultan ser pesados como elefantes, y arrastran consigo, sin ningún miramiento, portaútiles o camas que al golpear en puertas y esquinas producen gran aparato sonoro. Los pacientes caminan suavemente sin dirección fija, carentes de objetivo; las visitas llegan raudas y al poco se detienen, dudan, toman otra dirección y ceden velocidad al llegar ante la puerta exacta. Llenando parte de la noche, los rumores venidos del pasillo, de la habitación de al lado, del área restringida, proporcionan una cierta sensación de calma, y sucede como si alguien de peso dijera: «Aquí, por ahora, no pasa nada». Frase de cierta importancia, porque a intervalos irregulares, más bien de madrugada, a la del alba acaso; se oye el arrastrar del trágico biombo, frontera entre la vida y la muerte, colocada para que el vecino vivo no perciba la marcha del compañero muerto, su agonía. Se suceden, en esos instantes de alteración, cuchicheos, sollozos y carreras provocados por el nerviosismo de quienes, por más que el hecho sea cotidiano, no terminan de acostumbrarse. Complejo mundo que el oído de Brice percibe y su mente separa.

Dos días salvo complicaciones, le dijeron; e iba por el sexto sin recibir explicación alguna que lo justificase, y sin esperanza sólida de recibirla porque ya iba conociendo los modos que se gastan en el hospital. Allí estaba Brice en su octavo día de internamiento, total para una apendicetomía producida por una oclusión intestinal de coprolitos —siempre sufrió estreñimiento— acostado en una cama articulada que sube y baja a voluntad como las atracciones de feria. Allí estaba Brice, sabedor de que, al otro lado del biombo, ¡yacía un cadáver junto a un crucifijo tiède encore de son dernier soupir!, en los versos de Lamartine. Fueron intensos los días de su estancia en la clínica, y de todas sus impresiones y aprendizajes se beneficiaron los dos cuentos allí escritos y arraigados, unidos por María, la linda enfermera de Villamartín de Campos que lo enamoró.

Briceño, Brice para todo el mundo, sin distingos que diferencien, que discriminen entre amigos y desconocidos; Alfredo Briceño, Bryce como el escritor paisano, deseaba venir a España desde chiquito; cuando cursaba los primeros estudios de geografía y alcanzó a ver el mapa también chiquito de Europa y, la más chiquita aún, Península Ibérica. Deseaba venir a España desde que los estudios de historia le dieron a conocer la época de los conquistadores sanguinarios: guerreros a caballo, armados de mosquetes, ávidos de oro y tierras feraces; y clérigos empeñados en salvar las almas. Todos ellos decididos a someter los cuerpos sirviéndose de espejuelos y abalorios para el trueque de tontos; españoles regresados a su solar patrio en galeones cargados de riquezas innúmeras con que sufragar sus guerras imperiales. Algo tardo de entendederas resultaba Brice en la escuela para los números; su memoria no retenía la tabla de multiplicar y se le resistían los quebrados. Así, no más, andaba en dibujo: se sentía obligado a escribir al pie una descripción completa para que se entendieran sus garabatos. En cambio, progresaba en historia: de los españoles lo sabía todo y conocía las andanzas de muchos caciques. Y en literatura: autores hubo de su agrado, de los que se aprendió enteritas las biografías.

Atraviesa Brice una época que por henchida no aprecia en todo su valor; pues, confundiendo lo ancho con lo largo, de puro llena le parece que no tendrá fin. Posiblemente sea mejor de ese modo, pues un leve temor la disminuiría. Ahora pasea haciendo tiempo, y del callejeo por esta capital antigua que resulta de lo más moderna, saca un placer que no sentía hace años; muchos, demasiados años. No son los alrededores de la Iglesia de San Francisco, en su ciudad de origen, los que cruza; templo donde los suyos proclamaron la Independencia un día que su memoria guarda indeleble desde los tiempos escolares, el cuatro de enero de 1.821. No resulta lo mismo seguir parsimonioso las calles de Los Gatos, Portal de Belén, Santo San Pedro o El Árbol del Paraíso; que ir, sin prisa alguna, del jirón de Lima al de Callao, o recorrer la orilla del río Piura en época de lluvias, cuando viene bravo. No es lo mismo, por supuesto, pero transitar por este rincón palentino se le acerca mucho.

Espera la hora de entrevistarse con un escritor nacido y crecido a menos de una legua, calle Mayor de Valdepero, línea de unión de la Tierra de Campos y El Cerrato, límite exacto de León y Castilla, de donde estima el peruano que puede arrancar parte de su sangre, la procedente de este lado del charco. De manera que Alfredo Brice Gómez se imagina unido a Cesáreo Gutiérrez Cortés por algo más que una simple inquietud escritora, por algo distinto al afán de ser notario de la vida; se juzga unido al palentino por la carne y el espíritu, raíces del habla y las ideas que intentan atarle a estos pagos. Vienen ambos de una tribu cazadora de la edad de piedra —aspecto este que desconoce Brice si se dio en su país, que se daría, pero de otra manera: más desaforada, seguro; pues así es su tierra, enorme y sin meter en cintura— vienen ambos de una tribu que se fue mezclando con cuanta tribu antigua —invasora o conquistada— se topó. Ha oído hablar de la cultura Vicús, pero sucedió anteayer como quien dice. Por eso su esforzado saber llega a los Tallanes, cuya civilización pudo acoger a su antecesor más antiguo, habitante de una tribu costera próxima a donde hoy está la casa de sus padres. De Asia, de África viene, de Europa, eso es lo sabido; pero desea dar con un vestigio anterior a todo lo encontrado, para oponerlo a las antiquísimas huellas del hombre en España.

En cuanto llegue a Roma y recorra las catacumbas para impregnarse del sentir primero, piensa ver al Santo Padre. Ha solicitado audiencia exclusiva, y espera de la embajada noticias de su gestión. No es que sea devoto, pero se lo debe a su madre, que siempre deseó esa entrevista. La mamá de Brice, una chola de color prieto que murió de cien enfermedades juntas, mostraba inconfundibles rasgos religiosos desde niña. Mas el abuelo era un descreído y torció el filial deseo de profesar de monja. No recibió Brice en herencia más que el perfil inca mostrado por la mujer desde la distancia, un perfil al que cree tener derecho inalienable, pues encopetado inca se piensa y se quiere el hombre. Si no nació tan pálido como la harina de mijo, tampoco resulta del todo morocho, por lo que no resalta entre los labradores llegados a Palencia a diario, a merced ellos de una intemperie que insiste en ennegrecer rostros y en atemperar espíritus. Hasta completar una frase mediana, en Palencia no le atribuyen un origen extraño, una procedencia lejana; y cuando lo hace despierta una ternura que le cautiva: hijo o hermano ido hace tiempo, tornado de una tierra un tanto suya, desconocida, sospechada, imaginada con detalles exóticos; reintegrado de un terreno agreste y de una vegetación desarrollada en exceso, a este jardín inculto, poblado de insectes bourdonnants; papilions; fleurs ailées; expresado en poéticas palabras tomadas de Lamartine.

Palencia le parece a Brice una ciudad recién edificada, a falta aún de algunos retoques que la dejen lista para la inauguración. Si algo se encuentra de tiempos idos es porque los monumentos son realmente vetustos, piedra labrada con maestría que el tiempo ha pintado de color antiguo. Todo lo percibe Brice con los ojos de ver grandote, y lo encuentra pequeño —río, vega y oteros— comparados con los que en su América se entreveran —estado de Piura, Perú oriental, serrano o costero— confundiéndose y confundiendo: montañas que son columnas del cielo, ríos inacabables, inabarcables; llanuras de verdad en las que uno puede perderse, tormentas infernales, lluvias que son casi diluvios, y sequías que duran lo suyo porque el hombre resiste la escasez hasta que su piel, cuarteada, se quiebra. Piensa que la naturaleza, acaso por no comprometerse de manera definitiva, desarrolló el mundo tras un ensayo previo, prueba de la que resultó una Europa manejable. Visto lo cual, envalentonada, tomaría un enorme pedazo de materia, quizá el resto guardado en la alacena, y tras pasar semanas amasando, bregando, dio forma a lo que iba a ser su verdadera obra: el mundo integro que conocemos por los viajeros que paran a descansar.

La calle mayor de Palencia, humanizada hasta más no poder en los soportales, por el uso exclusivamente peatonal dado a la calzada, le parece a Brice un largo corredor, un mirador cubierto de visillos que fisgan curiosos el trasiego, y reciben tímidas miradas compensadoras. Desde esa calle se eleva, cóndor de alas extendidas, y explora el vasto mundo en busca de su esencia, pues la intuye formando parte de los cuatro horizontes de un planeta que se ve azul desde la luna. Viajero incansable, trata asimismo de comprobar la esfericidad de la tierra, pues, aunque desde arriba se percibe claramente, aquí abajo precisa un acto de fe o un recto caminar que llegue al punto de partida.
Se sitúa el cóndor Brice, mentalmente, en el París de los suramericanos, de los latinos llegados de América siguiendo una costumbre inveterada; un París hormigueante de escritores en ciernes o ya hechos, arribados desde un lado o de otro de los Andes, columna vertebral de un cuerpo colosal; del centro ístmico, o del sur norteño. París era una fiesta lastrada por la nostalgia, aguijoneada por la saudade, cuando Brice cambiaba sus soles por francos, sus pesos por francos, sus dólares por francos, y sus francos por un amor mentido y por aburrimiento; mientras se hacía escritor a martillazos sobre un yunque que, a veces, era un vientre de mujer varada en el Quartier Latin, entre los bulevares Raspail y Saint Michel. De aquella época romántica sacó Brice una rara afición a un  poeta profundamente melancólico: Alphonse de Lamartine,  cuyas Meditations  aprendió de memoria. A mayores, el naturalismo hizo presa en él, y en esos días se convirtió en defensor acérrimo de Èmile Zola; de «La bestia humana», de «Nana», de «Germinal», de «La taberna».

Desea Brice convencerse de que en Cesáreo Gutiérrez Cortés, con quien se va encontrar en menos de media hora, escritor que promete llegar a lo más alto y a lo más profundo, confluyen las culturas europea y africana, que se mezclaron con la fuerza de los caballos al galope, de las lanzas y de las adargas; culturas europeas y africanas que se hicieron una con la cultura india de todas las indiadas cultivadas e industriosas, y de las contemplativas; cien generaciones americanas dimanantes de Asia que en el propio Brice parecen converger; y así, cuando dentro de unos minutos se entrevisten, Asia, Europa, África y América tendrán en ellos su plática, vieja deuda de más de cinco siglos. Se cree Brice hombre de raíces profundas, pues las hinca en el mismísimo centro de la tierra, ya que en épocas pretéritas fue minero. Aún niño y ya retiraba el mineral que el picador arrebataba al extremo más avanzado de la galería. En cuanto pudo, cargó vagones transportados por mulas. Fue entibador de galerías; fue picador, y dispuso de un ayudante: un niño que empezaba la carrera hacia la silicosis, hacia la incapacidad permanente y la pensión escasa. Lo sabía él y lo sabían todos; el niño, a su edad temprana, lo sabía; secreto abierto en la letra pequeña del trato.

Andando el tiempo llegó a ayudante de dinamitero, y cuando aprendió lo imprescindible acerca de las cargas y de las masas desplazadas, pasó a colocar los explosivos. Había de calcular el peso de la dinamita, el largo de la mecha, el lugar idóneo de ubicación y el número exacto de barrenos. ¡Qué hormiguillo le recorría el cuerpo durante la espera de la explosión! Cargaba de aire los pulmones, oprimía los oídos sirviéndose de los pulgares y, agachado en lugar protegido, esperaba impaciente a que todo saltara por los aires. Un placer físico iba tomando su cuerpo, célula a célula hasta dejarle en la boca un sabor acre a dinamita. Bombero fue y la visión del fuego le envalentonaba, le engrandecía. Gozaba sí, en su lucha cuerpo a cuerpo con una de las fuerzas más devastadoras de la naturaleza. Gozaba cuando las llamaradas altas le cortaban el paso y manguera en ristre las rendía. Tenía las cualidades de un buen soldado al que un error mínimo y la medalla póstuma transforman en héroe.
Brice fue cantante de ópera y bailarín de ballet en el teatro Bolshoi de Moscú, aviador aliado en la segunda guerra mundial, y cazador furtivo en Tanganika. Brice imagina vidas como otros sueñan vuelos a media altura, rozando las bardas, las tapias de los corrales, los arbustos; o la repentina pérdida de los dientes, el caminar desnudos por la calle, o la interminable caída barranco abajo sin llegar nunca al fondo. Pescador de altura se soñó, y otras seis profesiones repetidas sin orden con variantes que las renuevan.

Llega al lugar de la cita con Cesáreo Gutiérrez Cortés, el parque de los Jardinillos, frente a la estación de ferrocarril, con dieciocho minutos de adelanto, así que le sobra tiempo para recorrer el recinto y adentrarse en el mundo del ir y venir, vías y dependencias anexas: sala de espera, ventanillas de expedición de billetes, librería, cantina y oficina de atención al viajero. De esta última no da fe, pero la intuye necesaria y la sitúa por ello en algún espacio cercano a los lavabos. Acaba el recorrido y se sienta en un banco, porque el regional procedente de León destinado a Madrid llega en ese instante, y un rebullir de viajeros llama su atención. Entra en coloquio con los que descienden de los coches, por el sencillo procedimiento de prestarles la ayuda precisa en el traslado de maletas. Un matrimonio mayor ha de descansar tras el esfuerzo, y Brice pega con ellos la hebra. Tanto, que cuando quiere darse cuenta la hora de la cita ha pasado y treinta minutos le distancian de Cesáreo Gutiérrez Cortés, el escritor autóctono que iba a aleccionarle acerca de la región, y redactarle unas líneas destinadas al editor a quien pueden interesar sus cuentos.

Las gotas del frasco de suero glucosado siguen cayendo pausadamente, carentes de prisa, sobre el cúmulo cerrado en el vasito transparente y estanco, situado a dos centímetros largos de la fuente. Amanece mucho, un sol enorme llena el este de luz, impidiendo que la mirada de Brice se dirija en esa dirección. La mirada de Alfredo Briceño Gómez es —y ya es hora de decirlo— la mirada huera de quien no está en sí mismo.

Nació en Piura, estado, provincia, ciudad y río. Tal vez el río fue primero, y al río le dieron nombre los españoles. Pedro Pizarro —hermano del célebre Francisco, el que murió trazando una cruz con su sangre— informa en un escrito que han llegado a Pirú; lo mismo dice la Crónica Anónima. De Pirúa, Piura; de Pirú, Perú: dicen los entendidos. Nació Brice en la ciudad de Piura, y de las varias etimologías existentes del nombre, se queda con la palabra que en quechua significa troje o granero, porque el quiere provenir de los incas y no de otros indios cualesquiera.

Brice no ha salido jamás de Piura; ni se le terció, ni quiso. Nació donde su madre, en pleno trajín de lavandera, se puso de parto, a la orilla misma del río. En lo poco que fue a la escuela le enseñaron a leer, a escribir y a sacar cuentas sencillas; luego estuvo en la calle haciendo mandados hasta que, ya guambra, medio cari —un mocoso con ínfulas, en realidad— empezó a vivir a su aire. Lo aceptaron como aprendiz en la portería de un edificio de la Avenida Grau, próximo a la Catedral. Tenía catorce años a los que su envergadura sumaba varios más. Un lustro después, como resulta que los muertos requieren sustituto, alto y fuerte, vistió el uniforme que tanto había ambicionado. Entonces tuvo un ayudante al que hizo cómplice de sus fechorías. Consistían éstas en hurtos llevados a cabo dentro de las casas, de las que guardaba las llaves para subir el correo y regar las plantitas.
Visitaba en aquel período la catedral, pues oyó decir que una capa de pan de oro cubría el altar mayor; y de hallarse el tesoro fuera de la iglesia o ser él menos supersticioso, lo hubiera descascarillado para llevárselo. Cruzaba a diario la Plaza de Armas, adornada de tamarindos que dan fresca sombra, y del monumento a la Libertad, llamado «La Pola»; de modo que descubrió la casa museo de Miguel Grau, sus cuatro salas y la biblioteca.

En la pieza reservada a la lectura, devoró libros de temas muy variados que le permitieron viajar sin moverse.
De aquel empleo salió por la puerta falsa para no dar escándalo; y sirviéndose de su propia maña ingresó en la poderosa Administración de Fincas Urbanas. Al principio cobró recibos apoyado en su rostro fiero y su cara de pocos amigos, en su cuerpo desarrollado y en sus descomunales fuerzas. Cumplió los veinticinco en un puesto que no era el suyo, y con los ahorros depositados en la alcancía durante esos años, y el procedente de las rapiñas llevadas a cabo antes de expulsarle de la Avenida Grau, puso un negocio propio del que conocía las enormes posibilidades. Imitó los diplomas que la Administración otorga a quienes pasan los exámenes de Administrador, y situado en el puesto de máximo responsable, contando con su innata deshonestidad, cobró comisiones a los contratistas de obras y a los proveedores de útiles hasta acumular el capital que ahora lo sustenta.

Brice no ha estado jamás en Lima, y menos aún en Europa, España y Palencia. No ha esperado novia, amigo o pariente en toda su vida, cuanto menos a un escritor consagrado como Cesáreo Gutiérrez Cortés. Brice no ha salido jamás de Piura, ni falta que hace; él es un cholo piurano que supo ganarse la vida. Se hizo de sol y de verdes algarrobos; de chicha, de alfajor y de gofio; de tondero y cumanana. Se formó en la calle y en el río, en las picanterías y chicherías; y resultó alegre y burlón. Ya de niño bailaba el tondero como nadie, y de muchacho enamoró con su ritmo a cuantas chinas formaron pareja con él. Se unió a dos comparsas que vio actuar en fiestas, y no hubieron de echarle por desmerecer del conjunto. Una de ellas tenía por nombre «Los diablicos de Huancabamba», y la otra, esa ya de la Costa, el de»Ño Carnavalón».

Brice es un enfermo al que doctores, muy entendidos en lo suyo, tratan sin demasiado éxito en la Clínica de Investigaciones Médicas, un hospital piurano. Lleva tres años postrado en el lecho en estado de coma. Inconsciencia que se prolonga hasta el punto de ignorar que se le murieron los padres, y que los hermanos dejaron de visitarlo hace tiempo, pues no tiene sentido pagar el billete del ómnibus para contemplar a una planta que no se sabe contemplada. Puede que jamás vuelva en sí, y si vuelve, la diferencia no será tanta porque quedará lastrado. Dicen los investigadores que vive una vida interior muy rica, que los granos sembrados con las lecturas pueden estar dando fruto. Dicen y dicen, pero las visitas se van de vacío.
Suele ocurrir al amanecer. En su estado le ilumina el alba, y comprende la incapacidad de comunicación a que está sometido. Se le viene abajo el universo donde se entrevista con personajes admirados, a los que ayuda o de los que recibe apoyo. Al clarear el día intuye que su rica vida interna es solamente fruto de la imaginación, ensanchada de niño por la lectura de enjundiosos libros como el ya nombrado «Del elevado vuelo del halcón», escrito por Cesáreo Gutiérrez Cortés. En esos momentos lúcidos le anegan por dentro unas lágrimas que han de aflorar a fuer de profusas; y pone la cara muy triste para que, quienes observan su evolución, tomen buena nota e informen al doctor que lleva su caso e investiga con él. Pero a esa hora temprana las enfermeras comienzan su inacabable tarea, circular o elíptica si se quiere, y ya están a lo suyo; de modo y manera que las lágrimas de Brice, portadoras de su angustiado mensaje, se vierten una vez más sin ningún resultado práctico.
Del libro «En torno a Valdepero»  en 2003  Autor: Pedro Sevylla de Juana

La poesía es dúctil y maleable: hilos finísimos que vengan y vayan de lo lejos a lo lejos, panes de oro que todo lo recubran vistiéndolo de belleza incontaminada, incontaminable. La poesía es un pozo sin fondo donde todo se acomoda, incluidas las numerosas contradicciones personales del poeta. La poesía es la amiga que en los días claros puede ser amante sin dejar de ser aquella amiga de los días turbios. Aquí van, haciéndolos míos, poemas dispersos de César Vallejo, llevados a la intención ecléctica. Aceptándolos, recibiéndolos en mi casa, habitación de invitados, la mejor de todas; haciéndolos míos: porque en eso consiste mi traducción. Un día de esos tan numerosos y tan grandes de Brasil, me dije al iniciar un traslado de contenido de un idioma al otro: «Voy a inaugurar el alma de un amigo». Hoy sé a quién pertenecía esa alma y quien era ese amigo. Despertar al nacer el sol, avanzar por la mañana de trinos de ruiseñores y calandrias; de chozpidos de gatos solitarios y caballos domesticados; subir las cuestas de los páramos para ver un tramo llano del curso del río Nubis, la tierra parda verdeando en primavera de trigales, el azul del cielo manchado de blanco. Llovía aquella noche, y aún llueven pétalos de rosa transformados en colibríes. Todo lo veía el Cóndor andino desde arriba, y así me lo contó, tal que lo escribo, escribano, a su dictado.

 

Los Heraldos Negros
Poema de César Vallejo

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé.

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes … Yo no sé!

 

Os arautos negros
Poema de César Vallejo
Tradução: Pedro Sevylla de Juana

Há golpes na vida, tão fortes… Eu não sei.
Golpes como do ódio de Deus; como se diante eles,
a ressaca de todo o suportado
se empoçara na alma… Eu não sei.

São poucos; mas são… Abrem valetas escuras
no rosto mais feroz e no lombo mais forte.
Serão talvez os potros de bárbaros átilas;
ou os heraldos negros que nos envia a Morte.

São as quedas fundas dos Cristos da alma,
de alguma fé adorável que o Destino blasfema.
Esses golpes sangrentos são as crepitações
de algum pão que na porta do forno se nos queima.

E o homem… Coitado… infeliz! Volta os olhos, como
quando sobre o ombro nos chama uma palmada;
volta os olhos loucos, e todo o vivido
se empoça, como um charco de culpa, na mirada.

Há golpes na vida, tão fortes … Eu não sei!

 

Nervazón de Angustia
Poema de César Vallejo

Dulce hebrea, desclava mi tránsito de arcilla;
desclava mi tensión nerviosa y mi dolor….
Desclava, amada eterna, mi largo afán y los
dos clavos de mis alas y el clavo de mi amor!

Regreso del desierto donde he caído mucho;
retira la cicuta y obséquiame tus vinos:
espanta con un llanto de amor a mis sicarios,
cuyos gestos son férreas cegueras de Longinos!

Desclávame mis clavos ¡oh nueva madre mía!
¡Sinfonía de olivios, escancia tu llorar!
Y has de esperar, sentada junto a mi carne muerta,
cuál cede la amenaza, y la alondra se va!

Pasas… vuelves… Tus lutos trenzan mi gran cilicio
con gotas de curare, filos de humanidad,
la dignidad roquera que hay en tu castidad,
y el judithesco azogue de tu miel interior.

Son las ocho de una mañana en crema brujo….
Hay frío….Un perro pasa royendo el hueso de otro
perro que fue….Y empieza a llorar en mis nervios
un fósforo que en cápsulas de silencio apagué!

Y en mi alma hereje canta su dulce fiesta asiática
un dionisiaco hastío de café….!

Nervura de Angústia
Poema de César Vallejo
Tradução de Pedro Sevylla de Juana

Doce hebraica, desprega meu trânsito de argila;
desprega minha tensão nervosa e minha dor….
Desprega, amada eterna, meu longo afã e os
dois pregos de minhas asas e o prego de meu amor!

Regresso do deserto onde desci muito;
retira a cicuta e obsequia-me teus vinhos:
espanta com um pranto de amor a meus sicários,
cujos gestos são férreas cegueiras de Longinos!

Desprega meus pregos ¡oh nova mãe minha!
Sinfonia de oliveiras, escanceia teu chorar!
E tens de esperar, sentada junto a minha carne morta,
qual cede a ameaça, e a calandra se vai!

Passas… voltas… Teus lutos entrançam meu grande cilício
com gotas de curar, fios de humanidade,
a dignidade roqueira que há em tua castidade,
e o judithesco azougue de teu mel interior.

São as oito duma manhã em creme bruxo….
Há frio….Um cão passa roendo o osso de outro
cão que foi….E começa a chorar em meus nervos
um fósforo que em cápsulas de silêncio apaguei!

E em minha alma herege canta sua doce festa asiática
um dionisíaco fastio de café….!

El poeta a su amada
Poema de César Vallejo

Amada, en esta noche tú me has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernesanto más dulce que ese beso.

En esta noche rara que tanta me has mirado,
la Muerte he estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos dormiremos, como dos hermanitos.

O poeta à sua amada
Poema de César Vallejo
Tradução de Pedro Sevylla de Juana

Amada, nesta noite tu me crucificaste
sobre os dois madeiros curvados de meu beijo;
e tua pena me disse que Jesus tem chorado,
e que há uma sextasanta mais doce que esse beijo.

Nesta noite rara que tanta me olhaste,
a Morte esteve alegre e cantou em seu osso.
Nesta noite de setembro tem-se oficiado
minha segunda queda e o mais humano beijo.

Amada, morreremos os dois juntos, muito juntos;
se irá secando a pausas nossa excelsa amargura;
e terão tocado a sombra nossos lábios defuntos.

E já não terão reproches teus olhos benditos;
nem voltarei a te ofender. E numa sepultura
os dois dois dormiremos, como dois irmãozinhos.

Verano
Poema de César Vallejo

Verano, ya me voy. Y me dan pena
las manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo;
y ya no encontrarás en mi alma a nadie.

¡Verano! y pasarás por mis balcones
con gran rosario de amatistas y oros,
como un obispo triste que llegara
de lejos a buscar y bendecir
los rotos aros de unos muertos novios.

Verano, ya me voy. Allá, en setiembre
tengo una rosa que te encargo mucho;
la regarás de agua bendita todos
los días de pecado y de sepulcro.

Si a fuerza de llorar el mausoleo,
con luz de fe su mármol aletea,
levanta en alto tu responso, y pide
a Dios que siga para siempre muerta.
Todo ha de ser ya tarde;
y tú no encontrarás en mi alma a nadie.

Ya no llores, Verano! En aquel surco
muere una rosa que renace mucho…

Verano
Poema de César Vallejo
Tradução de Pedro Sevylla de Juana

Verão, já me vou. E me dão pena
as mãozinhas submissas de tuas tardes.
Chegas devotamente; chegas velho;
e já não encontrarás em minha alma a ninguém.

Verão! e passarás por meus balcões
com grande rosário de ametistas e ouros,
como um bispo triste que chegasse
de longe a procurar e abençoar
os rompidos aros duns mortos noivos.

Verão, já me vou. Lá, em setembro
tenho uma rosa que te encarrego muito;
a regarás de água bendita todos
os dias de pecado e de sepulcro.

Se a força de chorar o mausoléu,
com luz de fé seu mármore adeja,
levanta em alto teu responso, e pede
a Deus que siga para sempre morta.
Todo tem de ser já tarde;
e tu não encontrarás a ninguém na minha alma.

Já não chores, Verão! Naquele sulco
morre uma rosa que renasce muito…

 

Nostalgias imperiales
Poema de César Vallejo

I
En Los paisajes de Mansiche labra
imperiales nostalgias el crepúsculo;
y lábrase la raza en mi palabra,
como estrella de sangre a flor de músculo.

El campanario dobla… No hay quien abra
la capilla… Diríase un opúsculo
bíblico que muriera en la palabra
de asiática emoción de este crepúsculo.

Un poyo con tres patas, es retablo
en que acaban de alzar labios en coro
la eucaristía de una chicha de oro.

Más allá de los ranchos surge al viento
el humo oliendo a sueño y a establo,
como si se exhumara un firmamento.

 

Nostalgias imperiais
Poema de César Vallejo
Tradução de Pedro Sevylla de Juana

Nas paisagens de Mansiche lavra
imperiais nostalgias o crepúsculo;
e se lavra a raça em minha palavra,
como estrela de sangue para flor de músculo.

O campanário dobra… Não há quem abra
a capela… Se diria um opúsculo
bíblico que morresse na palavra
de asiática emoção deste crepúsculo

Um poial com três patas, é retábulo
em que acabam de alçar lábios em coro
a eucaristia duma chicha de ouro.

Para além dos ranchos surge ao vento
a fumaça cheirando a sonho e a estábulo,
como se se exumara um firmamento.

 

Los dados eternos
Poema de César Vallejo

Para Manuel González Prada, esta emoción
bravía y selecta, una de las que, con más entusiasmo,
me ha aplaudido el gran maestro.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado.
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios míos, y esta noche sorda, obscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

Os Dados Eternos
Poema de César Vallejo
Tradução de Pedro Sevylla de Juana

Para Manuel González Prada, esta emoção bravia
e seleta, uma das que, com mais entusiasmo,
me aplaudiu o grande mestre.

Deus meu, estou chorando o ser que vivo;
me pesa ter te tomado teu pão;
mas este pobre varro pensativo
não é crosta fermentada em teu custado:
tu não tens Marias que se vão!

Deus meu, se ontem tivesses sido homem,
hoje soubesses ser um Deus;
mas tu, que estiveste sempre bem,
não sentes nada de tua criação.
E o homem sim te sofre: o Deus é ele!

Hoje que em meus olhos bruxos há candeias,
como num condenado,
Deus meu, acenderás todas tuas velas,
e jogaremos com o velho dado.
Talvez ¡oh jogador! ao dar a sorte
do universo tudo,
surgirão as olheiras da Morte,
como duas ases fúnebres de lodo.

Deus meus, e esta noite surda, escura,
já não poderás jogar, porque a Terra
é um dado roído e já redondo
a força de rodar à aventura,
que não pode parar senão num oco,
no oco de imensa sepultura.

Poema XV de
España, aparta de mí este cáliz
Autor: César Vallejo

Niños del mundo,
si cae España —digo, es un decir—
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra madre con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!

Si cae —digo, es un decir— si cae
España, de la tierra para abajo,
niños ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!

Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
en su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera, aquella de la trenza;
la calavera, aquella de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menos de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae —digo, es un decir—,
salid, niños, del mundo; id a buscarla!…

Poema Quince de
España Aparta de mí este cáliz
Autor: Cesar Vallejo
Tradução de Pedro Sevylla de Juana

Meninos do mundo,
se cai Espanha —digo, é um dizer—
se cai
do céu abaixo seu antebraço que asem,
em cabresto, duas lâminas terrestres;
meninos, ¡que idade a das têmporas côncavas!
que cedo no sol o que vos dizia!
que cedo em vosso peito o ruído idoso!
que velho vosso 2 no caderno!

Meninos do mundo, está
a mãe Espanha com seu ventre a custas;
está nossa mãe com suas férulas,
está mãe e mestre,
cruz e madeira, porque vos deu a altura,
vertigem e divisão e soma, meninos;
está com ela, pais processuais!

Se cai —digo, é um dizer— se cai
Espanha, da terra para abaixo,
Meninos, como vais cessar de crescer!
como vai castigar no ano ao mês!
como vão se ficar em dez os dentes,
em graveto o ditongo, a medalha em pranto!
Como vai o cordeirinho a continuar
atado pela pata ao grande tinteiro!
Como vais baixar as arquibancadas do alfabeto
até a letra em que nasceu a pena!

Meninos,
filhos dos guerreiros, entre tanto,
baixem a voz que Espanha está agora mesmo repartindo
a energia entre o reino animal,
as florzinhas, os cometas e os homens.
Baixem a voz, que está
em seu rigor, que é grande, sem saber
que fazer, e está em sua mão
a caveira, aquela da trança;
a caveira, aquela da vida!

Baixem a voz, digo-vos;
baixem a voz, o canto das sílabas, o pranto
da matéria e o rumor menos das pirâmides, e ainda
o das têmporas que andam com duas pedras!
Baixem o alento, e se
o antebraço baixa,
se as férulas soam, se é a noite,
se o céu cabe em dois limbos terrestres,
se há ruído no som das portas
se demoro,
se não vedes a ninguém, se vos assustam
os lápis sem ponta, se a mãe
Espanha cai —digo, é um dizer—,
saiam, meninos, do mundo; vão a procurar!…

Poema Catorce ¡Cuídate, España…!
Autor: César Vallejo

¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la República!
¡Cuídate del futuro!…

Poema Catorce ¡Cuídate España!
Autor: César Vallejo
Traductor: Pedro Sevylla de Juana

Cuida-te, Espanha, da tua própria Espanha!
Cuida-te da fouce sem o martelo,
cuida-te do martelo sem a fouce!
Cuida-te da vítima apesar seu,
do verdugo apesar seu
e do indiferente apesar seu!
Cuida-te do que, dantes de que cante o galo,
te negara três vezes,
e do que te negou, depois, três vezes!
Cuida-te das caveiras sem as tíbias,
e das tíbias sem as caveiras!
Cuida-te dos novos poderosos!
Cuida-te do que come teus cadáveres,
do que devora mortos a teus vivos!
Cuida-te do leal cento por cento!
Cuida do céu mais cá do ar
e cuida do ar para além do céu!
Cuida-te dos que te amam!
Cuida-te de teus heróis!
Cuida-te de teus mortos!
Cuida-te da República!
Cuida-te do futuro!…

Traducción de Pedro Sevylla de Juana
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Entrevista a César Vallejo
del español César González Ruano,
publicada en el Heraldo de Madrid el 27 de enero de 1931

Los americanos de París:
El poeta César Vallejo, en Madrid

Trilce, el libro para el que hizo falta inventar
la palabra de su título

Alguna vez escribiré un libro titulado Jefe de andenes, para acusar recibo de todos los grandes, pequeños y medianos hombres que vienen a «L’Espagne”. En estos días, dos poetas: después de Vicente Huidobro, que quedó reseñado en nuestro Heraldo, César Vallejo, peruano de raza, pasado por París.
Tenía viva curiosidad por conocer a este César Vallejo. «Ciap” ha lanzado hace poco una reedición de Trilce, su libro de poemas, que era ya famoso en los nuevos decamerones.
Y he aquí que se produce el milagro kilométrico, porque el viaje de un poeta siempre tiene mucho de milagro y anuncian en las ciudades los cambios de temperatura, por consonancia con la literatura. ¡Conmovedor!

Ha llegado el indefinible Vallejo. Yo recuerdo unas palabras del nuevo libertador de América, Carlos Mariátegui, que nos explicaba cómo el ultraísmo, el creacionismo, el superrealismo y todos los “ismos” son elementos anteriores en él, dentro del panorama de su sueño; elementos, en suma, que no permiten catalogarle tampoco en ninguna escuela. Así lo creo yo también. Asombra su autoctonismo y los lejanísimos mares, las remotas palabras que le sirven a este hombre, desinteresado de partidos político literarios, para construir su poema con el mismo sentido personal y directo que las flores producen su olor. César Vallejo aprisiona en Trilce la precisión como principal elemento poético. Sus versos me dieron, cuando lo conocí, la impresión de una angustia sin la cual no concibo al verdadero poeta. Su desgarramiento por lograr la verdad -su verdad- me pareció terrible.

A otra cosa y otra cosa: la gracia de su cultura. Desde la primera poesía comprendí que no era el montañés peruano que me querían presentar algunos, creyendo favorecerle con la simulación de un poeta adánico, cazado en lazo de auroras en la serranía donde él comía soles, ignorando que sus zapatos eran de charol. No, no ¡No! Yo veía en él las conchas de la experiencia, la cultura del sufrimiento, la fosfatina poética convertida en la mermelada del hombre de los grandes hoteles de la tierra, que sabe que la luna no tiene nada que ver con la Luna de Montparnasse. Un hombre, en fin, que sabía pelar la naranja de sus versos sin poner los dedos en ella.

He aquí que ahora, traído por el gran Pablo Abril de Vivero, el fundador de Bolívar, el excelente escritor, a cuya labor americana en España se debe mucho más de lo que se aprecia, que tengo frente a mí a César Vallejo. ¿Cómo es César Vallejo?

Duros y picudos soles le han acuchillado el rostro hasta dejarlo así: finamente racial, como el de un caballerito criollo de Virrey nato, que con espuela de plata fuera capaz de hacer correr al caballo de Juanita y espantarle el Rívoli. Mazos de pensamiento sacaron su frente y hundieron sus ojos, a los que la noche daba el kool de quienes suspiran más hacia dentro que los demás. Este hombre, muy moreno, con nariz de boxeador y gomina en el pelo, cuya risa tortura en cicatrices el rostro, habla con la misma precisión que escribe, y no os espantará demasiado si os juro que en el café se quita el abrigo y lo duerme en la percha.

—César Vallejo, ¿a qué viene usted?
—Pues a tomar café.
—¿Cómo empezó a tomar café en su vida?
—Publiqué mi primer libro en Lima. Una recopilación de poemas: Heraldos Negros. Fue el año 1918.
—¿Qué cosas interesantes sucedían en Lima en ese año?
—No sé… Yo publicaba mi libro…, por aquí se terminaba la guerra… No sé.
—¿Qué tipo de poesía hizo usted en sus Heraldos Negros?
—Podría llamarse poesía modernista. Encajaban, sí, en un modernismo español, en un sentido tradicional con lógicas incrustaciones de americanismos.
—¿Recuerda usted…?
Es Abril quien la recuerda:

Qué estará haciendo ahora mi andina y dulce Rita,
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita la sangre,
como flojo coñac, dentro de mí.

Lo ha recitado César Vallejo mal, muy mal; pero no tan mal que yo no aprecie las excelencias de esta estrofa, que revela -y más si se la mira con el sentido histórico de su fecha- un auténtico poeta. En ella veo, por lo pronto…

—Veo por de pronto, amigo Vallejo, algo importantísimo en un poeta y sin cuya condición no me interesan ni los poetas ni los prosistas ni las locomotoras; la precisa adjetivación: «flojo coñac”.

—La precisión -dice Vallejo- me interesa hasta la obsesión. Si usted me preguntara cuál es mi mayor aspiración en estos momentos, no podría decirle más que esto: la eliminación de toda palabra de existencia accesoria, la expresión pura, que hoy mejor que nunca habría que buscarla en los sustantivos y en los verbos… ¡ya que no se puede renunciar a las palabras!…

—En Trilce, por ejemplo, ¿puede citarme algún verso así?

—Vallejo busca en su libro que yo he traído al café, y elige lo siguiente:

La creada voz rebelase y no quiere
ser malla, ni amor.
Los novios sean novios en eternidad.
Pues no deis 1, que resonará al infinito.
Y no deis 0, que callará tanto, hasta despertar y poner en pie al 1.

—Muy bien. ¿Quiere usted decirme por qué se llama su libro Trilce? ¿Qué quiere decir Trilce?
—Ah, pues Trilce no quiere decir nada. No encontraba, en mi afán, ninguna palabra con dignidad de título, y entonces la inventé: Trilce. ¿No es una palabra hermosa? Pues ya no pensé más: Trilce.
—¿Cuándo llega usted a Europa, a París, Vallejo?
—En 1923, con Trilce publicado el año anterior.
—¿Usted no conocía a los modernos poetas franceses?
—Ni a uno. El ambiente de Lima era otro. Había alguna curiosidad; pero concretamente yo no me había enterado de muchas cosas.
—¿Cómo pudo usted hacer ese libro entonces, ese libro que, incluso como poesía verbalista, pregona conocimientos de toda clase?
—Me di en él sin salto desde los Heraldos Negros. Conocía bien los clásicos castellanos… Pero creo, honradamente, que el poeta tiene un sentido histórico del idioma, que a tientas busca con justeza su expresión.
—¿Qué gente conocía usted en París?
—Poca. Desde luego no busqué escritores. Después encontré a un chileno, Vicente Huidobro, y a un español, Juan Larrea.

(Séame aquí permitido recordar a Juan Larrea, poco o nada conocido de nadie. Gran poeta nuevo. Le conocí en el Archivo Histórico Nacional, donde era archivero. Un día se despidió, abandonó la carrera y dijo que iba a hacer poesía pura a París. Dos o tres años. Se fue a París, diciendo que se iba a hacer poesía pura, y se metió en un pueblo peruano, donde, naturalmente, no se le había perdido nada. Dos años de soledad, de aislamiento. Nunca quiso publicar sus versos. Un día se cansará definitivamente, y diciendo que se va a hacer poesía pura, llegará al limbo de los buenos poetas, donde ángeles desplumados tocan violines de sueño. ¡Gran Larrea!)

—Para terminar, amigo Vallejo, ¿obras inéditas?
—Un drama escénico: Marnpar. Un nuevo libro de poesía.
—¿Qué título?
—Pues… Instituto Central del Trabajo.
César González Ruano Heraldo de Madrid 27 Enero 1931
www.portalperu.pe

 

 

 

Cesar Vallejo y Georgette Philippart

 

 

CÉSAR VALLEJO (1892-1938) Por Georgette de Vallejo, su esposa

Decimosegundo hijo de la familia Vallejo Mendoza, César Abraham Vallejo, nace en marzo de 1892, en Santiago de Chuco (3,500 metros de altitud) más gran aldea que ciudad de la cordillera peruana.
Alumno remarcable, será brillante estudiante.

En 1910: Parte para Trujillo (4 días de viaje a caballo) y se inscribe en la Facultad de Filosofía y Letras.
En 1911: La idea de hacerse médico lo lleva a Lima, pero pronto renuncia a la carrera médica y vuelve a Trujillo. Poco después entra a trabajar en la hacienda «Roma» (producción azucarera) de la que «saldrá marcado». . . y es que si el joven Vallejo está favorecido por un tratamiento reservado sólo a los empleados superiores y con un salario satisfactorio no puede sin embargo, no ver ni oír cuando apenas clarece el alba, llegar los peones (cerca de 4,000) en el inmenso patio y ahí ponerse en fila para pasar lista, y salir para los campos de caña, donde se extenuarán hasta el sol poniente, con un puñado de arroz como alimento. No puede asimismo saber que todos no son más que pobres criaturas salvajemente capturadas por siniestros enganchadores, y cobardemente retenidas por vida con el alcohol que, dominicalmente y a sabiendas se les vende a crédito. Irremediablemente endeudado vuelto en pocas semanas, insolvente su deuda, cubriendo rápidamente un número de daños superior al que va a vivir el peón tendrá que garantizar su deuda con esto que sólo le queda: sus hijos, nacidos o por nacer. . . Se comprende que el recuerdo de la hacienda «Roma» haya sido durable en un ser que como Vallejo, le obsesionaba la injusticia social

En 1913: Renuncia a su empleo en la hacienda y nuevamente regresa a Trujillo. Con el año, que se abre, reanuda sus estudios (Letras y paralelamente estudios de Derecho) y consigue un puesto de profesor de colegio.  El primer éxito que consigue Vallejo con su tesis «El Romanticismo en la Poesía Española» es completo. Rápidamente es adoptado por los intelectuales y artistas quienes, muy numerosos, forman un grupo inquieto, turbulento y audaz, cuya bohemia no es en Vallejo sino un hábito, publica sus primeros versos de origen didáctico imponiéndose (él) poco por el dinamismo y los rasgos humorísticos de su fuerte personalidad intelectual y artística.

En 1917: Deja Trujillo por la capital dejando en esa un recuerdo profundo mezclado de un sentimiento de frustración. Un block de poemas compone todo su bagaje.

En 1918: Triste e incolora llegada a Lima. Reacio a toda idea de economía, los algunos recursos traídos de Trujillo pronto se han agotado. Sin embargo, ya un tanto conocido en el medio intelectual entra en contacto con los periódicos y revistas que le publican uno que otro poema, consiguiendo, por otra parte y a tiempo, un puesto de director de colegio. Con el proyecto de conseguir el doctorado de Letras y de Derecho, prosigue sus estudios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Pero ya ha llevado su primer poemario al impresor.

En el mes de agosto de ese mismo año, muere su madre, en Santiago de Chuco: poemas no a su madre, sino a «la» madre, una, universal.
Aun habiendo impreso su primer libro quedará estancado por largos meses, en la espera de un prólogo que Valdelomar, muy en vista en aquella época, le ha prometido. Es finalmente que «Los Heraldos Negros» aparecerán no en 1918 como lo indica la edición sino en 1919 sin el prólogo tan esperado. Elogios entusiastas y primeros dardos.

1920: En agosto sale para Santiago de Chuco pasando por Huamachuco, pronunciando una conferencia que produce escándalo, pero ahí llega sólo para verse mezclado en un sangriento conflicto local que degenera en incendio. En un impulso, bien característico de Vallejo se dirige en conciliador a los lugares del atentado. Su sola presencia le denuncia en el concepto de las autoridades, tan parciales como incompetentes. Acusado por incendiario y disturbios políticos con 19 mas, está buscado y detenido el 6 de Noviembre. Será absuelto y liberado el 26 de Febrero siguiente (1921).

1922: En junio Vallejo participa en un concurso cuyo premio gana con «Más allá de la vida y la muerte» que le permite hacer imprimir su segundo volumen de poemas «Trilce» entre cayos versos muchos han sido escritos en la carcel de Trajino y que aparecen cuando Chocano culmina según él mismo como el «Walt Whitman del Sur». . . Un solo testimonio favorable: el prólogo de la más ferviente admiración de Antenor Orrego y un comentario: el de L.A Sánchez que expresa con asombro…. ¿Porqué Vallejo ha escrito «Trilce»? . ha lanzado un libro incomprensible y estrambótico. Y vuelve a preguntarse: «Pero ¿por qué habrá escrito «Trilce» Vallejo?, obra que será medio siglo mas tarde objeto de un insuperable estudio de 565 páginas, por el Dr. Neale-Silva: Chileno catedrático de la Universidad de Wisconsin.

En 1923: Aparecen «Fabla salvaje» y «Escalas melografiadas». En junio, Vallejo que proyecta su evasión desde 1920 y, sobre todo, desde la aparición de ‘Trilce», se embarca para Europa, con una moneda de 500 soles, un águila de oro anudada en su pañuelo. Ignorando el idioma, sin recursos ni relaciones y sin sombra de perspectivas, llega en julio a Paris, un viernes 13. Dos años va a pasar una vida de duras penurias hasta escapando con las justas de la muerte debida a una hemorragia consecutiva a una intervención quirúrgica.

En 1924: Muerte de su padre de la que se entera, en París, por los periódicos. Un escultor de Costa Rica, Max Jiménez le deja su «atelier» de la calle Vercingétorix, aliviándole aunque muy relativamente, su apremiante situación económica. Sus relaciones sin embargo se extienden. Viene a conocer al escultor José de Creft quien expone tres perfiles de Vallejo.
Conoce a Juan Gris estableciéndose entre ambos una grata amistad que cortará en 1927 la muerte prematura del gran pintor a la edad de 40 años y más tarde conoce al hijo de Jongkind y a Waldo Franck. Y al azar de los años y más o menos de paso, conocerá a Lipchitz, Unamuno, Dullin, Barrault, Tzara, Desnos, Portinari, entre otros (más entrevistas con personalidades como Gosset, Maiakovski, Reinhardt, Meyerhold, como lo indica su labor periodística).

En 1925: En mayo se funda en Paris la empresa «Los grandes periódicos iberoamericanos», en la que consigue el puesto de secretario.
Poco después emprende una serie de artículos para las revistas «Variedades» y «Mundial» de Lima, colaboraciones que se proseguirán hasta 1930. Por otra parte, obtiene por Pablo Abril de Vivero, una beca otorgada por el gobierno español (unas 300 pesetas mensuales) y en octubre viaja por primera vez a España. Por asegurada que esté su situación material – aunque relativamente- Vallejo experimenta un estado persistente de inestabilidad y de descontento de si mismo cuya causa no reside en su temperamento en extremo angustiado y apenas diferenciable en realidad del estado de crisis permanente a grado variable. sino en alguna laguna personal de orden moral. Vallejo quien como periodista tiene entrada a los teatros, conciertos, exposiciones y frecuenta por lo demás los cafés en boga exclama en el primer semestre de 1927: «Todo esto no es ni yo ni mi vida».

1927: Seria difícil admitir en que aquella época, Vallejo, quien va a tener 35 años, aún busca y se busca para sí solo. No. En abril, renuncia a su empleo de secretario en «Los grandes periódicos…» En septiembre, renuncia a su beca del gobierno español. Vallejo medita, se interroga. ¿hacia dónde va? ¿Cuál es su contribución humana a la vida de los hombres? Inquietud definida; primeros síntomas de la profunda crisis que pronto le afectará gravemente (1927 – 1928). Crisis moral de la conciencia indubitablemente, ya que es a raíz de ella que Vallejo entrevé haber detectado la causa de su agudo malestar: el alejamiento y la ignorancia de los problemas que más atormentan a la humanidad avasallada y sufrida en la cual vive. No obstante, se resiste a ver en el marxismo la solución de tan numerosos males secularmente pretendidos insolubles e irremediables, aunque, por otra parte, sospecha y presiente que un sistema enteramente nuevo, y no por azar unánimemente rechazado por los explotadores y los prepotentes, ha de implicar necesaria e ineludiblemente algún mejoramiento por primera vez real, palpable, fundamental para las masas trabajadoras y frustradas. Primeros estudios de observación del marxismo.

1928: El año no se abre con gratas perspectivas; Vallejo mismo con una lucidez conforme a su ética ha destruído el mínimo de seguridad tan duramente conseguido. Pronto muy seriamente enfermo tiene que retirarse a los alrededores de Paris para poder restablecerse, físicamente al menos. Transcurre el Verano. Más o menos repuesto en vísperas del otoño, y provisto de algunos conocimientos marxistas parte en octubre para la Unión Soviética. En noviembre está de vuelta en Paris. A fines de diciembre, ruptura con el Aprismo del que había sido sólo simpatizante y crea en Paris la célula marxista peruana. Julio 1923/24 – 1929 es la etapa artística de «Poemas en Prosa» «Contra el secreto profesional» y «Hacia reino de los Sciris», y es el período, aún apolítico, en que surge y se define con su primer viaje a la Unión Soviética (Oct.) la evolución ideológica revolucionaria de Vallejo.

1929-1930: Estudio profundizado del marxismo. Su ideología se cristaliza, trascendente, definitiva, afirmándose luego el militante, dentro del marxismo mas no dentro del comunismo. Octubre de 1929; segundo viaje a la U.R.S.S. A su vuelta inicia «El arte y la revolución», «Moscú contra Moscú» (obra teatral), más tarde intitulada «Entre dos orillas corre el río». No escribe poemas… En mayo de 1930 pasa un mes en España, donde concluye la segunda edición de «Trilce». El 2 de diciembre, está declarado como «indeseable» y expulsado del territorio francés. El 30 de Diciembre de 1930, parte para España.

1931: Situación material difícil en extremo. Trabajo intensivo como nunca antes. En el curso del año, asiste a la proclamación de la República (ni providencialmente ni solidario o entusiasta, contrariamente a lo que se ha asegurado) sino en perfecta indiferencia, no exenta de amargura, «Una revolución sin efusión de sangre -y la experiencia lo confirma- no es una revolución», afirma y mantiene Vallejo.
Pese a ello, se inscribe al Partido Marxista Español, enseña las primeras nociones del marxismo a estudiantes obreros simpatizantes. Para remediar la precariedad material que le apremia traduce tres obras de escritores franceses. Escribe y logra publicar «El tungsteno’ novela proletaria emergida de la Hacienda «Roma»… «Rusia en 1931», el éxito editorial mayor después de «Sin novedad en el frente» de Erich Remarque, tres ediciones en cuatro meses. Sobre pedido escribe «Paco Yunque», un cuento para niños que el editor rechaza por «demasiado triste»…

En octubre de ese mismo año de 1931, tercer y último viaje a la Unión Soviética, donde roza la muerte por segunda vez desde su llegada a Europa, a unos cinco metros de un grave accidente del trabajo. El 30 está de vuelta. En grave situación material Vallejo, para resolver su problema económico, procura colocar «Moscú contra Moscú». Rechazado.
Presenta «El arte y la revolución». Rechazado. Presenta otra pieza de teatro, «Lock out». Rechazado. Propone «Rusia contra el segundo plan quinquenal». Rechazado. Apenas emprendido y pese al reciente e innegable éxito de «Rusia en 1931». Pese a la calurosa ayuda de Carcia Lorca que le acompaña en todas sus gestiones, todas las tentativas fracasarán por la violencia e ideología de sus obras. Vallejo que había esperado mucho de su teatro, queda desconcertado. Decide su regreso a Francia y dejó España el 11 de Febrero de 1932.

1932. Tercera y última etapa en la trayectoria literaria de Vallejo. Etapa de «Poemas Humanos», «Colacho hermanos», «España aparta de mi este cáliz» y «La piedra cansada» «Poemas humanos» han nacido en la inmensa y lejana Unión Soviética con unas estrofas que escribe en el curso de su tercer viaje. Y se proseguirán algunos meses después con su llegada a Paris en febrero de 1932 hasta el 21 de noviembre de 1937.
Paralelamente, en ningún momento se desvincula de los acontecimientos sociopolíticos. Aunque sólo «tolerado en territorio francés donde regresó clandestinamente asiste a una de las más peligrosas manifestaciones de aquella época contra «Las cruces de fuego» (partido de ultra derecha) con el riesgo de una nueva expulsión, irremediable ya ésta, ya que no podría regresar o de su muerte por las balas fascistas en la Plaza de la Concordia.
Mas el tiempo transcurre y sus poemas se acumulan en el cajón, donde desde 1928, yacen «Poemas en Prosa». «A qué escribir poemas», exclama un día Vallejo, «¿Para qué y para quién? ¿Para el cajón?». . . Y leeremos después de su muerte. «Y, ya no puedo más con tanto cajón. . . «

A principios de 1935 se decide sin embargo a proponer una selección de sus versos a un editor de Madrid quien aceptará la propuesta. Por extraña adversidad no le llegará la respuesta afirmativa a Vallejo -quien no insistía jamás- hasta que estuvo declarada la guerra civil en España.

En 1936 Vallejo se resuelve políticamente a un «reposo forzado» diremos debido a la intransigencia que él opone a lo que llama «las medias tintas». Entre otras divergencias no podrá admitir un «frente popular». Pero la guerra civil surge en España (Julio 36) y ante la magnitud del acontecimiento, Vallejo depone toda discrepancia, colaborando de inmediato en la creación de «Comités de Defensa», meetings, colectas de fondo, emprende una serie de artículos en los que denuncia lo inicuo de la no-intervención, sólo provechosa al fascismo no tanto franquista que internacional. Mas el desarrollo en los acontecimientos aumentan su inquietud, y parte para Barcelona y Madrid en diciembre. El 31 está de regreso en Paris. Sus presentimientos no le han engañado y la angustia lo aparta de su obra poética. Llevado sin duda y a pesar suyo por una esperanza irreductible, prosigue sin embargo sus artículos contra el fascismo.

Observa cómo la red de la pretendida no-intervención se cierra sobre el pueblo asesinado. El 2 de Julio, en un congreso internacional de escritores antifascistas parte nuevamente para España. Vallejo es nombrado delegado del Perú. Regresó el 12 del mismo mes.
Durante el mes de Setiembre bruscamente surge de Vallejo el monólogo de meses interminables, en alrededor de 80 días escribe 25 poemas, los últimos de «Poemas Humanos» es a la misma España que dirige su plegaria y el exceso de su desesperación, «España, aparta de mi este cáliz».
Durante diciembre escribe «La piedra cansada». El 31, al abrirse 1938, en Vallejo se ha quebrado extrañamente el poeta y el escritor.

1938: El domingo 13 de marzo, se tiende después del almuerzo para reposar un instante. Al día siguiente tiene fiebre. . . carece totalmente de apetito. . . amigos médicos compatriotas suyos le visitan recetándole una que otra pastilla sin tratarlo propiamente -Vallejo está mucho más grave de lo que ellos creen-. Paternal, pero despreocupado, Arias Schreiber, entre otros, exclama: ¡Nunca se hubiera visto morir a un hombre que sólo está cansado! Alertado por el Dr. Porras, por entonces delegado a S.D.N. la legación peruana en París decide el traslado de Vallejo a una clínica.

Durante dos días Vallejo rechaza este traslado: «Si esto me compromete». El 24 de marzo sin embargo, acepta por fin esta angustiosa pero imprescindible solución, y el médico Lejard, médico del ministro Calderón queda designado como único médico ejecutivo de Vallejo, quien tampoco atribuye mayor gravedad al estado de su paciente, quien por suprema desgracia «le cae mal»…. Tendido en su último lecho, no habrá quien se sienta suficientemente garantizado por la genialidad de Vallejo, la que nacerá póstumamente, como para arriesgar unos 2 o 3 mil francos (de los antiguos ) para salvarle la vida. Después de dura agonía muere Vallejo el viernes santo, 15 de abril de 1938, a las 9 y 20 de la mañana.
Sólo más tarde se sabrá que Vallejo sucumbió a un muy viejo paludismo reaparecido después de 20 ó 25 años, a consecuencia de un estado general debilitado.
https://www.los-poetas.com/b/biovalle.htm

Georgette de Vallejo, llamada Georgette Marie Philippart Travers (París, 1908-Lima, 1984), escritora y poeta francesa, esposa de César Vallejo. Tras la muerte de su esposo en 1938, conservó sus manuscritos, salvándolos de la desaparición durante la ocupación alemana de París. Luchó durante el resto de su vida por difundir el legado vallejiano. Gracias a su fervorosa dedicación, la obra literaria de Vallejo tiene ahora difusión mundial; y César Vallejo es reconocido como poeta universal.

Georgette de Vallejo

 

Entrevista a Georgette de Vallejo
Por Ernesto González Bermejo

El 24 de abril de 1976, en el número 691, la revista española Triunfo publica una entrevista a Georgette de Vallejo. “Como una estela de tu muerte”. Georgette tiene 68 años, es viuda desde hace 38 años, vive en el Perú desde hace 25 años y cuenta algunos aspectos de su vida con el poeta; cómo se conocieron y una vez más, sale en defensa de su marido, desmintiendo incansablemente la imagen de un César Vallejo en París, bohemio, pidiendo siempre dinero prestado y casi muriéndose de hambre.

Cuando la puerta se abre, entro al pasado, un tiempo detenido, con el olor de los gladiolos marchitos. Dos gatos simétricos duermen sobre un librero. Las paredes grises y desnudas, -sólo una foto del `Ché’ con los ojos abiertos a la muerte- y las bocinas y las voces de la avenida Arequipa, que se apagan contra las ventanas cerradas. Un texto en el muro, sobre una mesa: ¿Volverás a París? ¿A París? “Yo nunca he dejado París.

“Fuimos dos paralelas con Vallejo; nunca lo comprendí completamente”. El cerquillo sobre la frente, un poco colegial: los ojos claros, desorbitados, la mirada fija. Un rostro que fue bello, dignamente ajado. “No, no hay aquí ningún recuerdo de Vallejo desde que nos separamos, mucho tiempo después de su muerte”. Pero vuelve con un atado de manuscritos aún inéditos, recorre otra vez las páginas cruzadas de correcciones, vigiladas, acariciadas durante cuarenta años.

“El sufrimiento de los niños del mundo y los gatos es todo lo que tengo, todo lo que me preocupa. No llegó una sola tarjeta de Navidad a esta casa. Y una sola visita: la del veterinario”.

Enciende cuidadosamente un cigarrillo: la mirada se le queda en la llama; la llama se apaga. Me vuelve a poner los ojos en los ojos y recibo una desesperada soledad, la terrible y amorosa inmortalidad de un recuerdo y una voz monocorde, opaca, que va nombrando este pasado y la presencia de un hombre sentado junto a nosotros.

-Él era muy seco: una vez que escribía –yo no sé por qué, porque yo era muy discreta–, me acerqué sin pensar que iba a dejar de escribir, me asomé por detrás de él y lo besé. Y él me apartó la mano. Y yo me quedé tan herida que nunca más, nunca más hice un gesto parecido. Así era, a tal punto que, muerto él, me bastaba su mano y su mascarilla. Sólo sentía que me faltaban sus pasos. Pero me dormía agarrada a su mano y no tenía sensación de su muerte.

Nos conocimos de una manera muy curiosa, un poco ridícula si usted quiere. Usted sabe que los sudamericanos hacen muchos gestos al hablar. Y yo veía en la casa de enfrente, contra la luz tamizada de una pantalla roja de muy mal gusto, a unas personas discutiendo, gesticulando. Era invierno y las ventanas estaban cerradas. Y yo, conmovida le dije a mi madre: “Pobres los vecinos de enfrente son sordomudos”. Llegó la primavera; un domingo, yo estaba asomada a la ventana y los vi gesticulando como siempre, pero también oí su voz. “¡Mamá, el vecino de enfrente habla!” Así, de esta manera, empezaron las cosas. Por eso puse atención en él.

Nunca comprendí completamente a Vallejo, en vida. Ahora sí., ahora que llevo viviendo veinticuatro años en el Perú empiezo a comprender, y quizá, aunque viviera cien años no terminaría mi aprendizaje. Los serranos son gente que parece tonta y humilde y son de una inteligencia temible; los serranos son así. Con su mirada de corto de vista y de repente tienen relámpagos geniales.

Creo en la predestinación. Cuando entré al colegio, tendría once años, como todas las colegialas, soñaba con mi príncipe encantado. Yo era un tonel, era monstruosa y la mitad de los profesores me consideraba inteligente y la otra mitad me tenía por una retrasada mental. Yo dibujé el perfil de mi futuro príncipe encantado y ese príncipe tenía treinta y cinco años, era sudamericano… y poeta. El perfil era exactamente el de Vallejo. Y si usted hubiera visto a aquella muchacha soñando con un poeta hubiera dado razón a la mitad de profesores que me tenían por una retrasada mental. Yo era muy bruta, no estaba preparada para esa vida. La pequeña burguesía francesa hecha para el comercio. Estudiaba piano, leía cosas insustanciales, jamás tuve una conversación interesante con mi madre.

Mi nombre de soltera era Georgette Philippart. Nací un día de 1908 en el que, si Dios no estaba enfermo, por lo menos estaba de un pésimo humor. Tuve muy mala salud. A los seis años contraje tuberculosis en una pierna. Y como también llegaba la guerra, mis padres me mandaron a Bretagne. Mi padre era dibujante, mi madre era modelista de vestidos.

Fue una infancia atormentada. Recuerdo todavía mis sueños: en uno me paseaba por una eternidad gris y tenía mi cabeza cortada, la llevaba en mi brazo izquierdo y mi cabeza cantaba.

Lo único que contaba para él era su obra, lo único. Y me lo confesó alguna vez. Siempre me traía sus artículos o “Trilce”: un día me mostró esos papeles y me dijo: “Eso no es mi obra. Yo tengo otra obra por hacer muy importante”.

Nos tratamos tres meses y un día desapareció. Mi madre cae enferma, se muere y ese día regresa Vallejo a la calle Molière. Me vino a presentar las condolencias y me dijo, así como si me dijera: “Por favor, alcánceme los fósforos”, que debíamos vivir juntos. Y yo no dije ni sí, ni no, siguió la conversación, pero ni por un momento pensé decir que no. Sin estar enamorada, hacía tiempo que sentía que tendría que ser así: era la predestinación.

Toda la obra de Vallejo está penetrada, amasada de política, de masas. Se ve claramente en su teatro. Su poesía forzosamente ha resultado también así: no sólo formalmente es revolucionaria: si usted le da vueltas, siempre encuentra una base política.

No había otra cosa que conmoviera más a Vallejo, que le doliera más que la injusticia del mudo. Él estaba desde su nacimiento, y prenatalmente, destinado a sufrir por el sufrimiento de los demás. Fue a Rusia y volvió convencido, y durante dos años y medio no estudió otra cosa que marxismo. Tenía una memoria extraordinaria, mucha claridad y, como se dice, muchas cuerdas en su arco. Ahora hay psicólogos que dicen que había estudiado psicología, sociólogos que dicen que había estudiado sociología, psiquiatras que dicen que había estudiado psiquiatría, y es verdad que en sus poemas aparecen cosas verdaderamente asombrosas en todos esos campos.

Y políticamente era lo mismo: tenía intuiciones que lo llevaban adonde tenía que ir, y volvió de Rusia y empezó a estudiar y empezó a ver.

¡Se escriben tantas calumnias, tantas tonterías sobre él! Cuando le dan a Vallejo como un pobre diablo que pide dinero a todo el mundo, que se emborracha, no había alguien más asceta que él, y, como no bebía nunca, medio vaso de cerveza le mareaba.
Se levantaba a las siete y media. A las ocho yo le daba el desayuno y me iba a trabajar. No tenía nada de bohemio, como se ha dicho: era un hombre austero, le gustaba el orden, la limpieza, saber la hora. “Un hombre verdaderamente hombre, decía, sólo lo es de una mujer”. Era sano como un campesino. Si usted no sabía que era Vallejo, lo podía confundir con un transeúnte cualquiera.

Su preocupación política está muy presente en su teatro, todavía en gran parte inédito. Son estos manuscritos que usted ve aquí y que, si no estuviera tan cansada, ya hubiera hecho publicar. “Entre las dos orillas corre el río” escrita en mil novecientos treinta, sobre el tema de una madre rusa con dos hijos reaccionarios y dos hijos bolcheviques, situada unos seis o siete años después de la revolución; “Lock Out”, que ocurre en Francia, pero que hubiera tenido que pasar en España según me dijo él, y “Colacho Hermanos o los presidentes de América”, una farsa sobre dos peones ignorantes del Perú que llegan a presidentes. “La piedra cansada”, su obra de teatro publicada, no está bien lograda. Pero hay mucha poesía en su teatro y una obsesiva preocupación por la justicia social.

Escribía metódicamente; es curioso, pero es así. Y escribía con nada. Era algo verdaderamente trágico. A veces no tenía papel, escribía con un lápiz así, más pequeño que mi dedo meñique.

Al principio yo era completamente anticomunista. Vallejo tuvo paciencia conmigo, digo paciencia y no es así: era muy duro. Como si hablara de otra persona me decía: “Esa mujer es una estúpida en pensar así”. Pero yo comprendí rápidamente. Todo el que sufre de ver sufrir está dispuesto a comprender. La gente insensible al sufrimiento ajeno no puede llegar a ser revolucionaria nunca.

No mostraba nunca sus poemas a nadie. Le molestaba que abrieran su cuaderno. Decía que le “habían robado mucho”, pero no era por eso, era porque era un hombre muy cerrado, totalmente hermético. Era un enamorado perdido de París: le gustaba pasear por sus calles, entrar a las librerías. Pero no era muy lector. Pensaba que un creador no debe leer mucho. Leía sus revistas de arqueología, pero poesía poco. Admiraba mucho a Walt Whitman, a Rilke, a Pushkin, a veces me recitaba versos de Esenin. Al que creo no entendió, con el que fue excesivamente severo fue con Maiakovsky. Le conocimos en Moscú. Maiakovsky entró: era un gigante con bastón. Vallejo le preguntó si creía que la poesía podía traducirse y Maiakovsky le dijo que sólo por otro poeta tan grande como el autor. Y los dejé y quedaron conversando. Pero Vallejo no lo comprendió.

Creo que si hubiera vivido más no hubiera podido dejar de solidarizarse con su sufrimiento.

Vallejo dejaba transparentar muy poco su propio sufrimiento. Sólo cuando tenía sus crisis, cada cinco, seis meses, yo me daba cuenta. Era un hombre que podía tomarse por corriente. Salvo su mirada. La mirada era algo verdaderamente angustioso. Cuando le miraba a usted, su mirada no se detenía en sus ojos o en su rostro, parecía que lo cruzaba y continuaba miles de kilómetros detrás suyo. Yo, una vez, le dije: ¡Pero mírame, mírame a mí; cómo miras tan lejos! ¿Y sabe dónde entendí su mirada? Aquí en el Perú, cuando vi por primera vez una llama: las llamas miran panoramas inmensos y esa era la mirada de Vallejo.

He estado tan sola con Vallejo como sin él. Ahora tengo treinta y siete años de viudez, se dice fácil, pero hay que despertar todas las mañanas durante treinta y siete años, sin un paso, sin una respiración cerca. Quedé casada con él. Nunca me interesó otro hombre, pero un día terrible, una médium me dijo que se había comunicado con el espíritu de Vallejo y que él le había dicho “Georgette quiso seguirme a la muerte, pero yo no quise, quise que se quedara en la vida”. Ese día me separé brutalmente de él: me divorcié de Vallejo. Y mientras uno vive con un muerto, vive con alguien, pero cuando se separa de él, entonces empieza la verdadera soledad, una soledad tumbal si se puede decir así.Nunca hablábamos de felicidad, ni de paz, ni de nosotros mismos: siempre de la miseria del mundo, de la revolución, jamás de temas personales. Después que los he leído he comprendido que hay poemas que me escribió a mí:

De disturbio en disturbio
subes a acompañarme a estar solo
yo te comprendí andando de puntillas

con un pan en la mano, un camino en el pie …”.

O “Palmas y guitarras”:

“Ahora entre nosotros, aquí
ven conmigo, trae por tu mano a tu cuerpo
y cenemos juntos y pasemos un instante la vida
a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte …”

O “Hay una persona que me busca en su mano, día y noche…”

Pero Vallejo jamás me dijo: “Georgette, estos poemas son para ti”, jamás. Yo comprendí muy bien que yo no era nada ni nadie para él. Que yo existía para cuidarlo y nada más. Cuando se estaba muriendo me pedía perdón, desesperado y me decía: “Te he desconocido siempre, tú has tenido razón en todo”. Pero ya era tarde y era innecesario: yo le había amado así.

Un día tuve un sueño curioso. Fui a pedir cien francos prestados a un escritor peruano, muy pretencioso, muy seguro de sí; porque necesitaba rescatar una mesa que había sido de Vallejo. Me los prestó y me dijo: “Lo hago por usted, porque a mi no me importaba nada Vallejo”. Yo estaba lejos de imaginar lo que llegaría a ser Vallejo, a quien ahora hay personas que consideran el más grande poeta del siglo. No tenía gran preparación para comprenderlo: sabía que era un gran poeta y nada más.

Esa noche me dormí preocupada y en mis sueños apareció, entre las nubes, ese peruano convertido en un Júpiter tonante, con las mejillas inflamadas de viento y arrojando fuego por la boca, y yo estaba junto a él y, atemorizada de que aplastara a Vallejo, bajé los ojos y vi la Tierra, y de la tierra vi salir a Vallejo, como hecho de un metal especial: salió como esas esculturas de los surrealistas, él – fotográficamente él –, y creció y me pareció tan grande que desperté tranquila. Era como una llama de metal y su miraba dominaba la Tierra.
Después he escrito algunos poemas, bien modestos. Treinta están dedicados a Vallejo; como éste, si lo desea leer:

Severamente bautizada por mis trenzas
lejos de mi me voy
todas las horas de mi vida
en sus pequeños ataúdes
como una estela de tu muerte”

httpss://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas…/79/vallejo1.html

 

 

 

 Manoel de Andrade e Cleto de Assis

 

Fragmentos de Manoel de Andrade, autor de “Nos rastros da Utopia” na Editora Escrituras

O indigenismo de Vallejo
Vallejo foi amigo do grande ensaísta peruano José Carlos Mariátegui, com quem conviveu e depois manteve o mais estreito contato do exterior publicando seus textos na Revista Amauta fundada em Lima no ano de 1926, por Mariátegui,  levantando com ele as bandeiras do indigenismo andino – empunhadas primeiramente pelo pensamento lúcido e acusador de Manuel Gonzáles Prada, “descobridor” do índio peruano, depois, respectivamente,  por Ciro Alegria, José Maria Arguedas e  Manuel Scorza   –  e referindo-se poeticamente ao incário em sua histórica grandeza, quando o perfil do Império do Sol se justapunha á silhueta litorânea e a paisagem andina do continente americano do sul da Colômbia até o norte do Chile. “Consiste o indigenismo de Cesar Vallejo em mostrar seus antepassados não como débeis criaturas, mas sim pelo contrário” —  é o que afirma o escritor colombiano Miguel Manrique, mostrando a clara disposição de Vallejo para o melhor indigenismo, não somente na poesia, mas também como prosador em sua novela Hacia el Reino de los Sciris: “Ressaltando a pompa de uma civilização na plenitude de sua glória e não na apresentação melindrosa da arquisabida má história da conquista. O que  melhor,  para alguém que se considera membro ou natural de uma coletividade, que representá-la com o brilho que Cesar Vallejo faz com esta curta porém imensa novela. Muito melhor do que se o escritor se colocasse na chorosa  tarefa de encenar a captura de Atahualpa e as exigências para o seu resgate. Vallejo se converte assim em um Homero quíchua que tece com luminosidade o esplendor de sua civilização, do outro costado do seu ser. Os dois sangues nunca o abandonarão nem muito menos o trairão, um em benefício covarde do outro. Vallejo soube toda a vida ser índio e espanhol, desfraldando uma mestiçagem fidalga, fiel descendente do quixotesco e do quíchua”.

E agora, é novamente Mariáteghi quem declara: “Vallejo é o poeta de uma estirpe, de uma raça. Em Vallejo se encontra, pela primeira vez em nossa literatura, sentimento indígena virginalmente expresso. Contudo é um pouco diferente a opinião contemporânea do poeta e ensaísta peruano Américo Ferrari — talvez o melhor conhecedor da poesia de Vallejo  –  quando se refere a’Os Heraldos Negros: “O tema indigenista e telúrico é, de todos os modos, n’Os Heraldos Negros, secundário: a vocação do verdadeiro Vallejo é ruminar obsessões mais que descrever paisagens ou cantar a raça.” E contudo é o mesmo Ferrari quem escreve anteriormente: (…)“E, não obstante, existe algo mais: sob o espartilho das novas formas palpita a emoção e a nostalgia, o apego à terra andina de um homem que já antes de sair do Peru, na cidade costeira de Trujillo primeiro, em Lima depois, se sentia desterrado: desterrado do lar, que se confunde com o lugar onde nasceu, que se confunde com a pátria. A pátria é o entorno andino, com seu povoador, o camponês índio e serrano. Mais tarde, em Paris, o índio, essencializado e agigantado pela distância e a nostalgia, será protótipo de humanidade: “Índio depois de homem e antes dele”; e a serra peruana, símbolo de pátria universal: “Serra do meu Peru, Peru do mundo/ e Peru ao pé do orbe; eu concordo!”

O fato é que sua condição de mestiço está sempre presente na sua assumida postura quíchua e castelhana, índia e espanhola, marcada pelo seu amor ao Peru e à Espanha, pela sua vida quixotesca e sempre iluminada pela luz e o calor de Inti, o deus Sol dos seus antepassados. “Había en Vallejo esa ‘inocencia candorosa’ que ha visto bien Larrea, pero oculta tras una máscara algo dura: la de su ‘pathos’ indígena, difícil en el primer momento de traspasar, llegando al transfondo puro, más allá del mestizaje sufrido. ‘Mineraloide’, incaico, andino  – se ha dicho.” Há também, na fase inicial da poesia de Vallejo, uma contraditória religiosidade e uma imagem de Deus ora evocada com amargura e hostilidade (“golpes como o ódio de Deus”) ora com o sentimento de piedade pelos homens.

 Retrato de César Vallejo dibujado por Picasso

César Vallejo, um corazão dividido
Vallejo foi homem repartido. Filho da consanguinidade indígena e espanhola, sentiu seu coração dividir-se pelos caminhos da vida. Primeiro sentiu sua alma partir-se, dolorosamente, entre a imagem querida da mãe e a imperecível saudade que chegou com sua morte, em 1918. Repartiu-se entre o idílio e a separação da mulher que amou, num romance tormentoso e frustrado de sua juventude como professor em Lima. Sentiu sempre o coração dividido entre a pátria e o mundo e culturalmente entre o Peru e a Espanha. Vallejo viveu dividido entre Paris e a sua crônica nostalgia da paisagem andina. Pablo Neruda, seu grande amigo, afirma que: “Vallejo era sério e puro. Morreu em Paris. Morreu no ar sujo de Paris, do rio sujo de onde tiraram tantos mortos. Vallejo morreu de fome e asfixia. Se o tivéssemos trazido para o Peru, se o tivéssemos feito respirar ar e terra peruana, talvez estivesse vivo e cantando.

O poeta transitou balizado pelas ironias da vida, pelos golpes do destino, entre o desespero e a esperança, que atormentaram sua alma sobretudo depois dos quarenta anos, onde sua poesia mantém sempre aquela obscuridade tatuada pela dor dos homens, pela perplexidade ante o grande mistério da vida e o significado da morte: “Haver nascido para viver de nossa morte”, e assim sempre dividido entre o imenso vazio do mundo e seu sonho de plenitude espiritual e de uma eterna felicidade. “E se alguém fica perplexo ante esse universo de trevas, de limites, é sobretudo o próprio poeta que o revela em seu poema; (Panteón) daí o acento de angústia que raramente abandona Vallejo; daí essas yuntas, essas parelhas de significações em conflito que não são nunca abolidas nem superadas: o todo – o nada, a alma – o corpo, o alto – o baixo, o nunca – o sempre, o tempo – a eternidade, a vida – a morte, Deus – nada”.

Vallejo viveu repartido entre sua íntima plenitude, filosófica e poética, e sua fidelidade ao marxismo. Conforme carta datada em 29 de Janeiro de 1932 ao poeta e amigo Juan Larrea, Vallejo confessa: “Comparto a minha vida entre a inquietação política e social e a minha inquietação introspectiva e pessoal minha para dentro. Ou seja, “O poeta sentia-se, pois, dividido, sem conseguir unificar as duas partes de que se sentia feito: uma de inquietação política e social, que o marxismo satisfazia; outra introspectiva e pessoal minha para dentro para a qual nunca encontrou resposta que o satisfizesse, nem mesmo a religião que desde os primeiros tempos pulsava no seu íntimo, sem que por isso possa entender-se a adesão a uma igreja. Essa angústia persistirá até a sua morte, não sem um vislumbre de esperança que o levará a ditar a sua mulher, poucos dias antes de morrer, estas palavras: Qualquer que seja a causa que tenha de defender perante Deus, para além da morte, tenho um defensor: Deus.”

Vallejo, cuja poesia foi desprezada por seus contemporâneos, é tido hoje como o maior poeta peruano de todos os tempos e talvez a figura mais proeminente da poesia hispano-americana depois de Pablo Neruda, o qual declarou que a poesia de Vallejo era maior que sua própria poesia. Foi um homem marcado por transes pedregosos, por uma infância de misérias e penitências, e sua pobreza o obrigou a abandonar, em 1910, o curso de Letras na Universidade de Trujillo – somente concluído em 1915 – para dar aulas particulares e depois trabalhar na administração de uma fazenda açucareira no vale de Chicama, onde presencia o drama cruel e cotidiano da exploração do trabalho indígena. Ciro Alegria – que depois se tornaria um dos grandes romancistas peruanos – conta que foi aluno de Vallejo no Colégio San Juan, de Trujillo, e que (…) “De todo seu ser fluía uma grande tristeza. Nunca vi um homem que parecesse mais triste. Sua dor era como uma secreta e ostensível condição, que terminou por contagiar-me. (…) Ainda que à primeira vista pudesse parecer tranquilo, havia algo profundamente desgarrado naquele homem que eu não entendi mas senti com toda minha desperta e alerta sensibilidade de menino. (…) Foi assim como encontrei a César Vallejo e como o vi, como se fosse pela primeira vez. As palavras que dele ouvi sobre a Terra são também as que mais gravei na memória. O tempo haveria de revelar-me novos aspectos de sua pessoa, os longos silêncios em que caía, sua atitude de tristeza infindável…(…)”1

Vida, paixão e Morte de César Vallejo
A poesia de César Vallejo, até onde consegui conhecê-la, me parece dividida entre o culpar a sociedade pelas injustiças sociais e o assumir culpas produzidas por excessiva educação religiosa. Conta sua biografia que, membro de uma família com doze filhos, dos quais ele era o menor, estaria destinado a ser padre, o que era ou é comum nas famílias católicas da América Latina, em especial nos países hispanos, onde a tradição religiosa sempre foi mais arraigada. Ele mesmo teria admitido essa vocação, em sua infância, e deve ter recebido profunda influência no conhecimento bíblico e de toda a liturgia de sua crença, tanto que seus textos poéticos seriam, mais tarde, impregnados por essa mística, além do tema obsessivo da Vida e da Morte. Vallejo viveu as contradições da sociedade européia da primeira metade do Séc. XX, contaminada e desgastada por duas grandes guerras e por acaloradas discussões ideológicas, notadamente pelo marxismo que organizara a União Soviética. Participou, como correspondente, dos conflitos da Guerra Civil Espanhola (1936-1939), o que lhe serviu até mesmo como inspiração poética.

Sua vida e obra bem demonstram que seus principais conflitos foram existenciais, dividido entre uma santidade que seus pais haviam presumido para ele e a revolta ante a injustiça social, que o levou a extremos caminhos políticos. Entretanto, dentro dele viveu um homem íntegro e um poeta completo. Talvez não tenha visto a realização do que sua esperança desenhava como um mundo diverso daquele que testemunhava em vida, mas com certeza tornou o mundo melhor com sua poesia. C. de A.

Dados Biográficos
César Vallejo nasceu em 1892, em Santiago de Chuco, região andina localizada ao norte do Perú, no seio de uma família com origens espanholas e indígenas. Desde pequeno conheceu a miséria, mas conheceu o benévolo o afeto familiar. Longe de sua família, nunca escondeu que sofria de um incurável sentimento de orfandade.
Estudou na Universidade de Trujillo, cidade onde descobriu a boemia, influenciado por jornalistas, escritores e políticos rebeldes. Em Trujillo, Vallejo publicou seus primeiros poemas antes de chegar a Lima no final de 1917. Nesta cidade lança seu primeiro livro: Los Heraldos Negros (impresso em 1918, lançado em 1919), um dos mais representativos exemplos de pós-modernismo.

Em 1920 faz uma visita a sua cidade natal e acaba se envolvendo em confusões que o levaram a cadeia, onde permaneceu por cerca de três meses. Esta experiência teve uma profunda influência em sua vida e em sua obra, refletindo diretamente em vários poemas de seu segundo livro, Trilce (1922), considerada como uma obra fundamental da renovação da linguagem poética hispanoamericana. Em Trilce Vallejo se afasta dos modelos tradicionais que, até então, havia seguido, adotando uma linha mais modernista e realizando um angustiante e desconcertante mergulho nos abismos da condição humana, que nunca antes haviam sido explorados.

No ano seguinte parte para Paris, onde permanecerá (fazendo algumas viagens a União Soviética, Espanha e outros países europeus) até o fim de seus dias. Em París, viveu em extrema pobreza e grande sofrimento físico e moral. Participa com amigos como Huidobro, Gerardo Diego, Juan Larrea e Juan Gris de atividades de cunho vanguardista, renunciando a sua própria obra Trilce e, em 1927, aparece firmemente comprometido com o marxismo em sua atividade intelectual e política. Escreve artigos para jornais e revistas, peças teatrais, relatos e ensaios de intenção propagandistas, como Rússia, em 1931. Inscrito no Partido Comunista da Espanha (1931) e designado para ser correspondente, acompanha os acontecimentos da Guerra Civil e escreve o seu poema mais político: España, aparta de mi este cáliz, que aparece em 1939, impresso por soldados do exército republicano.

Toda a obra poética escrita em Paris e que Vallejo publicou parcamente em diversas revistas, apareceria postumamente naquela cidade com o título: Poemas Humanos (1939). Nesta produção é visível seu esforço em superar o vazio e o niilismo de Trilce e em incorporar elementos históricos e da realidade concreta (peruana, européia, universal) com os que pretendem manifestar uma apaixonada fé na luta dos homens pela justiça e solidariedade social.
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Manoel de Andrade, “Nos rastros da Utopia” é um livro de 910 págs. Disse o autor: “Neste livro entrego o testemunho de um longo caminhar. Ao deixar o Brasil em março de 1969, meus passos cruzaram 16 países num prolongado auto-exílio pelo continente” … “Este livro é, sobretudo, o relato de um poeta itinerante, de um bardo errante, profundamente identificado com seu tempo e com sua condição de latino-americano. Um confidente solitário, comprometido com o resgate de uma América povoada de utopias e com a saga lendária daqueles que ousaram sonhar com um ‘admirável mundo novo’ “.

Acerca de la Vida y la Obra de César Vallejo

(Santiago de Chuco, 1892 – París, 1938) Poeta peruano, una de las grandes figuras de la lírica hispanoamericana del siglo XX. En el desarrollo de la poesía posterior al Modernismo, la obra de César Vallejo posee la misma relevancia que la del chileno Pablo Neruda o el mexicano Octavio Paz. Si bien su evolución fue similar a la del chileno y siguió en parte los derroteros estéticos de las primeras décadas del siglo XX (pues arrancó del declinante Modernismo para transitar por la vanguardia y la literatura comprometida), todo en su obra es original y personalísimo, y de una altura expresiva raras veces alcanzada: sus versos retienen la impronta de su personalidad torturada y de su exacerbada sensibilidad ante el dolor propio y colectivo, que en sus últimos libros se transmuta en un sentimiento de solidaridad como respuesta a sus profundas inquietudes metafísicas, religiosas y sociales.

De origen mestizo y provinciano, su familia pensó en dedicarlo al sacerdocio: era el menor de los once hermanos; este propósito familiar, acogido por él con ilusión en su infancia, explica la presencia en su poesía de abundante vocabulario bíblico y litúrgico, y no deja de tener relación con la obsesión del poeta ante el problema de la vida y de la muerte, que tiene un indudable fondo religioso.

Pese a que la trayectoria de César Vallejo parece seguir el devenir de la lírica hispana (del Modernismo a las vanguardias y del experimentalismo vanguardista hacia una poesía humana y comprometida), su quehacer poético se caracteriza por una permanente inquietud renovadora y una firme independencia en medio de las influencias del momento. Ideológicamente conservó dentro del marxismo una postura muy personal, compatible con sus preocupaciones religiosas y estéticas; rechazó el dogmatismo y la reducción de la literatura a finalidades proselitistas, viendo en el ideario marxista una senda de justicia y liberación del hombre, pero nunca una solución a las grandes cuestiones metafísicas.

Más decisiva para la configuración de su obra resulta su singular personalidad, dominada por un rasgo sumamente relevante: su acentuada sensibilidad ante el dolor, tanto para el dolor propio (fue un hombre vulnerable y torturado) como para el de los demás. Cuatro grandes poemarios (los dos últimos publicados conjuntamente tras su muerte) componen su obra lírica. Si bien debe aún bastante al Modernismo, Los heraldos negros (1918) se inserta ya en la superación de aquel movimiento. Frente a los oropeles modernistas, el estilo tiende hacia un lenguaje más sencillo, a menudo conversacional o incluso coloquial, y siempre hondísimo. Por su temática, parte de sus composiciones arraigan en la realidad americana, sentida desde su sangre indígena; pero junto a ello conviven otros muchos poemas dedicados a las realidades inmediatas: su casa, su familia…
Una profunda tristeza empaña muchas de sus composiciones ya desde el arranque de la obra, que se inicia con el poema que da título al libro, «Los heraldos negros». El alejamiento del Modernismo en ésta y en otras composiciones es patente. Frente a la belleza y perfección formal y la sensualidad y colorido de la imaginería modernista, se adopta un discurso casi coloquial, todo él emoción y desgarrada incertidumbre: «Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!». En lo que casi parece desnuda prosa se engarzan unas pocas imágenes de ascendencia religiosa: las duras experiencias por las que todo ser humano acaba pasando alguna vez son «Golpes como del odio de Dios»; tales golpes son como «los heraldos negros que nos manda la Muerte», y dejan marcado al hombre, «¡Pobre… pobre!», que al final «vuelve los ojos, y todo lo vivido / se empoza, como charco de culpa, en la mirada.»

Más radical es la novedad de su segundo libro: Trilce (1922), uno de los títulos claves de la poesía de vanguardia. Vallejo adopta el verso libre y rompe violentamente con las formas tradicionales, con la lógica, con la sintaxis; crea incluso palabras nuevas, como la que da título a la obra. Algunos poemas son experimentos difícilmente comprensibles, pero en otros tal extremismo verbal se halla al servicio del choque emotivo. Es el caso de aquellas composiciones que sirven de vehículo a un recuerdo infantil o a un sentir amoroso; también hay otra vetas de emoción: la pasión erótica, la angustia de la cárcel, la opresión del paso del tiempo o la muerte. Juzgada actualmente como una de las mejores realizaciones del vanguardismo literario, la obra tardaría algunos años en ser comprendida; en 1930 fue de nuevo publicada en España con un prólogo entusiasta de José Bergamín.

Entretanto, Vallejo había iniciado un nuevo libro de poemas que se publicaría tras su muerte, en 1939: Poemas humanos. Es su obra cumbre, y uno de los libros más impresionantes jamás escritos sobre el dolor humano. Vallejo trasciende lo personal para cantar temas generales, colectivos, reuniendo la intimidad lírica con la conciencia común, en una actitud de unión con el resto de los hombres y el mundo. El dolor sigue siendo el centro de su poesía, pero ahora, junto a sus torturadas confesiones, hallamos el testimonio constante de los sufrimientos de los demás; la conciencia del dolor humano desemboca en un sentimiento de solidaridad, y la inquietud social inspira la mayor parte de sus versos.
Pero su vigilante conciencia artística le impide caer en la facilidad. El lenguaje del libro sigue siendo audaz (aunque menos que en Trilce): perviven las distorsiones sintácticas, las imágenes insólitas y la combinación incoherente (en apariencia) de frases heterogéneas. Ello no impide percibir con inusitada intensidad el sentido global de cada poema. A ello contribuye, por otra parte, el constante empleo de un registro coloquial, aunque sabiamente elaborado y magistralmente combinado con las expresiones ilógicas y metafóricas.

Sin entregarse a radicales experimentaciones lingüísticas, Vallejo introduce una tonalidad nueva y original en su estilo: el ritmo y la organización de los materiales del poema pasan a un primer plano; sus composiciones se hacen más largas, más ricas en visualidad, y adoptan en ocasiones una irónica amplitud casi retórica. Sirva de ejemplo el poema que empieza «Considerando en frío, imparcialmente»: la composición se construye sobre el esquema de una fría sentencia judicial que pretende examinar la condición humana de manera objetiva, llegando a afirmar que el hombre «me es, en suma, indiferente». Tales expresiones no hacen sino poner más de relieve el sentimiento solidario que, pudorosamente ocultado bajo ese formulismo, se desborda al final.

Durante la guerra civil española, Vallejo compuso España, aparta de mi este cáliz, que se publicó junto a Poemas humanos. Es un magno poemario en que Vallejo canta al pueblo en lucha, a las tierras recorridas por la contienda, y en que da salida a su amor por España y a su esperanza; al absurdo de la guerra y la deshumanización del mundo moderno opone una vívida fraternidad. Su altura poética no es menor que la de Poemas humanos. Su visión de la guerra española, en que la ideología política desaparece tras la inmediatez del sentir, no carece en ciertos momentos de un profetismo cósmico afín al de Walt Whitman.

Pero incluso esta grandeza de voz vaticinadora cede a la habitual preponderancia de la pura experiencia inmediata, como en el poema dedicado a la muerte del camarada Pedro Rojas, a quien le encontraron «en la chaqueta una cuchara muerta». En poemas como «Masa» la expresión, al igual que en la mayor parte del libro, es relativamente sencilla, pero la estructura del poema, perfectamente meditada, es de máxima eficacia: ante un fallecido en la guerra, acude un hombre suplicándole que no muera, «Pero el cadáver, ¡ay!, siguió muriendo.» Acuden después «veinte, cien, mil, quinientos mil» y luego «millones de individuos» con el mismo ruego y con el mismo resultado, expresado en el estribillo antes citado. La visión final es impresionante: sólo cuando todos los hombres de la Tierra rodean al cadáver, éste se incorpora, abraza al primer hombre y se echa a andar.
La estimación de la obra vallejiana no ha cesado de crecer con los años; su influencia se dejaría sentir en las siguientes generaciones, tanto en las inclinadas a la temática social como a la experimentación vanguardista, y actualmente es ya valorado, con toda justicia, como un clásico de la literatura hispánica. Por otra parte, su alianza de contenidos humanísimos y de rigor artístico en el lenguaje ha convertido a César Vallejo en el ejemplo que, en los debates literarios, deja superada la superficial antinomia entre responsabilidades cívicas y exigencias estéticas; ambas quedan armónica e indisolublemente unidas en la obra de uno de los más grandes poetas del siglo XX.
Tomado de Biografías y Vidas https://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/vallejo.htm

 

 

 J’ai tant neigé  pour que tu dormes   Tumba de Georgette

 

Piedra negra sobre una piedra blanca
Poema de César Vallejo

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

 

Pedra negra sobre uma pedra branca
Poema de César Vallejo
Tradução de Pedro Sevylla de Juana

Morrerei em Paris com aguaceiro,
um dia do qual tenho já o recordo.
Morrerei em Paris -e não me corto-
talvez uma quinta, como hoje, de outono.

Quinta será, porque hoje, quinta, que proso
estes versos, os úmeros me pus
à má e, jamais como hoje, me voltei,
com todo meu caminho, a me ver só

César Vallejo tem morrido, lhe batiam
todos sem que ele lhes faça nada;
lhe davam duro com um pau e duro

também com uma soga; são testigos
nos dias quintas e os ossos úmeros,
a solidão, a chuva, os caminhos…